Europa
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13 de marzo del 2004
La masacre cometida ayer en Madrid es una barbaridad
inadmisible, sea cual sea su autoría. Atentar indiscriminadamente contra el
transporte público, en hora punta y con la plena voluntad de causar el mayor
número de muertes es un acto inhumano frente al que no cabe ningún tipo de justificación.
Ante ello, sólo podemos mostrar el más radical de los rechazos, sin atenuante
posible alguno. Los más de 190 fallecidos y 1.400 heridos son una tragedia de
enorme magnitud. Cada una de esas muertes es un drama en sí mismo, trunca una
trayectoria vital, destroza una familia y genera, además, un terrible terror
social. ¿Cómo mostrar nuestra solidaridad a todas las víctimas, a todos los
afectados, sin que estas palabras sean entendidas como un discurso estéril?
Es tal la conmoción, el impacto de la matanza, que cualquier frase de condolencia
se queda pequeña. El dolor y el pánico vividos ayer en la capital madrileña
son ciertamente indescriptibles.
La aparición de una furgoneta robada con detonadores y una cinta en árabe con
versículos del Corán en las cercanías de las estación de Alcalá de Henares,
de la que según la versión oficial partieron los trenes cargados de bombas,
y la reivindicación de la masacre en nombre de las Brigadas de Abu Aafs al-Masri
al diario londinense editado en árabe "Al-Quds Al-Arabi", hacen que todas las
hipótesis razonables apunten a organizaciones islamistas como autoras de los
atentados. Así lo contemplaban ya anoche todos los grandes medios internacionales.
Se trataría de una de las mayores matanzas producida en Europa fuera de tiempo
de guerra y el recuerdo se vuelve inevitablemente hacia el 11 de setiembre de
2001.
En su primera comparecencia ante los medios de comunicación, el ministro de
Interior español, Angel Acebes, no dudó en atribuir a ETA la autoría de la masacre.
Para ese momento, la izquierda abertzale ya había manifestado, no sólo su absoluto
rechazo a la matanza en los términos más contundentes, sino que ni contemplaba
la hipótesis de que fuera obra de la organización armada.
Sin embargo, Angel Acebes calificó de «miserables» a quienes hicieran referencia
a otra posibilidad distinta a la de ETA y les acusaba de tratar de desviar la
atención. Los atentados no encajaban ni en la forma de actuar habitual de ETA
ni en la estrategia que se dejaba ver en sus últimos comunicados y en la reciente
y extensa entrevista publicada el pasado 22 de febrero. Se pudo comprobar en
las preguntas que se dirigieron al ministro de Interior. Pero el Gobierno español
se negaba a admitir que las explosiones en los trenes fueran obra de organizaciones
islamistas, puesto que esto sería tanto como asumir que tan terrible e injustificable
tragedia era en alguna medida el coste de haber arrastrado hace un año al Estado
español a una guerra contra Irak que su propia población desaprobaba rotundamente.
Tampoco cabe olvidar que los hechos se han producido a tres días de las elecciones
generales y que sus consecuencias podrían tumbar a cualquier gobierno.
A partir de las ocho de la tarde, cuando en todo el Estado español se habían
desarrollado o se producían las concentraciones de dolor por la tragedia, en
las que se acusaba directamente a ETA, Acebes daba cuenta del hallazgo de la
furgoneta y abría el abanico de posibles autores a grupos islamistas, aunque
se negaba a descartar a la organización armada vasca pese a las evidencias que
él mismo comenzaba a aportar en sentido contrario.
La ligereza de algunas actuaciones y declaraciones en torno a la masacre no
debe desviar la atención, en todo caso y sobre todo, de las dimensiones de la
tragedia vivida ayer en la capital madrileña y llamar a la solidaridad que es
preciso mostrar a las víctimas en estos momentos.