Internacional
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Fahrenheit 9/11 en el mundo árabe
Tío, ¿qué has hecho con los árabes?
Amira Howeidy
El controvertido documental Farenheit 9/11 de Michael Moore ha llegado finalmente a nuestras salas de proyección. Después de haber sido prohibido en varios países árabes, pocos esperaban que las autoridades egipcias autorizaran la exhibición de la diatriba contra Bush y contra la guerra, que dedica una parte significativa de su contenido a la familia real saudí. Pero lo han hecho. Y más todavía, el estreno ha venido acompañado de una campaña publicitaria a una escala sin precedente tratándose de una película extranjera. Enormes carteles de promoción de Farenheit 9/11 se han colocado de forma estratégica a lo largo del principal puente de El Cairo- el del 6 de octubre-, y se ha pasado un impresionante trailer por la televisión egipcia.
Por supuesto, Michael Moore no es sólo un realizador de documentales. La controversia suscitada por su famoso discurso- "Me avergüenzo de Usted, Sr. Bush"- durante la ceremonia de entrega de los Oscar el año pasado, le ganó de inmediato muchos partidarios en el Mundo árabe. El regodeo de ver a un activista contra Bush expresarse así en el centro comercial y cultural de Estados Unidos llevó a que innumerables periódicos egipcios y árabes colocaran en primera página su fotografía, si bien los titulares se centraron en el aspecto político de su alocución, y apenas mencionaron su película, Bowling for Columbine, por la que había ganado el premio. El mismo Al-Ahram Weekly, no se ha salvado de la fiebre Moore: cuando el pasado mes de mayo obtuvo la prestigiosa Palma de Oro por Fahrenheit 9/11 en el Festival de Cannes, lo celebramos en portada con una foto de sus fans llevando una pancarta en la que se leía "Moore, presidente" (Al-Ahram Weekly, 20-26 de mayo).
Tampoco Moore es exclusivamente cineasta. En el Mundo árabe se hizo famoso cuando su libro Stupid White Men (en el que acusa a Bush de fraude en la proclamación de la victoria presidencial del 2000) fue traducido y publicado por entregas en la prensa árabe hace dos años. Hoy, Stupid White Men, se puede ver al lado de su último libro, Dude, where is my country?, en el lugar más destacado de Diwan, la mayor librería de El Cairo, situados ambos de manera estratégica para asegurarse de que ningún cliente deje de verlos.
Sin embargo, lo que le ha ganado los corazones de la gente de esta región ha sido su postura contra la guerra. Y lo que ha producido más rechazo en la derecha estadounidense, es lo que más admiración produce aquí. Por eso, no resulta sorprendente que la controversia en que se halla metido su último trabajo, las dificultades para encontrar distribuidora en EE.UU., las críticas que la Casa Blanca ha dedicado al documental, y la decisión de prohibir la película en Arabia Saudí y Kuwait, hayan convertido Fahrenheit 9/11 en algo imprescindible de ver para muchos árabes, que se sienten directamente implicados en la guerra que Moore censura apasionadamente.
Ahora que la película se exhibe aquí, no obstante, uno podría preguntarse si la publicidad que ha precedido a su llegada no se habrá convertido en una espada de doble filo. Aclamamos a Moore porque otros le atacan y le censuran por su oposición a la Administración Bush. Esa es la razón por la que un documental extranjero se exhibe en nuestras salas de cine con un tratamiento al que la mayoría de los grandes éxitos de Hollywood no podrían aspirar. Pero el resultado final de tanta curiosidad ha sido el de provocar grandes expectativas, y por ello muchos de nosotros hemos quedado decepcionados cuando al fin hemos visto a Moore como paladín de la resistencia interna estadounidense, y hemos escuchado lo que tenía que decir.
Fahrenheit 9/11 se concentra en una hipótesis: si no hubiera sido por Bush, el 11 de septiembre no habría tenido lugar. Iraq no hubiera sido invadido, y el ejército estadounidense hubiera continuado desempeñando su papel tradicional como defensor de la libertad. Moore aduce que fueron los negocios que la Administración Bush tiene con los saudíes lo que les llevó a comprometer los verdaderos intereses del pueblo estadounidense. "¿Es incorrecto preguntarse si cuando los Bush se despiertan piensan más en los saudíes que en el pueblo estadounidense?". Moore reflexiona sobre ello y llega a la conclusión de que Bush continuó almorzando con el príncipe Bandar Bin Sultan, embajador saudí en EE.UU, durante y después de la crisis, "a pesar de que" Bin Laden era saudí, el 11 de septiembre se financió con dinero saudí, y eran saudíes la mayoría de los secuestradores.
Moore ridiculiza lo que describe como una infundada influencia de los saudíes en EE.UU. Se maravilla de la habilidad de la Administración para sacar del país de forma clandestina, durante los días siguientes a los atentados del 11-S, a todos los saudíes, entre los que se encontraban miembros de la familia de Bin Laden, a pesar de que el espacio aéreo del país estaba cerrado al tráfico oficialmente. Y recuerda a un antiguo oficial del FBI para alegar que el procedimiento normal de la policía debería haber sido, en lugar de "deportar" a los saudíes, retenerlos el tiempo suficiente para hacerles algunas preguntas fundamentales.
La acusación es clara: ciertos ciudadanos saudíes recibieron un trato privilegiado de la Casa Blanca de Bush, a pesar de sus posibles conexiones con una amenaza mayor contra la seguridad, por el hecho de que su país sea dueño del 7% de la economía estadounidense. Y para asegurarse de que esa información no pase inadvertida, Moore nos la facilita mientras permanece apostado frente a la embajada de Arabia Saudí en Washington, donde enseguida llama la atención de dos miembros del Servicio Secreto que "de repente" aparecen para preguntar al cineasta qué esta haciendo.
Muy poca gente en el Mundo árabe, y menos en Egipto, siente gran simpatía por la cultura saudí de los petrodólares, ni la familia real saudí es especialmente popular ni dentro ni fuera de su país. Pero la afirmación de Moore de que los saudíes ejercen una extraordinaria y desproporcionada influencia sobre la única superpotencia del mundo puede parecer muy exagerada, si no ligeramente racista.
"El alboroto montado sobre el tamaño de la embajada saudí y los dos miembros del servicio secreto me parecieron inquietantes", me dijo Salma Arafa, una informática que vive y estudia en Estados Unidos. "¿Sabe Moore cuántos agentes de seguridad se despliegan para proteger la embajada de EE.UU. en El Cairo, y cómo las calles que conducen a la embajada permanecen cerradas al tránsito? No puedo aceptar ese argumento".
A lo largo de su investigación sobre los intereses saudí-estadounidenses, Moore ha debido encontrar amplias evidencias de cómo la influencia de EE.UU. sobre los saudíes ha garantizado sus intereses en la región- e incluso fuera de ella- durante décadas. No es ningún secreto que Estados Unidos se ha servido de los saudíes para derribar gobiernos en Iberoamérica y África, así como para controlar los precios del petróleo. Ya que el asunto central de la película es la influencia externa en la política exterior de EE.UU., resulta imprescindible preguntarse porqué el poder del lobby sionista no se plantea en ningún momento.
Moore no menciona el hecho de que la CIA financió a Bin Laden durante la Guerra Fría y promovió el reclutamiento de mujahidines islámicos en Afganistán,pero le vemos preguntarse insulsamente por qué se permitió que un funcionario del Gobierno talibán visitara Texas para "mejorar la imagen de su país" en 1997, siendo Bush Gobernador (aunque era Clinton entonces quien ocupaba la Presidencia), y cuando Estados Unidos sabía que, en aquellos momentos, Afganistán daba hospitalidad a Bin Laden.
Su argumentación nos lleva a la guerra de Afganistán, sobre la que Moore parece sugerir que se llevó a cabo, principalmente, para asegurar el oleoducto que lleva el gas desde la cuenca del Caspio al mar. Eso podría explicar por qué Estados Unidos no tuvo verdadero interés en dar caza a Bin Laden o en terminar con Al-Qaeda. El documental cierra ese capítulo afirmando que se permitió escapar a los Taliban y a Bin Laden. Pero más evidente que esas "revelaciones" son los silencios. No se hace mención alguna a las víctimas civiles, estimadas en 3.500, ni Moore alude a la enorme controversia que ha suscitado la detención de miles de sospechosos de pertencia a Al-Qaeda en Guantánamo, donde se les ha despojado de su condición de prisioneros de guerra para privarlos de los derechos que establecen las leyes internacionales.
Moore se mofa de Bush por autodenominarse "presidente de guerra" cuando, en su opinión, no guerreó demasiado en Afganistán. La película argumenta de forma aceptable que lo que hizo la Administración Bush, de hecho, fue lanzar una guerra contra el pueblo estadounidense para la que se ha servido de la mayor arma de destrucción: el miedo. Lo mejor de la película es cuando Moore muestra la paranoia de las decisiones tomadas por la Administración para aterrorizar a su propio pueblo. Por ejemplo, cuando vemos a una madre estadounidense a quien obligan a beber su propia leche maternal, que había embotellado para su bebé, porque los agentes de seguridad de un vuelo doméstico sospecharon que la leche era otra cosa distinta. O cuando se nos muestra a un hombre en un gimnasio, quien de pasada dice a sus amigos que Bush es un "terrorista" para ver después cómo el FBI llama a su puerta para interrogarle acerca de sus ideas políticas.
En efecto, se trata de ejemplos fascinantes pero lo que verdaderamente resulta impactante es observar de qué manera Moore ha preferido pasar por alto a las víctimas reales de la Patriot Act y de las leyes anti-terroristas: a todos aquellos oriundos de Oriente Próximo que en esas fechas se encontraban en Estados Unidos, y a la misma comunidad árabe-estadounidense. Durante mucho tiempo a raíz de los atentados del 11-S, miles de árabes fueron detenidos, interrogados, considerados sospechosos, y sufrieron el odio por su perfil racial y étnico. Todos ellos vivieron en una atmósfera de miedo real, no imaginario. Tal como se quejaban los dirigentes de la comunidad árabe y musulmana, en aquellos momentos, EE.UU. se vieron anegados por una ola de fanatismo anti-musulmán. El número de ataques contra árabes y musulmanes en Occidente fue espectacular. Por ello, sabiendo como sabemos lo ocurrido, resulta incomprensible para nosotros que haya escapado a la atención de Moore.
No está claro si Moore ha olvidado de forma deliberada esas patentes realidades debido a que sus sentimientos anti-saudíes son sólo una parte de una actitud anti-árabe total, o si esas omisiones se deben a simple ignorancia. En efecto, muchos críticos de Moore alegan que su fuerza se basa en su habilidad en la presentación de los asuntos locales, pero que su conocimiento de la política internacional no es superior al que tiene el estadounidense medio.
Se podría alegar que Fahrenheit 9-11 ha sido realizada pensando en el público de Estados Unidos y que no deberíamos esperar necesariamente que los estadounidenses se opusieran a la guerra por las mismas razones que nosotros. Se trata de un argumento legítimo, si bien pasa por alto un hecho crucial: las guerras de Afganistán e Irak, junto con la ocupación israelí de Palestina (que el documental ignora), nos afectan en primer término a nosotros, a los árabes. Es entre nosotros donde se han perdido vidas inocentes y donde el ejército estadounidense ha derramado sangre para asegurar los intereses estadounidenses. Esta clase de violencia no es una prerrogativa exclusiva de George Bush, Jr, pero Moore se comporta como si fuera así y no alude a que el equipo neo-conservador de la actual Administración- en su totalidad- ha estado planificando la guerra contra Irak desde el final de la primera Guerra del Golfo e ignora, asimismo, las décadas de apoyo de los EE.UU. a los despóticos gobiernos establecidos en todo el Mundo árabe, y al más importante de ellos, Israel.
<>Todo esto no quiere decir que Fahrenheit 9/11 no sea un ingenioso, cautivador, y extremadamente interesante documental. Pero, ahora que lo hemos visto, sabemos que los árabes y Moore nos oponemos a Bush por razones muy diferentes.
2-8 septiembre
http://weekly.ahram.org.eg/2004/706/fe1.htm