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Latinoamérica

¿Es inminente un golpe de estado?

Wilson Villarroel Montaño

Una idea delirante recorre Bolivia como pesadilla recurrente y contagiosa con ribetes de pandemia. Es la convicción, cercana a la paranoia, de la inminencia del golpe de Estado.

La alharaca -promovida, acaso a hurtadillas, por el mismo Presidente- recuerda las semanas previas al brutal asalto a Palacio de Gobierno, allá por julio de 1980. No desdeñemos la comparación pues esta asonada fue el último cuartelazo en nuestra última historia republicana. Pero, otra reedición de julio de 1980, no parece probable porque los sangrientos excesos de aquellas fechas, en concomitancia con grupos delincuenciales del narcotráfico, respondían a circunstancias muy diferentes. Eran, definitivamente, otros tiempos de un país que ansiaba superar un largo período de arbitrariedad y autoritarismo.
Y es que, por entonces se pretendía restablecer la democracia liberal-representativa cuyo sistema político estaba previsto en la idealizada Constitución de 1967 (Paradigma I). A menos de un lustro del retorno al cauce democrático -luego de la traumática experiencia golpista- el sistema permitió la adopción del modelo económico (Paradigma II), según vino en establecer el celebérrimo Decreto Nº 21060. Los 80´ fueron la década de los paradigmas, así como los 90 lo fueron de la aplicación y, en la nueva era, toca su revisión.
Hoy, el modelo económico está en crisis (cuestión social) porque jamás constituyó una alternativa real a la creciente miseria de las grandes mayorías. Quienes claman por la caducidad del modelo económico engrosan las filas del Movimiento Asistémico o, en su caso, la mera 'protesta social'. La suma de todos ellos, radicales o moderados, configura uno de los dos polos (o poderes) en pugna aunque sin clara dirección política pues el iracundo Solares o el menos vocinglero pero más efectivo Evo Morales son, hoy por hoy, los únicos referentes ideológicos en el también empobrecido mercado de ofertas políticas.
Pero, el ejercicio de la democracia liberal-representativa (últimamente, 'participativa') ha agotado su sistema político porque la deslegitimación de sus instituciones y personeros más representativos (Parlamento, 'clase' política, representantes sindicales varios) han erosionado la imagen y credibilidad del establishment. (Algunos 'antisistémicos' creen, falsamente, que el Paradigma II es consecuencia necesaria del I).
Una de las vías de cuestionamiento del sistema político colapsado -la más efectiva, por sus resultados- se encuentra catalizada por aspiraciones regionales y de reivindicación intercultural (la irresoluta cuestión nacional). Los abanderados de esta vía y sus seguidores cierran filas, muchos de ellos sin caer en cuenta del verdadero realineamiento de posiciones, en torno a la Media Luna.
Un análisis serio no puede ignorar este escenario que revela la contradicción histórica del presente y la verdadera coyuntura del momento, pues sólo así podremos advertir: a) los intereses en juego de los principales factores de poder en pugna, (análisis a); b) la correlación de fuerzas de tales actores (análisis b); y, si es posible, c) la estrategia y tácticas adoptada por cada factor de poder (análisis c).
Nótese que el Presidente Mesa personifica el modelo económico y su sistema político sin otra chance que asistir, casi impotente, al desenlace de esta pugna histórica. Excepto que en salida mesiánica o histriónica, decida convertirse, él mismo, en un factor de poder decidido a modificar la correlación de fuerzas vigente. Esta posibilidad de autogolpe disminuye día a día y acaso sea la más plausible en homenaje a la histeria golpista.
Prosigamos. Intentemos los análisis (a) y (c).
Aunque el sistema político es abiertamente rechazado -obviamente, por distintas razones- tanto por la Media Luna como por el Movimiento Asistémico, no ocurre lo mismo con el modelo económico que, para aquélla, no es el tema principal de debate. La Media Luna privilegia la estrategia de ganar mayores espacios públicos de decisión -principalmente económicos (venta de gas)- en un acelerado proceso autonomista de liquidación del centralismo occidental. En este propósito, se cree autosuficiente para realizar la agenda económica del país y, por ello, reniega del referéndum. La consulta popular le es ominosa pues, matemáticamente, basta comparar los números de los posibles votantes a uno y otro lado para anticipar posibles resultados. Su táctica exige, como cuestión de vida o muerte, la venta del gas que, en su caso, será el pretexto para cualquier tesis fundamentalista (separatismo). Por ello, asume pragmáticamente la necesidad y presencia de las transnacionales.
En el polo opuesto, el Movimiento Asistémico también reputa de vida o muerte la liquidación del modelo económico (cuestión social) y aspira, suprimiendo la explotación privada de las riquezas hidrocarburíferas hoy en manos del poder transnacional, revertir la apertura de mercados en un paradójico escenario de creciente integración regional y mundial (globalización). Acrecienta sus esperanzas el previsible derrumbe del proyecto ALCA.
En orden a nuestro análisis, revisemos los paradigmas: ¿A quién le interesa preservar el sistema político (Paradigma I)? Realmente, a casi nadie o, quizá únicamente al Presidente Mesa, cuya nostalgia por una institucionalidad política 'agonizante' lo acompañará hasta su final, a lo Kerenski. Tanto desinterés se tiene por el sistema colapsado que muchos piden 'mano fuerte' para detener el descalabro generalizado de la sociedad, aún a costa de las actuales instituciones políticas.
¿A quién le interesa conservar o mejorar el modelo económico (Paradigma II)? Quizás a la Media Luna porque, al menos, el modelo le facilita la realización de su propósito de relanzamiento empresarial y ciudadano en los negocios modernos del gas y otros productos cuya comercialización exige la globalización de los mercados. Por ello, no extraña que la división del empresariado perviva y se consolide en SCZ y TJA.
Pero los directamente interesados en el modelo son, en primer lugar, los pocos inversores que el modelo económico atrajo a este país (transnacionales). Y, desde luego, quien -como país, o mejor, aún, como sede geográfica del poder transnacional- alienta el modelo económico. En otros términos, el Imperio sería el único que podría ver con cierto beneplácito un cambio brusco del timón institucional en Bolivia, pero únicamente en la perspectiva de cuidar el modelo de economía abierta. Más todavía si Evo, el más evolucionado de los antisistémicos puede, en las próximas elecciones municipales, voltear taquilla y convertirse en una amenaza verdaderamente seria.
¿Está tan desesperado el Imperio como para abortar la esperpéntica democracia boliviana? ¿No es preferible -y así lo enseña la experiencia en Irak- que sean los mismos vecinos del país-problema (Argentina, Chile) los que, interesados como están en el gas, acometan la tarea de reencauzar un rumbo que peligra?
Razonemos como el Imperio: contando con la oficiosa ayuda de los vecinos ¿no es más fácil que el mismo Presidente Mesa, aupado en su benigna popularidad, liquide a los contestatarios del modelo y disuada a la Media Luna de sus proyectos más audaces? En verdad, podría ensayarse una 'democracia' de mano fuerte. No es ya necesario llegar a los extremos del pinochetismo o la doctrina de la seguridad nacional. Finalmente, un populista alineado al Imperio -en oposición al recalcitrante Chávez- sería el mejor remedio para un segundo Lula en pleno corazón de la América Meridional, aunque el brasileño sea hoy un hombre muy potable en el mundo internacional de las altas finanzas.
En este análisis, hasta ahora no hemos estudiado la correlación de fuerzas que asiste a uno y otro lado de la balanza (análisis b). Y tampoco es posible presagiar resultados, al menos inmediatamente. Algunos intuimos un KO técnico contra el Presidente, una victoria pírrica para el Movimiento Asistémico y una victoria real a mediano plazo, desde el balcón y sin disparar un tiro, para la Media Luna. Es, pues, un tanto prematuro formular una respuesta definitiva porque hay que ver, todavía, la evolución y correlación de las fuerzas luego del 1º de Mayo. Pero, de todas formas, acaso la próxima arremetida popular no resulte en un Armagedón a la boliviana y sólo sea un simple parto de los montes que ¡un ratoncillo fue lo que parieron.!
No nos engañemos. Somos un país con cierta importancia en razón a nuestra multiplicidad de contactos e influencias 'geopolíticas' en el Cono Sur. Pero tampoco somos el ombligo del Universo. El Imperio, directamente -o mejor, a través de terceros o interpósitos Estados (Argentina o Chile)- no está en ninguna encrucijada. Esperará, razonablemente, evaluar los primeros resultados de las movilizaciones de mayo. Y, recién entonces, llegarán las instrucciones, memorándum o acaso el guión del autogolpe.
Por tanto, desechemos los temores de una aventura golpista inmediata -y vaya que muchos, en vano, se esforzaron en tocar las campanas a rebato o golpearon inútilmente las puertas de la gran Embajada- porque, en el análisis de situación, falta todavía la evaluación del verdadero poder que dicen o alientan las fuerzas en combate. No habrá golpe -salvo la tentación populista- y, a lo mucho, operará un recambio en el timonel del aparato estatal.
Terminemos con el cuento de 'Viene el Lobo.'
El Presidente se juega, por entero, al naipe institucional pues, irónicamente, siendo el más llamado al 'golpe de timón', no quiere hacerlo, sean cualesquiera las razones que le asistan para ello. El éxito o fracaso del Presidente en la próxima Gran Batalla significará la pervivencia forzada -al menos por un cierto tiempo- o la supresión, por la vía directa de la imposición de los vencedores, del sistema político cuyos violentos estertores nos abruman como el resoplido de un fumador empedernido pero que, para colmo de nuestros actuales males, nos llevan a confundir la histeria con la Historia.