Tras la indiscriminada matanza de Madrid y la consiguiente indignación por la escandalosa manipulación gubernamental de los hechos, la maquinaria de la partitocracia ha funcionado a las mil maravillas. El definitivo resultado electoral, que ha entregado el Gobierno al bisoño candidato del PSOE y que sorprendió a propios y a extraños, aún habiendo conseguido confinar al PP a los escaños de la oposición, no debe causarnos a las personas rebeldes más alegría que la que se deriva de haber contribuido a la breve resurrección de la dignidad ciudadana. Nos referimos, claro, a las protestas que protagonizamos el sábado frente a las guaridas de los golpistas.
Sin embargo, inmediatamente después de la terapéutica canalización de nuestra justa cólera, las aguas volvieron a su cauce; regresaron a los lisos, llanos y bien empedrados senderos constitucionales. Así, el domingo, millones de gentes confundidas, cautivas de una inexistente democracia y presas del inherente síndrome de Estocolmo, se entregaron en cuerpo y alma al policía bueno y depositaron en las urnas las papeletas del PSOE de la OTAN y de los GAL.
Insistiremos hasta desgañitarnos en que elegir entre el PP y el PSOE es una falsa y tramposa disyuntiva. Lo mismo tenemos que decir de la mojigata Izquierda Unida, ese raquítico benjamín socialdemócrata, gravemente enfermo de escorbuto social que está siendo castigado por su actitud pacata y servil a la paulatina desaparición de un panorama parlamentario al que nada aporta.
Pero, qué duda cabe, los movimientos táctico-estratégicos del Estado, incluidos los periódicos cambios de sus capataces y mayorales, nos afectan de lleno y, por lo tanto, es nuestro deber prestarles la necesaria atención. Vigilarlos intensivamente es una tarea obligada si pretendemos contrarrestar en lo posible las agresiones de este Sistema hostil, utilizando en beneficio de nuestros intereses la inercia de los sismos que algunas veces acompañan al estallido de sus contradicciones.
Automarginarnos supondría un error irreparable que nos condenaría sin remedio a la frustración personal y a la estéril ineficacia colectiva. Podemos ser disidentes e insumisos, pero no idiotas. Aunque forzados, somos contribuyentes y no vamos a renunciar a nuestros derechos ciudadanos. Al Estado no le vamos a hacer favor alguno. Nuestra labor es de permanente oposición, la única verdadera. Y aunque pueda parecer poco efectiva a corto plazo, si somos capaces de mantener la tensión adecuada, conseguiremos los esperados resultados. Estamos ante una auténtica guerra de desgaste y antes o después alcanzaremos la victoria. A pesar del PSOE y no gracias a él.