Internacional
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24 de febrero del 2004
En el escándalo de Irak, ¿dónde están los iraquíes?
Naomi Klein
Hablar del precio de la guerra en Irak estrictamente en términos de las bajas y dólares de impuestos estadunidenses es una obscenidad. Sí, los políticos les mintieron a los estadunidenses. Sí, les deben respuestas. Pero le deben mucho más al pueblo iraquí, y esa enorme deuda debe estar en el centro de cualquier debate civilizado sobre la guerra
Fue Mary Vargas, una ingeniera de 44 años de Renton, Washington, la que llevó la cultura de la terapia estadunidense a su nuevo zenit. Al explicar por qué la guerra en Irak ya no era su primordial asunto electoral, le dijo a Salon que, "cuando no encontraron las armas de destrucción masiva, sentí que también me podía enfocar en otras cosas. Me validé".
Sí, correcto: la oposición a la guerra como autoayuda. El fin último no es buscar justicia para las víctimas, o castigo para los agresores, sino "validación" para los críticos de la guerra. Una vez validado, es el momento de buscar el talismán de la autoayuda: "la clausura". En este panorama mental, el grito salvaje de Howard Dean, más que una metida de pata, mostró la segunda de los cinco etapas del duelo: el enojo. El grito fue un momento de desfogue incontrolable, una catarsis, que permitió a los estadunidenses liberales externar su enojo y seguir su camino, transfiriendo sus afectos a candidatos más apropiados.
Todos los principales contendientes en la carrera demócrata toman prestado el lenguaje de la terapia pop para discutir sobre la guerra y su número de víctimas -no sobre Irak (un país tan ausente de sus campañas que bien podría estar en otro planeta), sino sobre los estadunidenses. Al escuchar a John Kerry, John Edwards y Howard Dean parece que la invasión fue menos una guerra de agresión contra una nación soberana que una guerra civil dentro de Estados Unidos, un evento traumático que lesionó a los estadunidenses en su fe en los políticos, en su lugar correcto en el mundo y en su bolsillo.
"El precio del unilateralismo es demasiado alto y los estadunidenses están pagando en recursos que podrían ser utilizados para los servicios de salud, la educación, y nuestra seguridad aquí en casa", dijo Kerry el pasado 16 de diciembre. "Estamos pagando ese precio a cambio de la pérdida de respeto en el mundo... Y, lo más importante, ese precio se paga con las vidas de los jóvenes estadunidenses que se ven obligados a cargar con el peso de la misión solos".
Las vidas de los civiles iraquíes que se perdieron como un resultado directo de la invasión están conspicuamente ausentes de la cuenta de Kelly. Incluso Dean, el "candidato antiguerra" hasta su retiro de la contienda, regularmente sufre de la misma matemática miope. "Hay casi 400 personas muertas que no estarían muertas si no hubiéramos ido a guerra", dijo en noviembre. El 22 de enero, actualizó el número de pérdidas a "500 soldados y 2 mil 200 heridos".
Pero el 8 de febrero, mientras Kerry estaba en campaña en Virginia y Dean estaba en Maine, el número de civiles iraquíes muertos desde la invasión alcanzó la cifra de 10 mil. Ese número es el más autorizado disponible, ya que las autoridades de la ocupación en Irak se niegan a tener estadísticas de las bajas civiles. El número proviene de la Cuenta de Cuerpos en Irak, un grupo de respetados académicos británicos y estadunidenses que basan sus cifras en un cruce de reportes de periodistas y grupos de derechos humanos en el campo de acción.
John Sloboda, cofundador de la Cuenta de Cuerpos en Irak, me dijo que cuando se rebasó la cruda marca de 10 mil, la noticia llegó a los diarios británicos y la BBC, pero recibió "escandalosamente poca atención en Estados Unidos", incluso de los principales candidatos demócratas, que no usaron el argumento, ni siquiera cuando hablaban de la defectuosa inteligencia de Bush. "Si la guerra se peleó por pretextos falsos", dice Sloboda, "entonces, cada muerte provocada por esta guerra es una muerte por pretextos falsos".
Y si ese es el caso, la pregunta más urgente no es "¿Quién sabía qué cuándo?", sino, "¿Quién le debe qué a quién?" En la legislación internacional, los países que libran guerras de agresión deben pagar reparaciones como multa por sus crímenes.
Sin embargo, en Irak esta lógica está de cabeza. No sólo no hay multa por su guerra ilegal, hay premios. Estados Unidos activa y abiertamente se recompensa con enormes contratos de reconstrucción. "Nuestra gente arriesgó la vida. La gente de la coalición, de la coalición amiga, arriesgó sus vidas y por lo tanto los contratos van a reflejar eso", dijo Bush el pasado 11 de diciembre.
Y cuando el gasto de reconstrucción atrajo escrutinio, no fue por lo que se le debe a los iraquíes por sus tremendas pérdidas, sino por lo que se le debe a los contribuyentes estadunidenses. "Estas ganancias obtenidas por la guerra son veneno para Estados Unidos, veneno para la fe de los estadunidenses en el gobierno y veneno para la percepción de nuestros aliados de nuestros motivos en Irak", dijo John Edwards en diciembre. Es verdad, pero de algún modo logró no mencionar que también envenena a los iraquíes, no su fe o sus percepciones, sino sus cuerpos.
Cada dólar gastado en un contratista estadunidense que cobra de más, con un bajo desempeño, representa un dinar que no se gasta en reconstruir las plantas de electricidad y de tratamiento de agua que fueron bombardeadas. Y son los iraquíes, no los contribuyentes estadunidenses, los que tienen que tomar agua infestada de tifoidea y cólera, y luego buscar tratamiento en hospitales aún inundados con aguas residuales, donde la provisión de medicamentos está aún más mermada que durante la época de las sanciones.
Actualmente no hay ningún plan para compensar a los civiles iraquíes por las muertes causadas por la intencional destrucción de su infraestructura básica, o como resultado del combate durante la invasión. Las fuerzas de ocupación sólo pagarán compensación por "situaciones en las que los soldados actuaron con negligencia o erróneamente". Según las últimas cifras, las tropas estadunidenses han distribuido aproximadamente 2 millones de dólares en compensaciones por muertes, heridas y daños materiales. Eso es menos que el precio de dos de los 800 misiles crucero Tomahawk que fueron lanzados durante la guerra y un tercio de lo que Halliburton admite que dos de sus empleados aceptaron en sobornos de un contratista kuwaití.
Hablar del precio de la guerra en Irak estrictamente en términos de las bajas y dólares de impuestos estadunidenses es una obscenidad. Sí, los políticos les mintieron a los estadunidenses. Sí, les deben respuestas. Pero le deben mucho más al pueblo iraquí, y esa enorme deuda debe estar en el centro de cualquier debate civilizado sobre la guerra.
En Estados Unidos, un buen comienzo sería que los candidatos demócratas reconocieran un poco de la responsabilidad colectiva. Puede ser que Bush haya sido el iniciador de la guerra, pero, hablando en términos de autoayuda, tuvo muchos facilitadores. Incluidos Kerry y Edwards, entre otros 27 senadores demócratas y 81 miembros demócratas de la Cámara de Representantes que votaron a favor de la resolución que autorizó a Bush a ir a la guerra. También está incluido Howard Dean, quien creyó y repitió las afirmaciones de Bush de que Irak tenía armas de destrucción masiva. También actuó su parte una prensa crédula y porrista, que vendió estas afirmaciones a un público estadunidense demasiado confiado, del cual 76% apoyaba la guerra, según un sondeo de CBS dado a conocer dos días después del comienzo de la invasión.
¿Por qué importa este asunto de historia antigua? Porque mientras los opositores de Bush continúen poniéndose en el papel de las principales víctimas de su guerra, las verdaderas víctimas permanecerán invisibles, incapaces de reclamar justicia. A la hora de develar las mentiras de Bush, la atención se pone en buscar absolver a aquellos que creyeron en las mentiras, no en compensar a aquellos que murieron por culpa de ellas.
Si la guerra fue errónea, entonces Estados Unidos, como el principal agresor, debe enfocarse en corregir las cosas.
En las cinco etapas del duelo, hay un paso después del coraje. Es la culpa, cuando la parte en duelo comienza a preguntarse si hizo lo suficiente, si la pérdida es de alguna manera su culpa, si puede reparar el daño. Se supone que la última etapa -la superación- sólo llega después de este reconocimiento.
Traducción: Tania Molina Ramírez.
Copyright 2004 Naomi Klein