Latinoamérica
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2 de abril del 2004
Una semana en la Venezuela bolivariana
Miguel Urbano Rodrigues
¡El choque caraqueño!
Había leído y visto muchas cosas sobre ella. Sentí ahora, en marzo, su martillazo.
Desde las revoluciones rusas del año 17 país alguno fue, como Venezuela, palco de tan intensa lucha de clases.
He acompañado en las últimas décadas muchos procesos revolucionarios. La vida me proporcionó la oportunidad de conocer el Chile de la Unidad Popular y de participar en la Revolución Portuguesa.
En Venezuela la lucha de clases presenta hoy características que hacen del país un laboratorio social no solo para la América Latina, sino para toda la humanidad.
La opción de Hugo Chávez no es inédita. La tentativa de transformar radicalmente la sociedad utilizando las instituciones creadas por la burguesía para servir a sus objetivos ha sido ensayada sin éxito en diferentes países. En Chile desembocó en un golpe militar y en un baño de sangre.
En Brasil el proyecto, desviado del rumbo desde el inicio, está asumiendo facetas caricaturescas.
La Revolución bolivariana presenta, sin embargo, peculiaridades que la diferencian de otras experiencias reformadoras que optaron por la vía institucional, pacifica. Entre ellas llaman la atención:
1. El control casi hegemónico de los medios de comunicación social por la derecha.
2. La inexistencia de un partido político revolucionario fuerte en la conducción del proceso.
3. Fuerzas armadas identificadas a todos los niveles con el proyecto bolivariano.
4. La combatividad de la clase obrera, de los campesinos y de los excluidos ha aumentado mucho a lo largo del proceso. Dos veces la participación torrencial de las masas populares en defensa de la revolución ha funcionado como elemento fundamental en la derrota de la derecha golpista.
5. La importancia decisiva del factor subjetivo -el liderazgo del presidente Hugo Chávez- en el proceso.
Una ciudad de pesadilla
No sé cómo los venezolanos ven Caracas. Para mi es la capital más deshumanizada de América Latina.
En el centro, si así se le puede llamar, los rascacielos alternan con edificios bajos en un desorden que hace evidente la ausencia de cualquier plan urbanístico. Avenidas donde se circula a gran velocidad se funden a gigantescos bloques residenciales en cuyo vientre corren galerías sembradas de tiendas de todo tipo. Los desniveles, los viaductos, las escaleras, las fajas laterales que acompañan las vías rápidas forman un enmarañado alucinatorio, gris, triste. Los peatones, en las grandes avenidas comerciales, en los parques, en los jardines, a la puerta de los bancos y ministerios, son miles, en una corriente sinuosa. Sentados frente a sus bancas, quietos, mudos, no molestan. Pero es sufocante la presencia de ese hormiguero humano de gente sumamente empobrecida, obligada a sobrevivir de la economía informal.
La violencia alcanza niveles comparables a los de Bogotá y Sao Paulo. En los fines de semana, la media de asesinatos supera con frecuencia las dos decenas.
Centros comerciales suntuarios, como Sanbil, son una afrenta a millones de parias.
Del antiguo casco histórico quedan apenas la Casa de Bolívar y, en el barrio de La Pastora algunas construcciones bajas, inexpresivas. Un vendaval de salvajismo destruyó allí la arquitectura colonial. Mientras en La Habana, México, Lima, Quito, Bogotá preservaron la herencia del pasado, los gobiernos oligárquicos de Venezuela arrasaron aquello que en Caracas había sobrevivido a los terremotos.
Más de un millón de carros corre hoy por las calles de la ciudad. La gasolina es tan barata que con el equivalente de dos dólares se llena el tanque.
De cinco millones de caraqueños más de tres viven hacinados en pequeños ranchos en los cerros que rodean la ciudad. La red vial no penetra en esos lugares. Para llegar a sus casas, sus los pobladores tienen que subir largas escaleras abiertas en la tierra de las lomas. Las favelas de Río, las Villas Miseria de Buenos Aires, las callampas de Santiago de Chile parecen barrios de lujo al lado de aquellos repulsivos amontonamientos de casuchas degradadas. El salario mínimo, correspondiente a menos de 120 dólares, apenas permite la supervivencia. Y la tasa de desempleo es elevadísima.
Me han dicho que hace muchos años Caracas fue una ciudad limpia. Hoy es una de las capitales más sucias del continente. Pero no en los barrios de la burguesía. Allí, como en Nueva York, la riqueza marca la frontera de la higiene.
En Altamira, el bastión de la clase dominante, célebre por las manifestaciones de la Plaza de Francia, grandes mansiones y bellos edificios exhiben el otro rostro de Venezuela. Pasé rápidamente por las áreas donde se concentra el beautiful people. Traté de imaginar a aquella gente en la atmósfera refinada en que vive, porque en días comunes no se muestra.
En Chile aprendí a entender las metamorfosis de la burguesía cuando se siente amenazada. En Portugal, durante la Revolución de Abril, profundicé la compresión de ese proceso. El miedo de una sociedad diferente y humanizada incompatible con los privilegios de que goza, desarrolla en ella mecanismos que, por defensivos, luego se tornan ofensivos. Un odio feroz, casi irracional, crece en la clase dominante y en sectores sociales medios por ella arrastrados, contra aquellos -la mayoría del pueblo - que exigen el cambio. El discurso paternalista sobre la justicia social cede lugar a un discurso farisaico de defensa del orden y de la propiedad, presentados como expresión de valores eternos. Dios, con el aval de la jerarquía católica, es también invocado. Y, obviamente, toda esa gente proclama luchar por la democracia y la libertad.
En Venezuela ocurren situaciones inesperadas. La burguesía no puede usar como desearía la Constitución vigente como instrumento de freno de la revolución, porque la misma, plebiscitada por el pueblo, es democrática, aunque marcada por ingenuidades. No puede tampoco utilizar al ejército como instrumento represivo, porque él, sobre todo después de la derrota del golpe de abril de 2002, está con el pueblo. La Revolución bolivariana constituye una excepción en América del Sur: no es una revolución desarmada, lo que desespera a los detentadores del poder económico y al imperialismo.
Una comunicación social fanática
En más de medio siglo corriendo por el mundo, no encontré una comunicación social que me inspirase un sentimiento de repugnancia tan fuerte como la de Venezuela. Ni en el Chile de Pinochet, ni en el Portugal de Salazar, ni en la España de Franco, ni en el Brasil de la dictadura de los generales el nivel de perversidad, de agresividad, de fanatismo, de descontrol emocional alcanzó los índices identificados en la Venezuela actual. Una derecha que cultiva el fascismo químicamente puro, sin siquiera percibir eso, ha traspasado todos los límites en su campaña de guerra total a la Revolución bolivariana.
Con excepción de un canal de televisión, el 8, de algunos periódicos de pequeña tirada, y una u otra emisora de radio, la prensa escrita y los audio- visuales forman un poder contrarrevolucionario prácticamente sin precedentes.
Después de la derrota del golpe de abril de 2002, el poder mediático reculó durante algunas semanas. Temía las consecuencias de su adhesión a la intentona fascista. Pero como el gobierno no tomó medidas para responsabilizarlo, luego retomó el estilo y el lenguaje fundamentalistas. La complicidad y la simpatía de parte del poder judicial les dieron la certeza de la impunidad.
Los titulares son el espejo de una situación inimaginable en cualquier país europeo.
Recuerdo un título a todo lo largo de la primera página de un diario: «Chávez se volvió el loco!».
Calificar al Ejecutivo de gobierno de «bandoleros, delincuentes y asesinos» es una actitud de rutina.
La inversión de la realidad hace parte del cotidiano. La oposición acusa al gobierno de acciones criminales que son por ella concebidas y ejecutadas.
Por su prolongada duración, esa ofensiva mediática permanente, ha creado, por lo menos en Caracas, una atmósfera que produce en el forastero la impresión de encontrarse en otro planeta. La calumnia, la injuria personal, la acusación gratuita, la invención de lo inexistente, la apelación al desorden, a deturpación del pensamiento de los héroes del pasado surgen como ingredientes del caldo contrarrevolucionario. La derecha ni siquiera acepta que Chávez se dirija al país. Identifica en el programa semanal «Aló Presidente» un abuso chocante de la libertad de expresión.
Las tácticas son reformuladas de acuerdo con las exigencias del momento. El objetivo estratégico permanece: derribar a Hugo Chávez, cueste lo que cueste. Con la ayuda de Washington, obviamente.
El referendo cayó en un pantano
El folletín del referendo revocatorio parecía haber llegado a su fin cuando una maniobra de la llamada Coordinadora Democrática permitió su reinicio. El Consejo Nacional Electoral - CNE- había declarado el 2 de marzo que las listas llamadas planas, por contener 816 mil nombres escritos con la misma caligrafía, eran irregulares. Conclusión: faltaban, por lo tanto, 619 000 para el quórum mínimo de 2 millones 452 mil exigido por la ley para hacer viable la consulta en que el pueblo se pronunciaría sobre la eventual revocación del mandato de Chávez exigida por la oposición. Según la ley, esos 619 mil electores habrían de confirmar en mesas distribuidas por todo el país que efectivamente habían firmado.
Inesperadamente, la Sala Electoral del Tribunal Supremo de Justicia (convocada en condiciones anormales) dictó sentencia, favoreciendo la oposición: consideró válidas todas las listas planas. Quedaba así abierta la puerta al referendo.
El gobierno reaccionó presentando recurso a la Sala Constitucional, y ésta consideró de su exclusiva competencia la decisión sobre las listas contestadas, acusando a la Sala Electoral de invadir un área fuera de su jurisdicción. La sentencia que favorecía a la oposición fue anulada.
Tocará ahora al plenario del Tribunal Supremo de Justicia emitir el acuerdo sobre el conflicto de competencia.
La cuestión cae en un terreno pantanoso, porque de los 20 consejeros 10 son considerados afectos a la oposición, y no existe voto de Minerva, en previsión de empate.
Entre tanto, la Coordinadora desencadenó una ofensiva desestabilizadora global, recurriendo al sistema mediático.
El conflicto ilumina una vez más la efervescente lucha de clases.
La oposición, muy dividida después de la derrota del lock out petrolero de diciembre de 2002, que casi paralizó el país durante semanas, pretende rehacer su unidad (1).
La nueva táctica intenta promover la desestabilización generalizada de la sociedad venezolana de modo tal que se abran las puertas a la intervención de organismos internacionales en los asuntos internos del país, desde la OEA hasta la ONU, pasando por el Centro Carter.
El griterío levantado en torno a la cuestión del contencioso sobre las listas pro-referendo coincide con un nuevo discurso político. La oposición acusa al gobierno de violar las normas democráticas y las libertades constitucionales. Los incidentes de febrero, cuando manifestaciones violentas e ilegales obligaron a la Guarda Nacional a intervenir, son utilizados en una campaña difamatoria.
Se busca -como afirmó la Comisión política del Partido Comunista da Venezuela el 8 de marzo- «crear y sostener un clima de tensión y situaciones virtuales de crisis que, a la vez se combinen con muertes provocadas en enfrentamientos callejeros y acciones directas (asesinatos selectivos por medio de sicarios, tanto de revolucionarias como de personas de sus propias filas) que fortalezcan un «clima mediático» de desestabilización con lo cual favorecen la política agresiva e injerencista del imperialismo en contra la nación venezolana».
La Sociedad Interamericana de Prensa (en realidad la asociación de los propietarios de grandes periódicos, conocida por sus vínculos con la CIA) aprovechó la oportunidad para acusar, en comunicado especial, al gobierno de de Hugo Chávez de irrespetar la libertad de prensa y agredir y perseguir a los periodistas democráticos, violando los derechos humanos.
Tal inversión de la realidad asume facetas propias de una pieza de teatro del absurdo. La prensa golpista es presentada como modelo de virtudes democráticas y víctima de su amor por libertades En este cuadro de agresividad y confusión, la Coordinadora -repudiada por las grandes mayorías- desarrolla un gran esfuerzo para unificar a la oposición, debilitada por las sucesivas derrotas sufridas.
Tres bloques se disputan actualmente la dirección política del movimiento golpista: los de los radicales, los de los moderados y los de los oportunistas. En este panorama de luchas intestinas, con el sindicalista amarillo Ortega y con Carmona (el «presidente de un día» del golpe de abril) desprestigiados por la fuga al extranjero, como forajidos de la justicia- la podrida Acción Democrática de Carlos Andrés Pérez intenta surgir con el polo de la Coordinadora. Pero en un escenario poco claro, emerge también como candidato a líder de la derecha Pompeyo Márquez, un renegado de la izquierda, que se presenta como portavoz de las clases medias. El núcleo duro, que preconiza la confrontación violenta, representa a empresarios de la ultra derecha y militares reformados que participaron en el golpe de abril. El billonario Salas Romer y el neopopulista Enrique Mendoza afirman aspirar a la presidencia, pero ni los amigos toman muy en serio sus ambiciones.
La cuestión del estado
En los breves días que pasé en Caracas tuve la oportunidad de leer un libro - Dialéctica de una Victoria ( 2 )- que me impresionó mucho. Entre los trabajos que conocía sobre el proceso venezolano fue el que, por la calidad y lucidez del análisis, me permitió contemplar y sentir mejor el cuadro contradictorio, patético, de la Revolución bolivariana.
Hablé con el autor, Rodolfo Sanz, un joven dirigente del partido Patria para Todos.
Intelectual marxista y militante, su libro es un relato histórico de las dos conspiraciones contrarrevolucionarias y, simultáneamente, una reflexión, con estructura de ensayo, sobre el gran desafío asumido por la Revolución bolivariana.
Sanz no evita el abordaje de las debilidades del proceso. No es un epígono de Chávez. Lo admira y respeta; tiene conciencia del peso decisivo de la intervención personal del presidente en el rumbo de la revolución. Pero, participante él también, aprendió en el transcurso de estos años de batalla que, para defender el proyecto con éxito es indispensable identificar y debatir los errores y fragilidades en su conducción. ¿Cómo olvidar que 150 generales y almirantes participaron en el fracasado golpe de Estado? La derrota de la segunda tentativa golpista -la petrolera- lo empujó a una reflexión profunda sobre la naturaleza del Estado venezolano, marcada por profundas contradicciones Sanz desciende al fondo del problema al formular preguntas necesarias cuyas respuestas condicionan el futuro próximo:
«¿Es posible consolidar a largo plazo el proceso revolucionario con la actual estructura del estado? ¿Este es un verdadero estado revolucionario?
Sí o no, es -¿Estamos construyendo otro Estado y son los núcleos sociales creados en estos años de revolución los embriones de un nuevo estado?»
Esas preguntas candentes iluminan el escenario. Porque el problema crucial de todas las revoluciones es el problema del estado, «de la máquina estatal, de sus órganos de justicia, de sus órganos económicos, de su aparato de educación».
Sanz se percata de que el proyecto bolivariano, a medio plazo, no podrá avanzar si no desmonta totalmente la vieja estructura del Estado heredada de los gobiernos de la burguesía.
A pesar de ser importantísimos los cambios introducidos son nítidamente insuficientes para destruir las estructuras del viejo estado, incluyendo las del poder judicial, entre otras, los engranajes viciados de los ministerios de la Salud y de la Educación.
El poder económico de la burguesía está prácticamente intacto. Las leyes habilitantes -sobre el petróleo, la tierra y la pesca- apenas lo rozan, incluso privando a la derecha del control de mecanismos de poder fundamentales. Pero en Venezuela el gobierno no estatizó empresas. La propiedad privada ha permanecido intocable.
Las cenizas de las conspiraciones golpistas demostraron con claridad que sus promotores podían utilizar los tribunales, el ministerio público y, en cierta medida, una Constitución progresista pero insuficiente contra la revolución, paralizando o deteniendo su avance. Se hizo evidente que, en el áspero camino de la vía institucional, sembrada de trampas invisibles, una nueva Asamblea Nacional Constituyente se hacía imprescindible para superar las montañas de desafíos.
El hecho de que el gobierno cuenta hoy en el Parlamento solamente con una mayoría de cuatro diputados es, por sí sólo, esclarecedor del efecto que la lucha de clases produjo sobre personalidades que se distanciaron del proyecto bolivariano después de haberlo apoyado, algunas con aparente entusiasmo.
Toda revolución contiene desde el inicio simientes de la contrarrevolución que en ella germinan con el tiempo. La venezolana no constituye excepción.
Por el camino quedó mucha gente -militares y civiles- cuya posición actual no es apenas diferente, pero antagónica de la asumida años atrás. En la oposición vemos hoy hombres que fueron antiguos compañeros de Chávez, desde comandantes de la rebelión del 4 de febrero de 1992, como Francisco Arias y Jesús Urdaneta, políticos como Miquelena, el veterano dirigente que durante décadas fue de algún modo el símbolo de la izquierda democrática y progresista, aventureros ambiciosos como el alcalde Peña, de Caracas, y Pablo Medina, ex- dirigente de Patria para Todos. Partidos como Causa -R que enarbolaban banderas de la izquierda se sitúan hoy en los cuadrantes de la derecha El MAS, ex-marxista, alimenta la conspiración.
Sería también una ilusión identificar en las Fuerzas Armadas un todo homogéneo. El apoyo de la gran mayoría del ejército al presidente, a los ideales bolivarianos y al proyecto de transformación social, no impide que persistan en sectores del cuerpo de oficiales arraigados preconceptos anticomunistas. Ellos se manifiestan, por ejemplo, en una actitud muy crítica ante la insurgencia colombiana. El presidente está consciente de la complejidad de esos sentimientos y del peligro potencial que ellos representan. Mas en algunas áreas de la frontera, destacamentos del ejército venezolano han desarrollado acciones hostiles contra combatientes de las FARC que entraron al país apenas para adquirir alimentos, ropas y otros productos.
Una certeza: la revolución, en su difícil camino, acosada permanentemente, ha sido una forja de cuadros. Eran muy escasos al inicio. La ausencia de un partido revolucionario con fuerte implantación entre las masas y la traición de antiguos compañeros de Chávez está en el origen de muchos de los errores cometidos. Ocurrió entonces algo que había acontecido en situaciones similares. En la dialéctica del proceso surgió una generación de jóvenes identificada con el sueño bolivariano. Emergió de la propia lucha de clases; la revolución, para sobrevivir, estaba obligada a defenderse en el día a día en choques decisivos contra enemigos experimentados.
Los nuevos dirigentes se formaron en los movimientos, en pequeños partidos, en los sindicatos, en las escuelas, en los combates de la calle contra la reacción. Conocí a algunos que hace cuatro años, al inicio del proceso, dejaban entrever todavía mucha ingenuidad. Al volverlos a ver ahora, verifiqué que habían cambiado mucho. Se despojaron del romanticismo humanista; la historia los transformó en dirigentes revolucionarios.
Regreso optimista de Venezuela. Los desafíos que el proyecto bolivariano enfrenta son enormes, y las insuficiencias de las fuerzas que lo defienden transparentes y de difícil superación. El imperialismo hará todo lo que esté a su alcance para incentivar nuevas conspiraciones golpistas. Inviabilizar el avance de la revolución es para él un objetivo estratégico prioritario en América Latina.
Las incógnitas son muchas. Pero, a pesar de todo, confío. Mi optimismo prudente nace sobre todo de la confianza que me inspira la disposición estimulante de la gran masa de los trabajadores explotados para defender el proceso. La voluntad y la firmeza de Hugo Chávez y la lealtad de la mayoría del cuerpo de oficiales al compromiso con el líder no hubieran podido detener la ofensiva de la derecha fascista y del imperialismo si el pueblo de Venezuela no hubiese asumido su papel como sujeto de la Revolución.
Prever el desarrollo inmediato de la historia en la patria de Bolívar sería, sin embargo, una actitud poco responsable, tan complejos y contradictorios son los factores que lo condicionan.
1. En otro artículo intentaré iluminar los mecanismos sombríos del engranaje conspirativo de la segunda intentona golpista cuyo eje fue la paralización de la industria petrolera.
Para que los lectores portugueses y brasileños puedan disponer de más elementos para la comprensión de lo que está pasando en estas semanas en Venezuela, me parece útil profundizar la información sobre la perversidad poco común que caracterizó la estrategia contrarrevolucionaria concebida para derribar a Chávez, después de la derrota del golpe de abril. La comprensión del presente, en este caso, como en otros, torna indispensable el conocimiento del pasado reciente. .
2. Rodolfo Sanz, Dialéctica de una victoria, 376 pgs, Editorial Nuevo Pensamiento Crítico, Caracas, 2ª edición, octubre de 2003.
Este articulo fue publicado por el semanário portugués «Avante!»,organo del Partido comunista Portugués. Traducción de Marla Muñoz