Medio Oriente - Asia - Africa
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10 de febrero del 2004
Mel Gibson y el mito judeocristiano
Gilad Atzmon
Traducido para Rebelión por http://www.manueltalens.com/
«Le ruego a Dios que usted y yo podamos dar un ejemplo a todos nuestros hermanos, pues el verdadero, el único camino a seguir es el del respeto y, más aún, el del amor mutuo, a pesar de nuestras diferencias».
(Respuesta de Mel Gibson a una carta de Abraham Foxman, director nacional de la Liga Antidifamación Judía, en la que éste le exige algunos cortes de escenas supuestamente injuriosas de su película La Pasión)
«Sus palabras no calman nuestra preocupación sobre las potenciales consecuencias de su película para avivar y legitimar el antisemitismo».
(Respuesta de Foxman a Gibson)
Me pregunto si es posible que Foxman esté realmente tan preocupado con el aumento del antisemitismo. En la práctica, mucho más que la película en sí [1], es su reacción a ésta lo que aviva los sentimientos antijudíos. Desde un punto de vista no judío, la intrusión de Foxman en algunos aspectos de la narrativa histórica cristiana es bastante extraña. Foxman debería saberlo por experiencia personal, pues él mismo se opone a los «revisionistas del holocausto» que interfieren en la narrativa sionista oficial. Pero desde el punto de vista judío su reacción no mejora las cosas, ya que da lugar a una asociación entre el judío contemporáneo y la chusma bíblica que presionó a Poncio Pilatos para que decretase la crucifixión. Se trata claramente de una maniobra muy peligrosa e irresponsable.
Las preocupaciones de Foxman son confusas. Me gustaría dejar claro que no creo que la mayoría de los judíos se identifiquen con sus antepasados bíblicos. Tampoco creo que los gentiles lo hagan. Ningún judío que yo conozca se siente en modo alguno responsable de la muerte de Cristo y tampoco ninguno de mis amigos judíos ha sido culpado nunca de aquella crucifixión. La mayor parte de los judíos no piensa aprovecharse de la racista «ley del retorno» israelí que, a expensas de los palestinos, acoge en Palestina a cualquier judío, venga de donde venga y sea quien sea (incluso si se trata de presuntos criminales). Pero digamos la verdad: hay algunos judíos que aceptan muy contentos esta abierta invitación israelí, y se trata de esos mismos que se consideran descendientes de sus antepasados bíblicos. Son los judíos sionistas. A finales del siglo XIX empezaron a emigrar a Palestina e incluso hicieron renacer la lengua hebrea. Se consideran a sí mismos como productos bíblicos redivivos. Hasta aquí todo suena bastante romántico e incluso heroico, pero esta «nueva» identidad nacionalista conlleva algunos problemas: es expansionista, racista y básicamente contraria no sólo a sus vecinos, sino a cualquier forma de existencia pacífica. La interpretación sionista de la lección bíblica es bastante sectaria, pues hace caso omiso de las enseñanzas espirituales y éticas de la religión judía al adoptar a ciegas el sentido más brutal de la noción bíblica de conquista. Preciso es mencionar que la tierra de Sión nunca estuvo desierta, ni en los tiempos bíblicos ni a finales del siglo XIX. Pero esto no detuvo a los sionistas. Al contrario, enardecidos por un celo de misioneros, imitaron a sus antepasados bíblicos en la conquista de la tierra santa. De acuerdo con su terminología de hebreos bíblicos redivivos, denominaron su invasión violenta como «rescate de la tierra» y adobaron su maldad con algún contenido histórico. Como si una repetición histórica fuese una suerte de justificación moral.
Y con esto llegamos al núcleo de las preocupaciones de Foxman. Quizá la tendencia sionista a relacionarse con sus antepasados pueda ayudarnos a entender la opresión y las atrocidades contra el pueblo palestino, si la consideramos como una repetición del vía crucis de Cristo. Al parecer, los palestinos son los Jesucristos de la actualidad.
En la película de Gibson, Pilatos, el gobernador romano de Palestina, le muestra a la muchedumbre a un Jesús exhausto y ensangrentado, y dice: «Mirad a este hombre». Pero el sumo sacerdote, en arameo, insiste: «Crucifícalo». Pilatos le responde: «¿No ha tenido ya bastante?», y la muchedumbre grita: «No». Tras lo cual, el dirigente romano otorga la crucifixión.
En la realidad de hoy, el mundo muestra a la multitud a palestinos exhaustos y ensangrentados, y dice: «Mirad a estos hombres, ¿no han tenido ya bastante?». Los palestinos, los moradores nativos de la tierra de leche y miel, padecen ahora un grado de hambre y desnutrición similar al de las poblaciones africanas más pobres. Pero eso no le preocupa a la muchedumbre israelí, que grita «No» a las peticiones de piedad. Y, si algo exige, es más persecución y miseria. Por supuesto, la popularidad del sumo sacerdote Sharon aumenta después de cada matanza de palestinos. Al igual que sus antepasados bíblicos, la visión de la sangre exalta al sionista.
Las masas israelíes gritan con frecuencia «muerte a los árabes». Los sacerdotes israelíes «democráticamente» elegidos, ya se trate de Sharon, Peres, Rabin o Ben Gurion, han logrado perfeccionar el vía crucis palestino. Todo sirve: matanzas, persecución legal, presión económica, humillación continua, asesinatos y, ahora, el muro de la separación. De vez en cuando, como Pilatos, la comunidad europea o incluso la administración estadounidense les pregunta: «¿No han tenido ya bastante?», pero siempre terminan por desistir y permiten que los sionistas prosigan la vergonzosa destrucción del pueblo palestino.
Foxman se ha dado cuenta de que tal interpretación de la película de Gibson conducirá al público occidental a replantearse las cosas. Una punzada en la conciencia por la miseria que padecen los palestinos es inevitable. Yo diría que Foxman y sus aliados sionistas temen que el mito artificial de la camaradería judeocristiana esté a punto de derrumbarse, lo cual no es nada sorprendente. Una breve ojeada a los anales de estas dos religiones antagónicas revela un historial rico en amargos conflictos. Se trata de dos visiones distintas del mundo. Las diferencias surgen a la luz en las dos citas que encabezan este artículo. Mientras que la reacción de Foxman es bastante precisa y se centra en el tema favorito judío de evitar el odio, el cristianismo está reflejado en la respuesta de Gibson y trata del amor fraterno.
Es más que probable que la película de Gibson pueda conducir a un amplio acuerdo sobre el papel que representa el pueblo palestino -el nuevo Cristo- en la redención de los males actuales del mundo, ya sean el Estado israelí, la identidad sionista, Bush o Blair. Cuando reconozcamos el crimen que se está cometiendo contra los palestinos estaremos listos para eliminar las diferencias impuestas entre Occidente y los demás, entre nosotros y ellos, entre los Estados Unidos y el mundo árabe. Está claro que Foxman y sus socios sionistas no lo desean. Se sienten mucho más seguros en la senda del mal, en el reino de la guerra infinita y del derramamiento de sangre.
[1] The Passion of the Christ (http://www.passion-movie.com/).
Jazzman, escritor y activista de izquierda, el polifacético Gilad Atzmon es una estrella ascendente de la escena cultural británica. Nacido en Israel y criado dentro del judaísmo, se exiló a Londres en los años noventa. Apoya sin matices la liberación del pueblo palestino, se opone de manera rotunda al principio racial del Estado de Israel y milita a favor de la creación de un único estado democrático, que acogería en su seno tanto a palestinos como a israelíes. Su último CD, grabado con el multicultural The Orient House Ensemble, se titula Exile. Gilad Atzmon ha publicado una novela, Guide to the Perplexed, que con el título de Guía de perplejos acaba de aparecer en castellano bajo el sello de Ediciones del Bronce (Grupo Editorial Planeta, Barcelona 2003). El lector puede visitar su sitio web en el siguiente URL: