Latinoamérica
|
Sea quien fuere elegido presidente de Uruguay nadie debe
esperar cambios radicales
Un cambio a la uruguaya
Martín Rodríguez Yebra
La Nación
Los analistas coinciden en que sea quien fuere elegido presidente del Uruguay
nadie debe esperar cambios radicales. Tabaré Vázquez, el gran
favorito, ya aseguró que no romperá con el FMI, que racionalizará el Estado y
que no habrá fricciones con los militares
Buenos Aires 24-10-04.- Al entrar en la cantina del club social El Arbolito, en
el barrio de La Teja, se cruza el umbral de un tiempo que ya no existe. Es una
suerte de viejo almacén con techo de chapa donde todavía se fían los tragos. "Si
no ganamos ésta, no ganamos más", vaticina "El Rolo", un jubilado flaco, de
bigote fino, que en pleno mediodía apura en la barra un whisky con hielo. No
tiene que aclarar de qué habla. Allí adentro, se vive con el fervor de una final
del mundo el duelo político que el próximo domingo puede cambiar la historia de
Uruguay y que tiene como protagonista al hombre que fundó el club hace 45 años.
Todos las encuestas coinciden en que -salvo que ocurra un vuelco hoy
inimaginable- Tabaré Vázquez se convertirá a los 64 años en el primer presidente
de izquierda de este país y romperá con un siglo y medio de alternancia en el
poder de los partidos tradicionales, el colorado y el blanco.
La efervescencia de un cambio inminente se siente no sólo en el barrio obrero,
de raíz anarquista, donde nació el candidato. La céntrica Avenida 18 de Julio es
una feria política, con infinidad de puestitos donde se reparten boletas y se
venden banderas. Hasta en el señorial Pocitos cuelgan de los balcones insignias
partidarias.
Después de dos intentos fallidos, Vázquez y el Frente Amplio llegan a las
elecciones con un discurso moderado en el que la utopía revolucionaria sobrevive
sólo en los nombres de algunas de las infinitas agrupaciones de la coalición.
"La sociedad uruguaya se inclina por la izquierda más bien en busca de un pasado
mitológico que de un futuro novedoso. Puede ganar con las banderas del cambio
pero llega como una opción reconstructora de esa era añorada. Veo un giro
modesto de unas políticas de centroderecha a otras moderadamente de
centroizquierda", sostiene el politólogo Luis Eduardo González, director de la
consultora de opinión Cifra.
Sus sondeos, al igual que los de las otras cuatro empresas más reconocidas de
Uruguay, ubican al Frente Amplio con una intención de voto que ronda el 49 por
ciento, a unos 15 puntos del candidato del Partido Nacional (blanco), Jorge
Larrañaga. El oficialismo colorado, el histórico "partido del poder", camina
hacia los peores comicios de su historia: el postulante Guillermo Stirling
podría quedar por debajo del 15 por ciento, según los pronósticos. Persiste la
duda de si habrá o no segunda vuelta.
El sociólogo César Aguiar, de Equipos Mori, vislumbra una transformación
definitiva del sistema de partidos pero comparte la idea de que la posible
llegada al poder de la izquierda no augura cambios profundos en la vida diaria.
"Es irracional pensar en que el país vaya a cerrarse. Aquí nadie quiere ser
Cuba. El frente va a moverse aún más al centro", opina.
Tabaré, versión 2004
La versión 2004 de Tabaré Vázquez y la coalición de izquierda ya no postula
romper con el Fondo Monetario Internacional (FMI), se anima a hablar de
"racionalizar" el Estado, sueña en voz alta con inversiones privadas y promete
que respetará las leyes de amnistía que impiden enjuiciar a militares de la
dictadura.
"El cambio será a la uruguaya o no será", dijo Vázquez a LA NACION la semana
última en Buenos Aires. Podría leerse un sentido de resignación u otro de
madurez en una fuerza donde conviven viejos socialistas, ex marxistas,
guerrilleros tupamaros jubilados, ecologistas, sectores minoritarios de tinte
radical y hasta un grupo umbanda. Los líderes del Frente Amplio, casi todos
mayores de 60, sienten que no pueden perder otra vez si quieren alguna vez
gobernar: en 1999 ganaron la primera vuelta con diferencia pero fracasaron en el
ballottage cuando los blancos ayudaron al colorado Jorge Battle a quedarse con
la presidencia.
La crisis del 2002 a la que fue arrastrado Uruguay tras el derrumbe de la
Argentina ahondó la erosión de los partidos tradicionales y mostró también otra
cara de la izquierda. "El Frente Amplio actuó como un canalizador del
descontento social y mantuvo viva la expectativa en una porción mayoritaria de
la población. No prendieron fuego al pasto seco. Hoy su mayor virtud es ser los
que nunca gobernaron", indica Juan Carlos Doyenart, director de Interconsult.
Los analistas políticos y económicos imaginan que los focos de conflicto de un
eventual gobierno de Vázquez surgirán antes del sindicalismo y de la izquierda
radical que de los mercados y las fuerzas armadas. "Me animaría a decir que el
problema más grande va a ser la falta de cambios dramáticos", acota González. Un
fenómeno similar, añade, al que vivió Brasil con el gobierno de Luiz Inacio Lula
Da Silva.
Un antes y un después
Si de paradojas se trata, a Vázquez le sobran los ejemplos. Este oncólogo de
aspecto paternal, hijo de un empleado de la petrolera estatal Ancap, loco por el
fútbol, es el líder indiscutido de la izquierda uruguaya desde que ganó la
intendencia de Montevideo en noviembre 1989, un mes después de la caída del muro
de Berlín. Para dar el paso que lo acerca definitivamente a gobernar el país
aceptó cederle un protagonismo central a su mayor rival interno, el senador
Danilo Astori, con quien pasó temporadas enteras sin hablar. Astori, un moderado
que se lleva a las maravillas con blancos y colorados, será el ministro de
Economía si gana el Frente Amplio. Vázquez lo anunció en Washington tras su
primera reunión con funcionarios del FMI. Fue una jugada decisiva para
tranquilizar a la mayoría conservadora de la sociedad. Puede compararse con la
decisión de Néstor Kirchner de retener a Roberto Lavagna.
"Vamos a mantener la actual política monetaria y el tratamiento de la deuda.
Sería insensato cambiar algo que se ha hecho bien", dice Astori a LA NACION. El
gobierno de Batlle reprogramó sus vencimientos con los organismos multilaterales
y alentó un canje voluntario de su deuda privada. El próximo presidente asumirá
con algo de oxígeno, aunque Uruguay debe el 107 por ciento de su PBI.
En la lista de prioridades de Astori se destacan tres grandes "no": no más
manejo irresponsable de la emisión, no asumir más compromisos para financiar el
déficit, no adoptar nunca sistemas de cambio fijo, enumera.
Es terminante cuando se refiere a los bienes y a las inversiones de los
extranjeros. "Cuando decimos que queremos que entre dinero y que haya negocios
nos referimos a capitales privados. El Estado no tiene mucho de donde sacar",
aclara. Entre sus promesas figura una de especial interés para miles de
argentinos: devolver la fortaleza histórica del sistema financiero uruguayo. Ya
nadie en el frente menciona la posibilidad de agregar impuestos a los depósitos
o a las transacciones de extranjeros.
¿Y dónde queda la izquierda, entonces? Astori tiene la respuesta estudiada: "El
nuestro es un programa de izquierda porque se propone cumplir con las reformas
estructurales que se postergaron durante años y que impiden el desarrollo y el
progreso equitativo de los uruguayos".
El consultor económico Javier de Haedo, ex director del Banco Central de Uruguay
(BCU), no imagina variaciones importantes con el futuro gobierno, gane quien
ganare. "Hay una madurez en la dirigencia: antes se discutía sobre la inflación,
si había que pagar la deuda, si había que limitar la inversión extranjera... Son
discusiones del pasado", explica.
Los mercados esperan con calma por Vázquez o por Larrañaga, un hombre del ala
más populista de los blancos, vencedor en las elecciones internas del ex
presidente Luis Lacalle. El dólar no se movió y no hubo retiros de depósitos, ni
siquiera entre las cuentas que el Banco de la República liberó tras dos años de
congelamiento.
El desafío más delicado que debe asumir el próximo gobierno es atender los
efectos sociales de la crisis del 2002. A pesar del crecimiento récord de este
año, el desempleo sigue por encima del 13 por ciento y la pobreza afecta a un
tercio de la población.
"La gente percibe una carencia importante de políticas sociales, lo que explica
en parte el fortalecimiento de la izquierda", sostiene el analista político
Oscar Botinelli, director de la consultora Factum. La existencia de esa opción
ha cortado de raíz la aparición de piqueteros, destaca.
El programa del Frente Amplio incluye como primera prioridad el lanzamiento de
un plan de emergencia para jefes de hogar indigentes.
¿Una copia del plan que inventó Eduardo Duhalde y que mantiene Kirchner? Astori,
diplomáticamente, lo niega. "En nuestro caso el énfasis estará en la
contraprestación", explica. Los beneficiarios deberán ofrecer un servicio
comunitario, capacitarse y mandar a sus hijos al colegio.
La plataforma de Larrañaga también incluye ayudas a los desocupados en
emergencia. Una medida de ese tipo dará luz a un gobierno que asume y que,
además, puede aprovechar la salida de la crisis, sostiene el economista Juan
Carlos Protasi, ex presidente del BCU. Pero advierte: "Me preocupan grandes
problemas estructurales de los que ningún partido habla. El aumento constante de
la deuda pese a que baja el déficit y las fallas en la recaudación".
Si Astori conjuró los miedos a la izquierda en un sector de los uruguayos, un
personaje que representa su contracara creció hasta posicionarse como el
político que más votos aporta al frente: el senador José "Pepe" Mujica. Fue
funcionario blanco en los sesenta hasta que se sumó a la guerrilla tupamara casi
desde su fundación, estuvo preso durante la dictadura, se fugó dos veces de la
vieja cárcel de Punta Carretas, muestra con orgullo las cicatrices de seis
balazos y recuerda que pasó sus últimos años de detención en un pozo. Habla y se
viste como un hincha de fútbol en la popular y vive en un rancho casi marginal.
Las últimas semanas su figura saltó al centro de la campaña electoral, cuando el
partido colorado apeló a una publicidad en la que recoge un documental alemán de
1995 sobre los tupamaros en el que Mujica y su mujer, la diputada Lucía
Topolansky, reivindicaban asesinatos políticos y renegaban de la democracia.
El ex presidente Julio María Sanguinetti fue uno de los promotores de ese aviso.
"El Frente Amplio es una estructura política con enorme disparidad de ideas
-afirma a LA NACION-. Va de una minoría moderada, representada por el contador
Astori, hasta el viejo movimiento tupamaro, mayoritario. Es verdad que ya no
están en la vía de la violencia, pero también que no creen en la democracia
liberal y en la economía de mercado. Genera una incertidumbre muy fuerte cuando
en cada punto escencial surgen dos ideas tan contrapuestas."
El Encuentro Progresista-Frente Amplio-Nueva Mayoría (tal es el nombre actual de
la coalición) es un rompecabezas integrado por más de 20 listas. La ley de lemas
permite combinaciones múltiples.
El Partido Nacional también ha advertido sobre esa aparente incoherencia. "No es
creíble que los sectores radicales vayan a permitir un programa moderado como el
que anunciaron", cuestionó Sergio Abreu, compañero de fórmula de Larrañaga, que
no se resigna a perder en la primera vuelta. "Podemos revertirlo en el
ballottage", dice. Aun si no lo lograsen, los blancos retendrán un fuerte poder
en el interior, su bastión histórico, y quedarán en condiciones de escuchar
ofertas de asumir posiciones en la administración. "Siempre fuimos el partido de
la gobernabilidad; no vamos a entorpecer la recuperación de Uruguay", aclara
Abreu.
También en los bastiones colorados anticipan buena voluntad. "Acá ningún
político va a jugar en contra del país", dice un alto dirigente oficialista,
cuando se le recuerda la oposición férrea que en la Argentina condicionó desde
el vamos a gobiernos como el de Raúl Alfonsín o al de la Alianza.
El propio Astori espera tensión pero se muestra abierto al diálogo. "Pensamos
distinto pero nos une un plan. Uno tiene que estar preparado para resistir
presiones y para eso existe una sola forma: negociar, negociar y negociar.
Aspiramos a un gobierno de políticas de Estado", indica.
Los analistas restan dramatismo a las peleas internas. "Los partidos marxistas
han pasado a la irrelevancia. El que vota a Mujica no lo hace por su pasado
tupamaro sino porque se siente representado por su estilo", opina Aguiar. Según
González, las divisiones garantizan precisamente que los cambios no puedan ser
radicales. Aparte, a los gobiernos uruguayos siempre les queda la carta del
plebiscito.
Pero Mujica provoca con sus frases de batalla: "Fidel Castro nunca habló de
comunismo en la Sierra Maestra y hubiera sido estúpido que lo hiciera", dijo
hace unos días.
El recambio en Uruguay no augura fricciones con los militares, como las vividas
en la Argentina de Kirchner. Vázquez ratificó que no tocará la ley de amnistía
por las violaciones de los derechos humanos y que respetará la línea de ascensos
en las fuerzas.
En el aspecto que tal vez más se note el giro será en la política internacional.
Vázquez y Larrañaga han anunciado su interés en integrarse al mundo desde el
Mercosur. "Va a haber un realineamiento con la política exterior de Lula, pero
no creo que la izquierda deshaga las dependencias comerciales que creó este
gobierno. Habrá algún guiño a Fidel Castro, un té con (Hugo) Chávez y muchos
símbolos", pronostica González.
Batlle se despegó de la región, sobre todo desde la asunción de Kirchner y de
Lula, y se alineó con los Estados Unidos. Eso le permitió diversificar sus
exportaciones hasta un punto que hoy nadie piensa en revertir.
Lejos de los números, en las calles de Montevideo se vive la política con el
fervor y el colorido que los uruguayos ponen en pasiones populares como el
fútbol y el carnaval. El gobierno municipal del Frente Amplio pintó de rojo,
azul y blanco hasta los postes de la luz. A cualquier hora pasan coches con
banderas partidarias y no es raro toparse con una murga que le canta a un
candidato. Hay militantes de la izquierda y del partido blanco que comparten el
mate mientras reparten boletas en puestitos de la rambla... Todos mensajes, no
conscientes, de que ningún cambio puede ser muy dramático.