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Nuestro Planeta

2 de febrero del 2004

La necesidad de frenar y revertir el proceso incontrolado de urbanización planetaria
Destrucción global versus regeneración local

Ramón Fernández Durán
Miembro de Ecologistas en Acción


Las dinámicas del nuevo capitalismo global están acelerando aún más los procesos de urbanización a escala planetaria, que se vieron relanzados en su día por la revolución industrial, especialmente en Europa; y que más tarde se extendieron a todos los países centrales, hasta alcanzar después abiertamente a la Periferia. Esta creciente concentración urbana no ha sido, ni es, una dinámica natural, ha sido consecuencia principalmente de un cúmulo de procesos impulsados históricamente desde las estructuras de poder (entre ellos, apropiaciones de tierras y recursos naturales comunales), que han ido separando a las comunidades humanas de su vínculo ancestral con su entorno, al tiempo que creaban las condiciones para dicha concentración urbana que le beneficiaba; aunque la ciudad fue también en su día (especialmente en el espacio europeo), en parte, un espacio de confluencia y convivencia de seres humanos libres, que escapaban del yugo de la explotación señorial en el campo. Pero en la actualidad, además, sobre las dinámicas "tradicionales" de desenraizamiento de las poblaciones rurales, se superponen nuevos mecanismos sofisticados y complejos, debido a la lógica que impulsa el libre mercado mundial, que provocan la explosión urbanizadora, como se tratará de analizar en este texto. Y el crecimiento urbano tampoco se ha producido de forma natural, pues a lo largo de toda esta evolución se han llevado a cabo importantes formas de resistencia contra el desarraigo que, cuando la dinámica "normal" del mercado no bastaba, han tenido que ser vencidas, en muchos casos, con importantes dosis de violencia, estatal y privada.

En los albores del tercer milenio, más de la mitad de la población mundial habita en áreas urbanas. Es decir, más de tres mil millones de personas. Cien veces más que hace doscientos años (en 1800 sólo el 3% de la población del planeta vivía en ciudades), cuando la población mundial "tan sólo" se ha multiplicado por seis en el mismo periodo. Pero el territorio engullido por la lengua de lava urbanizadora es sensiblemente superior, pues se desarrollan unas pautas de ocupación espacial en "mancha de aceite" cada día más fagocitadoras y homogeneizadoras. Pautas que van deglutiendo y transformando el territorio previamente existente, arrasando con las singularidades espaciales, paisajísticas, arquitectónicas, culturales y naturales precedentes. Se va creando pues una especie de "segunda piel" artificial que va alterando, directa e indirectamente, los espacios naturales preexistentes, es decir, no sólo aquellos sobre los que se despliega lo construido, sino también territorios muy distantes que se ven afectados por la "huella ecológica" de los procesos urbanizadores. Ya casi no quedan territorios sin transformar por la actividad humana, amplificada enormemente por la lógica del capital, sobre todo en los espacios centrales. Y dentro de éstos destacan EEUU, la UE y Japón donde del orden de cuatro quintas partes de su población habita en áreas urbanas, al tiempo que desarrollan una agricultura altamente industrializada, intensiva en energía y de elevado impacto ambiental, que ocupa a una muy reducida parte de su "población activa" (en general mano de obra inmigrante hiperexplotada, en condiciones de semiesclavitud), y en la que prácticamente ha desaparecido la población campesina tradicional, agobiada por un cúmulo de deudas. Una agricultura sin campesinos ni campesinas dominada por las grandes industrias del agrobusiness que controlan el mercado mundial.

En los espacios periféricos la situación es muy diversa, pues va desde amplios territorios como China o India donde todavía la población rural y semirrural supone en torno a dos terceras parte de su población total, y en donde aún perviven amplísimos sectores de agricultura campesina de subsistencia (en general de carácter sustentable, reducido consumo energético y bajo impacto ambiental) en proceso de fuerte transformación, a territorios como Argentina o Brasil altamente urbanizados y modernizados, con un porcentaje de población habitando en ciudades cercano al que se da en los territorios centrales. De cualquier forma, es en los espacios periféricos donde las transformaciones en lo que a la actividad agrícola se refiere están siendo más importantes, pues este sector se incorpora a velocidad de vértigo a la lógica del capitalismo global. En los últimos sesenta años, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, muchos espacios periféricos (presionados por su deuda externa) se han ido especializando progresivamente en abastecer las demandas alimentarias de las poblaciones (y del ganado) de los espacios centrales, en detrimento de su seguridad alimentaria, esto es, de la satisfacción de sus necesidades propias. La superficie dedicada a agricultura de exportación en los espacios periféricos, que ocupa sus mejores tierras, es ya superior a la extensión de todo el territorio europeo. La pérdida de soberanía alimentaria para abastecer sus necesidades primarias hace que cada vez más espacios periféricos dependan del mercado mundial, donde deben comprar los alimentos básicos en divisas fuertes, o estén a expensas de la "ayuda alimentaria" del Norte (proveniente especialmente de EEUU y UE), sujeta a criterios políticos y a la consiguiente extorsión potencial (y sumamente real) para conseguir otros fines. Además, las exportaciones subvencionadas de productos agropecuarios desde los espacios centrales están desarticulando igualmente la actividad agrícola y ganadera local en la Periferia. Todo ello ha provocado unas fuertes corrientes migratorias hacia las áreas urbanas, creando verdaderos monstruos metropolitanos: las megaciudades periféricas. Hoy las principales "ciudades" del mundo en términos demográficos (que no económicos) se encuentran en los países periféricos, y es en éstos donde la población de carácter urbano crece con mayor intensidad, azuzada también por altas tasas de natalidad.

La alimentación mundial cada vez más bajo la lógica del capital

A todo ello se añade el que la agricultura ha entrado ya, desde la llamada Ronda Uruguay del GATT (1994), que dio lugar a la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC), a ser un elemento clave de negociación entre los países centrales y periféricos de cara a las rondas de negociación de liberalización del comercio mundial, y a ser moneda de cambio en las complejas negociaciones, en el toma y daca, que se producen en el seno de la OMC. Pero no nos engañemos. Quienes controlan la agricultura de exportación en los países periféricos, en aquellos que se han volcado en este sector en el mercado mundial, son en general, directa o indirectamente, en general, las grandes empresas del sector del agrobusiness mundial dominada por grupos empresariales de los propios países de Centro; que controlan también toda la integración vertical del sector desde la semilla a la mesa. Lo que sucede es que los países de Centro van cediendo en este terreno, que representa cada día un porcentaje más residual de su PIB, al tiempo que sus principales empresas agroalimentarias amplían su dominio a escala mundial. Lo cual permite a su vez garantizar un abastecimiento alimentario barato (no importa la calidad) que reduce el coste de reproducción de la fuerza de trabajo en el Centro (y en la Periferia). Paralelamente, los espacios centrales se van especializando en sectores productivos de alto valor añadido, a cambio de que los países periféricos vayan cediendo poco a poco el control en otros terrenos: privatización de servicios públicos (sanidad, educación, abastecimiento de agua) a grandes consorcios transnacionales con sede también en los espacios centrales; mercantilización (y apropiación) de los bienes que están fuera del mercado (recursos hídricos, tierra, biodiversidad, etc); desregulación de las inversiones transnacionales; mayor regulación de la propiedad intelectual (patentes, marcas, etc)… Eso es lo que estaba en juego en las negociaciones de la OMC en Cancún, pero una súbita rebelión de los países periféricos de momento lo ha paralizado. La agricultura, en principio, va a ser la "gran sacrificada" por los países centrales en el altar de las negociaciones de la desregulación del comercio y la inversión mundiales. O al menos eso nos dicen. Si bien es preciso matizar esta aseveración.

Recientemente acabamos de asistir a una nueva reforma de la PAC (Política Agraria Comunitaria), como resultado de las exigencias de las negociaciones en el seno de la OMC; es preciso recordar que lo mismo ocurrió en su día, en los años noventa, como consecuencia de las negociaciones de la Ronda Uruguay. Esta reforma se nos ha vendido como una "racionalización" de la misma, destinada a reducir las ayudas a la producción y las subvenciones a la exportación para limitar y reestructurar gastos en el presupuesto comunitario (en un momento además en que se pasa en la UE de quince a veinticinco miembros; es decir, una tarta menor a repartir entre más actores), y sobre todo como una orientación hacia una agricultura más "sustentable", al tiempo que se nos resaltaba que parte de la reducción del apoyo a la producción se orientaría al "desarrollo rural". Pero qué significa exactamente esto y qué consecuencias territoriales tendrá. Pues que cada vez habrá menos explotaciones que puedan permanecer en activo, haciendo frente a una competencia acrecentada del mercado mundial, en donde sólo sobrevivirán los grandes, en los terrenos más productivos, que puedan tener menores costes y más alta rentabilidad. Además, es a estos a los que se prima. Y a ello contribuirá el llamado "desarrollo rural" que "racionalizará" una estructura más diversificada (explotaciones de pequeño y mediano tamaño), que corresponde a otra etapa del desarrollo capitalista en el campo y a otro tamaño y dinámica de los mercados; el tamaño medio de una explotación en la UE es de 20 Has, mientras que en EEUU es de 200 Has, de ahí las propias diferencias entre EEUU y la UE en este ámbito. Hoy en día manda el mercado mundial, y el que no pueda mantenerse en él tiene que desaparecer.

El paisaje rural se homogeneizará y simplificará, por tanto, aún más. Esa es la "racionalización" que impone el mercado. La ministra polaca de integración europea no lo ha podido decir más claro: "en Polonia el 18% de la población produce el 3,5% del PIB, lo que muestra la ineficiencia de la agricultura polaca" (el subrayado es nuestro). Y en España, el ministro del ramo ha manifestado también que la reforma de la PAC "hará que la agricultura española siga su camino de modernización y competitividad en un entorno globalizado". Es decir, los grandes sacrificados serán lo poco que queda de agricultura campesina y las explotaciones no competitivas (en general, de mediano tamaño). Eso sí, se permitirá una reducida producción de lujo, de carácter "ecológico", para aquellos consumidores de alto poder adquisitivo capaces de pagar los precios que ello supone. Y esta política minoritaria se vende como "protección medioambiental", aunque los productos de calidad tengan que recorrer miles de kms, atravesando media Europa, para llegar desde el productor a sus consumidores potenciales. Eso es lo que ocurre ya hoy en día, pues la producción de calidad que se da en territorio español acaba en gran medida en los centros comerciales de alto standing centroeuropeos.

La agricultura transgénica: un potencial Frankenstein

Pero a todo ello se suma una gran batalla mundial: la de los alimentos transgénicos. Las corporaciones agroalimentarias estadounidenses son los grandes líderes mundiales en este terreno, aunque las grandes empresas europeas del ramo intentan no perder comba y se han agrupado en un lobby de presión a escala continental: Europabio, para incidir en la reforma de la política comunitaria en este ámbito. La UE se vio obligada, como resultado del rechazo ciudadano a los alimentos transgénicos, a establecer una moratoria en este terreno que ha durado cinco años. Las presiones de EEUU para que se levantara este embargo defendiendo a sus empresas punteras en el sector de la biotecnología han sido enormes, y también las presiones sobre la Comisión Europea y los gobiernos de la UE que ha ejercido el lobby Europabio. EEUU inició una denuncia de la UE ante la OMC aduciendo que esta moratoria era una barrera al "libre comercio". En este periodo se ha intentado vender a la población europea las ventajas de la biotecnología y la ingeniería genética por las ventajas que se pudieran derivar en el campo de la salud (transplantes, tratamiento de enfermedades, etc) y la belleza (potencial elección de un cuerpo a la carta), campos en los que existía un menor rechazo a estas tecnologías, lo cual era una forma también de ayudar a superar las resistencias de la ciudadanía de cara a los alimentos transgénicos. Y hace poco el Parlamento Europeo, presionado por la agroindustria, ha votado a favor de levantar la moratoria en este terreno a cambio de que se garantice un etiquetado "fiable" (alertando si cualquier ingrediente contiene más de un 0,9% de producto modificado genéticamente) que permita que el consumidor pueda elegir "libremente" qué productos está comiendo. Se está produciendo un cambio de actitud en la UE que será clave para la extensión de la producción de alimentos transgénicos a nivel mundial, pues hasta ahora muchos países periféricos eran reacios a la introducción de estas tecnologías en su agricultura de exportación, por el rechazo que ésta experimentaba en uno de los mercados mayores del mundo: el europeo. Pero EEUU (y las propias empresas biotecnológicas europeas) quieren ir más allá, y suprimir hasta el etiquetado (no exhaustivo) que pueda llegar a alertar sobre la posible existencia de alimentos transgénicos (de difícil trazabilidad). Entonces, el poder del consumidor se volvería absolutamente irrelevante, conforme la posibilidad de la llamada libertad de elección se desvanezca en la memoria lejana. Además, en Cancún se pretendía establecer que los países no puedan cerrar sus territorios a los transgénicos.

Se llegaría así a una situación en que los consumidores, los productores y hasta los mismos países estarían en manos de lo que puedan decidir un puñado de corporaciones, con consecuencias impredecibles para nuestra salud, el entorno ambiental y la soberanía alimentaria. Los inmensos territorios de la vida se quieren incorporar (se está haciendo ya) a la lógica de acumulación del capital. Es más, se está patentando ya la propia vida (las normas de la OMC lo posibilitan ya y se quieren ampliar legalizando la biopiratería, es decir el acceso irrestricto a los santuarios de biodiversidad), y se pretende conseguir fabulosos beneficios a partir del control de la reproducción de la misma. En el caso de la agricultura será un paso más, definitivo, sobre el control de las semillas que ya se inició con la Revolución Verde. Pero esta privatización de la herencia genética conlleva riesgos extraordinarios, pues las barreras interespecíficas, que en la naturaleza separan los reinos vegetal, animal y a la propia especie humana, así como a las distintas especies entre sí, se están rompiendo; y la ciencia, basada en la razón instrumental y en el afán de conseguir como sea el máximo beneficio, se está convirtiendo ya en un auténtico "aprendiz de brujo" que no controla lo que inventa, en especial sus consecuencias. La seguridad alimentaria está más en juego que nunca. Hasta ahora, las crisis alimentarias ("vacas locas", "pollos con dioxinas", etc.) se han producido como consecuencia de primar a costa de lo que sea (en concreto, la salud de la población) la acumulación de capital, si bien todavía en el terreno de la producción industrializada, pero "pretransgénica". Sin embargo, estamos en el umbral -de hecho lo estamos atravesando ya- de un cambio de incalculables consecuencias: las crisis genético-ecológicas y su impacto sobre el entorno ambiental y la propia naturaleza humana.

En un momento en que la crisis de la llamada Revolución Verde y sus impactos sociales y ecológicos (despoblamiento rural, fuerte contaminación química, pérdida de biodiversidad, despilfarro y agotamiento de recursos hídricos, salinización, toxicidad y pérdida de suelo fértil, etc) son ya patentes a escala planetaria, la agricultura transgénica va a significar una intensificación sin precedentes de estos problemas, pues los transgénicos son, por así decir, los más modernos y potentes agroquímicos: plantas transgénicas sobre todo resistentes a herbicidas de la misma empresa (Monsanto, p.e.) y, en segundo lugar, resistentes a insecticidas, o las dos cosas a la vez. Se generará, pues, un nuevo paisaje, una especie de "campo urbanizado". Esto es, un territorio de cosechas transgénicas capaces de soportar los herbicidas y pesticidas más potentes, lo que está en consonancia con las exigencias de una producción a gran escala altamente mecanizada y tecnologizada, en donde se quiere reducir al mínimo el trabajo humano. A su alrededor será difícil que quede algo más, transformándose fuertemente los hábitats naturales, mediante una aguda pérdida y alteración de biodiversidad, pues se tenderá a acabar con todo menos con la cosecha misma. Además, muchos insectos y malas hierbas mutarán y se harán más resistentes, y la contaminación genética es sustancialmente peor que la contaminación química tradicional, pues está viva y tiene capacidad de proliferar. La ingeniería genética en el campo agropecuario, en sus pocos años de aplicación, ya cuenta con sonados fracasos con importantes repercusiones sociales, económicas y ecológicas, silenciadas por los mass media. Las corporaciones que operan en este terreno, en proceso acelerado de fusión y concentración, han pasado a denominarse recientemente "industrias (o ciencias) de la vida", cuando en realidad no son otra cosa sino "empresas de la muerte" que están convirtiendo la biosfera en un laboratorio de alto riesgo y a la población mundial en verdaderos cobayas humanos.

La lógica de la acumulación de capital aplicada al campo de la agricultura pondrá en peligro la subsistencia de la mitad de la población del planeta que todavía vive de ella, en gran medida al margen del mercado mundial, agravando el problema de acceso a los alimentos para los más pobres. Todo ello profundizará la desaparición de los pequeños productores y productoras, y de la agricultura de subsistencia. Se ha iniciado una verdadera ofensiva mundial contra la agricultura campesina, y se podría afirmar, ya sin ningún reparo, que el capitalismo global no está en condiciones de asegurar la simple supervivencia de la mitad de la humanidad. En este sentido, es obsceno cómo se intentan vencer las últimas resistencias a la expansión de la agricultura transgénica, en la batalla mediática para conquistar las mentes de la población (especialmente europea), en base a que su desarrollo permitirá hacer frente al hambre en el mundo; en el colmo del cinismo Bush ha llegado a afirmar que la moratoria europea estaba agravando el hambre en África. Nada más lejos de la realidad. Es más, se podría afirmar que más de la mitad de la población mundial es absolutamente inútil para el capitalismo global actual (pues no cuenta ni como productora ni como consumidora), y que se quiera o no se quiera más de tres mil millones de personas están condenadas a un lento exterminio, si se expande el libre comercio mundial en el campo agroalimentario. Es por todo ello por lo que Vía Campesina exige que se dejen fuera de los acuerdos de la OMC la agricultura y los alimentos.

La destrucción de la agricultura campesina, y la práctica ausencia de espacios "vírgenes" para que dicha población emigre, comportará una oleada adicional, brutal, de expansión de los procesos de concentración urbana; y será un elemento adicional que intensifique aún más los fuertes flujos migratorios supraestatales que están generando las dinámicas del nuevo capitalismo global (principalmente Periferia-Periferia, es decir, Sur-Sur y Este-Este; y Periferia-Centro -a pesar del blindaje de éste-, esto es, Sur-Norte y Este-Norte). Si nada lo impide, será en las grandes metrópolis, especialmente en la Periferia, donde se ubicará en gran medida dicha población excluida y altamente precarizada, y donde se acumulará la pobreza extrema en inmensos tejidos urbanos de infravivienda, y sin servicios de ningún tipo, gestándose espacios explosivos absolutamente ingobernables. Ya lo son hoy en día y lo serán aún más en el futuro. Y en las propias metrópolis centrales también se dispara la población de los "sin techo", y hasta se desconecta de los servicios básicos (agua, electricidad, etc) a la población precarizada que no los puede pagar de los barrios "degradados"; principalmente en EEUU y Gran Bretaña, es decir, allí donde el desmantelamiento del llamado "Estado social", la privatización de los servicios públicos y el dominio de la lógica excluyente del mercado ha avanzado más.

En suma, las dinámicas del capitalismo global nos llevan hacia un mundo fuertemente urbanizado, pues bastantes más de trescientas metrópolis superaba el millón de habitantes a finales del siglo XX (a principios del siglo XIX sólo lo hacía Londres, y unas diez alcanzaban dicha cifra al inicio del siglo XX, todas ellas en los países centrales), y de acuerdo con las NNUU serán más de seiscientas para el 2025, produciéndose el grueso del crecimiento urbano en los espacios periféricos. Las principales aglomeraciones urbanas del mundo, en términos poblacionales, se encuentran en los espacios periféricos alcanzando algunas de ellas ya la frontera de los veinte millones de habitantes, y habiendo superado varias de ellas los diez millones de personas.

Se extiende el reino de los "no lugares" y del nowhereman (o de la nowherewoman)

Esta "segunda piel" metropolitana (ni siquiera urbana) que se va extendiendo inexorablemente por muchas áreas del planeta (sobre espacios con importantes valores naturales, no en vano los núcleos urbanos primigenios se localizaron en enclaves con esas características) va arrasando con todo lo que encuentra a su paso. Es un tejido indiferenciado que engulle y transforma, como se ha apuntado, otras formas territoriales preexistentes que tenían un importante grado de identidad y complejidad interna, generando un territorio construido crecientemente homogéneo, carente de personalidad concreta. Un espacio sin alma. Hoy en día el desarrollo metropolitano es un automatismo de mercado que no responde a ningún plan y mucho menos a un proyecto colectivo. Y la metrópoli es el territorio en el que la perdida de referencias espaciales propias y la ausencia de raíces identitarias ayuda a reducir al ser humano a un ente desarticulado y sumiso, y en el que va desapareciendo poco a poco cualquier rastro de vida comunitaria, al tiempo que proliferan los comportamientos desordenados de todo tipo (fomentados también por la expansión y creciente criminalización de la pobreza), marcados por una clara componente de género. Tan sólo algunos enclaves de las ciudades preexistentes conservan hoy en día alguna especificidad propia que está siendo rápidamente alterada bajo la lógica de la mercantilización creciente, pues hasta los centros históricos se convierten cada día más en verdaderos "parques temáticos" para la atracción turística y el ocio ciudadano.

El espacio público ciudadano va sucumbiendo también ante la imparable movilidad motorizada que genera la aglomeración urbana dispersa (y las necesidades de la fábrica y la metrópoli globales), y su máxima expresión el ágora o plaza pública fenece ante la lógica de esta "no ciudad", mientras que las conurbaciones se ahogan en un ambiente degradado de contaminación, ruido y stress. Y en este espacio difuso metropolitano destaca la proliferación de lo que se ha venido a denominar los "no lugares" (grandes centros comerciales, autopistas, aeropuertos, etc), que han ido sepultando, sustituyendo o marginando a los "lugares" tradicionales con rasgos propios, de gran diversidad, vestigios de lo que en su día fue la ciudad. "No lugares", y muy especialmente las nuevas catedrales del consumo: los centros comerciales suburbanos, que pretenden recrear falsamente el bullicio de la vida urbana tradicional en base a la capacidad de atracción y fetichización del cúmulo de mercancías que allí se ofrecen, y en donde se ha suprimido el espacio público que ha quedado totalmente privatizado, mercantilizado, vigilado y acotado. Hay un naufragio espacial cada vez más absoluto, donde se enseñorea la anomia, la inseguridad (sobre todo para las mujeres y niñ@s) y la infelicidad colectiva, y donde campa el "nuevo ciudadano": un ser humano nómada, un ser sin raíces que lo liguen a ningún lugar concreto: un nowhereman (o nowherewoman ). Es decir, un ser de ninguna parte, despojado de referencias vitales propias, aislado y perdido en el universo indiferenciado de la metrópoli postfordista (o en las megaciudades periféricas explosivas) del nuevo capitalismo global.

Y al mismo tiempo, su reverso: "el mundo rural", es también un territorio cada vez más indiferenciado donde crecen los monocultivos y en donde en todo caso se conservan, como en un museo, restos del mundo rural anterior, allí donde lo hubo, mucho más rico y diferenciado, que sirven de reclamo para el turismo rural. Este "mundo rural" se ve salpicado por unas pocas islas naturales poco alteradas (parques nacionales, naturales, etc), que se quieren también privatizar (pues se pretende que se pague por su disfrute, poniendo aún más puertas al campo), y que sirven como atracción para potenciales desarrollos turístico-residenciales de alto standing en sus contornos. Y en la Periferia se está arrasando asimismo con toda la enorme diversidad (paisajística, cultural, natural) de los mundos campesinos e indígenas, pues es el precio que impone el que la agricultura y los territorios más vírgenes caigan, no sin resistencias, bajo la lógica del capital. Algunos de ellos sucumben bajo las garras de los "Clubs Mediterranées" que acogen la "horda blanca" del turismo global; donde, p.e. en Marruecos, el turista medio consume 1400 litros de agua, mientras la población local puede acceder tan sólo a 15 litros de media. Pero el negativo de las servidumbres que impone un mundo crecientemente urbanizado es aún mucho mayor, no sólo por la profusión imparable de infraestructuras de todo tipo que lo invaden para hacer frente a las necesidades de transporte, hídricas y energéticas que impone la fábrica global y el propio funcionamiento de las metrópolis, sino porque el mundo entero se está convirtiendo en una enorme mina, con impresionantes impactos ambientales, para dar respuesta a la demanda insaciable de recursos y materiales que impone la construcción y el funcionamiento diario de esta "segunda piel" urbanizada. Impactos que a su vez se ven agudizados porque el espacio no urbanizado se convierte en el receptáculo de la inmensa cantidad de residuos de todo tipo que produce el metabolismo urbano-industrial, que se ve agravado por el hecho de que hemos entrado de lleno en una civilización consumista basada en el "usar y tirar". La degradación por consiguiente del espacio no urbanizado camina a marchas agigantadas y se verá agudizada por el impacto en los ecosistemas del cambio climático en marcha que provoca también el propio metabolismo urbano-industrial (sequías extremas, lluvias torrenciales, regresión de glaciares y casquetes polares y subida paralela del nivel del nivel del mar, incremento de la desertización, etc).

El nuevo capitalismo global genera pues un mundo cada día más urbanizado y más fuertemente polarizado, en el que sus estructuras metropolitanas se articulan entre sí de una manera cada vez más estrecha, no sólo en términos físicos sino también inmateriales a través de las potencialidades que brindan las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Sin embargo, no es el conjunto de los espacios metropolitanos (sobre todo en los países periféricos) el que queda fuertemente conectado a la Economía Mundo, es más muchos "barrios" quedan absolutamente desconectados (marginados) del capitalismo global, sino principalmente determinados enclaves donde se ubican (de forma jerarquizada) las llamadas funciones globales, y muy especialmente sus centros financieros (unos centrales -Wall Street, City de Londres, Tokio, etc- y otros "emergentes" -Mexico D.F., Sao Paulo, etc-). Este progresivo funcionamiento en redes (materiales e inmateriales), y la creciente desregulación, deslocalización y flexibilización que implican las dinámicas del actual capitalismo global, provocan un aún mayor estallido de la forma urbano-metropolitana, que actúa como una verdadera bomba de fragmentación que dispersa (y reestructura) aún más las distintas funciones urbanas a nivel espacial profundizando su impacto territorial y ecológico. Y en éstas metrópolis postmodernas destaca muchas veces una gran trama de edificaciones grandiosas, especialmente en sus centros terciarios, con edificios emblemáticos de arquitecturas de fascinante belleza, que refuerza aún más el carácter de simulacro, de espectáculo, de nueva estética sideral que parece conectar la "no ciudad" con el ciberespacio; con el fin quizás de deslumbrar e intentar ocultar o hacer olvidar el avanzado deterioro de la "segunda" y sobre todo de la "primera piel", que se encoge cada vez más al tiempo que el metabolismo urbano-industrial la desgarra y envenena.

La "tercera piel", vía momentánea de escape de la realidad y vehículo principal de un nuevo deterioro ambiental

Pero todo ello parece que no importa porque la percepción que tenemos de la realidad se ve absolutamente condicionada por lo que acontece en la llamada "realidad virtual", en donde todo esto queda oculto por la avalancha del glamour y del poder de la imagen. Es más, la realidad virtual cada vez se impone de forma más clara y desplaza en nuestras conciencias a la realidad real, valga la redundancia. La Aldea Global, la "tercera piel", no sólo desarticula las redes naturales de relación social, acentúa la soledad y altera las interacciones de las personas con su territorio circundante, sino que desplaza las preocupaciones humanas al espacio virtual y esconde el deterioro del espacio real, la "segunda piel" donde habitamos físicamente. Esta realidad virtual, necesariamente distorsionada y seleccionada por los intereses dominantes, logra borrar las fronteras entre "lo falso" y "lo verdadero". Se produce una verdadera mezcla entre ficción y realidad que acentúa la incapacidad para conocer quiénes somos, cómo es la realidad que nos rodea, cómo deberíamos reaccionar ante su brutal deterioro y cuál podría ser un mundo deseable, justo y sustentable. Máxime cuando esa realidad virtual se ha instalado en el espectáculo y el entretenimiento para que no pensemos, cuando nuestra capacidad de reflexión se ve cortocircuitada y embrutecida por la cultura del video-clip, que fragmenta cualquier línea discursiva, cuando se nos bombardea de forma constante desde la bombilla catódica para que consumamos, cuando se imponen sin restricción los valores urbano-metropolitanos menospreciando el mundo rural y la cultura campesina, cuando se difunde el cinismo y el oportunismo extremo al tiempo que se nos inculca el culto a los famosos y al dinero, cuando se propaga la violencia gratuita y la destrucción como forma de mantener nuestra atención, y cuando se recurre a cualquier cosa, a la degradación absoluta de la telebasura, para que la audiencia siga enganchada a la pantalla. No en vano es la capacidad de mantener a la audiencia "fiel", la que permite el financiamiento de la Aldea Global a través de la publicidad.

Y por esta "tercera piel" inmaterial, que se articula a través del éter, se ha reforzado en las últimas décadas la propagación de flujos de información y comunicación (ahora ya digitalizados), que están teniendo una importancia decisiva en la desarticulación, reestructuración y aún mayor expansión de la "segunda piel" artificial, cuya dimensión es física que no inmaterial. Así, en el nuevo capitalismo global que se ha ido desarrollando desde finales de los años setenta, eso que se ha venido a denominar "globalización económica y financiera", los nuevos actores globales que operan en el mercado mundial: el capital transnacional productivo y el financiero especulativo, se han ido imponiendo sobre los Estados-nación y permeando sus fronteras, como resultado del desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y comunicación y del dominio que ejercen sobre ellas. Un capitalismo global transcrecido por las potencialidades que le brinda el manejo concentrado del ahorro de sus clases medias, a través de los fondos de pensiones y de inversión, esto es, del control centralizado del nuevo "capitalismo popular".

Todo ello ha posibilitado un reforzamiento de la potencia de esa "tercera piel" que se inició en su día con la emisión de las ondas electromagnéticas y el desarrollo de los medios de comunicación de masas (radio y más tarde televisión). Ya no es sólo todo el vigor de la Aldea Global, y del poder de la imagen que lleva aparejado, en lo que a producción de subjetividad se refiere, sino que el poder de la "economía financiera" domina cada vez más la "economía real", al igual que la realidad virtual sojuzga la realidad real. Y es a través de esa "tercera piel" donde el poder del capital financiero, en especial en su dimensión más especulativa (en general altamente desterritorializada), adquiere un poder sin precedentes en la historia, sobredeterminando cada vez más hasta la actividad del propio capital transnacional productivo que opera en el espacio físico. Es decir, asistimos no sólo a una muy importante reconfiguración de los modelos territoriales como consecuencia de la transnacionalización de la propia actividad productiva, sino que sobre este proceso se sobreimpone, condicionándolo cada día con mayor fuerza, un vendaval de flujos financiero-especulativos que puede alterar profundísimamente la dimensión territorial o física de eso que hemos llamado "segunda piel" artificial. Las dinámicas del espacio inmaterial de flujos se imponen decisivamente sobre las dinámicas del espacio físico de lugares, o mejor dicho de "no lugares". El tremendo poder de las fuerzas del dinero, un huracán sin control de potencial devastador, se implanta sin paliativos a escala planetaria a través del espacio de flujos.

Desde las crisis monetario-financieras que han azotado principalmente a los países periféricos desde la década de los noventa (México -1994-; Sudeste Asiático -1997-98; Rusia -1998-; Ecuador -2000-; Argentina -2001-; Turquía, Brasil y Uruguay -2002-; etc), y que han precipitado en el abismo a regiones completas provocando un importantísimo impacto económico, social y por supuesto territorial; al pinchazo de la burbuja de los mercados bursátiles a ambos lados del Atlántico Norte, que llegó a caer en torno a un 50% entre marzo de 2000 y marzo de 2003, y que alcanzó de lleno al llamado "efecto riqueza" (propiciado por el boom bursátil) de gran parte de las clases medias de los países centrales, alterando bruscamente su poder adquisitivo; pasando por el terremoto que está suponiendo que gran parte de esos capitales financiero-especulativos se esté orientando aún más hacia el sector inmobiliario ante la aguda crisis de las bolsas. En estos últimos tres años, el desarrollo espectacular de la burbuja inmobiliaria (¿la próxima en estallar?) en algunos países de Centro está relanzando la construcción metropolitana a ritmos verdaderamente increíbles, al tiempo que sus sociedades se endeudan hasta las cejas, e importantes sectores sociales se quedan al margen de poder acceder a una vivienda. Todo ello está acelerando aún más el impacto social, espacial y ambiental de los procesos de urbanización. Este terremoto está teniendo una importancia considerable en algunos países de la OCDE (EEUU, Gran Bretaña, Australia, Nueva Zelanda, etc) y entre ellos destaca especialmente el caso del Estado español, al que haremos una breve referencia más adelante.

Y es a través del espacio inmaterial de flujos, es decir, de esa "tercera piel" y de los "señores del aire" que la controlan (o que creen poder controlarla), que se impone también un tiempo global único, de carácter instantáneo, bajo el que operan los mercados financieros mundiales, que actúa non-stop, veinticuatro horas al día, y que desbanca los tiempos y las culturas locales. Un "tiempo real" único y universal como el valor del dinero, que se instala en un presente continuo. Además, hoy en día el universo monetario se encoge cada día más, y el nuevo capitalismo global camina decididamente hacia un mundo de dos o tres divisas (el dólar, el euro y quizás el yen o el yuan), lo que tendrá muy importantes repercusiones territoriales. Los Estados periféricos (altamente endeudados) no sólo están perdiendo su soberanía alimentaria muchos de ellos, sino que están perdiendo también recientemente su soberanía monetaria, al imponerse la dolarización (o eurización) crecientes de territorios cada vez más extensos. Algunos de ellos han tenido que sucumbir ya totalmente a estos procesos y han introducido el dólar (o el euro) como moneda de curso legal, al ser incapaces de mantener una divisa propia cada vez más devaluada. Las divisas centrales actúan como vehículo y vanguardia de la mercantilización total y su tremendo poder (simbólico y real) permite trascender el espacio y el tiempo, ampliando las relaciones capitalistas a todo el planeta y a las distintas facetas de la actividad humana (cultura, deporte, ocio, sexualidad, etc.), así como alterando profundamente las relaciones de poder existentes. Todo ello se ve también favorecido por la creciente desmaterialización del dinero que se ha convertido ya en pura información. El tiempo y el espacio han sido pues comprimidos en esta "tercera piel" inmaterial, en especial en aquella parte que articula el sistema financiero global, en donde se enseñorea el poder de un dinero cada día más abstracto, que ha logrado ya emanciparse de cualquier control social, político y territorial, convirtiéndose en un fin en sí mismo.

Las fuerzas del dinero puro y duro, el capital financiero especulativo, han buscado emanciparse ilusoriamente del proceso productivo y del mundo material, en base a la tremenda capacidad que adquirieron en los últimos veinte años de crear dinero ficticio (recurriendo a la expansión del crédito), pero hoy en día la cruda realidad llama a sus puertas. No sólo se está viniendo abajo la "exuberancia irracional de los mercados financieros", tal y como nos alertaba el propio Greenspan, presidente de la Reserva Federal estadounidense, sino que el castillo de endeudamiento mundial sobre el que se sustenta cada vez más el funcionamiento del nuevo capitalismo global amenaza con desmoronarse provocando una auténtica depresión-deflación mundial de consecuencias imprevisibles. Es curioso que mientras que se expanden los agregados monetarios a escala global, no haga sino disminuir el "capital natural" a velocidad de vértigo, pues la "globalización económica y financiera" acelera la crisis ecológica planetaria. El capitalismo global crecientemente financiarizado que actúa como una verdadera bomba aspirante de valor y de las riquezas productivas en todo el planeta, se está dando cuenta de que opera cada día más sobre una realidad virtual que se sustenta sobre la nada. Y es por eso por lo que recurre a estrategias de guerra permanente (y al miedo colectivo) para intentar apuntalar sus estructuras de poder manu militari; lo que le permite apropiarse de unos recursos naturales cada vez más escasos (en concreto los combustibles fósiles, indispensables para este modelo altamente energívoro), y (tratar de) mantener la confianza en la fortaleza de sus monedas. Y esta guerra permanente que salpica con distinta intensidad los diferentes territorios de la Periferia, está siendo un vehículo muy importante, adicional, de apropiación de recursos (en especial, la tierra), despoblamiento rural y concentración urbana.

España, paraíso mundial de la especulación inmobiliaria

El Estado español se ha incorporado como alumno aventajado a todos estos procesos, y es un buen ejemplo de libro de los mismos. A lo largo del siglo XX el vuelco en su estructura productiva y territorial ha sido enorme. A principios de dicho siglo, era una sociedad principalmente agraria con una población total de 18 millones de personas, en la que casi el 70% vivía en áreas rurales o semirrurales, cuyas principales ciudades Madrid y Barcelona tenían en torno a medio millón de habitantes, y en donde la movilidad motorizada (de carácter ferroviario) era muy reducida. Por otro lado, a finales del siglo pasado, menos de un 25% de una población total de más de 40 millones permanecía en un mundo rural absolutamente colonizado y condicionado por las dinámicas urbano-metropolitanas, y menos del 8% era "población activa" agraria, cuando a mediados de siglo todavía un 50% de la "población activa" estaba vinculada al campo, antes del fuerte proceso industrializador que duraría hasta finales de los setenta. En el cambio de milenio, las regiones metropolitanas de Madrid y Barcelona se situaban en los cinco millones de habitantes, con una estructura espacial cada vez más dispersa, y la movilidad motorizada estatal por carretera (de viajeros y mercancías) había estallado, desbordando muy ampliamente al ferrocarril. Además, en los últimos veinte años España ha dejado de ser el espacio emisor de población que fue a lo largo de casi todo el siglo XX, y se ha convertido en un importante receptor neto de flujos migratorios, a pesar de que se ha transformado en parte activa del muro de contención de la frontera Sur de la "Europa Fortaleza". Hoy en día hay unos dos millones de inmigrantes "legales" (un 5% de la población total) y en torno a un millón de "sin papeles", que hacen los trabajos más duros, precarios y peor pagados. Esta población inmigrante se localiza primordialmente en las metrópolis, generando espacios cada día más pluriétnicos y multiculturales, al tiempo que avanza el racismo. Los cambios han sido pues espectaculares. Máxime en las últimas décadas cuando se inicia el proceso de convergencia con el "proyecto europeo" y una creciente apertura al resto del mundo, para adaptarse a la dura competitividad que impone el mercado comunitario (al que se accede en 1986) y los mercados globales.

Como consecuencia de todo ello un 80% aproximadamente del territorio español pierde población, un caso verdaderamente atípico en la UE. Prácticamente toda la "España interior", si exceptuamos el importante atolón demográfico de la región metropolitana de Madrid, y capitales adyacentes, así como algunos núcleos urbano-metropolitanos internos (Zaragoza y Valladolid, principalmente); y también se despueblan todas las áreas de montaña, salvo, por supuesto, allí donde hay estaciones de esquí. El grueso de la población se concentra cada vez más en todo el arco costero mediterráneo, Andalucía occidental, los archipiélagos balear y canario, el eje del Ebro, algunos ejes que parten de Madrid capital, y en bastante menor medida en el eje cantábrico y el eje atlántico en Galicia. Es decir, se da una creciente litoralización y meridionalización del crecimiento urbano-metropolitano, salvando el caso especial de Madrid, cuyo crecimiento es consecuencia de su evolución histórica como capital del Estado y sede cada vez más hegemónica del poder económico y financiero. El modelo territorial se relaciona muy claramente con la importancia que ha ido adquiriendo la actividad terciaria en las principales metrópolis y el turismo (más de 50 millones de turistas al año) en la estructura económica española, así como la agricultura intensiva más volcada en los mercados europeos y mundiales (arco mediterráneo, eje del Guadalquivir, y eje del Ebro). El peso de la industria ha caído en la estructura del PIB, así como su población empleada, y su ubicación se sigue manteniendo, en general, en las principales concentraciones urbano-metropolitanas. Este modelo territorial que ha provocado muy importantes impactos ambientales está chocando ya con los límites ecológicos, especialmente hídricos, pues la población y la actividad económica se localizan principalmente allí donde menos agua hay. Es por eso por lo que se contempla el faraónico e impactante trasvase del Ebro hacia todo el arco mediterráneo, y se han puesto en marcha gran número de plantas desaladoras allí donde la escasez del agua es ya absolutamente acuciante o se ha sobrepasado ampliamente (en especial, en los dos archipiélagos). La desertización avanza imparable afectando ya a casi un tercio de la superficie estatal (fundamentalmente el sudeste ibérico), y el cambio climático en marcha la agravará, al tiempo que reducirá aún más las precipitaciones (aunque se incrementarán las lluvias torrenciales) y elevará las temperaturas, agudizando la escasez crónica de agua. Parece que el Mediterráneo será un espacio especialmente afectado por el cambio climático.

Los procesos de urbanización-metropolitanización se fueron intensificando desde finales de los años 50 como resultado de la apertura de la economía española a la Economía Mundo y a la creciente aproximación al mercado comunitario. Es en esta época cuando se producen las migraciones campo-ciudad más importantes. Pero la lengua de lava metropolitana (el crecimiento en "mancha de aceite") se puede decir que verdaderamente se activa en los últimos veinte años, coincidiendo con la integración en el Mercado Único europeo, la nueva vuelta de tuerca en la integración en los procesos de mundialización económica y financiera, la aparición (masiva) de nuevas tipologías residenciales (chalets adosados, viviendas unifamiliares) y de distribución comercial (grandes superficies), la explosión de la llamada "fábrica difusa" en el territorio, la fuerte terciarización de los espacios centrales (y hasta en ocasiones periféricos) y el estallido consiguiente de movilidad motorizada por carretera (y aérea). Curiosamente en esta etapa las corrientes migratorias hacia el sistema urbano superior adquieren una menor importancia, pero el espacio ocupado por el proceso urbanizador prácticamente se duplica en las principales conurbaciones, provocando también profundas reestructuraciones de sus centros históricos (salvajes en los casos de Valencia y Barcelona, p.e.), y el crecimiento se aglutina a lo largo de grandes ejes (los ya indicados) vertebrados por las principales infraestructuras viarias. La inversión en infraestructuras de transporte (autopistas-autovías, trenes de alta velocidad, aeropuertos, grandes puertos, metros en las principales ciudades, centros de actividades logísticas, etc) ha sido espectacular en las últimas décadas (ayudada por los flujos monetarios provenientes de Bruselas y el dinero de las privatizaciones de empresas públicas), lo que ha acompañado e incentivado el desarrollo de este modelo territorial, dejando también altamente endeudadas a las distintas administraciones. Pero ha sido en los últimos cuatro años cuando la explosión urbano-metropolitana ha adquirido una dimensión absolutamente desproporcionada para lo que es la realidad española. De acuerdo con un informe del Consejo Superior de Colegios de Arquitectos en la actualidad se construyen en España más viviendas que en Francia y Alemania juntas, cuando la población española es unas cuatro veces menor, y eso que hay casi tres millones de viviendas vacías. España es por consiguiente el país europeo donde más cemento se consume, y el país de la OCDE (el club de los países centrales) donde más han subido los precios de los productos inmobiliarios en los últimos 15 años.

Todo esto indudablemente no se puede entender analizando exclusivamente la demanda interna, que por otro lado no puede seguir la fortísima subida de los precios de la vivienda (que ha alcanzado un ritmo entre el 15% y el 20% de media anual en el último trienio) y del suelo. La vivienda se ha convertido en un sueño imposible para amplios sectores sociales (los más precarios). Y sólo cabe explicarlo en base a la avalancha de capitales que han acudido recientemente al sector inmobiliario español ante las perspectivas de revalorización. Parte, de inversores españoles que han orientado (y lo hacen todavía) a este sector sus ahorros, por la alta rentabilidad que obtienen, y que conciben la vivienda como un sector de inversión y especulación. Y otra gran parte, son capitales del resto de los países centrales (fondos de pensiones y de inversión), principalmente, que acuden a invertir al territorio español en el sector inmobiliario ante las perspectivas de rentabilidad existentes, máxime en estos años en que las bolsas estaban en plena caída libre. A todo ello se suma, en la costa y en los archipiélagos, la demanda de vivienda de ciudadanos europeos que acuden a dichos territorios. Esta dinámica está provocando una brutal transferencias de rentas desde aquellos que no tienen vivienda y necesitan endeudarse (si pueden o les dejan los bancos), hacia aquellos otros que contemplan la vivienda como una pura inversión de alta rentabilidad. Como decía de forma magistral una viñeta de El Roto: "Os vamos a seguir subiendo los pisos, pues sabemos que aún tenéis dinero escondido". Las consecuencias de estos procesos serán claramente perceptibles en el medio y largo plazo, y se concretarán muy seguramente en un aumento espectacular de los "sin techo" en los espacios metropolitanos. Caminamos hacia la "americanización" de nuestros espacios urbanos.

La dimensión e intensidad que han adquirido los procesos de urbanización ha superado todo lo imaginable, y un buen reflejo de los intereses inmobiliario-especulativos lo estamos viendo hoy en día en las crisis "políticas" que han afectado a la Asamblea de Madrid y al Ayuntamiento de Marbella, aunque son sólo la punta del iceberg. El grado de endeudamiento hipotecario alcanzado por importantes sectores población española (una vez que el Estado ha jibarizado la vivienda pública y se ha olvidado de la vivienda social), ha hecho que hasta el propio gobernador del Banco de España haya alertado acerca de los créditos impagados que podrían producirse si cambiase la coyuntura, estallase la burbuja inmobiliaria y se produjese un brusco colapso del sector de la construcción. La economía española crece hoy en día bastante por encima de la media comunitaria (los principales países de la UE están prácticamente en recesión) debido a la importancia del sector de la construcción e inmobiliario en general. Si este modelo quebrase, lo que parece que puede llegar a ocurrir en cualquier momento, sobre todo si se tuerce la coyuntura internacional, los profundos desequilibrios y debilidades del capitalismo español estallarían en toda su intensidad. Esta posible situación podría afectar de lleno al sector bancario (como en Japón), cuando ha sido uno de sus principales beneficiarios hasta ahora, y muy probablemente se pasaría la factura del abultado coste que supondría su salvamento y saneamiento al conjunto de la sociedad española, a través del Estado (como ya ocurrió en los ochenta) que lo repercutiría en especial sobre los sectores más débiles. Asistiríamos también a una muy profunda crisis fiscal de los Ayuntamientos, que hoy en día solucionan sus problemas de tesorería mediante la concesión indiscriminada de licencias urbanísticas; al tiempo que habría que hacer frente al abultado coste de funcionamiento y mantenimiento de un modelo territorial urbano-metropolitano de carácter cada vez más disperso. Y se produciría una brusca caída del consumo que se apoya en el alto poder adquisitivo que han ido adquiriendo las clases medias con capacidad de ahorro por el efecto riqueza de la burbuja inmobiliaria.

El modelo económico al que ha tendido el capitalismo español, y su expresión territorial, es decir, la "segunda piel" que lo acompaña, es enormemente frágil aunque tenga una apariencia "potente" (España va bien). Una "segunda piel" crecientemente sazonada también por parques temáticos de todo tipo, no en vano el ocio ocupa un lugar determinante en el modelo español, la mayoría de dudosa rentabilidad y a los que se les ha aportado asimismo abundantes inversiones públicas para hacerlos viables. Algunos de ellos han entrado ya en crisis y muchos otros lo harán si la coyuntura económica se agrava. Además, la ampliación de la UE al Este (y la competitividad acrecentada que ello supondrá para muchos sectores productivos aquí, está ocurriendo ya), la importante reducción prevista de las ayudas comunitarias a partir del 2006 (nueva PAC, brusco recorte de fondos estructurales y eliminación de los fondos de cohesión), la pérdida continua de competitividad que supone el tener una inflación superior a la media de la UE (con la imposibilidad de recuperarla vía devaluación de la moneda, al estar ya en el euro) y la creación de un área de libre comercio en el mediterráneo para el 2010, que tendrá un fuerte impacto adicional sobre la estructura productiva española (agricultura de exportación, sectores industriales intensivos en factor trabajo, etc), pueden agudizar los desequilibrios ya existentes incrementando aún más la fragilidad del "milagro español". Un "milagro" que se sustenta sobre una enorme precariedad del mercado laboral (la tasa de precariedad es tres veces la media comunitaria) y que provoca la tasa de paro más alta de toda la UE. En este sentido, si cae el crecimiento (por lo ya apuntado) podríamos asistir a un súbito incremento del paro en los espacios urbano-metropolitanos.

Mientras tanto el Estado se vuelca en ayudar a sus principales empresas (muchas de ellas provenientes del sector público privatizado) a que inviertan en el exterior, para ampliar mercados, incrementar beneficios y seguir siendo competitivas, al tiempo que éstas destruyen empleo en el interior y se benefician de abundantes apoyos estatales para reducir sus costes salariales (numerosos expedientes de regulación de empleo en grandes empresas con beneficios). De igual modo, si vienen "mal dadas" en el exterior, dichas empresas pueden reducir legalmente aún más el pago de impuestos (de sociedades) en el interior para enjugar las pérdidas. El Estado español se ha convertido ya en un instrumento perfecto para que el capital "español" se transnacionalice, al tiempo que se va desentendiendo poco a poco de cualquier compromiso social interno, máxime cuando se están eliminando los débiles mecanismos redistributivos existentes (reformas fiscales). Todo esto hace que España se muestre muy sumisa con los intereses transatlánticos (como se ha podido observar en la guerra contra Irak), y en el caso de uno de los temas que más nos ocupa en este texto: la agricultura, haya tenido una actitud muy permisiva con los cultivos transgénicos, en plena moratoria a escala europea. El gobierno Aznar está promoviendo una fuerte militarización e incremento represivo del Estado, como forma de hacer frente a sus compromisos e intereses internacionales, a la disidencia política interna y a la conflictividad social antagonista en marcha, así como al auge de comportamientos desordenados de todo tipo (caminamos poco a poco hacia un "Estado penal" tipo EEUU), al tiempo que se burla de cualquier mecanismo de control institucional. Todo ello en nombre de la lucha contra el "terrorismo", verdadero leit motiv de su presidencia, con el fin de aglutinar a las clases medias en torno a "su" proyecto en base al miedo colectivo, fomentando y manipulando al mismo tiempo a su favor el rechazo al "Otro". Este mensaje político cala en una "España" de nuevos ricos, en donde el mensaje patrio cumple también un importante papel que aglutina asimismo (especialmente del Ebro para abajo) a los sectores más favorecidos (y a otros no tanto).

Regenerar lo local, crear comunidad, trascender el mercado, reconstruir los tiempos

Ante todo este panorama que nos conduce a una espiral de destrucción y violencia sin fin y, por lo tanto, a situaciones sin salida que no serán manejables ni para las propias estructuras de poder mundiales o estatales, sobre las que no podemos profundizar aquí, se hace pues aún más necesario que nunca ahondar en la reflexión crítica, fomentar distintas formas de resistencia global y local, y formular alternativas teóricas y sobre todo prácticas a toda esta sin razón. Entre ellas, especialmente, en el terreno de la producción agroecológica y la regeneración territorial, y esta es una de las aportaciones principales que los compañeros del BAH nos ofrecen en este texto. Ello cobra una especial relevancia en el caso español, donde la destrucción del mundo rural y el desmadre urbanístico y territorial han adquirido dimensiones verdaderamente patéticas. Esta situación ha intensificado enormemente la dependencia exterior de recursos de toda clase, especialmente energéticos de carácter no renovable (es decir, antes o después en vías de extinción), y ha fomentado un modelo de consumo que ha erosionado asimismo gravemente la soberanía alimentaria, incrementando todo ello los impactos ecológicos a todos los niveles. Además, la fragilidad del modelo económico y territorial español hará que, muy probablemente, haya que enfrentar situaciones de enorme tensión en los espacios urbano-metropolitanos en los futuros escenarios de profundas crisis que se avecinan, por lo que las alternativas que se abordan en este texto son doblemente pertinentes.

Frente a la explosión del desorden que implica la expansión de un capitalismo global cada vez más financiarizado, se vuelve imperativo impulsar la regeneración de los mecanismos que engendran vida y permiten hacer frente a la creciente entropía que nos embarga. Máxime ante la inviabilidad de un crecimiento (y consiguiente urbanización) sin límite, que está inscrito en el ADN del capitalismo, en un ecosistema finito como es la biosfera. De hecho, ya se están desbordando los límites ecológicos planetarios en muchos terrenos. La lucha pues contra los procesos de urbanización salvaje, contra el estallido metropolitano, y la defensa de un mundo rural vivo en consonancia con el entorno ecológico son pues componentes fundamentales de dicha regeneración. Es preciso preservar y rehacer lo local, la vida comunitaria, los tiempos particulares, la idea de futuro, las singularidades de los diversos paisajes, defender el espacio de lugares contra la tiranía del espacio de flujos, pues la gente vive en lugares y el poder hoy en día domina principalmente mediante flujos (y por supuesto con medios coercitivos de topo tipo, cuando es necesario; necesidad que en la actualidad se dispara de forma exponencial para hacer frente al desorden que el propio despliegue del nuevo capitalismo global comporta). Esto permitirá reconstruir las identidades quebradas y carentes de sentido que promueven hoy en día las segundas y terceras pieles artificiales que se han sobreimpuesto sobre el planeta y cuyo funcionamiento responde cada vez más a la lógica del beneficio, del dinero, del poder y de la destrucción. Esto forma parte de la necesidad de afirmar el valor de la vida aquí y ahora. Una vida con sentido, justa, solidaria con los demás y en equilibrio con el medio.

Es preciso valorar lo cercano, en donde debemos habitar, pero esta defensa de los particularismos locales no debe caer en la exclusión del "Otro" que nos enriquece y con el que debemos contar para la regeneración territorial, cuando además este "Otro" ya está aquí probablemente para quedarse. Esta regeneración deberá ser (será) forzosamente un proceso complejo y lento que habrá que abordar sin esperar más crecimiento, es más, será vital luchar contra más crecimiento económico que lo único que provoca son más desequilibrios mundiales y más urbanización. El freno a los procesos urbanizadores será clave para mantener el "capital natural" que nos queda, y para que poco a poco se regenere, tal vez con la ayuda de la actividad humana. Para ello deberemos luchar contra la lógica monetaria actual (basada, entre otras cosas, en el interés compuesto), que conlleva y fomenta una necesidad imperiosa de acumulación constante de capital. Habrá que ir desmontando la economía monetaria dominante, y en paralelo establecer vías para el control social sobre el dinero, ampliando también las relaciones comunitarias al margen del mercado, con el fin de hacer frente a las necesidades existentes, al tiempo que transformamos la actividad productiva y el modelo territorial que la acompaña. En ese camino el intercambio de reflexiones y experiencias es trascendental, y eso es lo que nos puede brindar también la capacidad de comunicación horizontal que se ha establecido (que hemos impuesto) en la "tercera piel". Pero habrá que ser conscientes de que ese General Intelect que hoy en día se expresa prioritariamente a través del ciberespacio está enormemente lastrado por los paradigmas dominantes, y puede caer en la trampa de que están sentadas las bases para una transformación profunda de la sociedad eliminando "sólo" (¿cómo?) el mando del capital. El mando del capital impregna hoy en día absolutamente todo, y no es posible ponerlo en cuestión sin transformar de abajo arriba el sistema de valores imperante, nuestras formas de vida, las estructuras productivas, las formas urbanas, los modelos territoriales, y en definitiva el poder del dinero. Y esta tarea enormemente compleja no se puede llevar a cabo en el ciberespacio, aunque la actividad que podamos desarrollar en él pueda ser una ayuda considerable, siempre que sepamos que esa "tercera piel" se sustenta, depende e incide (pues su desarrollo también tiene un impacto ecológico importante) en el mundo real. Será preciso pues acometer las transformaciones dentro de (y contra) la "segunda piel" que nos impone el capital, teniendo en cuenta los límites que nos impone Gaia, con la que tenemos que intentar convivir armoniosamente dentro de su "primera piel".

Ante el "no se puede hacer nada, sino aceptar la realidad tal cual es" que nos transmite la Aldea Global, la experiencia de la que nos hablan los compañeros del BAH en este libro es altamente reconfortante, y quizás sea preciso ya darles paso pues he agotado ya ampliamente el espacio de una Introducción. Para mi ha sido un verdadero placer y honor el que Dani y José Angel me pidieran que prologara su libro. Me une a ellos una relación de años en los que se ha ido tejiendo una sincera amistad. Siempre he sido un admirador de la actividad que los autores han ido realizando a lo largo de este tiempo, y su trabajo (y compromiso) desarrollado más recientemente a través del BAH me ha parecido enormemente válido y sugerente. El que una publicación como ésta recoja dicha experiencia pienso que es de lo más pertinente, en especial, como ya he apuntado, ante los tiempos que se avecinan en los que probablemente tengamos que enfrentar escenarios de profunda crisis del capitalismo global y hasta de quiebra del proyecto modernizador, que se manifestarán de forma prioritaria en las metrópolis. Y es de agradecer que Traficantes de Sueños haya apoyado este proyecto. Además, el texto desborda con mucho el ámbito de las reflexiones que hayan podido formular a partir de la propia experiencia del BAH, y se adentra en la elaboración de un pensamiento crítico potente sobre las dinámicas territoriales del capitalismo global. En el proceso de necesaria deconstrucción del modelo imperante la experiencia de la que nos hablan Dani y José Ángel puede aportarnos muchas pistas acerca de por dónde transitar. En concreto, la necesidad de desarrollar nuevas formas de producción, distribución y consumo en el ámbito alimentario, para que el acceso a una comida sana sea un derecho básico, y no un lujo. Y para que en ese camino se pueda ir construyendo también poco a poco una autonomía personal y colectiva y estructuras comunitarias al margen del mercado, recuperando elementos de un conocimiento local en vías de extinción, al que habrá que enriquecer desde la perspectiva de género. Lo cual posibilitará, a su vez, la regeneración (desde abajo) de lo local y de sus diferentes tiempos, transformando al mismo tiempo también la lógica patriarcal dominante.

La proliferación de dinámicas transformadoras de ésta índole, junto con muchas otras en otros ámbitos, posibilitarán tal vez ir creando un archipiélago de realidades que se resistan a las dinámicas de destrucción del poder, y que conforme vayan emergiendo y entretejiéndose entre sí permitirán, esperemos, impulsar de abajo arriba procesos de transformación más amplios todavía por definir.

Madrid-Pelegrina, enero, 2004



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