Thomas Friedman (columnista de The New York Times) asegura que la subcontratación de empresas extranjeras, la "deslocalización" (outsourcing), lucha contra el terrorismo: al trasladar trabajos "de baja paga y bajo prestigio" a "lugares como la India o Pakistán... no sólo creamos un mundo más próspero, sino también un mundo más seguro para nuestros jóvenes veinteañeros". Pero, ¿estos empleos -muchos de los cuales requieren que los trabajadores disimulen su nacionalidad, adopten acentos falsos del Oeste Medio y trabajen toda la noche- son los reforzadores de la autoconfianza que Friedman asegura?
THOMAS FRIEDMAN no ha estado así de exaltado respecto al libre comercio desde las protestas contra la OMC en Seattle. En aquel entonces, le dijo a los lectores de The New York Times que el ambiente de trabajo en una planta de Victoria's Secret en Sri Lanka era tan maravilloso "que en términos de las condiciones, dejaría que mis propias hijas trabajaran" ahí.
Nunca actualizó a sus lectores sobre cómo las chicas disfrutaban del tiempo que dedicaron a coser ropa interior, pero Friedman ya pasó a otra cosa -ahora está en el tema de los placeres de los centros de atención telefónica en Bangalore. Estos empleos, escribió el 29 de febrero, le dan a los jóvenes "confianza en sí mismos, dignidad y optimismo" -y eso no sólo es bueno para los indios, sino también para los estadunidenses. ¿Por qué? Porque trabajadores contentos a quienes se les paga para que ayuden a los turistas estadunidenses a localizar su equipaje perdido en vuelos de Delta son menos propensos a amarrarse dinamita y hacer explotar esos mismos aviones.
¿Confundido? Friedman explica la conexión: "Al escuchar a estos jóvenes indios tuve un déjà vu. Hace cinco meses estaba en Ramallah, en la Costa Occidental, hablando con tres jóvenes palestinos, también veinteañeros... hablaban de no tener esperanza, ni empleos, ni dignidad, y cada uno asintió cuando uno de ellos dijo que todos eran 'bombas suicidas en espera'". De ahí concluye que la subcontratación de empresas extranjeras, la "deslocalización" ( ), lucha contra el terrorismo: al trasladar trabajos "de baja paga y bajo prestigio" a "lugares como la India o Pakistán... no sólo creamos un mundo más próspero, sino también un mundo más seguro para nuestros jóvenes veinteañeros".
Ante tal argumento, ¿por dónde comenzar? India no ha estado vinculado en ningún incidente importante de terrorismo internacional desde el bombardeo de Air India en 1985 (los sospechosos de haber llevado a cabo el bombardeo son principalmente ciudadanos canadienses nacidos en India). Tampoco es, este país 81% hindú, un semillero de Al Qaeda; de hecho, India fue nombrada por la red terrorista "enemigo del Islam". Pero omitamos los detalles. En el mundo de Friedman, los centros de atención telefónica son los frentes de batalla de la Tercera Guerra Mundial: La Lucha por la Modernidad para, valientemente, mantener a los jóvenes de tez morena alejados de las garras de Hamas y Al Qaeda.
Pero, ¿estos empleos -muchos de los cuales requieren que los trabajadores disimulen su nacionalidad, adopten acentos falsos del Oeste Medio y trabajen toda la noche- son los reforzadores de la autoconfianza que Friedman asegura? No, según Lubna Baloch, una mujer paquistaní subcontratada para transcribir archivos médicos dictados por doctores en el Centro Médico de San Francisco, de la Universidad de California. El hospital le paga a los estenógrafos en Estados Unidos 18 centavos por línea, pero a Baloch sólo le pagaron una sexta parte de esa suma. De todos modos, su empleador estadunidense -un subcontratista de un subcontratista de un contratista- no logró pagar la nómina, y Baloch asegura que le deben 100 dólares en salarios atrasados.
En octubre, frustrada porque su patrón no respondía a sus correos electrónicos, Baloch se contactó con el Centro Médico UCSF y amenazó con "dar a conocer todos los archivos de voz y los expedientes de los pacientes... en el Internet". Luego se retractó de su amenaza, y explicó: "Me siento violada, desamparada... la más sin suerte de las personas en este mundo". Adiós "la confianza en sí misma, la dignidad y el optimismo" -parece ser que no todos los empleos tecnológicos "deslocalizados" son seguros contra actos de desesperación.
***
Friedman tiene razón en reconocer, finalmente, que hay una clara conexión entre luchar contra la pobreza y luchar contra el terrorismo (un paso adelante de su práctica habitual de culpar a "la locura colectiva" de las bombas suicidas). Se equivoca, claro, en argumentar que las políticas de libre comercio aliviarán esa pobreza: de hecho, son un motor altamente eficiente para la desposesión, empuja a los pequeños agricultores de sus tierras y deja sin trabajo a los trabajadores del sector público, y, por lo tanto, hace que crezca la desesperada necesidad de empleos en Victoria's Secret y los centros de atención telefónica de Delta.
Pero aunque Friedman genuinamente cree que los trabajos de exportación con bajo salario son la llave al desarrollo económico, defenderlos como la cura contra la desesperanza en Ramallah raya en lo obsceno. Todos los estudios creíbles sobre la economía en los territorios ocupados han concluido que la principal causa del desempleo palestino -ahora en 50%- es la ocupación misma. El brutal sistema israelí de bloquear a pueblos y aldeas palestinas -a través de retenes, cierres carreteros, toques de queda, vallas y ahora la vil pared de "seguridad"- "prácticamente ha destruido la economía palestina", declara un Informe de Amnistía Internacional de septiembre de 2003. "Los cierres y los toques de queda han provocado que los palestinos no puedan llegar a sus lugares de trabajo... hay fábricas y granjas que se han quedado en la bancarrota".
En otras palabras, el desarrollo económico no llegará a Palestina a través de los centros de atención telefónica sino a través de la liberación. El argumento de Friedman es igual de absurdo cuando se aplica al país en el que el terrorismo está creciendo más rápidamente: Irak. Así como en Palestina, Irak enfrenta una crisis de desempleo, alimentada por la ocupación. Y no es para sorprenderse: la primera movida de Paul Bremer como enviado principal de Estados Unidos fue despedir a 400 mil soldados y otros trabajadores del Estado. Su segunda movida fue abrir las fronteras a importaciones baratas, predeciblemente sacando del negocio a cientos de compañías locales.
Por lo general, los trabajadores despedidos que buscaban conseguir un empleo participando en la reconstrucción de su país deshecho no tuvieron suerte: La reconstrucción de Irak es un amplio programa de creación de empleos para estadunidenses, con Halliburton y los demás importando trabajadores estadunidenses, no sólo como ingenieros, sino también como choferes y estilistas. Los empleos de segunda categoría se destinan a los migrantes de Asia y los iraquíes recogen la basura. Es importante señalar que John Kerry y John Edwards, si bien condenan enérgicamente la pérdida de empleos estadunidenses por el traslado de los empleos al extranjero, no han dicho nada respecto a la masiva "deslocalización" realizada por empresas estadunidenses de empleos desesperadamente necesitados.
Sin embargo, estas políticas, quizá más que cualquier otra, han alimentado la violencia que ahora amenaza a llevar a Irak a una guerra civil. Los hombres que Bremer despidió son "el agua de la llave que mantiene a la insurgencia andando. Es el empleo alternativo", le dijo el empresario iraquí Hussain Kubba a Asian Times. Es un punto de vista apoyado por Hassam Kadhim, un residente de 27 años de la Ciudad de Sadr, quien recientemente le dijo a The New York Times que está tan desesperado por un empleo que "si alguien llega con 50 dólares y me pide que les aviente una granada a los estadunidenses, lo haré con placer" .
La brillante idea de Friedman de luchar contra el terrorismo con empleos estadunidenses "deslocalizados" es sumamente complicado. Un mejor plan sería acabar con la ocupación y dejar de enviar trabajadores estadunidenses a robarse los empleos iraquíes.
(Traducción: Tania Molina Ramírez. Copyright 2004 Naomi Klein. Una versión de este artículo fue publicado en The Nation)
*Naomi Klein es autora de No Logo y Vallas y ventanas