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Europa

18 de febrero del 2004

Aznar o la "unidad de destino"

Antonio Maira
Cádiz Rebelde

Si Bush es la chulería agresiva e ignorante y la petulancia del hijo de papá con las espaldas bien protegidas, Blair el cinismo que se encubre con gestos de virtuoso difamado, y Straw la adulación del capataz que se ha quedado sin alma, Aznar es el quitamotas servil, autosatisfecho y feliz.

Ante el Congreso de los EEUU, Aznar se identificó no sólo con la criminal política exterior de Bush en Afganistán y en Iraq sino también con el intervencionismo histórico de Washington. Todo ello sin el menor asomo de crítica, matización o reparo alguno. El que quiere ser el aliado más fiel mostró un desprecio absoluto ante la memoria histórica y la sensibilidad de los pueblos ocupados, violentados, intervenidos o presionados por los estadounidenses. Una larga lista. Para Aznar, los Estados Unidos tienen –y realizan con ayuda de amigos fervientes como él- un destino manifiesto, tal como proclama insistentemente el portavoz supremo y los documentos doctrinales del Imperio.

Bajo esas premisas de identificación por encima del tiempo, de los hechos, y de las intenciones, el discurso del presidente del gobierno español fue un puro acto de vasallaje. Una aburrida repetición de los terribles lugares comunes de Bush: la peligrosidad de las armas de destrucción masiva excepto si son norteamericanas; el crimen internacional que supone su proliferación pero no el origen de la misma -su investigación y desarrollo- que casi siempre se hace, rompiendo acuerdos internacionales de limitación, en los EEUU; la terrible convergencia de esas armas y las organizaciones terroristas pero no cuando, como ocurre de manera tristemente cotidiana, la concurrencia de armas de destrucción masiva y terror se entroniza como el instrumento principal de la política exterior de Washington.

Tal vez lo más significativo del discurso han sido los silencios. Aznar, que se colocó en ese escenario personal de sus víctimas en el que justifica la estrategia represiva, situó en él a todos los militares del ejército de ocupación muertos en Irak, pero no tuvo una sola palabra para enormes sufrimientos de los iraquíes.

Aznar ha asumido el status de escudero en Europa de la potencia trasatlántica y no ha tenido reparo en adjudicarse el de embajador –no autorizado ni requerido- de la UE ante el emperador del mundo. Como su vanidad reside en esa particular obediencia, Aznar ha caído en el ridículo de proponer el establecimiento de una "zona de libre comercio EEUU-UE para el año 2015. En este mismo afán de subordinar Europa a los EEUU ha dirigido una carta a Prodi instando la creación de un comité conjunto que facilite la identificación de los obstáculos políticos, económicos y de "regulación" a ese gran proyecto. Neoliberalismo puro: "nuestro vínculo atlántico es la libertad".

La felicidad de Aznar en el Congreso de los Estados Unidos tiene raíces mucho más profundas. Con el neofascismo de Bush ha encontrado el modo de recuperar su antigua patria falangista de la "unidad de destino en lo universal", esta vez como vinculación eterna a aquel destino manifiesto de los Estados Unidos. La reincidencia en las enfáticas proclamaciones de identidad común ha sido realmente bochornosa. Sobre todo porque contradice el sentir de la mayoría de los ciudadanos a los que Aznar "representa", desdeñosos de esa identificación que proclama su presidente del gobierno.

Con la euforia de haber ocupado un lugar al pie del trono, Aznar se ufanó de estar a la vanguardia europea y de trabajar, desde esa posición, no para crear un "contra poder" a los EEUU sino por una "Europa Atlántica". Reiteró que "como europeo no quiere otra alternativa a la relación trasatlántica" que la subordinación total que él mismo representa. Los EEUU que han roto con toda la legalidad internacional, empeñados en el establecimiento militar de un imperio, son para el presidente español el elemento germinal y estructural de la construcción de Europa.

En relación con la guerra de Iraq, Aznar tuvo la osadía de ir más allá de lo admisible incluso en el Congreso de los Estados Unidos. Se alineó directamente con un Bush tramposo. Lo hizo además advirtiendo que el debate sobre la existencia de armas de destrucción masiva, sobre las causas que justificaron la guerra, carece de importancia. "El debate sobre su existencia es ficticio", clamó Aznar consagrando el engaño y la manipulación como el instrumento de relación con los ciudadanos.

También recordó, evocando sin duda la dialéctica histórica de "puños y pistolas" de su fascismo provinciano, y siguiendo palabra por palabra la apología de la extorsión mafiosa de Bush y de Cheney, que el uso de la fuerza –la guerra con sus decenas de miles de muertos y sus millones de víctimas- había facilitado los últimos avances "diplomáticos" en Libia e Irán. Es la apología de la política del terror.

Asumiendo las raíces arbitrarias del Imperio, Aznar proclamó el carácter abstracto del delito, el digital de los delincuentes y el arbitrario de las penas, al demandar de la ONU la aprobación de una "lista mundial de organizaciones terroristas".

Para dar un ejemplo claro de la nueva ley y el nuevo orden identificó a la resistencia a la ocupación de Iraq con al terrorismo, y escarneció el sufrimiento, la humillación, la pobreza y la sumisión forzada del pueblo iraquí con el anuncio de que estaban viviendo "la devolución de la libertad".

En el extremo del servilismo, Aznar subordinó la relación especial de España con América Latina convirtiéndola en una simple "dimensión" de la relación con los Estados Unidos.

Bajo la mirada amistosa de los funcionarios y los centuriones del Imperio Aznar definió su mundo:

"Compromiso inquebrantable" con la explotación y la desigualdad, apología de la fuerza, obediencia y sumisión al Imperio, desprecio por la soberanía de los pueblos, indiferencia y crueldad ante la pobreza, escarnio de la humanidad de la inmensa mayoría de la población del mundo, identificación de la Libertad con el saqueo, desprecio absoluto por la verdad, carácter arbitrario de la ley y privilegiado de la justicia, y represión feroz de la insumisión y la resistencia.

Después de proclamar la eternidad de ese sistema regido por la codicia y administrado por una fuerza irresistible, Aznar oteó el horizonte y buscó al otro lado... Y Aznar encontró a Cuba.

"La isla caribeña es una de las últimas anomalías históricas, no ya de las Américas, sino del mundo entero".