Latinoamérica
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9 de marzo del 2004
Amenazas en el Caribe
Octavio Rodríguez Araujo
La Jornada
En los recientes sucesos de Haití no hay buenos (con excepciones) ni malos. Todos pertenecen al bando de los malos, aunque unos sean más malos que otros. Los grupos paramilitares rebeldes actuaron no sólo para sacar a Aristide de la Presidencia sino también para propiciar la entrada de Estados Unidos en ese país caribeño. La idea, que sugiere Chossudovsky en su muy documentado artículo sobre la desestabilización de Haití (040301ms.htm), es que los estadunidenses puedan tener una base militar desde la cual poder intervenir tanto en Cuba como en Venezuela en el momento que juzguen pertinente.
Aristide no era ya lo que anteriormente había sido: defensor de la teología de la liberación, democrático y preocupado por el desarrollo del pueblo haitiano. Ciertamente se había convertido, casualmente a partir del apoyo armado que recibió de Estados Unidos y otros países para reinstalarse en el poder, en un seguidor de las políticas de Washington, del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. Quizá no fueron sus políticas económica y social las que disgustaban al gobierno de Washington, sino la inestabilidad creada con ellas y la incapacidad de Aristide para manejarlas en una lógica de control. La inestabilidad producida por el gobierno del ex cura salesiano era impredecible por sus consecuencias. Antes de que la situación saliera totalmente de control había que sustituirlo o, más bien, quitarlo con la intervención de los marines estadunidenses y sus aliados franceses y canadienses y, de paso, tener la posibilidad de ubicar las legiones imperiales en la entrada del Caribe.
Si la hipótesis, que estoy tomando prestada de Chossudovsky (sin hacerlo responsable de ella en los términos en que la estoy diciendo), es correcta, la amenaza sobre Venezuela y Cuba, en este orden, estaría planteada y podría convertirse en realidad en un futuro no muy lejano. Guardando las proporciones debidas, la estrategia que se ha estado siguiendo en Venezuela, con las fuerzas empresariales de derecha y la movilización de amplios sectores de la llamada sociedad civil (sobre todo de clase media), para desestabilizar al gobierno de Chávez, no es muy diferente al modelo seguido en Haití. La diferencia, y no se trata de una pequeña diferencia, es que Chávez tiene verdaderos apoyos sociales y militares con los que no ha podido la diplomacia de Washington (y la CIA) ni los empresarios derechistas que siguen y seguirán presionando para defender sus intereses. Esta diferencia es más clara en Cuba: podemos decir que Castro se ha equivocado en sus políticas relacionadas con ciertas libertades que debieran ser inalienables, pero no en su defensa radical de la soberanía de ese país. De aquí el masivo apoyo popular con el que cuenta, incuestionable desde cualquier punto de vista.
Pero el imperio es el imperio, y mientras el demente Bush siga gobernando Estados Unidos y tanto él como sus aliados empresariales y militares (halcones) sigan pensando no sólo que América es para los "americanos" sino todo el mundo, es obvio que Cuba y Venezuela, por ahora, corren serio peligro como naciones soberanas.
No hay nada que celebrar con la salida de Aristide del gobierno y de su país, por mucho que no fuera un presidente al servicio de su pueblo y sus necesidades. La soberanía de Haití ha sido pisoteada, una vez más, por los gendarmes autoproclamados defensores del mundo libre, cristiano y democrático que, dicho sea de paso, deberían de empezar por su propia casa. No sé mucho de tratados y leyes internacionales, pero sí de ética política: lo que está haciendo Estados Unidos, con la complicidad de Francia y Canadá, es una flagrante violación al principio de soberanía nacional y de los pueblos. Si callamos nuestra protesta por lo ocurrido en Haití, y antes en Afganistán y en Irak, estaremos asumiendo que la potencia imperial podrá intervenir en nuestros asuntos si el gobierno en turno no garantiza la estabilidad interna ni los intereses geopolíticos y empresariales de Estados Unidos. ¿Algún día entenderán el gobierno y el pueblo estadunidenses que los asuntos internos de cada país son de la responsabilidad de sus nacionales?