A pocos escapa el sentido político y social que tiene el pago de impuestos. Con ellos se pueden financiar escuelas, carreteras, hospitales, promover empleo o por el contrario fabricar armas químicas, caza-bombarderos, tanques y aviones espías para organizar guerras, destruir países y someter voluntades. El problema no es cobrar impuestos, sino el destino y orientación del gasto público. Pero pagar impuestos resulta odioso, aunque tengamos conciencia de su necesidad. Si además tiene como objetivo compensar una mala administración nos sentimos engañados. Hoy, pagar el IVA en México encubre el desastre de las políticas de privatizaciones y reconversión realizadas con tanta celeridad durante las administraciones de Salinas de Gortari, Zedillo y continuada por Fox. Su fracaso se hace evidente. Sin embargo, se exige a los ciudadanos que aporten mas para financiar las políticas liberales. Presentar este impuesto como un plan para modernizar al país es cuando menos una estafa. Culpabilizar a las víctimas señalando que serán responsables de la pérdida de competitividad de México es otro insulto.
Los argumentos en su favor, son solo de orden estético. Aumentar impuestos no es plato de buen gusto, pero el beneficio será para todos, así reza el discurso. Alguien se tiene que sacrificar y convertirse en cabeza de turco. Recordemos que no hace tanto tiempo, los recaudadores sufrieron el desprecio de la población. En el anecdotario queda el triste final de quien fuese el fundador de la química moderna, el francés Lavoisier, condenado a perder la cabeza en la guillotina por haber aceptado tan innoble responsabilidad durante la monarquía. Por el contrario, iniciado el proceso de proletarización y la promulgación de las leyes de vagos y maleantes emergió una figura que gozó de buen cartel y se gano las simpatías del pueblo llano, eran los bandoleros sociales. Quitar a los ricos para dar a los pobres. Nada los hacia mas populares que asaltar en los caminos a nobles y terratenientes con el fin de despojarlos de sus ajuares obtenidos con malas artes, engaños y la explotación inmisericorde. Los nombres de aquellos sujetos han pasado a la historia. Novelas y relatos de época los han elevado a la categoría de héroes nacionales. Desde Robín de los bosques hasta el Zorro pasando por Curro Jiménez disfrutaron de la benevolencia popular. Incluso Al capone, mafioso con carisma, logró crear en su entorno el halo de ser un benefactor social. A pesar de ello, fue su política de evasión de impuestos lo que terminó con sus huesos en Alcatraz.
En la actualidad, quienes evaden impuestos no terminan en la cárcel. Por el contrario son venerados por el respetable, al considerarlos verdaderos justicieros. Pero curiosamente, no son los contribuyentes de a pie, los que pagan impuestos directos y se les retrae puntualmente cada mes o quincena de su nómina quienes delinquen. Son otros los ladrones de mano larga. Empresarios con asesores expertos en ingeniería financiera. Sus proezas se ensalzan como un juego malabar frente al Estado, considerado un predador dispuesto a crecer siempre a costa de la libertad empresarial y la iniciativa privada. Hoy, los delincuentes fiscales pertenecen a esa minoría social cuyos niveles de ostentación y gasto superfluo ofende a los ojos de cualquier ciudadano con un mínimo de sentido ético. Sin embargo, ellos se muestran reconfortados y apoyan el IVA. Saben cual es el destino de lo recaudado. Ya no se trata de quienes mas tengan mas aporten. La creación del IVA es fuente de desigualdad, perjudica a los ciudadanos con menos ingresos. Podríamos decir que el IVA consiste en quitar a los pobres para dárselo a los ricos. Bajo una economía de mercado, los beneficios de cobrar el IVA, retorna a las manos de los grandes monopolios, oligopolios y empresas bajo la forma de concesiones, regalías o préstamos a largo plazo y bajo interés.
Cubierto de un falso manto democrático, se busca justificar el IVA como parte de una dinámica de justicia distributiva afincada en el supuesto: Aquien consume paga@. Y como consumidores somos todos, pagamos todos. Mediocre argumento cuyo fin procura reducir la cuota proveniente de los impuestos directos. Impuesto realmente democrático al fundarse en el principio de igualar desigualdades. No es lo mismo ganar un millón de pesos que cien. Es de justicia social y de coherencia democrática que quien mas gane mas aporte y quien menos lo haga en menor proporción. Pero cuando se impone el IVA, se encuentra un resquicio para ir disminuyendo paulatinamente los impuestos sobre el capital, bajando los límites superiores de las retenciones y resarcirse de esta baja por la vía de el cobro indirecto realizado en el mercado. Grabar medicamentos, libros, alimentos, en fin, bienes de primera necesidad ahonda las diferencias sociales siendo causa de un mayor nivel de injusticia y desigualdad. Asimismo, la casuística para evadir el pago del IVA en los países que han realizado la reforma total alcanza cotas preocupantes. Una cierta complicidad entre consumidores surge cuando se trata de ahorrarse el pago de este impuesto. Cada vez que acudimos a un médico, abogado o profesional en el ejercicio libre de su profesión nos encontramos ante la disyuntiva de pagar un 15 por ciento mas, según media, si pedimos factura. El IVA incrementa gastos, cualquier ahorro es bien recibido, aun a costa de no exigir factura. Esta argucia es común y su argumento bastardo: Aes del genero tonto pagar mas, si puedo pagar menos@. En ese instante no se piensa en las ganancias no declaradas de quienes dicen ejercen Ahonestamente@ su profesión. Poco importa donde van a parar los beneficios Ainvisibles@ y menos aún cuales son sus consecuencias. El dinero negro se lava a costa de encarecer todo tipo de bienes, con el consiguiente proceso inflacionario, siendo el principal perjudicado el ciudadano que no puede evadir el IVA o pedir su deducción, es decir el consumidor último de bienes y servicios, el que lo paga siempre al comprar sus manzanas, peras, aspirinas o libros.
En definitiva, cuando se pretende generalizar el IVA a todo tipo de bienes sin excepción se esta beneficiando al gran capital privado nacional o transnacional. Ellos si pueden evadir su pago mediante operaciones fraudulentas o por complicidad con sus clientes. En este sentido, oponerse al IVA y la reforma es un acto de gallardía política. Presentar a sus detractores como anti-patriotas y retrógrados desenmascara, por el contrario, a sus valedores, siendo el adjetivo que mejor los define el de ser consecuentemente anti-demócratas.