Venezuela se encuentra ante una encrucijada. Probablemente ningún otro instante de su historia, excepto la batalla de Carabobo, ha constituido un preámbulo tan grávido de expectativas. Hugo Chávez ha emergido de una acometida brutal de la burguesía nacional y se encuentra ahora en una favorable situación para acometer una transformación a fondo de su país.
He pasado unos días en Caracas. Los noticieros televisivos descargan una incesante y brutal acometida contra el gobierno constitucional. Según los locutores el país se halla desestabilizado, sumergido en el caos, perdido en un torbellino de reprobaciones y desfiles de opositores airados. La realidad es otra. La muchachada entusiasta sigue a Chávez fervorosamente, lo aclaman, remolinos humanos se congregan ante su presencia. Los maestros siguen su trabajo masivo de alfabetización, los médicos atienden cuidadosamente la salud popular, la distribución gratuita de medicamentos va erradicando las endemias. El pueblo ha comprendido que se encuentra ante un gobierno que tiene como objetivo principal elevar la calidad de su vida.
En la televisión los voceros de la burguesía derrotada incitan a la insurrección armada, pero nada les sucede. Imagino a un disidente norteamericano clamando por una rebelión beligerante contra Bush ante las cámaras de la NBC, la CBS o la CNN. Las leyes draconianas del Acta Patriótica permitirían desaparecerlo sin habeas corpus en un santiamén. Quizás iría a parar a los campos de concentración de Guantánamo sin dejar rastro de su destino. Pero nada de eso sucede en Caracas, donde existe una tempestad mediática que distorsiona la realidad, mientras el resto del país continúa su vida normalmente y tolera esta torcida mendacidad.
Misión Robinson, Misión Barrio Adentro, son los nombres que reciben proyectos de educación y extensión del bienestar social. Regiones donde en cuarenta años nunca vieron un médico ahora ven sus necesidades de salud atendidas esmeradamente. Millón y medio de recién alfabetizados se adentran en la lectura como exploradores de un patrimonio de saber recién conquistado.
En el centro de esta tempestad social se alza la figura de Hugo Chávez, promotor del proyecto bolivariano. Hombre de excelente memoria, gusta rememorar sus años de militar, sus andanzas de historiador aficionado, sus antiguas añoranzas de reivindicaciones patrias. A veces relata pasajes macondianos, como al rememorar a su abuelo que en los aniversarios de batallas perdidas desenvainaba su espada, la clavaba en la tierra ante su casa y regándola de ron imprecaba contra los responsables de la frustración.
Foco principal de la arremetida contra Chávez es el petróleo. Cuando fue descubierto en 1895 los campesinos que vieron surgir esa marea negra de las entrañas de la tierra, tras un terremoto, pensaron que se trataba del excremento del diablo que salía a flote desde el Averno. Hoy Venezuela es uno de los pilares del suministro energético de Estados Unidos. En un instante histórico de expansión imperial esa posición estratégica amenazada cobra mayor importancia aún y desata la agresividad del grupo de agentes de las transnacionales petroleras que se han apoderado de la Casa Blanca.
Chávez fue el autor de un golpe de Estado contra el presidente Carlos Andrés Pérez, en 1992. Hartos de la corrupción de los políticos, los militares se lanzaron a un intento de derrocamiento del gobierno. Después de una fugaz prisión Chávez se lanzó a la política con gran éxito. Venezuela experimentaba una difícil situación económica con un 103 % de inflación y una economía que depende en un 70 % de sus ingresos del petróleo. Pese a ser el principal suministrador extranjero de petróleo a Estados Unidos, tenía un 15% de desempleo, un 50% de empleo informal y un 80% de su población en condiciones de pobreza.
Es obvio que la situación social y política en Venezuela se está radicalizando y que se ha iniciado un movimiento irreversible de reivindicaciones nacionales: un río desbordado que arrasará con el insatisfactorio orden institucional y la injusta distribución de la riqueza.