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Latinoamérica

Doscientos años de lucha en la isla de la libertad

Juan Carlos Galindo
Periodista

Hoy, 1 de enero, Haití celebra su segundo centenario como república independiente. Sin embargo, existen pocos motivos para el festejo. El país se encuentra en una situación agónica, al borde del desastre, en medio de una crisis política de consecuencias imprevisibles, vencido por una mísera situación económica y social. Iniciadas en el norte de la isla en septiembre, las manifestaciones contra el régimen de Jean Bertrand Aristide han llegado ahora a la capital, Puerto Príncipe. El 5 de diciembre, milicias progubernamentales disolvieron a tiros una concentración pacífica en la facultad de Ciencias Sociales. Desde ese momento, la situación no ha dejado de empeorar. La última manifestación, celebrada en las calles de la capital durante el pasado lunes 22, se ha saldado con dos muertos y decenas de heridos. La oposición y la sociedad civil, cada vez más cohesionadas frente al enemigo común, se encuentran dispuestas a derrocar a un régimen acorralado por la corrupción y la miseria.

Sumida en una crisis económica perpetua, de escasos recursos siempre dilapidados por corruptas élites, esta pequeña república -que comparte la isla de la Española con la República Dominicana- se ha convertido en el país más pobre de América. Su esperanza de vida no supera los 50 años, más del 70 % de sus habitantes se encuentra por debajo del umbral de la pobreza y la mitad de la población es analfabeta.

Según Naciones Unidas, casi cuatro millones de personas, sobre un total de 8 millones, necesita ayuda humanitaria para sobrevivir. La deforestación, una de las más rápidas del mundo, quema los escasos recursos del país. Mientras, el narcotráfico ha creado una industria nacional de la que todo poder público participa y ha convertido Haití en la primera plataforma de distribución hacia el jugoso mercado estadounidense. Además, el país concentra más del 60% de todos los casos de SIDA registrados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el Caribe y, entre 1980 y 2001, más de 300,000 haitianos murieron víctimas de esta enfermedad.

Ahora, a la crisis económica y social, se suma la política. La azarosa carrera de Aristide se encuentra en un momento especialmente delicado. Sin embargo, a lo largo de su dilatado periplo, el "cura de los barrios bajos" (sobrenombre con el que se conocía a Aristide) ha demostrado una asombrosa capacidad de supervivencia. En las elecciones presidenciales del 16 de diciembre de 1990, primeras plenamente democráticas en los 187 años de historia de Haití como Estado independiente, Aristide arrolló con un 67.5% de los votos, reflejo de su inmensa popularidad entre las capas más desfavorecidas. Así, Haití ponía fin a tres décadas de poder militar e intentaba superar la herencia del sanguinario dictador Duvalier, que gobernó de 1957 a 1986. No obstante, tan sólo ocho meses después, Raúl Cedras llega a la presidencia del país después de un sangriento golpe de Estado. Aristide se refugia en Estados Unidos y no renuncia al poder. En 1994, veinte mil soldados, en su mayoría estadounidenses, colocan de nuevo a Aristide a la cabeza del gobierno. El presidente y su organización política Lavalas (que significa "avalancha" en créole, la lengua originaria de Haití) vencen en las legislativas de 1995 (denunciadas por fraude y boicoteadas por la oposición).

Las elecciones presidenciales de 2000, en las que Aristide consigue la reelección con el 91% de los votos, se celebran en medio de protestas de la oposición por la evidente ausencia de las garantías democráticas.

Desde su vuelta al poder en 1994, Aristide ha llevado al país por la senda de la recesión económica y el asilamiento internacional. Todas las promesas de desarrollo formuladas en 1990 han quedado en palabras. La oposición, salida en gran parte de las filas de Lavalas, ha sido duramente reprimida. Las calles, gobernadas por milicias de chavales armados por el régimen, hace mucho tiempo que dejaron de ser un lugar habitable.

Los grupos de oposición y la sociedad civil, organizados en torno a la iniciativa "184", continúan con las manifestaciones y la presión pacífica, a la que el régimen responde con balas. Sin embargo, dividida y excesivamente diezmada por la represión y la carencia de medios, su fuerza real no se corresponde con su gran poder de reivindicación y protesta.

Ante la extrema gravedad de la situación, importantes miembros del gobierno de Aristide, entre ellos tres ministros y el embajador en la República Dominicana, han dimitido. Así se acentúa, a cada momento que pasa, el aislamiento externo e interno de un gobierno contra las cuerdas que ha puesto a Haití, otrora ejemplo de libertad, al borde del colapso.

Un país que consiguió la independencia hace ahora dos siglos, después de una guerra contra el todopoderoso ejército napoleónico. Una guerra para evitar que se reinstaurase la esclavitud en la isla. Una guerra en nombre de la libertad y el progreso. Quedan lejos, hoy, esos tiempos para Haití. *Agencia de Información Solidaria.