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Latinoamérica

Mitología novembrina

César Samudio(*)

La mitología, entendida como fabulización interesada de la realidad, siempre resulta un instrumento eficaz para hacerle conciencia a los inconscientes en momentos críticos de la historia de los pueblos y naciones. Pero cuando la crisis ha sido superada, cuando el consenso se ha logrado, cuando lo que se requiere es madurez para concretar las aspiraciones individuales y colectivas del género humano, lo mítico, lo fútil, no sólo se torna innecesario sino además dañino porque ninguna sociedad puede aspirar al progreso y a la justicia si mantiene inalterados sus mitos primigenios, y muchos menos si éstos llegan ser más importante para la colectividad que los mismos hechos (históricos, políticos, étnicos, religiosos) que forjaron su creación.
En Panamá existe una mitología novembrina que fue necesaria y justificable para hacerle piso a un proyecto nacional que nació desheredado de calor popular. La independencia de 1903 se produjo básicamente porque el rechazo del tratado Harrán-Hay lesionaba los intereses de los grupos hegemónicos del Istmo. La nación existía, sí. Pero el factor voluntad fue guiado por estos grupos de poder y no por la colectividad. En este contexto, resultaba lícito, necesario, idealizar/mitificar este movimiento político ordinario, instintivo, de supervivencia para las elites dominantes, hasta convertirlo en un proyecto nacional, de todos, legitimado mediante la mitificación de acontecimientos triviales, convirtiendo en próceres a personas ordinarias, inventando símbolos patrios, convirtiendo leyendas en historiografía oficial, calendando rituales patrioteros y otras truculencias que han terminado viciando los honores y amores que supuestamente se le rinden a la patria.
La acción interesada de estos grupos económicos trajo consigo el establecimiento de una nueva república, hecho asaz positivo para todos los panameños. Pero cien años después, asegurada la independencia, logrado el consenso, amenazado el país por la irracionalidad de todo género, resulta ridículo, censurable, bochornoso, seguir concibiendo lo patriótico como una simple y ancestral adhesión a estos ritos y mitos fundacionales que no sólo han perdido su razón de ser sino que también se utilizan intencionadamente para mantener a la población —especialmente a la juventud— zambullida en los avatares de un patriotismo de papelillo, exhibicionista, bufo, que en nada beneficia a la patria real en lo material o en lo espiritual.
En 1932, Belisario Porras sostenía que "ninguna piedad, ni ninguna virtud, ni ninguna libertad puede florecer en una comunidad en donde la educación de la juventud es descuidada. En nuestras repúblicas nos interesamos vivamente por la pureza del sufragio universal... pero más que sufragio universal lo que necesitamos en nuestras democracias es educación universal... Una verdadera educación es el despertar del amor por la verdad, el adquirir el justo sentido del deber, el abrir los ojos del alma al gran propósito y al fin de la vida". ¿Cómo puede hablarse de patriotismo si la escuela panameña —primaria, secundaria, universitaria— en vez abrir los ojos, de enseñar a pensar, a discernir, sólo enseña a las personas a leer y a escribir, sumergiéndolas en las tinieblas del fanatismo y de la inconciencia ciudadana? ¿Y acaso no este el motivo que hace que el país real (no el mítico) aún se mantenga virtualmente aherrojado, disecado, por esta incongruente y perniciosa mitología novembrina?
Nunca habrá patria ni patriotismo si los educadores seguimos inculcándole a la juventud que es más importante honrar a los símbolos que honrar a la patria misma o magnificando hechos instintivos, sin heroísmo, elevándolos a epopeyas heroicas y altruistas; tampoco con desfiles, ornamentos, discursos, alocuciones, declamaciones, porque la simbolización no puede ser más importante que la patria misma ni sustituir o postergar, sine die, el compromiso que tienen los educadores y otros entes pensantes de redefinir el concepto de patria; de estas discusiones y decisiones puntuales dependerá que siempre haya patria para las presentes y futuras generaciones de panameños.
Y eso sólo se logra haciendo que la opinión pública y la escuela, principalmente a nivel superior, se conviertan en entes realistas, civilizadores, donde sus integrantes puedan aportar y debatir con amplia libertad sus ideas, opiniones, reflexiones, para actualizar y redefinir este sui géneris concepto de patria donde las leyendas idílicas, los ritos, los exhibicionismos y otras prácticas ociosas parecen tener más importancia que la obligación de concienciar a la población para que ésta entienda que patria son todas las cosas y que para que haya patriotismo verdadero hay que querer y defender todas estas cosas, materiales y espirituales, que se desprecian, olvidan o desprotegen para rendirle culto a lo mítico, ritual, vacuo; entelequias que hace cien años resultaban necesarias para asegurar la existencia de la patria boba, primitiva, fabricando esta mitología novembrina que hoy luce agotada, obsoleta e inservible para propiciar en la ciudadanía el cambio de actitud que se requiere no sólo para rendirle honores legítimos a la patria sino también para que paulatinamente se vaya cambiando esta estrambótica y vergonzosa manera que desde hace un siglo se viene utilizando en el país del canal para rendirle honores ilusorios a la patria.
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(*) Docente y periodista independiente de Chiriquí, república de Panamá.