Internacional
|
25 de marzo del 2004
La resurrección de Jacqueline y otros fantasmas
La mentira y la prensa en EEUU
Ricardo Alarcón de Quesada
Una nueva moda parece ganar terreno en el periodismo estadounidense: destapar que algunas de sus principales crónicas eran la espuria obra de farsantes que violando toda ética se dedicaban a mentir, falsificar y plagiar. El caso de Jayson Blair, que el año pasado le costó el puesto a los principales editores de The New York Times, sigue alborotando ahora pues él ya es una celebridad y los medios lo invitan a promover el libro que narra sus aventuras.
Llegó la hora a USA Today. El 19 de marzo en dos largos artículos informó a sus lectores, con profusión de detalles, que Jack Kelley su periodista estrella -el más destacado, el que más méritos había acumulado en una brillante carrera de 22 años, que fue propuesto cinco veces al Pulitzer- es, en realidad, un embustero de categoría olímpica. Para descubrirlo USA Today llevó a cabo una amplia investigación que abarcó una larga serie de reportajes fabricados groseramente.
Ocupémonos solamente de un caso que el propio periódico considera el peor y se refiere a Cuba. Resumiendo: en febrero de 2000 Kelley escribió -y USA Today publicó- una truculenta historia completamente inventada de principio a fin, en la cual cada dato era absolutamente falso, sobre la supuesta muerte de un grupo de emigrantes ilegales que navegaban hacia la Florida guiados por la luna hasta que naufragaron en medio de feroz tormenta. Para dar más sabor al melodrama, el artículo iba acompañado por la imagen de una joven cubana, identificada como Jacqueline, fotografiada por el sagaz reportero, según él, poco antes de que la desgraciada muchacha perdiera la vida arrastrada por la furia del mar.
Las pesquisas de USA Today probaron que ese día no hubo tal intento migratorio ni naufragio alguno, que esa noche no hubo tormenta, la mar estaba en calma, ni siquiera había luna y para colmo, para que fuese falso hasta el último detalle, Jacqueline.. no es Jacqueline. Se llama Yamilet, y aparece en la explicación que ahora ofrece el diario norteamericano, viva y saludable, sosteniendo en sus manos la famosa foto que Kelley le hizo .... en el balcón de su casa. Tanto ella como su esposo, que viven en Estados Unidos adonde viajaron tranquila y legalmente, en avión, en un vuelo de menos de cincuenta minutos, se quejaron amargamente del burdo embuste.
La "tragedia" de Jacqueline no sólo fue publicada de forma destacada, era para sus editores una gran noticia, en un diario que circula por todos los Estados Unidos. La reprodujo también el Reader's Digest. Sobre ella Kelley dictó solemnes conferencias ante incansables promotores de los "derechos humanos" tan serios y tan honestos como el más brillante corresponsal que ha tenido USA Today. Lloraron por Jacqueline no pocos norteamericanos engañados. Su trágica "muerte" fue manipulada por la chusma anexionista de Miami.
Pronto se anunciará el próximo libro del señor Kelley. Para promoverlo le darán espacio los medios que hoy se muestran ofendidos por lo que dicen es una violación de lo que quieren hacernos creer que es su ética profesional. ¿Será ese el final de esta historia? ¿A eso será reducido el regreso de Jacqueline al reino de los vivos, el sagrado misterio de su resurrección?
Después de todo Kelley vive en un país donde la mentira y el engaño se practican como algo natural, día y noche, desde la Casa Blanca para abajo por una Administración que tiene alergia mortal a la verdad. Mintieron acerca del peor ataque terrorista sufrido jamás por el pueblo norteamericano, mintieron ante el mundo entero para desatar el terror y la guerra por todas partes y mienten constantemente para perpetuar una política insensata. Siguiendo el ejemplo de sus dirigentes políticos, los ejecutivos de grandes empresas adulteran cifras, engañan a los accionistas y al Estado y se enriquecen ilegalmente. Los escándalos de unos y otros inundan las redacciones de una prensa que cuenta, por cierto, en su membresía a algunos de los más notables farsantes, que mintieron bajo juramento ante el mismísimo Congreso, como Oliver North y ciertos asaltantes del Watergate que ahora son orientadores de la opinión pública.
En cuanto a Cuba lo que hizo Kelley es, desde luego, repugnante. Pero él no es un caso único ni mucho menos. El pobre hombre siguió una tradición que, con rarísimas excepciones, ha sido la norma de la prensa norteamericana desde el primero de enero de 1959. Sería interminable la relación de mercachifles que han mentido y engañado con relación a Cuba durante 45 años. ¿Cuántas toneladas de papel no gastaron en defender desde los primeros días a los torturadores y asesinos del batistato? ¿Cuántas historias melodramáticas no dedicaron a presentarlos como a inocentes víctimas de la justicia revolucionaria? ¿Quién recuerda a los ilustres informadores que describieron, en 1961, un irrepetible desembarco por el "puerto" de Bayamo, la noble Villa que desde su fundación en 1514 ha estado siempre bien lejos del mar? ¿Quién transformó en poeta al esbirro batistiano y terrorista Armando Valladares? ¿Quién inventó la mentira de que estaba paralítico? ¿Alguien pidió excusas a las autoridades parisinas que esperaban con una inútil silla de ruedas al atlético personaje? ¿Alguien ha dado explicaciones a los ávidos lectores que aún esperan el primer poema de quien, según los medios norteamericanos, era un inspirado y prolífico versificador? Son unos pocos ejemplos de lo que ha sido una campaña tan desvergonzada como prolongada.
Y lo peor es que no se detiene. Al mismo tiempo que USA Today reconocía la inadmisible patraña anticubana de su redactor, circulaba la última edición del Village Voice que incluye un artículo de un tal Hentoff, otro calumniador de oficio. Al final de su monserga se hace eco de algo que ya antes había divulgado The Nation la respetable publicación liberal norteamericana. Se trata de un curioso, más bien insólito, artículo del afamado escritor Arthur Miller, alguien que ya posee el premio Pulitzer.
Hay que reconocer que en su rápida visita a Cuba, Miller no inventó naufragios ni "mató" a nadie. Pero no fue menos delirante. Se dejó llevar, al parecer, por una imaginación febril que lo hizo dialogar con fantasmas y le impidió conocer la realidad.
Miller paseó La Habana pero no la vio. Sólo así puede explicarse su descripción de la Plaza de Armas que la halló ocupada por instalaciones gubernamentales donde empleados oficiales venden panfletos de marxismo.
Cualquiera sabe, pues esa Plaza está siempre llena de visitantes, que allí hay numerosos ciudadanos privados que venden sus libros conforme a las reglas de la oferta y la demanda. Nada tienen que ver con el Gobierno esos libreros. Como en todo mercado de libros usados, ahí se pueden encontrar muchos títulos y no faltan los de autores norteamericanos. Supongo que si los vendedores ofrecen libros marxistas es porque alguien los busca. ¿Acaso habría que prohibirlos? ¿Dudas sobre el libre mercado o añoranza macartista?
Si The Nation o el Village Voice desearan ponerse a la moda, no necesitan emprender una investigación tan minuciosa como la realizada por USA Today. Les bastaría con enviar a alguien que examine los libros y entreviste a sus famosos vendedores. Preferiblemente alguien que entienda el castellano porque no todos los fantasmas de La Habana hablan inglés.