Europa
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TERRORISMO EN ESPAÑA: COSTOS DE UNA ALIANZA SORPRESIVA
CLARIN
Aznar, un dirigente apacible que mutó en halcón, en su peor hora Se alió, sin dudarlo, a la cruzada de Bush y dio la espalda a sus socios europeos. Llegó a comparar la lucha contra Saddam a la guerra de los aliados contra Hitler.
Promediaba el 2002 cuando José María Aznar sorprendió a propios y extraños.
Ese dirigente de estatura mediana e imagen apacible que gusta de los chistes verdes, el que había logrado que España se embanderara con la derecha tras años de devoción socialista, había mutado, repentinamente, en halcón guerrero.
Había decidido acompañar la cruzada de George Bush contra Irak. Decidía darle la espalda a sus principales aliados continentales en Europa -Francia y Alemania- y se disponía a pisar en Washington las mismas alfombras que el italiano Silvio Berlusconi, para hablar a solas con Bush sobre el tema.
Apenas unos meses después, posaba para la foto en las islas Azores, junto a él y Tony Blair. La cumbre se hizo el 16 de marzo de 2003. "Llegó la hora de la verdad", dijo esa tarde el presidente estadounidense, en un claro ultimátum a Saddam Hussein y la ONU. La puesta en escena fue breve. Los tres líderes habían viajado miles de kilómetros hacia una verdadera fortaleza en el Atlántico, para dialogar menos de una hora. Después, aparecieron ante la prensa. Bush apoyó su brazo sobre el hombro de Aznar. El español sentía que a pesar de su figura menuda podía proyectar una sombra similar a la de Winston Churchill. Y no es una comparación caprichosa: él mismo le había declarado un día antes a la cadena británica BBC: "Mucha gente tenía dudas sobre actuar contra Hitler.
Un día después, compareció ante el Parlamento de su país. La oposición intentó disparar tanta munición sobre él como la que caería después sobre Irak. Imposible, además de inútil: a las 48 horas, los misiles que rompieron el cielo de Bagdad ensordecieron todo grito. Era la guerra. Aznar se reservaba un lugar interesado para su país: participar de la reconstrucción de Irak.
No pasó mucho hasta que la tierra iraquí se salpicó con sangre española.
Primero, Julio Anguita Parrado, del diario El Mundo, hijo del líder de Izquierda Unida, Julio Anguita. Luego, el camarógrafo de Telecinco 3 José Couso, asesinado en el Hotel Palestine de Bagdad.
El 1º de mayo se acabó la guerra. Al menos, la formal. Seis días después, sonrientes, Aznar y Bush se exhibían juntos en la Casa Blanca. "José María es un hombre de principios y un hombre de valentía", arrancó Bush. Tras la devolución de elogios, la prensa les preguntó sobre la muerte de Couso: "Considero que la guerra es un lugar peligroso. Y considero que nadie mataría a un periodista intencionalmente", dijo Bush. Siguió Aznar: "Bueno, EE.UU. ya ha dicho que esto fue un error y nosotros lo creemos. Y estoy realmente, plenamente convencido de que nadie dispararía intencionalmente contra víctimas inocentes. Y eso es todo, es todo...
La muerte de españoles en territorio iraquí no se detuvo. El 19 de agosto del año pasado un capitán de navío murió en el atentado a la sede de la ONU, en Bag dad. El 9 de octubre, un miembro de los servicios de inteligencia era asesinado de un balazo también en la capital iraquí. El 29 de noviembre, otros siete servicios de inteligencia cayeron en una emboscada de la resistencia.
Toda España vio por TV cómo jóvenes iraquíes pateaban, enfurecidos, los cadáveres de sus compatriotas, soltando vivas a Saddam. Por esos días, el 85 por ciento de los españoles opinaba que la guerra no sirvió para nada.
Ayer, el horror se multiplicó por cien, por mil, por cien mil. España está de luto y confundida. Y a José María Aznar, que vivía uno de sus mejores momentos políticos, le llegó a las 7 y 39 en punto su peor hora. Es curioso: el martes se cumple apenas un año desde aquella tarde de euforia guerrera en las islas Azores.
Espero que esto haga reflexionar a los indecisos y a los votantes del PP, para que el domingo nos libremos ya para siempre de estos fascistas que nos metieron contra nuestra opinión en una guerra ilegal, ya que ayer comenzamos a recibir los maravillosos frutos tantas veces prometidos por el miserable de Aznar.