Internacional
|
Estados Unidos: el inexorable camino de la democracia burguesa hacia el fascismo
Heinz Dieterich
En su incontenible tendencia de explotación y subyugación de la humanidad
entera, el complejo militar-industrial estadounidense expande sus negocios de la
muerte, con un presupuesto record para el próximo año de alrededor de 580 mil
millones de dólares.
Esta suma es 1.14 veces superior al Producto Interno Bruto (PIB) del país más
grande de América Latina, Brasil; 4.4 veces superior al PIB de Argentina; más de
diez veces superior al de cualquier otra nación sobre la tierra; superior al de
los gastos militares combinados de las 25 naciones siguientes y es prácticamente
equivalente a los costos directos de la Guerra de Vietnam, de 584 mil millones
de dólares.
El total se compone de la siguiente manera: 420 mil millones de dólares para el
Pentágono; alrededor de 80 mil millones para las guerras en Irak y Afganistán;
cerca de 40 mil millones para el Departamento de Seguridad Interna (Department
of Homeland Security, DHS) y alrededor de 40 mil millones para las docenas de
agencias de espionaje y seguridad, entre ellas las catorce que proporcionan
"inteligencia positiva estratégica sobre países extranjeros", según el Programa
Nacional de Inteligencia Externa (NFIP), más aquellas que se dedican al nivel
"táctico militar y de seguridad" y a dar "respuestas de seguridad a amenazas
transnacionales", como el tráfico de drogas, la guerra informática y el
terrorismo.
144 mil millones de dólares de esta suma serán gastados por el Ministerio de
Guerra de Estados Unidos, el Pentágono, en la investigación y construcción de
nuevas armas que son aún más terroríficas que los existentes. En total suman 77
proyectos de desarrollo armamentista, con un costo total de 1.3 billones de
dólares, entre ellos:
La extensión de la flota de bombarderos "invisibles" (B-2); la construcción de
treinta nuevos submarinos nucleares de la clase Virginia; de 200 cazabombarderos
avanzados F-35; del nuevo destructor "invisible" DDX con un costo por unidad de
2.7 mil millones de dólares; la adquisición de nuevos mísiles cruceros Tomahawk;
el desarrollo de nuevas cabezas termonucleares para la destrucción de
fortificaciones subterráneas; de un avión de reconocimiento que alcanza siete
veces la velocidad del sonido; de soldados robóticas con armas de alta energía
que combatirán en las futuras guerras urbanas, cuando, a partir del 2010, más
del 60 por ciento de la población mundial vive en ciudades.
Parte de esas armas de alta energía ya son operativas, como, por ejemplo, armas
que emiten microondas. Algunas armas de microondas están prácticamente listas y
su primer uso está planeado para la ofensiva general contra los insurgentes en
Irak, en noviembre y diciembre de este año. Como en un horno de microondas
convencional, este arma de radiación electromagnética, cuyas ondas penetran 0.4
milímetros en la piel humana, causa a las moléculas de agua vibrar con una
frecuencia muy superior a la normal, generando un fuerte ardor y dolor
insoportable para la víctima. Otra arma en pruebas es el uso de pulsiones de
láser para cegar temporalmente (¿?) al adversario.
Otro programa es el Global Area Strike System, que consistirá en un sistema de
láser de alta energía instalado en Estados Unidos que envía emisiones de láser
hacia espejos estacionados en el espacio, desde donde son redirigidas hacia
blancos en el espacio, la atmósfera y la superficie de la tierra.
Similar, pero aún más terrorífico, que el programa de High-Frequency Active
Auroral Research Program (HAARP) que mediante el calentamiento deliberado de la
ionosfera (capas de aire ionizado desde los casi 80 Km. sobre la superficie
terrestre hasta 640 Km.) altera el clima, los sistemas eléctricos y las
comunicaciones en regiones escogidas de la tierra, por ejemplo, mediante
precipitaciones, huracanes, niebla y tormentas extremas. Iniciado en los años
noventa en Alaska, la instalación de cientos de antenas que emitirán la energía
necesaria para calentar la ionosfera y aplicar la guerra climática, ha sido
esencialmente terminado bajo el gobierno de Bush, en un gran negocio compartido
entre la cuarta corporación armamentista más importante de Estados Unidos,
Raytheon y la cuarta transnacional armamentista más importante del mundo, la
británica BAE Systems (BAES).
De tal manera que el sueño de la Fuerza Aérea estadounidense, expresado en sus
proyecciones programáticas del futuro, Air Force 2025, de que las fuerzas
aeroespaciales de Estados Unidos puedan ser "dueños del clima" en el año 2025 (>US
forces can "own the weather," as they "own the night" now<) y que la
modificación del clima será "parte de la seguridad nacional e internacional",
probablemente se realizará mucho antes de lo programado en sus centros y
cerebros perversos de investigación bélica. La vocación antidemocrática del
complejo militar-industrial estadounidense es formulada explícitamente en el
programa integral de sus fuerzas militares, "Joint Vision 2010", que expresa la
necesidad de alcanzar la "dominación en todos los aspectos" en la sociedad
global (full spectrum dominance) y que reafirma la voluntad de dominar y
explotar unilateralmente al mundo entero: "Estados Unidos es la única
superpotencia global" y tiene que asegurar "su preeminencia en cualquier tipo de
conflicto". ("The US is the only global superpower", and "must ensure it is
preeminent in any form of conflict.")
La insistencia totalitaria de la dominación unilateral sobre un sistema global
que se desarrolla hacia la multipolaridad, es una alarmante expresión de la
involución de la democracia plutocrática estadounidense hacia una creciente
fascistización. De hecho, puede entenderse como el anuncio de esa fracción del
gran capital estadounidense, sobre el fin de la democracia burguesa.
La manifestación abierta de esa voluntad fascista, avalada por los programas de
armamentismo y política exterior, refleja la oligarquización del sistema
estadounidense, es decir, la amalgamación de la clase política con la elite
económica que convierte las instituciones democráticas formales crecientemente
en puro adorno de la realpolitik de esta nueva oligarquía.
Cuando trece miembros del Congreso estadounidense solicitaron al Secretario
General de la ONU, Kofi Annan, que enviara observadores internacionales a las
elecciones presidenciales de Estados Unidos en noviembre de este año, el mensaje
no pudo ser más revelador.
El mensaje es el siguiente: Un grupo de ladrones electorales del Partido
Republicano y sus patrocinadores del gran capital robaron las elecciones
presidenciales en el año 2000. Estos usurpadores robarán nuevamente las
elecciones en este año y ni la Constitución, ni la Corte Suprema, ni los medios,
ni la policía, ni el Congreso, ni los partidos, ni los ciudadanos
estadounidenses pueden impedir el nuevo robo.
En buen romance, todas las instituciones del sistema inventadas para impedir su
paralización, están fallando, hecho, por el cual sólo una intervención
extrasistémica puede volverlo funcional dentro de sus parámetros originales.
En el fondo de este proceso de involución de la superestructura
democrática-burguesa hacia la oligarquización y fascistización se encuentra una
legalidad de su proceso de acumulación que es la concentración y centralización
del capital.
"Un capitalista mata a muchos otros", describió Karl Marx gráficamente el
implacable proceso de centralización del capital en un sistema basado en la
producción privada de mercancías. A la primera fase de centralización, en la
cual el capitalista expropia al productor inmediato, convirtiéndolo en
proletario y sus condiciones de reproducción en capital, sigue la expropiación
de los capitalistas débiles por los más fuertes.
Esa segunda fase de centralización conlleva profundos cambios cualitativos en la
arquitectura del sistema al introducir dos dinámicas de acumulación de poder
asimétricas: mientras que los magnates capitalistas sobrevivientes concentran
cada vez más poder económico en sus manos, el poder institucional de los
funcionarios políticos queda esencialmente igual, operándose, en consecuencia,
un creciente cambio en la correlación de fuerzas entre el segmento político de
la clase dominante y el segmento económico.
En determinado momento del proceso, ese creciente poder económico se convierte,
en un salto cualitativo, en poder político y borra las fronteras entre la clase
política y la clase económica, entre la esfera pública y la privada. Nace, de
esta manera, una nueva oligarquía que tiene un interés en invalidar las leyes de
la democracia. Este es el proceso de involución que estamos observando en el
sistema estadounidense en la actualidad.
Ese proceso estructural hacia la plutocracia integral se observa entre diversas
fracciones del gran capital y la clase política, pero quizás se encuentra más
avanzado en el complejo militar-industrial, donde se ha llegado a una verdadera
simbiosis oligárquica entre el Partido Republicano y la industria de la muerte.
Durante los últimos seis años, más del 40 por ciento de las compras del
Pentágono, es decir, un total de 362 mil millones de dólares, fueron realizadas
sin licitación pública competitiva alguna, es decir, de una manera monopólica
entre el complejo militar-industrial y la clase política.
Las cifras respectivas para las más grandes empresas beneficiadas, son las
siguientes: 1. Lockheed Martin, 74% de todos los contratos militares, igual a
69.7 mil millones (mrd) de dólares, sin competencia; 2. Boeing, 60%, igual a
48.6 mrd $; 3. Raytheon, 67% igual a 26.5 mrd $; 4. Northrop Grumman, 59%, igual
a 23 mrd $; 5. United Technologies, 95%, igual a 17.1 mrd $; 6. General Electric,
88%, igual a 9.4 mrd $; 7. Newport New Shipbuilding, 98% igual a 8.7 mrd $.
Alrededor del 80 por ciento de todos los gastos contractuales del Pentágono
fueron a los bolsillos del uno por ciento más importante de todas las empresas
que buscaron contratos. Actualmente, alrededor de la mitad del presupuesto del
Pentágono es manejado por empresas privadas (outsourced) que son supervisadas
por otras empresas privadas, mientras el control a través de funcionarios del
Estado está siendo reducido sistemáticamente.
El Estado ya sólo sirve para repartir el dinero público entre el gran capital
bélico, "supervisado" por las empresas privadas de contabilidad, abandonando sus
funciones soberanas de ente político conductor del sistema. Pero, los beneficios
son mutuos. En el año 2000, la industria armamentista dio 9 millones de dólares
a candidatos republicanos, el doble de lo que recibieron los demócratas. El
valor bursátil de las empresas militares aumentó en el mismo año, cuando se vio
que Bush podía ganar las elecciones y desde 1998 a la fecha, esas empresas han
aportado 62 millones de dólares al Partido Republicano, comparado con 24
millones para los Demócratas.
Esto no quiere decir que con un triunfo de Kerry se podría hacer retroceder la
influencia del complejo militar-industrial. Kerry no se ha atrevido a tocar el
presupuesto del complejo en sus planteamientos electorales y tampoco se puede
prever que vaya a disminuir la intervención militar estadounidense en América
Latina que muestra preocupantes aumentos de intensidad.
El número de militares latinoamericanos capacitados por militares
estadounidenses, por ejemplo, aumentó en un 52 por ciento, del año fiscal 2002
al 2003, hacia un total de 22 mil 855 latinoamericanos. Y en el año 2003,
Washington entrenó más tropas en Colombia que en Irak o Afganistán.
La salvación de los intereses de los pueblos latinoamericanos y de la humanidad
entera no vendrá de ningún presidente estadounidense, aunque en la situación
actual es necesario hacer todo lo posible para derrotar a la oligarquía
neofascista que representa Bush.
La verdadera alternativa a Bush y Kerry es el Nuevo Proyecto Histórico
anticapitalista, el socialismo del siglo XXI o la democracia participativa. Solo
la lucha por la civilización anticapitalista puede proporcionar a la humanidad
una alternativa capaz de derrotar el futuro neofascista que prepara el
capitalismo estadounidense.
El coqueteo con el desconocimiento de esta alternativa y su necesidad
estratégica y táctica, desde Paris hasta Chiapas, solo puede dificultar esta
lucha.