Internacional
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28 de marzo de 2004
Tras la conquista de Iraq, la Administración norteamericana ha estado profiriendo necedades sobre Siria e Irán, no sobre Libia
¡Bienvenidos al loco mundo de Gaddafi!
Robert Fisk
Vivimos, como suelen decir y desearse los árabes, en una época interesante. El primer ministro británico, de visita en Libia, rinde homenaje a la corte de Gaddafi. El hombre acusado de hacer estallar dos aviones en el aire ?uno norteamericano y otro francés?, de suministrar armas al IRA, de invadir Chad, de matar a una joven policía británica, un hombre renombrado por asesinar adversarios políticos tanto en su país como en el extranjero, que a su vez ha sido objeto de atentados a cargo de Estados Unidos y Egipto, representa ahora el papel de anfitrión de nuestro querido primer ministro. Gaddafi, autor del libro-guía que es el Libro Verde se reúne con lord Blair, cuya potencia ya ocupó Kut Al Amara en 1917. Es que no me lo pierdo.
Creo que sólo los árabes se han hecho la pregunta evidente: ¿a qué grado de desesperación ha llegado Blair como para dar coba a Gaddafi. No es que Gaddafi incomode a los árabes, naturalmente: admiran tácitamente al hombre que no sigue la senda trillada de la Liga Árabe por su inoperancia, que se ríe de sus homólogos árabes por su arrogancia y vanidad y que ha sobrevivido a todos los intentos norteamericanos de librarse de él ?las incursiones norteamericanas de 1985 trataron también de liquidar al ?gran líder? pero en cambio mataron a su hija adoptiva? por más que en su día deportase a la mitad de los refugiados palestinos en Libia enviándoles de nuevo a su tierra.
Naturalmente, la payasada de toda esta visita salta a la vista. Lord Blair, tras llevar a su país a la guerra en un cóctel de mentiras y tergiversaciones, se halla ahora en la tesitura de perpetrar otro fraude sosteniendo que la ?inutilización? de Libia es una consecuencia directa de la invasión ilegal de Iraq y que, por tanto, justifica la ocupación funesta de Mesopotamia. No le echo la culpa por seguir esta senda. Lo que no deja de extrañarme, sin embargo, es su elección de este cabeza de turco: uno de los más raros, chiflados, regocijantes y terribles dictadores árabes que han existido.
Porque hay que reconocer que uno de los rasgos más curiosos de la epopeya libia estriba en todos esos nuevos chismes sobre su potencia nuclear que las Naciones Unidas, británicos y norteamericanos dicen haber ?encontrado? en Gaddfistán. ¿Es que han estado allí a lo largo de decenios? ¿Cuándo decidió hacerse con ella Gaddafi? ¿Y cómo es que los servicios de inteligencia norteamericanos ?capaces de detectar unos inexistentes laboratorios portátiles de armas químicas en Iraq? no lograron detectar la radiación procedente del supuesto programa nuclear de Gaddafi?
Surge otra misteriosa cuestión. Si somos capaces de descubrir que Gaddafi compró todo ese material, ¿pueden explicarnos cuándo decidió prescindir de él? ¿Al cabo de una semana, de un año? ¿O decidió renunciar antes de comprarlo? En otras palabras, parece asomar cierta connivencia y complicidad entre un hombre harto de su aislamiento internacional y otro harto de que le digan ?con absoluta verdad? que llevó a su país a la guerra sobre la base de una mentira.
El negocio no es malo, teniendo en cuenta que Gaddafi renuncia a sus aspiraciones nucleares al haber aprendido la lección de Saddam. Sólo que Gaddafi no estaba en peligro de verse invadido. Tras la conquista de Iraq, la Administración norteamericana ha estado profiriendo necedades sobre Siria e Irán, no sobre Libia. En realidad, y aun asumiendo que Gaddafi podría tener armas nucleares, podría considerarse tan seguro como se siente actualmente el ?gran líder? norcoreano, tan seguro como en casita...
Ya sería perfecto si Downing Street se viera implicado en otro ?caso? a propósito de toda esta historia. Y, tal vez, Gaddafi ?cuya costumbre de decir a veces la verdad puede sin duda resultar inquietante para nuestro primer ministro? nos ilustrará en su momento.
Naturalmente, algunos temas ni siquiera obtendrán una mención en la conversación de ambos estadistas. No hablarán, por ejemplo, del borrador del Gobierno norteamericano sobre Libia en 1991, que acusaba a Gaddafi no sólo de Lockerbie, sino del sabotaje del vuelo 772 de la UTA (Union des Transports Aeriennes) sobre Chad en 1989, el ataque a un crucero griego a cargo de un grupo armado procedente de Libia el mismo año, el secuestro de un yate y su tripulación de ocho miembros, que permanecieron cuatro años en Libia... Ni charlarán sobre la sigilosa Mathaba, que adiestraba a extranjeros en ?actividades subversivas?. Y, por supuesto, no perderán un instante para hablar de la ejecución pública en la horca de estudiantes universitarios disidentes en la plaza principal de Bengassi en 1979. Ni, me imagino, para comentar la suerte de Mansur Al Kikiya, defensor libio de los derechos humanos que ?desapareció? cuando asistía en una reunión sobre este tema en El Cairo en 1993 tras protestar por la ejecución de adversarios políticos por parte de Gaddafi. Así que tal vez los dos grandes líderes harán buenas migas. Al fin y al cabo, se toman inmensamente en serio el uno al otro. En la medida en que lo permitan los cortes eléctricos, nadie en Bagdad verá en televisión esta vacilante epopeya con más entusiasmo que yo. ¡Ay! Se proyecta ?Huida al infierno?. Promete ser tan divertido como lo de Iraq.