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Latinoamérica


19 de febrero del 2004

El presidente de Colombia, Uribe, en Europa
Ir por lana...

Alfredo Molano Bravo
Insurge

No es lo mismo, dijo alguna vez Darío Escandía, Cundinamarca que Dinamarca. No es lo mismo un Consejo Comunal en Titiribí que una audiencia en el Parlamento Europeo, diríamos ahora, haciendo un balance del viaje del presidente Uribe a Europa. La arrogancia del poder suele hacer perder el principio de realidad y confundir las escalas. Uribe está acostumbrado a que la gente tiemble cuando él se acomoda las antiparras, para los ojos y grita. Su palabra está aquí respaldada por el aplauso incondicional de sus áulicos y por las charreteras de sus generales. Pero en países donde no comen de esa porque la opinión pública está curada de espantos, su belicosidad no asusta a nadie. Más bien desnuda su carácter facistoide. Tampoco conmovió el tono de sacristán que suele usar para hablar con periodistas y que almibaró al extremo para pedirle al Papa un santo aval para seguir haciendo la guerra. El cardenal Castrillón debió acordarse de su maestro Monseñor Buiiles cuando decía que matar liberales no era pecado. Cuando Su Santidad misericordiosa saludó al Dr. Ternura, preguntó, inocente, si él era el encargado de la negociación con la guerrilla. Después de un bochornoso silencio, mustio el ilustre visitante, en un arrebato de sinceridad, aclaró: no, la paz es con los paramilitares. Seguramente fue el instante en que "la carnita y los huesitos" del presidente se "timbraron".

La soledad con que los eurodiputados recibieron a nuestro mandatario fue tan atronadora, como significativo el desplante que le hizo Berlusconi, pese a ser de su misma corriente. El jefe de estado de Italia andaba arreglándose unas arrugas, según se alcanzó a filtrar a los medios. A su turno, el rey de Bélgica se excusó de recibir a nuestro "hablantinoso" presidente -adjetivo que él mismo usó para referirse tanto a su propia locuacidad, como a la de Raúl Reyes en días pasados- por estar ocupado con su nieta. En Bruselas la visita del Presidente del Congo Joseph Kabila hizo pasar inadvertida la presencia de Uribe; y en Roma, los medios estaban tan ocupados con la visita de Ahmed Korei, primer ministro de la ensangrentada Palestina, que sólo algunos paisas en peregrinación se dieron cuenta del paso de su mandatario por la Ciudad Eterna. Lo recibió si Solana, el flamante jefe de la seguridad europea que no quiso ponerlo entre los palos, advirtiéndole, sin embargo, que el estatuto antiterrorista y la ley de impunidad penal para el paramilitarismo no eran bien vistas en el viejo continente. El Sr. Chris Patten le comunicó que teniendo en cuenta que el gobierno colombiano no había cumplido con los compromisos firmados por Pachito Santos sobre Derechos Humanos en la Reunión de Londres, tampoco habría Mesa de Donantes para ayudarle al gobierno a sacar los castaños del fuego. Los muy contados comentarios de prensa internacional fueron poco elogiosos. El País de España destacó la declaración de Amnistía Internacional en que acusa a Uribe de "reciclar el paramilitarismo"; por su lado, The Guardian tituló: "Uribe, un presidente con licencia para matar".

No todos fueron descalabros. Hay que reconocer que Uribe obtuvo un par de resultados: en Italia consiguió unos euros para financiarle a las compañías madereras su programa de guardabosques, y en Berlín logró que Alemania estudiara la posibilidad de declarar terrorista al ELN, con lo cual cerraría una puerta más a un eventual acuerdo con este grupo insurgente. Lo demás, promesas de buenos oficios a favor de floricultores y bananeros.

Los consejeros, ministros y demás epígonos de Uribe le echan la culpa del fracaso de la gira a las ONG, lo que equivale un paso más para ayudar a declararlas, ya no aliadas de la subversión, sino terroristas.