Internacional
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3 de april del 2004
Últimas líneas antes de entrar a la prisión por cruzar la línea de prohibición en la escuela militar del ejército de EE.UU. en Fort Benning
No es una vergüenza ni un estigma
Kathy Kelly
Este fin de semana me preparo para ingresar, el 6 de abril de 2004 al FCI [siglas en inglés de Instituto Correccional Federal] Pekín, en Peoria. Soy una de las docenas de personas que, el 22 de noviembre de 2003, cruzamos la línea de prohibición en la escuela de entrenamiento militar de combate del ejército de EE.UU. en Fort Benning, Georgia. Con cariñosos amigos, compartí risas reprimidas, y a veces nerviosas, mientras tratamos de sobrellevar lo mejor posible una difícil realidad. "¿Escribirás un libro?" pregunta mi dulce cuñada. Mi hermano no puede resistir una carcajada: "¡Claro! ¡Un libro con ilustraciones en relieve!" y luego sale con una lista de relieves imaginarios que provoquen risas. Ayer, un amigo bromeó sobre un chiste que había visto que mostraba al "jefe" en la cárcel y a sus nerviosos adláteres que preguntan: "Por cuánto tiempo podemos decir: 'Lo siento, está ausente'".
Podrán causarme algún daño en la prisión, pero estoy segura que también podría haberme ocurrido mientras estaba en Bagdad o en otros sitios a los que he ido por mi propia decisión. No siento ansiedad más allá del miedo normal ante lo desconocido.
La crueldad de la prisión consiste en que se encierra a gente que a menudo siente remordimientos y baja autoestima por sus acciones pasadas, y que luego acumulan sobre ellos más razones para que sentirse mal en su propia piel sin que tengan casi ningún medio para mejorar su situación. Padres separados de sus hijos, que sienten que han arruinado sus vidas, sometidos a los gruñidos de consejeros y guardias que les dicen que deberían haber pensado en sus seres amados antes de comenzar a causar problemas. Gente que ha cometido crímenes, frecuentemente crímenes no- violentos que pueden lamentar de todo corazón, (a menudo relacionados con el uso y el tráfico de drogas), no debería continuar en libertad para continuar haciéndose daño a sí mismos y a otros mediante el tráfico de drogas. Pero ¿por qué arrebatar la libertad de otros, y por qué emplear a otros seres humanos para que actúen como "guardianes de zoológicos humanos"?
Me he sentido algo aislada de los ataques contra mi autoestima mientras estoy en prisión. Me siento orgullosa de cruzar la línea de demarcación en protesta contra la instalación de armas nucleares del Proyecto ELF en el norte de Wisconsin que desarrolla el control de trayectoria de los misiles crucero Tomahawk para mutilar y matar a gente en Irak. Del mismo modo, es bueno formar parte del creciente grupo que ha cruzado la línea en la escuela de entrenamiento militar de combate en Fort Benning, GA. Graduados de esa escuela han sido responsables por matanzas, asesinatos y torturas. La gente debería crear cruzar la línea en ese lugar cada día de la semana. No es una vergüenza, ni un estigma.
Pero me siento preocupada porque he estado tan distanciada, en los últimos años, de alguna de la gente más pobre de nuestro país. Necesito comprender mejor lo que les sucede. ¿Hago bien cuando pienso que los medios presionan con éxito a los jóvenes en los centros urbanos para que consuman, compren, posean nombres de marca para esto y aquello? ¿Empuja ese impulso corporativo a comprar ciertas líneas de vestimenta, cosméticos y automóviles a que la gente caiga en una economía subterránea porque no puede conseguir su parte en la economía porque nuestro sistema educacional los ha dejado terriblemente de lado? Al pensar en cómo George Fox, que ayudó a fundar la fe cuáquera, se ponía de pie en los bancos de las iglesias durante los sermones y urgía a la gente a andarse con cuidado en el mundo, viendo a Dios en todos, he creado una fantasía relacionada con las salas de los tribunales. Supongamos que una se levantara en un tribunal, que arriesgara ser condenada por desacato, y preguntara: "¿Podríamos pasar un minuto analizando lo que pasa aquí utilizando un gráfico vivo? ¿Cuántos en esta sala ganan dinero con el sistema penal y cuántos son la 'materia prima' que alimenta este sistema? Seguro que la gente que gana dinero sería, sobre todo, blanca y bien educada. Son los abogados, los jueces, el personal de la corte. Y apuesto a que la gente que alimenta el sistema, que mantiene a los empleados del sistema penal de justicia, serían africanos-estadounidenses, latinos, y asiáticos. Si son condenados, los "criminales" recibirán 18 centavos por hora trabajando, dentro del complejo carcelario industrial, para importantes corporaciones de EE.UU. que pueden contratar mano de obra carcelaria sin siquiera tener que preocuparse por vacaciones pagas, gastos sociales, tiempo extra, la contrata de supervisores, o el arriendo de espacio de trabajo. El complejo industrial carcelario se parece a la esclavitud y podría ser un precursor del fascismo.
Quiero desafiar sin violencia este sistema.
En 1988, después de ingresar a la cárcel del Condado Cass en Harrison, MO, se me cayó el alma al ver con qué intensidad las otras 12 mujeres en la celda, un área lúgubre llamada "el calabozo", no querían ver a una persona más que redujera el mínimo espacio que tenían a su disposición. La mayoría ya había estado allí durante muchas semanas. El calabozo debía haber sido un área pequeña de retención temporal, pero como la cárcel estaba tan abarrotada, las seis literas, el lavabo expuesto, la mesa de madera y la ducha con su cortina desgarrada se convirtieron en el alojamiento de prisioneras que esperaban su transporte. Me acababan de dar de alta del hospital después de una grave operación por el colapso de un pulmón resultante de una anormalidad congénita. Amigos dijeron que en mi uniforme de la prisión podría haber posado para un cartel soviético acusando a EE.UU. de abusar de los prisioneros. Las prisioneras que me miraban veían a una mujer de 45 kilos con conjuntivitis, la nariz goteante, los cabellos en desorden, una tos atroz, y un eczema facial. Al mirar la litera superior que me asignaron, me pregunté cómo iba a subir sin pisar la cama de otra mujer. ¿Y cómo iba a meter el colchón lleno de bultos en la funda suministrada por la prisión, si apenas me podía agachar para atar mis zapatos? En ese instante, la mujer más alarmante del "calabozo" se rió, puso los ojos en blanco, y dijo: ¡Qué habré hecho para merecer que me encierren con esta mierda blanca con SIDA!" Se me cayó el alma a los pies.
Logré ocupar la litera superior y, durante las horas siguientes, las mujeres más cercanas mostraron curiosidad y luego, amablemente, me preguntaron cómo había terminado por llegar a ese calabozo. Encontramos maneras de ayudarnos mutuamente. Por ejemplo, yo tenía mi agenda con un pequeño mapa de EE.UU. Juntas, otras reclusas y yo, encontramos las diversas prisiones federales a las que cada una de nosotros podría ser enviada. Comencé a sentirme mejor. Después de tres días, todas las mujeres me trataron con afecto, llamándome "Miss-iles" como diminutivo. (Tuve cuidado de no trivializar nuestra acción de plantar maíz en la ubicación de silos de misiles nucleares, pero decidí no discutir el apodo.) "Miss-iles", dijo la mujer que había protestado en cuanto me vio, "Hice lo posible para que no me gustaras, pero no puedo evitarlo - me gustas".
El Mayor Nick y el sargento Roy, los oficiales responsables por la dirección de la cárcel del Condado Cass, eran increíblemente avariciosos cuando se trataba de gastar el dinero federal que les era enviado como compensación por el alojamiento de prisioneros federales a la espera de su transporte a otras cárceles. Nunca tuvimos suministros adecuados de papel higiénico, de toallas de papel, de artículos de limpieza, o instrumentos para comer. En los dos meses que pasé allí, hubo sólo una vez un guardia "libre" que nos llevara afuera a tomar el aire. Pintado en gris color barco de guerra, con barras por tres lados y luces fluorescentes que jamás eran apagadas, el "calabozo" era uno de los peores sitios existentes en el sistema carcelario de EE.UU.
Un día, entró a la celda una mujer que había sido acusada de DUI [sigla en inglés de conducir bajo la influencia]. Su abogado vino al día siguiente a pagar la fianza. Al irse, le pregunté si podía dejarnos su periódico. "Oh, corazón", dijo, "ustedes no deberían tener que leer las noticias de ayer, Voy a hacer que les envíen el periódico de hoy." Cortésmente le dije que preferiríamos el viejo porque se nos había acabado el papel higiénico, usábamos papel de diario. En cuando recuperó la libertad, presentó un juicio contra la prisión por no respetar los derechos humanos. En cuanto lo supo el mayor Nick, irrumpió en "el calabozo". "¿Cuál de las putas en este calabozo tuvo el descaro de decir que no les DAMOS papel higiénico?" vociferó. Esperé un coro de furiosas respuestas, pero en su lugar escuché: "Debe haber sido Miss-iles. ¡Cree que vive en una especie de hotel!" Me quedé estupefacta. Me sentí como un general que dirige una carga y que mira hacia atrás, preguntando "¿Dónde quedaron mis soldados?" El mayor Nick cuestionó a cada una de las mujeres en la celda: "¿Has visto JAMÁS que en este calabozo no se hayan satisfecho tus necesidades?" Cada mujer reconoció que el mayor Nick y el sargento Roy la trataban bien. Cuando llegó mi turno, hice una lista de los artículos que no suministraban, le dije lo horrible que era la bazofia que nos servían, me quejé por la miasmática nube de humo de cigarrillos que flotaba sobre nosotros, y aseguré al mayor Nick que no debería dirigir ni una perrera, mucho menos un sitio para seres humanos.
Horas más tarde, después de que un vaso de kool-aid se derramó sobre la mesa de papel y no teníamos una toalla de papel para limpiarla, las mujeres comenzaron a gritar: "¡Guardia! ¡Guardia! Necesitamos toallas de papel". No llevaron ninguna. Un charco pegajoso se formó en el piso.
Meses más tarde, en la prisión de seguridad máxima de Lexington, KY, en la que serví el resto de mi condena, le pedí a una de las mujeres que me ayudara a comprender lo que sucedió ese día. Me ayudó a ver cuánto poder el mayor Nick y el sargento Roy tenían sobre cada una de las mujeres. Esos carceleros podían interferir con sus posibilidades de recibir "buen tiempo", para ver a sus hijos antes de ser transportadas a una prisión lejana; de ver o hablar con un abogado, de encontrar a un clérigo, de comprar productos del economato, o de recibir una caja enviada a la prisión con polainas y una camiseta. Yo tenía múltiples "conexiones" afuera y no tenía nada que perder, con una sentencia relativamente corta (un año) y una declaración registrada de que me negué a pagar multas. De todas las que estábamos en esa celda, yo era la más privilegiada en cuanto a educación y seguridad económica.
La historia se me ha convertido en una metáfora. ¿Quién tenía la mayor responsabilidad, en "el calabozo", de alzar su voz? Al que ha recibido mucho, se le exige mucho. Cuando vemos, de primera mano, serios abusos a nuestros prójimos, y si tenemos la oportunidad de alzar nuestras voces y tal vez aliviar sus sufrimientos, ¿ cómo podemos mantener silencio?
En nuestro mundo, muchos que vivimos en EE.UU., estamos encaramados, casi por accidente, en un ambiente desmesuradamente lujoso, en comparación con el resto del mundo. Somos los más afortunados. Somos los más bienaventurados. Y tenemos la mayor responsabilidad por la construcción de un mundo mejor.
Mi propia lógica me dice que cuando las tropas de EE.UU. "cruzaron la línea", en marzo de 2003, entraron sin autorización a un país soberano, Irak, basadas en la teoría y en el argumento de que las armas de destrucción masiva de Irak posaban una amenaza inminente para el pueblo de EE.UU. Ahora quedó en claro que Irak no posaba ni siquiera una amenaza lejana para la gente de este país.
En Fort Benning, GA, cruzamos una línea por sobre medio metro de césped gubernamental en un sitio donde no cabe duda de que los graduados de esa escuela de entrenamiento militar para el combate han participado en torturas, mutilaciones, desapariciones, matanzas y asesinatos cuando volvieron a sus respectivos países.
El método, de antigua tradición, de la desobediencia cívica no-violenta, ha ayudado a aumentar el número de los que claman por la clausura de la Escuela de las Américas. En noviembre de 2003, 14.000 personas se dirigieron a las puertas de Fort Benning, portando solemnemente cruces en recuerdo de los cientos de miles que fueron brutal y letalmente castigados por graduados de la Escuela de las Américas. Nuevas revelaciones implican a graduados recientes de esta escuela militar de combate en acciones que han amenazado a gente inocente en América Central y del Sur. Recuerdo que me uní, en 1990, al reverendo Roy Bourgeois, MM, y a una docena más durante cuatro semanas en un ayuno sólo con agua, ante las puertas de Fort Benning. Ha sido un alivio, entonces y ahora, saber que estamos haciendo lo posible por impedir que se apoye una escuela que enseña a la gente a aterrorizar y subyugar a hermanos y hermanas que viven en los países empobrecidos al sur de Estados Unidos.
El lunes 29 de marzo, iré a Madison, WI, a cumplir una condena de prisión de un mes por negarme a pagar la multa de 150 dólares después de que una docena de nosotros caminamos medio metro a través de la línea dentro de la instalación del transmisor Trident de ELF de la Navy, ubicado en los bosques norteños de Wisconsin. ELF [siglas en inglés de ondas de frecuencia extremadamente baja] es utilizado para disparar misiles nucleares. El sistema ELF también es utilizado para disparar misiles crucero. Los misiles crucero fueron las armas preferidas de los planificadores de la guerra cuando se desarrolló la campaña de Choque e Intimidación contra Irak. El 26 de enero de 2003, el Sun-Herald de Sydney, Australia informó: "EE.UU. tiene la intención de destrozar a Irak 'física, emocional y psicológicamente" haciendo llover sobre su pueblo hasta 800 misiles crucero en dos días". "No habrá un solo sitio seguro en Bagdad", declaró un funcionario del Pentágono a CBS News el 8 de febrero de 2003. "Queremos que abandonen, no que combatan", dijo Harlan Ullman, autor del plan de "choque e intimidación", "de manera que tengamos ese efecto simultáneo - como las armas nucleares en Hiroshima - que no tome días o semanas sino minutos". Mr. Ullman declaró al Sun Herald : "Hay que desmontar la ciudad. Con eso quiero decir que hay que eliminar su electricidad y su agua. En dos, tres, cuatro, cinco, días estarán física, emocional y psicológicamente exhaustos".
Sentí una profunda consternación en Bagdad durante esa guerra, mientras las bombas tronaban sobre la ciudad, mañana, tarde y noche. También me prometí que haría una desafiante visita no-violenta a una instalación militar que ayuda a lanzar esas bombas, lo más pronto posible, cuando volviera a EE.UU. "No cometas el crimen si no puedes cumplir la condena", es una frase que oímos a menudo. Estoy dispuesta.
Casi cada vez que crucé la frontera para abandonar Irak, me sentí como si dejara una inmensa prisión. Me cuesta unos ochos segundos para reajustarme a que haya electricidad, casi me puse de rodillas ante el termostato cuando volví a casa después de unas gélidas semanas en Irak el invierno pasado. En casa, no tengo que preocuparme por bombas que estallan cerca, ni me pregunto cómo pagar por la alimentación, la vestimenta y el alquiler. La gente en Irak y en muchos de nuestros vecinos del sur se tiene que preocupar constantemente por encontrar formas de sobrevivir ante circunstancias sobre las que tienen muy poco control. Son vidas son afligidas directamente por nuestros deseos de "vivir mejor" que el resto del mundo, apoderándonos de los recursos de otros, a precios de remate.
En su fascinante autobiografía "From Yale to Jail, (Rose Hill Books, 1993), David Dellinger concluye un capítulo intitulado "Prisión de nuevo" con un editorial que publicó en 1947, después de su liberación de una penitenciaria de máxima seguridad en Lewisburg. Deplorando los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, Dellinger escribió "Sin nada que se pareciera a una decisión democrática - ni siquiera con un aviso anticipado de lo que estaba ocurriendo - el pueblo estadounidense despertó una mañana para descubrir que el gobierno de Estados Unidos había cometido una de las peores atrocidades en la historia. El repentino asesinato de 300.000 japoneses es coherente con la ética de una sociedad que educa a millones de sus propios niños en tugurios urbanos".
De mi anterior encarcelamiento, recuerdo un mundo de belleza aprisionada y, sin embargo, la mayoría de las mujeres que encontré habían llegado allí por circunstancias indecorosas de las que habían tratado de escapar a través del uso o de la venta de drogas.
No todos los activistas por la paz pueden tomar parte en acciones de desobediencia cívica que conducen a condenas en prisión. Pero para aquellos que pueden, ingresar a las prisiones ofrece una oportunidad de comprender mejor cómo la tan alabada guerra contra la pobreza se ha convertido en una guerra contra los pobres.
Aquellos de nosotros que 'van presos' por atravesar las líneas en Fort Benning y en el Proyecto ELF estaremos lejos de nuestros escritorios, pero no alejados de nuestra labor.
30 de marzo de 2004