Latinoamérica
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¿Vientos "K" en la costa uruguaya?
Marcelo de Capital
Rebelión
En concordancia con una tradición que se remonta desde los comienzos de su
historia, Uruguay parece encaminar su horizonte político en la misma dirección
que los países gigantes que lo limitan.
Estado tapón entre Argentina y Brasil, nacida como un producto de la prematura
ceguera de la burguesía porteña en el trazado de un destino autónomo y del papel
de Brasil como operador de los intereses coloniales correspondientes al imperio
inglés, la historia de la antigua Banda Oriental acusó siempre el impacto del
desarrollo de sus vecinos. Así, desde sus comienzos, padeció el enfrentamiento y
desgarro ocasionado por las luchas internas como continuación del enfrentamiento
entre unitarios y federales en la orilla Argentina del Río de la Plata.
Posteriormente, su pacificación interior y su organización siguieron el trazado
que el Imperio inglés, con eje en Buenos Aires, impuso en esta región del Sur.
En definitiva, Uruguay desarrolló gran parte de su historia como un pequeño
espejo de hechos y situaciones sucedidas fuera de sus orillas. Claro está, con
especificidades propias que le dieron una identidad fácilmente identificable que
no se agota en el marketinero mate bajo el brazo "made in Uruguay", sino que se
reconoce en una cultura con rasgos propios muy definidos, expresados en la
música, en la literatura y en la forma de actuar e interpretar la política. En
la actualidad, el "efecto espejo" se prolonga con el anunciado triunfo de la
coalición "izquierdista" encabezada por el Frente Amplio para las elecciones
presidenciales del mes de octubre, que prometen extender los vientos
"progresistas" de Brasil y de Argentina en el país rioplatense.
Progresismo a la uruguaya
Si bien al realizar una caracterización de conjunto, corresponde adscribir a un
futuro gobierno del Frente Amplio a la corriente que lideran Lula y Kirchner
(con similares límites y perspectivas parecidas), el caso uruguayo presenta
particularidades que conviene tener en cuenta a los efectos de favorecer el
análisis político. Una primera aproximación relaciona a los tres proyectos
dentro de una sola estrategia determinada por la sujeción a los planes fondo
monetaristas, el sostén del orden liberal y el concepto de democracia acuñado
por el Departamento de EEUU. No obstante, el proceso uruguayo presenta
similitudes y diferencias que pueden marcar distintivamente su devenir.
La coalición de izquierda, núcleo fundamental de una alianza más amplia con
sectores escindidos de los derechistas partidos Colorado y Nacional, en la
actualidad poco y nada tiene que ver en su programa con las consignas levantadas
en el año 1971, año de su debut electoral. Aquel trazado programático se definía
como anti-imperialista y planteaba entre sus puntos salientes varias
nacionalizaciones (la banca, el comercio exterior) y la reforma agraria. Sin
proclamarse socialista, se reconocía como iniciador del recorrido de la llamada
vía pacífica hacia el socialismo, cuyo paradigma se desarrollaba en el Chile de
la Unión Popular y que en la derrota terminó de derrumbarse como alternativa
política.
En el presente, aquella vía pacífica al socialismo fue reemplazada por
definiciones y proclamas de la dirigencia frentista que irónicamente podrían
denominarse "vía pacífica al capitalismo". Los dirigentes del Frente Amplio se
han lanzado a la conquista de la gran burguesía uruguaya, prometiendo que con
ellos se podrá desarrollar un capitalismo competitivo y así superar todos
aquellos traumas que provocaron el descenso de la otrora "Suiza de América" a
los infiernos del tercer mundo.
A modo de ejemplo alcanza con rememorar la calurosa bienvenida que recibió el
candidato presidencial Tabaré Vásquez en una reciente visita a Buenos Aires,
donde en el lujoso auditorio del Hotel Alvear se dieron cita José Martínez de
Hoz, el banquero Wherteim (no por nada sindicado aquí también como burgués
nacional por la corte kirchnerista) y el anfitrión del encuentro, el presidente
de la Cámara de Comercio Argentino-Uruguaya, intervenciones que no ahorraron
elogios ante las garantías de negocios y negociados ofrecidas por el futuro
presidente uruguayo.
Con peregrinajes constantes a Washington y después de protagonizar el bochorno
de competir con el derechista partido Nacional en el intento de seducción a
Enrique Iglesias, presidente del BID, para proponerlo como ministro de Economía,
el futuro gobierno parece empeñado en agotar (antes de asumir) las expectativas
y deseos de cambio que habitan en los sectores populares de Uruguay un país con
tasas de crecimiento prácticamente nulas desde hace treinta años, y una
desocupación en permanente crecimiento.
De expectativas y frustraciones
Aunque todo parece indicar una segura frustración de las ilusiones que provoca
en el pueblo uruguayo el hipotético triunfo de un gobierno al cual consideran
propio, la conformación de la coalición gobernante (con fuerte prominencia de
los partidos Socialista, Comunista, y los antiguos Tupamaros) encierra la
posibilidad de contradicciones: entre las bases que después de una construcción
de muchos años no permitirán que se altere fácilmente lo que ellas sienten como
una alternativa real de cambio, y una cúpula dirigente que cada vez se aleja más
de esas intenciones.
La dictadura militar, los miles de presos y exiliados, la larga proscripción,
cimentaron la mística que nutrió al grueso de la izquierda uruguaya, símbolo de
resistencia y de lucha. La importancia del pasado y el rol jugado en éste por la
izquierda, (en un país que hace del culto a los tiempos idos un fundamento de su
ser), son motivos donde rastrear y explicar la sorprendente inmovilidad y
ausencia de luchas de la clase obrera uruguaya, que soportó y soporta en el
gobierno que está por finalizar los más terribles ataques y la pérdida de las
más mínimas condiciones de dignidad.
Es precisamente en esta clase obrera uruguaya con su historia de luchas forjadas
en el clasismo, con el antecedente de haberse opuesto a través de una huelga
general de quince días al golpe militar, con el surgimiento de sindicatos
clasistas en la ilegalidad en medio de la dctadura, con el enfrentamiento a los
embates de la ola neoliberal que hizo de Uruguay un país que resistió a las
privatizaciones, en dónde este progresismo uruguayo en ascenso puede encontrar
un fuerte obstáculo al desarrollo de su limitado programa político.
Si desde las organizaciones más radicales que habitan el F.A. se posterga toda
disputa hasta la obtención del gobierno, entendiendo éste como el terreno donde
presentar la batalla sobre el rumbo a seguir, igual lógica se emplea desde el
movimiento social, lo que en los hechos significa una real subordinación hacia
el objetivo de una victoria electoral sin garantías de réditos a futuro.
De la observación sobre el desarrollo de gobiernos progresistas como el de Lula
(2 años) o Kirchner (un año) y los nulos resultados en cuanto a satisfacción de
las necesidades populares, deberán extraer los desposeídos uruguayos las
enseñanzas que guíen el rumbo a seguir. Seguramente no es otro que el de la
organización, movilización propia e independiente del nuevo gobierno para la
imposición de un programa que dé respuesta a sus urgentes necesidades.