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Europa


19 de marzo del 2004

Suspirar con alivio y coger aliento

Santiago Alba Rico
Rebelión

Confieso que la noche del domingo, al calor de los primeros resultados, me dejé llevar por un instante de júbilo que duró desgraciadamente muy poco; porque tras la inmensa alegría de saber que el PP iba a perder las elecciones, sentí la inmensa decepción de que las fuera a ganar el PSOE. ¿Y qué otro partido podía ganarlas? Las movilizaciones populares que derrotaron el "pucherazo moral" del PP mientras Zapatero y Llamazares callaban temerosos de perder unos votos; las denuncias de medios alternativos en internet y de ciudadanos libres en la calle mientras la mayor parte de los grandes periódicos y canales de televisión doblaban las rodillas ante las presiones del gobierno; esta repentina, inesperada, lucidísima sublevación en las urnas de la izquierda abstencionista choca contra los límites de un sistema bipartidista en el que todo lo que pueden hacer los electores es votar cada cuatro años contra el partido gobernante, cualquiera que éste sea, sin poder jamás pronunciarse a favor de un orden diferente. Es como si al amor más intenso, a la pasión más arrebatada sólo se le permitiese un beso y además con los labios cerrados. Los votantes que han salvado España de la dictadura neo-franquista no tienen partido; sus deseos de cambio, su razonada enmienda a la totalidad, su aspiración a una democracia de verdad y a un nuevo espacio público se han visto forzados a expresarse a través de unas siglas en la que en realidad no caben, han quedado aprisionados en un partido que ya gobernó durante doce años, que malversó traicioneramente desde 1986 el más grande capital político de izquierdas de la Europa de la post-guerra mundial y que, tras facilitar la llegada del PP, ha seguido compartiendo con él, con pequeños matices, las líneas centrales de su concepción del Estado: economía neoliberal, pacto anti-terrorista, unidad constitucional, monarquía, alianza con los EEUU.

Tenemos motivos, pues, para sentirnos aliviados, pero no para celebrar una victoria. Contra el peligro fascista del PP, el radicalismo político de los nuevos votantes ha ido a apagarse cenicientamente en la arenosa opacidad del PSOE. ¿Ahogarán de nuevo esta hoguera los pupilos de Felipe González? ¿Serán otra vez el partido de la OTAN, el GAL, el pelotazo, la ley de extranjería, las privatizaciones y la "flexibilización" del mercado laboral? ¿Cumplirán sus promesas? ¿Responderán a ese suplicante "no nos falles" de los jóvenes que celebraban la victoria la noche del 14 de marzo? ¿Recordará Zapatero a quién debe su triunfo, tal y como ha asegurado? No confío ni en su buena voluntad ni en la coherencia ideológica de su partido, pero creo que Zapatero llega al gobierno en condiciones que permiten albergar una cautelosa esperanza. En primer lugar porque las tropelías del PP no han borrado de la memoria las tres legislaturas ruinosas de Felipe González, con sus secuelas de desmovilización social, corrupción económica y cesarismo político, y el PSOE por tanto tendrá que romper, al menos formalmente, con su propio pasado. Además, porque el legado de ocho años de totalitarismo popular, señalado por un inquietante aumento de la confrontación civil, la tensión entre nacionalidades y la erosión del Estado de Derecho, les compromete igualmente a desprenderse de todo aquello que han compartido durante estos años con Aznar. Pero más decisivo que todo esto, el PSOE tendrá que interiorizar el carácter excepcional de su victoria electoral. Por segunda vez en la historia reciente de España -si aceptamos las legislativas de 1982 como la primera- el PSOE ha sido aupado al poder por la izquierda. Los electores no han votado a su programa, que apenas se distingue del PP, ni a su pasado, que conocen bien, ni a sus promesas, que son de humo, ni a su experiencia, que es para echarse a llorar; han votado por una revolución para que haya al menos una reforma. Al contrario de lo que sostiene la derecha resentida, que trata de deslegitimar la victoria del PSOE atribuyéndola al chantaje del terror y al miedo, el voto que ha inclinado la balanza ha sido un voto de conciencia, un voto de decencia, un voto ilustrado, un voto -en fin- político. Por segunda vez en la historia de España, repito, el voto no ha sido un acto mágico o eucarístico, una especie de danza de la lluvia mediante la cual nos hacíamos la ilusión de dominar a los dioses -mientras nos preocupábamos de no perder el trabajo y nos exaltábamos con Operación Triunfo-; ha significado la inesperada irrupción de la política en la normalidad pactada y muerta del Parlamento. Los ciudadanos del Estado español tardaron 12 años en dar un voto de castigo al PSOE; pero han tardado sólo 48 horas en castigar al PP. En un proceso en el que -salvadas las distancias- tantas cosas recuerdan al carmonazo contra Chávez, han bastado 48 horas para re-potilizar a un pueblo adormecido, sobornado y asustado. Las movilizaciones contra la guerra de hace ahora un año condujeron a una derrota y a un ensimismamiento defensivo, pero dejaron un depósito latente cuya efervescencia era difícil de detectar; el estupor catatónico al que nos indujo la impotencia de nuestras protestas y la invasión de Iraq se ha roto como un encantamiento, del que nos ha sacado la masacre del 11-M. Las bombas de Madrid han derribado el paréntesis somnoliento del último año y nos han conectado con las bombas sobre Bagdad; y el impulso de estos días -embridado en las urnas, pero vivo- es el mismo impulso de hace un año, la prolongación política de aquella multitudinaria, esperanzadora, despreciada sublevación moral.

Lo importante ahora es que este impulso no decline. A Zapatero no le va a salir fácil gobernar. A las presiones que está ya recibiendo de los EEUU, habrá que sumar las de su propio aparato de partido y las del aparato del Estado. Ya hemos visto incluso al candidato demócrata estadounidense Kerry presionar al futuro presidente de una nación soberana para que incumpla las promesas hechas a sus electores; hemos oído algunas declaraciones de Rodríguez Ibarra que hacen temer los más obscuros manejos por parte del sector duro del PSOE; y no hay que olvidar al rey, al ejército y a los grandes grupos económicos, interesados por igual en proteger a cualquier precio la "unidad de la patria" y la constitución. Contra todas estas presiones, las nuestras no deben ser las más pequeñas. Tenemos que recordar ininterrumpidamente al PSOE -que tratará de desmovilizar este nuevo borbotón de democracia- que en el Estado español se vuelve a hacer política; que una gran parte de los ciudadanos españoles se ha politizado de nuevo y quiere cambiar realmente un país en jirones y un mundo sin futuro; y que en 48 horas un pueblo vivo y consciente puede voltear cualquier gobierno, incluso al más arrogante y despótico de Europa. Podemos votar, pero también podemos rebelarnos; y el PSOE no debe olvidar que el voto del 14-M forma parte de una rebelión, que es un voto rebelde que debe administrar con la modesta conciencia -fundamento de toda democracia- de que no es el poder del gobierno el que concede a los ciudadanos la facultad de votar sino, al contrario, el poder de los ciudadanos el que concede al gobierno una facultad representativa que puede quitarle también en la calle. Zapatero, admitámoslo, no hará nada que no le obliguemos a hacer.

Obliguémoslo, pues, con todos los medios democráticos a nuestro alcance. Mañana sábado tenemos una primera oportunidad de salir masivamente a las plazas de todo el Estado español, como si la jornada del 15 de febrero del 2003 aún no hubiese concluido y fuese aún posible reparar los daños; de saltar, abrazarnos y gritar a fin de recordar a las víctimas de Bagdad y a las víctimas de Madrid y exigir la inmediata retirada de las tropas invasoras de Iraq, con ONU o sin ella, así como un nuevo proceso constituyente a nivel planetario.

Después, no cejemos. Mediante pacíficas concentraciones mensuales ante la sede del PSOE, una cascada de mensajes electrónicos dirigidos a La Moncloa o cualesquiera otras formas de némesis a inventar, siempre alerta y siempre despiertos, debemos seguir advirtiendo al nuevo gobierno que de nada nos sirve que se vaya el PP si no vuelve la política y, con ella, el diálogo, la cordura, la justicia, la libertad y el derecho a la auto-determinación de todos los pueblos, se llame palestino, iraquí, vasco o español. Respiremos con alivio y luego volvamos a coger aliento. Porque nos esperan momentos muy difíciles.