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Latinoamérica

La situación actual y las obligaciones de cada quien

Margarita López Maya*

Discurso pronunciado en la sesión solemne de la Asamblea Nacional con motivo de la ratificación de Hugo Chávez Frías como presidente de la República Bolivariana de Venezuela, luego del referendo del 15 de agosto de 2004.
Amanecimos el 16 de agosto reconociendo una vez más la entercada realidad de nuestra transformación de las últimas décadas. Somos una sociedad fragmentada en dos pedazos, cuyos límites económicos, sociales, espaciales, culturales y políticos se trazan desde una lógica de clase. Quien es pobre es chavista, pues allí tiene la esperanza de un cambio para él o para sus hijos; el discurso y el proyecto bolivariano lo incluyen, le dan una identidad y una pertenencia desde la cual puede moverse en esta selva en que se ha convertido el planeta globalizado por el capital financiero transnacional. Si es de la clase alta, es antichavista, pues allí le prometen un imaginario occidental y moderno que es fundamentalmente blanco anglosajón y con el cual se identifica plenamente. Los dirigentes de la oposición son sus pares, confía en que ellos resguardarán sus propiedades y libertades ante las amenazas de las «turbas». Ellos le hacen sentir cosmopolita, ciudadano del mundo. Las clases medias se inclinan por uno u otro polo, pero las más visibles y poderosas tomaron el camino de la oposición. Levantadas en los últimos 25 años en sus territorios urbanos incomunicados con los sectores populares, educados en sus colegios privados, buena parte de ellos católicos, graduados en universidades que hoy, aún las públicas, pocos estudiantes de origen humilde asisten a sus aulas. Rodeados por un entorno familiar y de trabajo afín, donde los pobres eran cada vez una especie más remota, optaron por confundir «su» realidad con «la» realidad, «su» país con «el» país. Los medios de comunicación se encargaron de acentuar esta perversión, sobre todo en estos últimos años, donde un mundo parcial y deformado se presenta ante nuestros ojos cada vez que miramos el canal 33, 4 o 2. Mientras tanto, desde el canal 8, el canal del Estado venezolano, emerge otro país, lleno de ancestros mestizos y mulatos, pleno de diversidad cultural y pobreza, un país que estaba escondido y silencioso, y que ahora marcha triunfante por las calles porque es mayoría.
¿Cómo restañar la brecha que se ha abierto entre estos dos países, cómo volver a converger en un proyecto de futuro? Presentaré a continuación algunos de los que considero son nuestros principales desafíos.
Primer desafío. Si hemos de tener democracia en el siglo XXI debemos reconocer que ésta es el gobierno de las mayorías con respeto a las minorías. Creo que los resultados del 15 de agosto ilustran bien dónde está la mayoría y nos proponen este reto de reconocimiento. Hasta ayer nuestra democracia fue de élites, de minorías que pactando entre sí establecían las condiciones para un orden político que lograba controlar las mayorías a través de múltiples recursos. Hoy si la democracia venezolana ha de ser sustantiva, profunda, de verdad, es de las mayorías. Y mientras los pobres sean la mayoría absoluta de esta sociedad, ellos escogerán el gobierno nacional. ¿Podrán las élites entender y aceptar esto? ¿Es tan revolucionario esto de que la democracia es el gobierno de las mayorías y el respeto a las minorías? En América Latina y en Venezuela, ese parece ser el caso. Muchas veces han caído gobiernos por representar justamente a las mayorías en desmedro de las derechos y privilegios que se han arrogado las minorías dominantes de nuestras sociedades.
Segundo desafío. ¿Es posible que las mayorías dialoguen con las minorías, las respeten y se avengan a reconocerlas como iguales? El discurso del presidente Chávez ha sido exitoso en la medida en que ha sido clasista y ha sido revanchista. El resentimiento social de las mayorías excluidas por siglos, algunas como las comunidades indígenas desposeídas de todo atributo de ciudadanía, o pobres y/o empobrecidos más recientemente, encontraron en el verbo presidencial una voz que los representara y aliviara en su dolor.
Pero ahora, si hemos de aplacar las furias, como dice la canción, no se trata de quitarte tú para ponerme yo, de seguir levantando la roncha del odio de clases y de la diferencia racial o cultural. Ahora es necesario, sin abandonar las transformaciones necesarias por tanto tiempo diferidas, reconocer que ciudadanos somos todos y todos debemos caber en este pedacito de territorio del planeta. El desafío de reconocer al otro sigue siendo una materia pendiente, sobre todo para el liderazgo y algunas de las bases de la oposición, que se niegan, pese a todas las evidencias empíricas, en reconocer que el otro no sólo existe sino que es su igual y «por ahora» es la mayoría. Es también de urgencia que el oficialismo abandone el discurso ramplón según el cual todo opositor es un «oligarca golpista».
Tercer desafío. Si llegamos a este estado de esquizofrenia y enajenación a través de un proceso de larga data, tomemos conciencia que la solución del mismo nos llevará tiempo. La perseverancia no parece ser un componente muy visible de nuestra cultura política, pero debemos ahora como una cuestión impostergable cultivarla y exigirla de nosotros mismos y de nuestros dirigentes. El inmediatismo político de éstos, combinado con niveles intolerables de ignorancia y oportunismo, nos puso casi a las puertas de una guerra civil en abril de 2002. El inmediatismo político de la Coordinadora Democrática ha llevado una y otra vez a sus bases en los últimos 3 años por senderos que han ido conduciendo más que a una «batalla final», como han nominado algunas de sus irresponsables estrategias, a un suicidio político en primavera. Debemos exigirnos a nosotros mismos, y exigirle a quienes practican el activismo social y político, que superen de una vez por todas, ese pensamiento improvisado, irresponsable y de mirada cortísima en el tiempo, y se tracen estrategias de manera inteligente, estudiadas, que obedezcan a un horizonte utópico, que trascienda el día siguiente para prolongarse en el mediano y largo plazo. La política es uno de los oficios más difíciles en una sociedad, cuanto más cuando ésta tiene porciones enfermas por el miedo, la división y el rencor. Es hora de respaldar a nuestros políticos más serios y controlarlos para que nos representen responsablemente en la difícil tarea que tenemos todos por delante.
Cuarto desafío. El gobierno de Chávez, como legítimo representante del Estado venezolano, tiene la obligación primera, principal e ineludible de ponerse al frente del proceso de reencuentro, diálogo y reconciliación. Para ello debe pensar y actuar desde distintas ópticas, dimensiones de la vida social, y plazos temporales. El Estado y las élites que desde ella actuaron en el pasado son los principales responsables de que hoy la sociedad esté desgarrada en pedazos y que importantes sectores sean incapaces de verse uno a otros sin reconocerse como iguales, sin temerse u odiarse mutuamente.
Desde los años 80 y 90, el Estado docente se retrajo de sus obligaciones de educación de calidad a los ciudadanos de esta república, obligando a los pobres a permanecer en la ignorancia o recibir una instrucción de ínfima categoría e impeliendo a los sectores medios a refugiarse en la educación privada, mayoritariamente religiosa. Se perdieron unos espacios de lo público invalorables para el aprendizaje de la convivencia ciudadana, para el reconocimiento y la solidaridad entre nosotros, independientes de nuestro origen étnico, condición económica, ubicación espacial o social. Se perdieron los espacios por excelencia donde desde la infancia recibimos referentes y valores comunes o similares sobre la vida que hemos de compartir. Con acierto el proyecto bolivariano se ha movido en dirección a recuperar la educación como derecho primordial de todo ciudadano. Pero debe verlo no sólo como herramienta para superar la exclusión de los excluidos de ayer, para conferirles una ciudadanía cada vez más plena, sino también como el espacio por antonomasia donde han de recuperar su identidad venezolana y reconocerse como iguales en la diversidad, los hombres y mujeres de todos los estratos y de todas las procedencias étnicas que habitan esta tierra de gracia.
Quinto desafío. Es también obligación primera e ineludible por parte del Estado en sus distintos niveles político-administrativos, recuperar las condiciones de convivencia democrática pérdida en nuestras ciudades, en nuestras urbes, desde hace décadas. Resultado de la globalización neoliberal, las ciudades latinoamericanas han profundizado su condición fragmentada, re-dibujándose los mapas urbanos para presentar, de una parte, enclaves articulados a los núcleos de la economía global, y de otra, espacios sin interés para esa economía, donde sectores mayoritarios quedaron abandonados a su suerte. El Estado, mientras tanto, se desentendió de sus obligaciones de seguridad ciudadana. En Venezuela, el sentido común privativista que ha buscado predominar en todos estos años de lucha política, favoreció la colonización, por los más diversos intereses privados, de los espacios públicos. Como resultado, hoy tenemos ciudades segregadas por clase: inhóspitas, inseguras, sucias en los lugares habitados por los excluidos, y resguardadas con barreras, rollos de alambres de púas, circuitos de protección eléctrica, vigilancia privada en las urbanizaciones, centros comerciales de las clases medias y altas, espacios que buscan infructuosamente erigirse en burbujas de modernidad en un océano de inseguridad. Ciudades sitiadas las llamó una urbanista, comparándolas con ciudades medievales donde unos grupos sociales encerrados en sus castillos se dejan convencer por dirigentes mediocres de hacer «planes de contingencia» contra los bárbaros que los asechan. Esta situación llegó a extremos inverosímiles con la brutal polarización de esta fase insurreccional y debe ser urgentemente revertida.
Es desafío ineludible de alcaldes y otras autoridades locales ahora, atender a las ciudades para convertirlas en los espacios del encuentro y la convivencia de la diversidad que somos. Nuestros parques, plazas, calles, deben recuperar su función pública, debe crearse en ellas condiciones que garanticen el ejercicio pleno de los derechos humanos a la totalidad de la sociedad y no sólo de una parcialidad de ella. En esta tarea tienen también un papel protagónico los sectores privados y las comunidades organizadas de todos los sectores sociales. Es imperativo despolarizar políticamente las gestiones locales, nuestras autoridades locales deben bajar el protagonismo político y fortalecer sus funciones como administradores y gerentes de los problemas básicos de la vida cotidiana, elegidos por nosotros para resolver, conjuntamente con las comunidades organizadas, los complejos y difíciles problemas del día a día. Los cuerpos de seguridad, pieza imprescindible para la vida en la polis, han sido en esta contienda ejércitos feudales puestos al servicio de las parcialidades políticas, produciéndose una máxima vulneración del derecho a vivir con seguridad que tenemos como ciudadanos, y desdiciendo de las condiciones mínimas en donde desarrollar una sociedad democrática. Es imperativo invertir recursos materiales y organizativos en los servicios básicos de agua, transporte, policía, basura, alumbrado, limpieza, ornato. Es necesario incentivar aceleradamente que las comunidades, en armonía con sus autoridades, diseñen e implementen programas y políticas culturales, que nos permita apropiarnos de nuestras ciudades, sentirnos ciudadanos en ellas, orgullosos de ellas, percibirlas como amables, seguras, divertidas, bonitas, limpias, encontrar al otro como un prójimo y no como un malhechor dispuesto a violar nuestros derechos. Así como debemos elogiar los esfuerzos recientes por llevar bienes culturales a quienes nunca tuvieron acceso a ellos, es menester que estas nuevas políticas tengan como objetivo explícito el contribuir a la construcción de espacios de integración social. En definitiva, en la educación, la cultura y la ciudad, me parece encontrar tres grandes focos estratégicos desde dónde impulsar el reencuentro con el otro, la reconciliación, la salud social y la democracia participativa.
Sexto desafío. La oposición y los sectores de oposición en general enfrentan el considerable desafío de ponerse a derecho y reconstruirse a partir de sus fracasos y logros. Representantes de una porción considerable y respetable de la sociedad venezolana, por el beneficio de ésta y por la salud de la república es menester dejar atrás la confrontación insurreccional. En mayo de 2003 gobierno y oposición, con los auspicios de la OEA, el Centro Carter y el PNUD, firmaron un acuerdo donde se comprometieron a encontrar una salida a la crisis política dentro de las pautas establecidas por la Constitución de 1999. En el punto 12 de ese acuerdo, explícitamente se comprometieron a respetar y seguir los requisitos del artículo 72 de la Constitución, que se refiere a los referendos revocatorios y en el 13 a buscar la conformación de un nuevo CNE, que llevase adelante ese proceso.
Estos pasos se consumaron y el revocatorio ha concluido de manera exitosa.
La realidad no es siempre la que queremos, sino la que es. Francamente, no pueden liderar quienes carecen del instrumental cognitivo adecuado para captar y comprender la realidad que les rodea.
La falta de coraje evidenciado por los líderes máximos de esta porción de la sociedad es motivo de perplejidad para la nación y para el mundo, y una afrenta a sus bases. Encuestas señalan que están en el punto más bajo de su legitimidad. Quizás para muchos de ellos su tiempo político ya pasó, y estamos en la presencia de figuras fantasmagóricas que se resisten a salir del escenario. O quizás es esa su manera de salir del escenario. En todo caso, no tendremos la democracia sustantiva y sana que anhelamos, si buena parte de los líderes de oposición no cambia de actitud, o emerge un liderazgo de relevo, que sea capaz de representar y orientar esa otra Venezuela que está inconforme y, en algunos sectores, radicalizada contra el gobierno. Constituye uno de los puntos más inciertos y preocupantes que hoy se ciernen contra la república. Pero no hay vacíos de poder que no sean llenados. Es deber de los ciudadanos y ciudadanas luchar porque el liderazgo emergente oficialista y de oposición sea democrático, realista e inteligente.
Séptimo desafío. No puedo dejar de mencionar el desafío que tienen frente a si las élites profesionales, los intelectuales, los artistas, las universidades. Reconocer nuestra realidad y comprenderla en su transformación, herida, enferma, con todas sus potencialidades, es una materia en la cual este sector social ha sido aplazado una y otra vez. ¿Cómo salir adelante cuando un grupo significativo de los sectores pensantes de nuestra nación sigue ensimismado en un país que ya no existe? Creo que no faltaba ni una semana para el acto del referendo revocatorio, y una encuesta de la UCV, a contracorriente de las tendencias generales de prácticamente todas las encuestas medianamente objetivas, dio una firme ventaja al SÍ. Lo cierto es que la actual disposición anímica de muchos de nuestros intelectuales, estropea sus instrumentales cognitivos para entender los profundos cambios generados por las vicisitudes de la globalización sobre sociedades periféricas del capitalismo como la nuestra.
También parece faltarle a muchos la humildad para reconocer malos cálculos y equivocaciones, o la disposición para ponerse al servicio de los cambios profundos que están exigiendo las grandes mayorías. A ellos los exhorto a abrir los espacios universitarios al debate de ideas, a la polémica, y sobre todo a la tolerancia con quien piensa de otro modo. Centrarse menos en exigencias de dinero y ofrecer más servicios a la sociedad en su totalidad y al Estado. Es en el seno de las universidades públicas donde deben formarse los médicos que necesitamos para Barrio Adentro y para toda otra política social que permita el ejercicio de los derechos económicos y sociales a los sectores populares. También necesitamos arquitectos, ingenieros y urbanistas para hacer ciudades integradas socialmente, cónsonas con nuestro perfil tropical y nuestra diversidad cultural, economistas creativos, que no copien recetas, que el país es petrolero y constantemente se sale de todo esquema, necesitamos odontólogos, farmaceutas, internacionalistas, humanistas, que tengan la sensibilidad social para poner sus preciosos conocimientos y destrezas al servicio de las difíciles tareas de construir un país que pueda sentirse orgulloso de sí mismo en el siglo XXI, un país creado por todos nosotros de tal forma que nos reconozcamos en nuestras idiosincrasias, donde quepamos y donde convivamos todos en paz y democracia.
Octavo desafío. Deseo terminar esta reflexión dirigiéndome al presidente Chávez, a la Asamblea Nacional, y a las máximas autoridades de los otros poderes públicos que hoy están presentes en la sede de la Asamblea. El pueblo habló claramente y el 15 de agosto ratificó al Presidente para que culmine su mandato. Tras ese respaldo parece haber dicho que el proyecto de país que los bolivarianos proponen es el que considera más adecuado para orientar la reconstrucción de la nación. La mayoría de los venezolanos y venezolanas parece valorar las iniciativas adelantadas por este gobierno que muy claramente desde 1998 aseveró que el centro medular de nuestros problemas estaba y sigue estando en la exclusión histórica y actual que padecen la mayoría de los venezolanos. El revocatorio logró la proeza de bajar en 10 puntos los niveles de abstención que esta sociedad venía mostrando en los últimos 20 años. Ha sido mérito de este proyecto re-politizar a venezolanos y venezolanas, darles sentido, dimensión de ciudadanía y de país. Pero aún falta casi todo por hacer. Es un desafío de grandes proporciones mantener el timón del Estado firme y derecho en la vía hacia una profundización de la democracia participativa, no cediendo a las tentaciones autoritarias y despóticas propias de una institucionalidad débil y una cultura política democrática, como la nuestra, con múltiples carencias.
Es también un desafío ineludible, para el Presidente y su equipo de gobierno, encontrar las palabras y los espacios para dialogar una y mil veces con quienes se les oponen y sus dirigentes, buscando el retorno a la convivencia pautada por las leyes. Y quizás el mayor desafío, es valorar y persistir tercamente en la urgente tarea de construir las instituciones de la V República, aquéllas que nos garanticen justicia e inclusión y que, independiente de los hombres y mujeres que tomen las riendas del Estado en sus distintos aparatos y poderes, nosotros los ciudadanos y ciudadanas de a pie podamos estar tranquilos pensando que los nuestros, nuestros hijos e hijas y en general los hijos e hijas de todos los que han escogido este territorio del planeta para vivir, tendrán la posibilidad de realizar una vida buena y digna, en una sociedad que los respeta en la integridad de sus derechos humanos. Es un desafío a la altura de nuestra sociedad, que ha trabajado tanto en estos últimos años para construirse un futuro.
*La autora es investigadora y analista del proceso sociopolítico venezolano