Latinoamérica
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El golpe de 1964
Frei Betto
ALAI-AMLATINA
El día 31 de marzo, hace 40 años, un grupo de militares -acolitados por la CIA, según admitió Lincoln Gordón, entonces embajador de Estados Unidos en Brasil- rompió la Constitución, derrocó al presidente Joao Goulart e impuso a la nación una dictadura que duró 21 años y provocó más de 500 muertos y desaparecidos. En "Incidente en Antares", una parodia de Brasil bajo las botas, Erico Veríssimo destaca que no existe aquello sobre lo que nadie habla o escribe. Por eso, importa no relegar el golpe al olvido. Si las nuevas generaciones supieran lo que significó, con certeza no estarán tentadas a repetirlo. Caso contrario, no habría farsa, sino doble tragedia.
Desde la renuncia de Jânio Quadros, que prometió barrer el país y acabó barrido en agosto de 1961, el golpe comenzó a ser armado. El triunvirato que le sucedió, antes de traspasar el gobierno al vicepresidente electo, sirvió de globo de ensayo. Brasil clamaba por reformas estructurales: agraria, urbana, educacional, etc. Para la Casa Blanca y nuestra élite, que digerieron mal las reformas laborales de la era Vargas, transformar las estructuras era favorecer la penetración comunista en nuestro país. Estados Unidos no soportaría otra Cuba en el continente. El clamor nacional fue aplastado por las orugas de los tanques.
El régimen militar me llevó a la cárcel dos veces: una por unos pocos días, en junio de 1964; y otra por cuatro años (1969-1973). Nunca me exilié. Liberado, durante cinco años inverné en una favela en Vitória, para seguir en la resistencia a la dictadura, fortaleciendo la organización popular, a través de las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs), que sirvieron de semillero para innumerables movimientos sociales, como el MST.
El período dictatorial nos dejó lecciones que no deben ser olvidadas. Produjo el "milagro brasileño", pero el general Médici reconoció que "la economía va bien, pero el pueblo va mal". Crecimiento económico no es sinónimo de desarrollo social. Aquel puede ocurrir a costa de éste.
Aún hoy constituye un serio desafío asegurar una nación más justa, menos desigual, en la que los Índices de Desarrollo Humano (IDH) tengan más importancia que los del PIB. Es esta ecuación la que exige de los países emergentes un cambio de ruta en la administración de sus finanzas.
La dictadura terminó porque el movimiento social minó sus bases, sobre todo con las huelgas de ABC, mostrando su verdadera cara al quitar el maquillaje con que los economistas del régimen retocaban los indicadores económicos. Se reconquistó la democracia política en la perspectiva de el futuro conquistar la económica, arrancando a millones de familias de la miseria. Como la transición fue conducida por un acuerdo tácito entre los que usufructuaban ventajas políticas y económicas durante el régimen militar -que aún ocupa el proscenio nacional- y sus víctimas, que articularon las nuevas fuerzas políticas, no hubo traumas, ni rupturas, excepto para las familias que tuvieron sus hijos sacrificados y aun no saben cómo, cuándo ni dónde fueron asesinados.
Hoy, víctimas de la dictadura ocupan el Poder Ejecutivo.
Pasaron por sus prisiones el Presidente Lula y José Dirceu, Dilma Rousseff y Nilmário Miranda, y otros tantos. Pesa en nuestros hombros la responsabilidad de promover la democracia económica, reduciendo las desigualdades sociales a través del conjunto de reformas señaladas por este gobierno: además de la seguridad social, la agraria, la laboral y la política. Al asentar 115 mil familias de sin tierra este año, extender el Hambre Cero y la Bolsa Familia a más de 3 millones de familias, combatir el desempleo y la violencia en las grandes ciudades, el gobierno estará comenzando a cerrar el anillo que se quebró el día 31 de marzo de 1964.
* Frei Betto es autor de "Batismo de sangue" (Casa Amarela), entre otros libros. (Traducción de ALAI)