Hoy es necesario volver a recordar una historia que ya he contado en otras oportunidades. Una historia que me lleva diecinueve años atrás.
Buenos Aires, 24 de agosto de 1985. La noche deslumbrante y helada sirve de fondo. Ella está ahí, mirándome, con sus ojitos entre vivarachos y sorprendidos. Su carita muestra un mundo de contradicciones que no puede ocultar, no sabe si decirme tío o llamarme Kintto. Al principio actúa tratando de protegerse, luego se va abriendo. Al hablar trata de mostrarse fuerte, como que no teme a nada, sin embargo en algunos momentos sus ojos se llenan de lágrimas. Tiene solo diez años y hoy su vida tuvo un cambio total.
Ocho años antes, Carla había entrado en una pesadilla. El 2 de abril de 1976 (tiempos del general Hugo Banzer como dictador no electo de Bolivia), fue secuestrada junto a su madre, Graciela, quien era argentina, por fuerzas de seguridad bolivianas en la ciudad de Oruro.
Graciela fue trasladada al Ministerio del Interior donde fue torturada por represores bolivianos y argentinos. Carlita, que había nacido el 28 de junio de 1975 en Lima, fue ingresada en un orfanato con nombre supuesto, luego pasó a otro, hasta que el 29 de agosto, madre e hija fueron entregadas en la frontera boliviano-argentina de Villazón-La Quiaca, a las fuerzas represivas argentinas, por orden del Ministro del Interior Boliviano, general Pereda Azbún, sin que mediara ningún trámite de extradición. Meses después, en Cochabamba, el padre de Carla, Enrique Joaquín, mi hermano, fue detenido herido por el ejército boliviano, y luego asesinado en la tortura, de la que participaron militares uruguayos, argentinos y bolivianos, según informaciones que pudieron obtener sus familiares. Días después el General Pereda Azbún viajó a Montevideo donde fue recibido con honores por los militares de la dictadura uruguaya.
En Argentina, Carlita y Graciela fueron a parar a Automotores Orletti, uno de los campos de concentración creados por la dictadura, donde estaban detenidos ilegalmente presos políticos uruguayos y argentinos. Graciela quedó allí y es una de las 30.000 desaparecidas. Carlita fue llevada por Eduardo Ruffo, el número dos de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), grupo parapolicial amparado por el gobierno de Juan Domingo Perón e Isabel Martínez primero y por los militares después. Como su esposa no podía quedar embarazada, tomó a la niña y la anotó como hija.
Cuando los años grises comenzaron a irse, con testimonios de algunos sobrevivientes de Orletti, tiempo de investigación de las Abuelas de Plaza de Mayo, confrontación de datos y mucho caminar se logró armar el rompecabezas del recorrido de Carlita, hasta que fue ubicada. "Tus ojos son iguales a los míos", dijo la niña al verme. Buscaba reconocerse en su verdadera familia. Y de a poco fue encontrando su historia... Días después, tras realizarse el examen hematológico que comprobó que ella era Carla, las lágrimas, el abrazo fuerte y aquel "soy 99.98% tu sobrina", marcaba el reencuentro con su identidad.
Pero esa historia tiene que ver mucho con el presente. Desde hace ya muchos años Carla vive en España con su abuela materna, y es testimonio viviente de lo que fue ese siniestro Plan Cóndor perjeñado por la coordinación represiva durante las dictaduras del Cono Sur. Su testimonio ha sido importante en los juicios que se le siguen al ex general Guillermo Suárez Mason responsable de Automotores Orletti y otros centros clandestinos de detención.
La prisión de Suárez Mason por participar en el secuestro de niños, la violación de mujeres, la desaparición, el asesinato es una dignificación para la humanidad, como fue la de los criminales nazis después de la segunda guerra.
La amistad del teniente coronel de policía Germánico Molina, ex embajador de Ecuador en Argentina, con ese personaje, no sólo debe indignar a los/as ecuatorianos/as, debe preocuparlos/as. En un momento en que el país se involucra cada vez más en el Plan Colombia - una especie de Plan Cóndor de estos tiempos porque entre otras cosas en su segunda fase establece una coordinación entre fuerza armadas y policiales de diferentes países-, surgen algunas interrogantes que el gobierno, la policía y las fuerzas armadas de Ecuador deberían dilucidar para demostrar que no son cómplices de un nuevo tipo de coordinación represiva:¿Cuál es la relación de la policía ecuatoriana con la coordinación represiva que exige la segunda fase del Plan Colombia? ¿ Cuál es la relación entre Molina y Suárez Mason? ¿Cuál es la relación de la policía ecuatoriana con Molina y Suárez Mason?
El gobierno ecuatoriano debe responder, y el Parlamento y la justicia deben involucrarse en la investigación. Pero la gente no puede permanecer lejana a este hecho protagonizado por Molina, no puede permanecer lejana al involucramiento de Ecuador en la Segunda Fase del Plan Colombia, no puede permanecer lejana al clima de represión que se está generando en el país. La captura de Simón Trinidad, en la que participaron los servicios de inteligencia de Colombia y Estados Unidos y la policía ecuatoriana, fue sólo una muestra de la coordinación represiva que podría institucionalizarse con el involucramiento en la segunda fase del Plab Colombia.
En el Cono Sur, la coordinación represiva comenzó contra algunos y algunas y después fue contra casi todos y casi todas. Los ecuatorianos y las ecuatorianas, y los adoptados como yo debemos mantenernos alerta para que no nos ocurra aquello que describió tan bien Bertoldt Brech cuando escribió: "Primero apresaron a los comunistas, y no dije nada porque yo no era comunista. Luego se llevaron a los judíos, y no dije nada porque yo no era judío. Luego vinieron por los obreros, y no dije nada porque no era ni obrero ni sindicalista. Luego se metieron con los católicos, y no dije nada porque yo era protestante. Y cuando finalmente vinieron por mí, no quedaba nadie para protestar