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Latinoamérica

4 de mayo del 2004

Los niños colombianos en la "ruleta rusa" del capitalismo salvaje

Federico Sarmiento
Rebelión

El pasado 13 de abril los diarios de la oligarquía colombiana informaron que los superbeneficios del sector financiero colombiano, en los dos primeros meses de 2004, fueron de "quinientos mil millones de pesos". "Mas del 138 por ciento respecto de los dos primeros meses del año pasado", anunciaba alborozado el diario El Tiempo. ". "El máximo histórico de este sector", señaló la Superintendencia Bancaria.

En la tarde del miércoles 28 de abril, un terrible accidente en la avenida Suba (al Nor-occidente de Bogotá) segó la vida veintiún "esperanzas del mundo", como llamaba José Martí a los niños.

Una máquina de cincuenta toneladas (se dice que una recicladora de asfalto), que transitaba en horas de congestión vehicular sin las convenientes medidas de seguridad y violando todas las normas del tránsito, cayó, al tomar una curva, sobre un bus de transporte escolar.

¿Fatalidad del destino?. Hace exactamente un mes una retroexcavadora que circulada hacia la misma avenida, había derrumbado un puente peatonal a la altura del barrio "Boulevard Niza" matando a un odontólogo jubilado y dejando dos ciudadanos con heridas graves.

En ambos casos las tragedias fueron producidas por máquinas al servicio del consorcio "Transmilenio", un monopolio de transporte urbano con fuerte componente de capital transnacional, que se apoderó totalmente del negocio en Bogotá y que en la cresta de la ola neoliberal y de capitalismo salvaje que se abatió en Colombia, ha extendido sus tentáculos a otras ciudades del país, con la bendición de los tecnócratas locales, del Banco Mundial y del PNUD.

Este es un negocio redondo de solo 9 propietarios (entre los que sobresalen algunas viajas familias del poder oligárquico de Bogotá), que en su naturaleza depredadora se apoderó de las escasas vías arterias que dejó la vieja especulación inmobiliaria en la ciudad (llevada a cabo por los mismos ancestros de los actuales propietarios del "Transmilenio"), desalojando a miles de pequeños operadores del transporte urbano (léase cabezas de familia ahora condenadas al desempleo y la miseria).

Sus "bondades" le fueron "vendidas" a la incauta ciudadanía bogotana mediante una dosificada campaña de promoción de un modelo de "competitividad" y "productividad" para la ciudad, quien así se adecuaba a "las exigencias de la globalización", convirtiéndose en un atractivo de las inversiones transnacionales necesarias, requeridas para insertarse exitosamente en al ALCA o el TLC con los Estados Unidos.

El "Trasmilenio", tal como lo promocionaron los alcaldes Enrique Peñalosa (vástago de pedigree de la oligarquía bogotana) y el aventurero Antanas Mockus, hacía parte del paquete de desmantelamiento del patrimonio público de Bogotá, del "empoderamiento" de los negocios privados, a nombre de las exigencias transnacionales de la "competitividad".

Hoy en día, en manos de su continuador, el Alcalde "ex-rojo" Lucho Garzón, quien acaba de atribuirle a este monopolio las restantes vías arterias que quedaban en la ciudad, el "Transmilenio" se convertido en epicentro de escándalos financieros, de corrupción, de trafico de influencias y de escandalosas y formas abusivas de contratación leoninas, en detrimento del patrimonio público de la ciudad.

En la tragedia de Suba, el dolor que atenaza el corazón por la pérdida (una vez más en Colombia) de vidas infantiles, no nos debe impedir hacer el señalamiento de los responsables.

Estos niños son las "victimas colaterales" del incontenible "progreso" que ha traído el "Transmilenio" para Bogotá.

La clase media bogotana, tan entusiasmada en un comienzo por los mensajes del "Alcalde- Gerente" Peñaloza, por la maravilla andante que atravesaba rauda las calles bogotanas e inauguraba un nuevo siglo (¿milenio?) de progreso, como si fuera un "metro" sobre neumáticos (pero daba igual, ya comenzábamos a parecernos a Chicago, al sur de la Florida o a Nueva York), acaba de rendir de manera terrible, su cuota de sangre a este verdadero esperpento de la arrogancia neo-liberal en Colombia.

En las causas de la tragedia están en la "cadena productiva" del capitalismo salvaje que se practica en Colombia: el "outsourcing", el "leasing" y el "trabajo temporal", del cual el "Trasmilenio" y toda la legión de contratistas y subcontratistas que pelechan por detrás, son la mejor encarnación. Empresas constructoras subcontratan obras y operan reduciendo costos, arrendando máquinas defectuosas, operadas por una fuerza laboral mal paga y mal entrenada.

Por tratarse de esta "formidable obra de progreso" que es el Transmilenio, que debe empezar a producir beneficios cuanto antes, gozan de una especial "patente de corzo" que se "lleva por los cuernos" toda noción mínima de seguridad y protección para el resto de los ciudadanos, incluye3ndo las más elementales reglas del tránsito.

El productivismo a destajo. Sin importar cuantas vidas humanas cueste. Al fin y al cabo las cifras de beneficios del capital financiero, las ganancias de los monopolios, los barriles de petróleo (como en Arauca), cuestan sangre inocente en este país.

El "Transmilenio" es no solo una aberración urbanística, sino financiera, política y humana. Es un verdadero monumento a la depredación del patrimonio público y a los abusos de una elite en el poder, arrogante y que se cree destinada "mas allá del fin de los siglos y los milenios", a saquear este país por derecho propio.

Los colombianos sabemos que nuestra vida cotidiana en este "paraíso neoliberal" del tercer mundo es una verdadera "ruleta rusa". Cuando se abandona la casa en la mañana la despedida más frecuente de los seres queridos es "cuídate!" . Los niños de Suba murieron en uno de esos instantes trágico que depara esta "ruleta". Pero existen los responsables que han hecho de nuestra vida cotidiana, un constante ejercicio de juego riesgoso con el destino.