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Europa


25 de marzo de 2004

El 11-M : Los Sin Papeles se hacen visibles
Código de Barras

Rodrigo Soto(*)
Rebelión

Acostumbrados al silencio oficial y a la soledad que siempre acompaña al inmigrante se encaminaron por la mañana temprano a coger los trenes de la muerte, sin siquiera sospecharlo. Se mezclaron por última vez con los obreros, oficinistas, estudiantes y tantos otros españoles, juntos abarrotaron los vagones, los colmaron de sacrificio y esperanza mientras comenzaban a dejar atrás la periferia urbanística de Madrid. Aquella postal diseñada por los arquitectos de la urgencia, tras el juego sucio del mercado inmobiliario que día a día sobrevolara la vivienda en la España desarrollada. Entones entraron al abismo y todos, sin distinción, enfilaron hacia terrenos desconocidos, lugares, por cierto, en donde nunca serán necesarios los documentos mezquinos que intentan transforman en invisibles a los seres humanos que no los poseen.

La ironía de la vida y el estruendo de las bombas quiso que muchos hombres y mujeres Sin Papeles se fueran como protagonistas de una tragedia de impacto mundial. La desgracia los dotó de un cuerpo concreto, fueron visibles ante los ojos de la oficialidad miope que sistemáticamente se niega a reconocer al millón de inmigrantes que convive y es parte de la nueva sociedad española.

Tuvo que suceder el 11-M para que muchos comprendieran que ningún ser humano puede ser ilegal, que aunque no se los quiera ver estos existen y son parte de la cotidianidad. Tuvo que suceder el 11-M para que la prensa objetiva hiciera un alto en su costumbre de criminalizar a los Sin Papeles, de asustar a la gente con el discurso reaccionario de la inseguridad ciudadana que producen tantos pobres de Europa del este, morochos latinos, oscuros africanos y reservados magrebí. Tuvieron que ver sus siluetas entre los fierros retorcidos y sus rostros en el recinto de Ifema para enfocar bien la cámara y ya no pasar de ellos, muchos periodistas, mercenarios de la información, dejaron a un lado su implacable pluma verduga para dedicarle alguna palabra de afecto al irregular inerte o herido. Ahora la TV y los rotativos nos bombardean con sus rostros, lavan sus culpas publicando pequeñas historias de vida de los muertos sin papeles, intentan por todos los medios recomponer al sujeto sin futuro, se introducen en su pasado anónimo motivados por la desgracia mañanera que despidió su presente en tierras lejanas.

Ya no habrá más locuras errantes para aquellos hombres y mujeres que ejercieron su derecho a viajar por el mundo entero motivados por la desesperanza, el hambre, el miedo y la necesidad de acariciar un futuro mejor. Los rebeldes que penetraron la Europa blindada venían huyendo de los efectos colaterales del capitalismo mundial que perforan los cuerpos de millones de seres humanos en el tan cómodamente llamado tercer mundo. De la incertidumbre cotidiana de sus lugares de origen, pasaron a la incertidumbre de vivir en un lugar donde se les negaba- y se sigue negando- su existencia, y se limita al máximo la posibilidad de ser inventariados por el Estado español.

Los neoliberales populares y todo aquel amplio sector político que practican la política de la ocasión, siempre confundirán a los pezones del prostíbulo exclusivo con las llagas del hambre carcomiendo los labios. Hace mucho tiempo que estos seres de negro no conocen de corazones sino que de códigos de barras, son incapaces de sentir porque transforman los rostros en cifras manipulables, sin embargo, son aves de rapiña sagaces a la hora del oportunismo político más cruel.

Los Sin Papeles de Atocha, El Pozo, la calle Tellez y Santa Eugenia ya no soñarán con los derechos humanos básicos que adornan las paredes de la ONU, ya no más noches ansiosas y deprimentes por la familia lejana, adiós a los trenes de cercanía que los acercaban al objetivo de la reagrupación familiar añorada. En estos días los familiares repartidos por el mundo vienen a buscar los restos de sus seres queridos que alimentaban la esperanza de una movilidad social. Sus lágrimas, las de tantos, no podrán nunca apaciguarse por los papeles que hoy entregan los censores de la inmigración.

Ni ilegales, ni víctimas noticiosas, ni irregulares, ni nada. Sólo seres humanos valientes que ejercen su derecho a circular por el mundo entero en búsqueda de esa felicidad siempre tan esquiva. Como aquellos que cada día se abrazan a la patera de la ilusión esperando cruzar el estrecho y terminan ahogados en alguna playa desolada ante la vista gorda de las autoridades y el silencio cómplice de la prensa. O de los que congelan sus vidas en algún camión frigorífico procedente de las fronteras de Europa del este. Y también, por que no decirlo, el sufrimiento de los inmigrantes que esperan su expulsión recluidos en la Sala 4 del aeropuerto de Barajas, lugar jurídicamente ilegal que el Ministerio del Interior ha autorizado para confinar a los Sin Papeles, perdiendo estos sus derechos a recibir atención jurídica, sanitaria y el contacto con sus familiares.

Nunca más la vida por unos papeles miserables, nunca más la aceptación política condicionada por una tragedia.

*Rodrigo Soto es Periodista Inmigrante Sin Papeles