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Las claves de la muerte del jeque Yassin
AHMED YASSIN HABLÓ de "una nueva fase de calma" y negociación a cambio de la evacuación de Gaza, que su muerte ha llevado al traste
William R. Polk *
Hasta hace unos días, pocas personas de Occidente habían oído hablar del jeque Ahmed Yassin, pero entre los árabes musulmanes era una figura capital desde hacía tiempo. ¿Quién era, por qué era importante, por qué lo asesinaron y qué puede predecirse tras su muerte? Éstas son las cuestiones que trataré en este artículo.
En primer lugar, es importante ser claro respecto a la naturaleza del terrorismo. El terrorismo es una táctica, no una "cosa" o movimiento o grupo al que se pueda atacar. Además, no puede restringirse a una raza, religión o grupo nacional. Se ha empleado en todo el mundo a lo largo de la historia y en épocas recientes ha sido practicado por irlandeses, vascos, franceses, italianos, argelinos, libios, sionistas judíos, árabes palestinos, cristianos sudaneses, hindúes tamiles, budistas tibetanos y muchos otros. Los estadounidenses de hoy en día olvidan que cuando sus antepasados iniciaron la guerra de independencia contra los británicos, el terrorismo fue su táctica favorita.
¿Por qué han adoptado esta táctica tantos pueblos? La respuesta es que se ven empujados a recurrir a ella porque no tienen otros medios. Cuando se reprime la expresión política y los enemigos poseen un poder aplastante, es la táctica del último recurso. En resumen, el terrorismo es el arma de los débiles.
Es, por supuesto, una arma horrible. Todas las armas lo son. Siempre ha sido ésa la intención de aquellos que las fabrican y las usan. Una visita a cualquier museo demuestra la habilidad con que las dagas de la antigüedad estaban diseñadas para infligir el peor dolor posible con el fin de aterrorizar al enemigo. Nadie que haya visto los efectos del napalm o las minas de tierra o los coches bomba puede creer que los pueblos modernos sean más humanos.
Lo que nos horroriza en concreto del terrorismo es su aleatoriedad. Hacer volar por los aires un tren, un autobús o un edificio mata o mutila a mucha gente inocente. Esto también es cierto en el caso de los bombardeos aéreos, pero el bombardeo es más abstracto ya que el avión acostumbra a estar a kilómetros de distancia de aquellos a los que mata, mientras el terrorista está muchas veces entre sus objetivos. De hecho, en un atentado suicida el autor se convierte a sí mismo en un objetivo. A menudo tiene que hacerlo porque, tal y como escribió el jeque Ahmed Yassin acerca de su propia lucha, "los palestinos no tienen helicópteros Apache ni F-16, ni tanques ni misiles... Tan sólo se tienen a sí mismos para morir como mártires".
¿Quién era el jeque Ahmed Yassin? Es casi imposible imaginar a un militante menos apropiado: se quedó paralítico de cuello hacia abajo, postrado en una silla de ruedas y casi ciego y sordo. Nacido en Palestina en una fecha indefinida a mediados de la década de los años treinta y convertido en un refugiado por la ocupación israelí de su ciudad natal, era el jefe espiritual del grupo religioso nacionalista más importante de ese país, Hamas (en árabe: "valentía" o "determinación")(1). Irónicamente, su movimiento fue promovido en un principio, tal vez incluso financiado, por el servicio de inteligencia israelí, en un intento de minar a la organización Al Fatah de Yasser Arafat.
Yasser Arafat y Ahmed Yassin estuvieron involucrados en la "intifada" de finales de la década de los ochenta, pero tanto sus objetivos como sus partidarios eran diferentes. Arafat, cuyo movimiento era en gran parte laico, estaba dispuesto a ceder a cambio de que Israel reconociera a su organización como la Autoridad Palestina. Alcanzó un acuerdo en Oslo en 1993 para poner fin a los enfrentamientos con el partido laborista israelí, por entonces en el gobierno, dirigido por el general Yizhak Rabin (que posteriormente fue asesinado por terroristas israelíes).
Mientras esto ocurría, el jeque Ahmed Yassin había sido juzgado por un tribunal israelí y encarcelado. En total se pasó casi diez años en prisión, donde denunció haber sufrido profundamente y haber perdido el oído. No estaba dispuesto a ceder en nada, consideraba el desmoronamiento final de Israel como un hecho inevitable históricamente y, sin lugar a dudas, estaba dispuesto a acelerar el proceso.
Cuando el jeque Ahmed demostró que no iba a aflojar, tanto los israelíes como Arafat decidieron que había que desarticular a Hamas. Al cabo de poco, las cárceles empezaron a llenarse de dirigentes de Hamas, e Israel, dirigido entonces por un gobierno derechista (Likud) encabezado por Benyamin Netanyahu, inició la política de asesinar a los líderes, de destruir y apoderarse de sus propiedades y de reprimir a la gente de Gaza.
En Gaza, tal como informaba recientemente Jennifer Lowenstein (2) "el nivel de vida disminuye día a día mediante un empobrecimiento que es tan deliberado como despiadado". En la ciudad de Rafah, en Gaza, Loewenstein averiguó que el 80% de los habitantes son refugiados "a veces por segunda o tercera vez" y que en los últimos cuatro años el ejército israelí había matado a 275 personas, incluidos 76 niños, había destruido 1.759 casas y había desplazado a 12.643 personas. Los israelíes destruyeron incluso pozos de agua. En Rafah, el paro asciende al 70% y la malnutrición y los trastornos por estrés postraumático son evidentes entre los jóvenes. A pesar de que pocos periodistas han podido comprobarlo por ellos mismos y apenas se ha informado de ello en la prensa occidental, los habitantes, por supuesto, saben cómo es la vida ahí. Lo cual alimenta el odio que se personifica en Hamas.
Ese es el lado negativo. El positivo es que, inspirada por las tradiciones islámicas, Hamas es la única organización local que ha intentado socorrer a los habitantes de Rafah. Al operar en la ciénaga de Gaza, consigue sacar fuerzas del trabajo de base en escuelas, clínicas y proyectos de asistencia social. No ha hecho demasiado, pero lo poco que ha hecho le ha dado legitimidad entre los palestinos que están más allá de esa Al Fatah dirigida por Yasser Arafat.
Así, los israelíes se han encontrado con que, a pesar de sus medidas draconianas, han sido incapaces de desarticular a Hamas. Cuanto más punitivas y opresivas han sido sus acciones, más se han convencido los palestinos de que Israel estaba decidido no sólo a robarles su tierra, sino también sus vidas. Para bien o para mal, creen que son objeto de un genocidio. Así, para ellos la política israelí justificó la posición del jeque Ahmed Yassin. Su muerte, según parece bajo la supervisión personal del primer ministro israelí, Ariel Sharon (3), sólo servirá para confirmar esa conclusión.
El primer ministro Ariel Sharon obviamente cree que la muerte del jeque Yassin convencerá a los palestinos de que no pueden vencer a Israel y deben renunciar a su lucha, lo cual es una mala interpretación de la historia. Los fundadores de su propio partido, la por entonces organización terrorista Irgun Zevai Leumi b'Eretz-Israel, le dijeron que esto no ocurriría (4).
Hace medio siglo Irgun proclamó que "la fuerza será respondida con fuerza... Nuestros camaradas, los guerreros clandestinos, han demostrado que del mismo modo que saben cómo luchar por su pueblo, saben cómo sufrir por él. Languidecen durante años en cárceles y campos de concentración. No piden clemencia. Conservan su dignidad. Sufren con orgullo... El esclavizador debe ser atacado por todos los medios y allí donde sea posible... La guerra es esperanza, la única esperanza... Y también hay que recordar esto: la fe de un pueblo que lucha por su libertad no depende de tal o cual actitud de una potencia u otra... Atacaremos al esclavizador y la victoria llegará sin lugar a dudas."
Unas palabras que el propio jeque Ahmed Yassin habría aprobado.
¿Así, cuáles son las implicaciones para los israelíes y el resto de nosotros?
Israel ha comprobado que a pesar de todo lo que ha hecho, la inseguridad ha aumentado en lugar de disminuir. Y la situación no tiene un final a la vista. Hoy en día hay más palestinos que nunca y, al parecer, creen que Israel está decidido a destruirlos. Aquellos que intentaron llegar a un acuerdo han sido desacreditados, como mínimo temporalmente. Pocas personas, si es que las hay, parecen dispuestas, o incluso capaces, tan sólo a ceder o incluso a imaginar lo que comportaría ceder. Medio siglo de guerra ha acabado insensibilizando a la sociedad palestina.
También ha insensibilizado a la sociedad israelí. Es un hecho triste pero innegable que todos aprendemos más de nuestros enemigos que de nuestros amigos. En Argelia, los franceses llevaron a cabo una represión brutal que recordó a lo que ellos padecieron bajo los nazis; luego, cuando los argelinos consiguieron la libertad, empezaron a hacerse unos a otros lo que los franceses les habían hecho. Las torturas, la brutalidad fortuita, el racismo y los asesinatos israelíes aparecen constantemente en la prensa de Israel, hecho que es lamentado por los israelíes preocupados. Se trata de parte inevitable de la guerra de guerrillas. Decir esto no es ser "antisemita". A los americanos que fueron a Vietnam les ocurrió algo similar. Cuanto más duran los conflictos, más difícil le resulta a la sociedad recuperar la "normalidad".
Tal y como comentó Uri Avnery, un antiguo miembro del parlamento israelí, matar al jeque Ahmed Yassin ha sido "peor que un crimen, es un acto de estupidez que pondrá en peligro el futuro del Estado de Israel". Dañará aún más la fina capa de civismo que nos separa a todos de las bestias.
El resto de nosotros podemos vernos afectados de distintos modos por los palestinos y los israelíes, pero aun así será una influencia importante. Tal y como aprendió España al enviar tropas a Iraq, esa decisión la convirtió en una parte de la lucha.
Estados Unidos, que proporcionó el helicóptero que disparó los misiles que hicieron saltar al jeque Ahmed Yassin de su silla de ruedas y lo destrozaron en pedazos cuando regresaba de hacer su plegarias, así como los tanques, bulldozers y cazabombarderos que los palestinos temen y odian, será identificado con casi absoluta certeza como un "enemigo combatiente". El movimiento Irgun declaró, y Al Qaeda demostró, que aquellos que fueran considerados enemigos "serán atacados por todos los medios y allí donde sea posible... La guerra es esperanza, la única esperanza..."
El ojo por ojo es una política que dura mientras haya ojos que arrancar.
Aunque tan sólo una pequeña parte de los mil millones de musulmanes que hay en el mundo lleguen a la conclusión de que aquello que los israelíes (y nosotros) llamamos "la guerra contra el terrorismo" es, en realidad, una guerra contra ellos, la inseguridad, el peligro, la destrucción y la muerte no llegarán a su fin. Tal y como estamos empezando a entender, Al Qaeda no es una organización, sino un estado mental: en gran parte del tercer mundo, movimientos que de otro modo habrían sido muy divergentes han sido espoleados por los restos de un siglo o más de imperialismo: los rusos sobre los chechenos, los chinos sobre los uigures, los británicos sobre muchos pueblos, los franceses sobre los argelinos y los estadounidenses sobre los filipinos. Ninguno de estos movimientos ha sido derrotado por la fuerza.
Lo que se ha demostrado que funciona es, en principio, simple: la puesta en práctica de lo que el presidente Woodrow Wilson llamó "la autodeterminación de los pueblos". En el conflicto palestino, eso significa permitir que los palestinos formen su propio Estado. La independencia no traerá la paz inmediata; habrá muchos reveses y serán duros. Pero con el tiempo, es la única "hoja de ruta" práctica, la única forma de avanzar hacia un futuro más sensato y seguro.
¿Existen posibilidades de que tomemos esa ruta? El primer ministro Sharon, que se enfrenta a una moción de confianza planteada por unos israelíes todavía más extremistas que él por sugerir una posible retirada de Gaza, ha anunciado su decisión de matar a todos los dirigentes de Hamas. Es difícil que el presidente Bush, que pretende satisfacer a todos los fundamentalistas cristianos que forman su base política, retire su apoyo a Sharon. Es más, los estrategas neoconservadores cuyo programa ha adoptado el señor Bush, están absolutamente de acuerdo con Sharon. No se pueden depositar demasiadas esperanzas en ninguno de los dos gobiernos.
Irónicamente, dejando a un lado lo demás que pueda decirse de él, fue el jeque Ahmed Yassin quien intentó restringir la lucha al territorio de Palestina; también realizó una declaración poco antes de su muerte en la que ofrecía "una nueva fase de calma" y negociación a cambio de la evacuación de Gaza. Su muerte ha dado al traste con todas las posibilidades de moderación que había.
Su asesinato fue condenado casi universalmente, pero es poco probable que ello suponga satisfacción alguna para los palestinos o consuelo para nosotros. Está emergiendo una generación nueva y más radical. El clamor de venganza ha empezado a sonar y, con casi toda seguridad, alcanzará a Iraq, Afganistán, Europa y América. Los atentados y las represalias se sucederán rápidamente, y cada escalada del conflicto hará el camino hacia la paz más tortuoso y complicado.
La muerte del jeque Ahmed Yassin nos ha convertido a todos en objetivos.
* © William R. Polk, ex consejero del Departamento de Estado y director de la Fundación W. P. Carey, 24 de marzo de 2004
Traducción de: Robert Falcó Miramontes
(1) La traducción no logra transmitir la honda resonancia de la palabra para los árabes
(2) Enero del 2004 en "CounterPunch"
(3) Noticiario "Arutz Sheva Israel", 22 de marzo del 2004
(4) En "Fighting Judea", colección de textos y emisiones de radio y televisión, de 1946 y 1947, realizada por el Irgun en inglés