6 de enero de 2004
Himmler y el santo grial
Un turista alemán
Higinio Polo
Publicado en El Viejo Topo, enero 2004
En octubre de 1940, llega a Madrid un turista alemán, un hombre preocupado por la cultura y las raíces de Alemania, por la eficacia de la administración y por la competencia del gobierno. Se llama Heinrich Himmler. Es un hombre con reputación de funcionario honrado, tiene vocación de oficinista, y es amante de las rutinas y buen padre de familia, que ama con pasión a su hija. Viaja a Madrid con una importante misión, pero, además, tiene una crucial cita con la historia en una montaña catalana. Himmler llega a la capital de España el 21 de octubre de 1940, en un tren especial. En la Estación del Norte, es esperado con impaciencia por representantes del gobierno fascista español: está adornada con banderas, tapices, y repleta de funcionarios que vibran por darle una calurosa bienvenida. Cuando Himmler baja del tren, marcial y severo en su impecable traje militar, dos niños, ataviados con uniforme nazi, le entregan sendos ramos de flores. Todas las personas que esperan saben que Himmler es el jefe de la policía nazi y de las SS, y uno de los hombres más poderosos del Reich alemán. Allí, en la estación, está también Serrano Suñer, ministro de Asuntos Exteriores, cuñado de Franco y hombre fuerte del régimen fascista español que acababa de ganar la guerra civil. Casi parece mentira, pero Serrano Suñer, la última persona que contempló la entrevista entre Hitler y Franco, acaba de morir, en septiembre de 2003, a los 101 años de edad.
De hecho, Himmler realiza el viaje a Madrid para coordinar la seguridad del encuentro entre Hitler y Franco, que tendrá lugar dos días después en Hendaya. El dirigente nazi se entrevista con el dictador español, como preludio de la cita preparada para Hitler en la frontera francesa, y consigue garantías para que la Gestapo pueda actuar en España con toda libertad. El caudillo corresponde a sus aliados nazis: no olvida que, por indicación suya, Serrano Suñer había pedido a las autoridades nazis de ocupación en Francia la entrega de más de seiscientos refugiados españoles que habían tenido cargos de responsabilidad en la República. Gracias a esa colaboración, fueron detenidos Lluís Companys, Julián Zugazagoitia y Cipriano Rivas Cherif, entre otros. Pero el trabajo de la Gestapo no es la única cuestión bilateral entre ambos regímenes fascistas. Himmler ha hecho también el viaje con el propósito de impulsar la colaboración entre ambos gobiernos. No en vano, los soldados de la Wehrmacht y la policía nazi han detenido ya, en la Francia ocupada, además de las personas de relieve entregadas, a miles de republicanos españoles, y la molesta cuestión debe resolverse con un acuerdo. La mayor parte de esos republicanos españoles acabarán en los campos de concentración y exterminio nazis; otros, serán entregados a Franco, sabiendo que no eludirán el destino que el fascismo español les tiene reservado: la muerte. Himmler no asistirá al histórico encuentro de Hendaya. Sí lo hará Serrano Suñer, el flamante ministro de Asuntos Exteriores franquista que lo había recibido a su llegada a Madrid. Es un momento de gloria para ellos, y lo saben. Hitler es ya dueño de Francia: cuatro meses antes, el gobierno galo había capitulado y el 14 de junio de 1940 los soldados nazis entraban en la capital francesa. Unos días después, el 23 de junio de 1940, Hitler se pasea por París, en compañía de Albert Speer, Arno Broker y otros dirigentes nazis; visita la torre Eiffel y posa ante ella, mientras un camarógrafo rueda para la historia: Adolf Hitler es la imagen, irresistible, del poder. Tras los rigores del protocolo y las conversaciones entre el dictador español y el jefe de las SS nazis, las comitivas se separan. Mientras todos los jerarcas fascistas españoles viajan hacia Hendaya, Himmler se convierte en un turista alemán que desea visitar Barcelona, y, desde allí, alcanzar un extraño monasterio oculto en una montaña sagrada: se trata de Montserrat, un centro benedictino cargado de historia, que había acogido no hacía muchos meses a importantes figuras de la República española. En esa montaña de Montserrat, habían ocurrido sucesos notables, pero ninguno de sus monjes hubiera imaginado que el jefe de la policía nazi llegaría allí para buscar el Santo Grial. Cuatro años atrás, en los inicios de la guerra civil española, el conseller de la Generalitat, Ventura Gassol, había enviado a artistas como Mallol y Rebull con el encargo de salvar el museo y la biblioteca del Seminario incendiado, y, después, encargará al diputado Soler i Pla la protección de los monasterios de Ripoll, Sant Joan de les Abadesses, Vic y del mismo Montserrat. Más tarde, se nombrará conservador del monasterio de Montserrat al músico Robert Gerhard, militante comunista. Allí, en la montaña, se habían reunido las Cortes republicanas, a principios de febrero de 1938, después de los bombardeos sobre Barcelona del 31 de enero, que habían causado 153 muertos y 108 heridos. Durante la guerra, el monasterio fue utilizado también como hospital. Cuando los combates se acercan a su trágico final, Josep Riu, responsable de la llamada <Clínica Militar Z> ubicada en Montserrat, recibe la orden del jefe de sanidad del Ejército del Este de evacuar a los heridos, junto con el material médico. También, le indican que debe volar las instalaciones, orden que no cumplirá. La salida estaba prevista para el 16 de enero de 1939, y ponen la evacuación en marcha con algún retraso: finalmente, el día 23, el monasterio es abandonado. Al lado de la montaña, el V Cuerpo del Ejército republicano, dirigido por Líster, había estado también unos días, en Olesa de Montserrat, intentando resistir el avance franquista, en las jornadas finales de la ofensiva sobre Barcelona: en él va, entre otros, el futuro filósofo comunista Adolfo Sánchez Vázquez. Tres días después, el 26 de enero, Barcelona es ocupada por las tropas fascistas, y Hitler envía desde Berlín un telegrama a Franco: "Os envío mi más cordial felicitación por el magnífico éxito alcanzado por las tropas bajo vuestro mando. Europa entera está admirada por vuestros triunfos, y nosotros esperamos el pronto final de la guerra." El fin de la República española estaba ya cercano. Mientras viaja desde Madrid, Himmler permanece ajeno a esas circunstancias, y apenas tiene referencias de Montserrat, de su simbolismo religioso en la Cataluña moderna. Tampoco sabe nada sobre la utilización del monasterio durante desde 1936: la guerra civil española es para él un asunto del pasado. El reichsführer era un hombre ocupado, y tenía otras preocupaciones: entre ellas la persecución de judíos y comunistas en los territorios controlados por Berlín. Las leyes de Nuremberg de 1935 declaraban a los judíos como un cuerpo extraño a la nación alemana, y la noche de los cristales rotos, en 1938, había despejado cualquier duda sobre las intenciones nazis. No habían pasado ni dos años desde esa noche negra, pero la historia avanzaba deprisa. Pese a ello, cuando Himmler viaja Montserrat, aún no se había elaborado, en los círculos más poderosos del régimen, la llamada solución final. Hoy, sabemos que en las anotaciones de los diarios de Himmler hay una que cobra especial relevancia: es de diciembre de 1941, y, en ella, tras celebrar una entrevista con Hitler, el jefe de las SS apunta la siguiente frase: "Judenfrage. / als Partisanen auszurotten", es decir: "Cuestión judía, exterminarlos como partisanos". Previsoramente, los campos de exterminio ya estaban construidos.
Es muy probable que, mientras se acercaba a la montaña de Montserrat, Heinrich Himmler fuera pensando en Montsalvat, el castillo donde se guarda el Santo Grial. Montsalvat es el castillo de Montsegur en las leyendas de los cátaros, y en algunos círculos se especulaba con los monasterios de Montserrat o de San Juan de la Peña como lugares que podían ser el Montsalvat de los mitos medievales. En la propia Barcelona, hacía muchos años que algunos afirmaban también que Montsalvat acaso era Montserrat, la montaña sagrada de los católicos catalanes. De hecho, ya el conde Eusebi Güell —el corrupto empresario, hijo del negrero Güell y mecenas de Gaudí, además de fervoroso admirador de Wagner— y su círculo de amistades intelectuales habían defendido esa idea, de manera que Montserrat quedaba convertida en la montaña mágica del Santo Grial, el lugar sagrado donde se encontraba la copa que Cristo había utilizado en la última cena con sus discípulos. No era de extrañar que fuese Barcelona una de las primeras ciudades europeas donde se estrenó Parsifal.
Himmler conoce Parsifal, la ópera de Wagner, y sabe que, según las ingenuas creencias de los cristianos de los primeros siglos, José de Arimatea, el fiel seguidor judío que enterró a Cristo, había recogido su sangre en una copa. Además, el jefe de la Gestapo tiene referencias de las leyendas artúricas y del reino de Camelot, de la guerra de Inocencio II contra los cátaros, de los relatos medievales que hablan de la búsqueda del Grial; conoce las páginas de Wolfram von Eschenbach, un poeta bávaro del siglo XII; ha oído hablar de las líneas de Chrétien de Troyes y de las de Tennyson. Himmler también se ha interesado por las leyendas iraníes y por Hermes Trimegisto. El jefe de las SS sabe que el camino de Parsifal a Montsalvat es doloroso, pero estima que vale la pena: el Santo Grial otorga sabiduría y prolonga la vida.
En la ópera de Wagner, Parsifal es el joven que aspira a convertirse en un caballero. Así, el personaje operístico llega a Montsalvat, el castillo donde se encuentran los caballeros heridos. Allí, el rey Amfortas, que guarda el Grial, está en pecado. Parsifal desconoce la importancia de la copa de José de Arimatea, pero, tras pasar por la prueba de la seducción, y convertido después en el sustituto de Amfortas, el esforzado joven es el nuevo rey del Santo Grial. Gracias a ello, Parsifal cura al propio Amfortas y eleva la copa de esmeraldas del Santo Grial, para curar a los caballeros heridos: una intensa luz roja los envuelve a todos ellos, mientras una paloma desciende sobre el Grial, al tiempo que una prodigiosa música del coro subraya la salvación. Parece mentira, pero mientras organizaba el mundo concentracionario nazi, Himmler iba pensando en esos delirios. No podemos saberlo, pero es probable que, mientras viajaba a Barcelona, Himmler recordase los primeros versos de la ópera wagneriana: "En el cielo hay un castillo y su nombre es Montsalvat."
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Heinrich Himmler había nacido en 1900, en Munich. Los historiadores británicos Roger Manville y Heinrich Fraenkel publicaron hace cuarenta años la primera biografía del dirigente nazi, todavía con importantes lagunas. Ahora, la biografía publicada por el también historiador británico, nacido en la India, Peter Padfield, Himmler, el Líder de las SS y la Gestapo (que apareció en inglés hace más de una década y que ahora lo ha hecho en castellano), traza un retrato más preciso de nuestro turista alemán. Disponemos también de sus propios diarios, los que escribe el jefe de la Gestapo en los años 1941 y 1942, que se encontraban en los archivos del KGB soviético. Himmler, miembro del partido nazi, el NSDAP, desde sus inicios, es uno de los protagonistas del golpe de Munich de 1923. Ya a finales de los años veinte, era responsable de la propaganda nazi y trabajaba con el secretario de organización, Gregor Strasser. En 1929, Hitler le hace jefe de su guardia personal, las SS. Himmler había llegado a ser diputado del Reichstag, en 1930. Asciende paso a paso. En 1933, se hace con el mando de la policía de Munich y, después, de Baviera. Ya en el poder, se hace cargo de la policía prusiana, y unifica el trabajo de los departamentos policiales del Reich. Al año siguiente, Hermann Göring le encarga el gobierno de la Gestapo, Geheime Staatspolizei, la policía política del Reich alemán, y, en 1936, es nombrado Reichsführer de las SS y jefe de la policía alemana en el Ministerio del Interior. Convertido en jefe supremo de la policía germana, que añade a su control de las SS, Himmler será uno de los más relevantes dirigentes del Reich: dirigirá la organización de los campos de trabajo y de exterminio. Bajo su dirección, la Gestapo establece un régimen de terror en Alemania y en los territorios ocupados, que no es igual para todos: las investigaciones más recientes sobre el aparato policial nazi, indican que la policía política alemana trata de forma muy diferente a los alemanes "normales" de aquellos a quienes considera los principales enemigos del Reich, los comunistas y los judíos. Esa actitud del aparato represivo nazi matizaría el terror policial, al revelar que una parte significativa de los ciudadanos alemanes no temían a la Gestapo y justificaban su actuación contra los enemigos del régimen. En noviembre de 1944, Himmler se convierte en ministro del Interior. Su departamento se ha destacado como el organismo más feroz en la persecución de las diferencias raciales, especialmente contra los judíos. No es un hombre especialmente inteligente, pero consigue, con habilidad, aumentar su influencia, gracias a la confusión entre sus competencias policiales y su condición de jefe máximo de las SS, que, en última instancia, convertirá en un organismo que sólo debe responder ante el Führer. Su odio hacia los homosexuales, derivado de su convicción de que eran unos degenerados y de que Alemania no podía perder hombres para la reproducción, convirtió en víctimas a miles de personas. El horror convive a veces con la normalidad: Himmler era un hombre normal, un ciudadano corriente que amaba a su familia, un alemán que simula ser honrado, aunque participa en los negocios de las SS y controla las empresas que dependen de su gestión policial. Himmler consigue, además, crear un gigantesco imperio económico desde su puesto de mando en las SS, al extremo de que controlará miles y miles de trabajadores en régimen de esclavitud, obligados a trabajar en campos de internamiento para las grandes empresas alemanas. No extraña saber que las SS serán el organismo que acumulará más poder en el régimen nazi. Himmler creía en el proyecto biologista nazi: había apostado por un plan, supuestamente científico, denominado Ahnenerbe, para impulsar el estudio de la raza aria. De la brutalidad de Himmler, de su fanatismo, de su eficacia, dan cuenta las palabras que pronunció después de la ocupación de Polonia: "No debe haber escuela alguna para la población no alemana del Este que supere el nivel elemental. La función de esta escuela elemental será sólo poner en condiciones de saber contar hasta un máximo de 500, saber escribir el propio nombre, aprender la enseñanza según la cual es un mandato divino obedecer a los alemanes, ser honestos, diligentes y buenos. No creo que sea necesario hacer aprender a leer." Había contribuido a la victoria de las armas alemanas, pero, tras la batalla de Stalingrado, el III Reich empieza a conocer la derrota. Al final, en el verano de 1944, cuando la suerte en los campos de guerra es ya completamente adversa para la Wehrmacht, Himmler, al igual que Göring, se inclinará por un acuerdo con las potencias capitalistas, aunque esa posibilidad llevase implícita la renuncia de Hitler al poder. En el prólogo de la derrota, no le tiembla la mano: a finales de 1944, Himmler cursa órdenes terminantes de destruir el campo de exterminio de Auschwitz, para borrar las huellas. Con las tropas soviéticas entrando en los arrabales de Berlín, Himmler trata de salvar el pellejo y pretende negociar con norteamericanos y británicos una rendición: su propuesta no encontrará eco en los aliados. Todo está ya perdido. Himmler huye, hacia Occidente, pero en abril de 1945 es detenido por los soldados británicos. Apenas un mes después, mientras espera para ser conducido ante el tribunal de Nuremberg, Himmler abre la cápsula de cianuro que le había entregado Hitler y toma su contenido, para suicidarse. Tenía 45 años. Disponemos de una fotografía en la que su cadáver está en el suelo: lleva las gafas puestas, pero no se ve su gorra de Reichsführer con la calavera, y tiene las manos cruzadas sobre el cuerpo. Parece dormir. Era el 24 de mayo de 1945.
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Cuando el jefe de las SS se dirige hacia Barcelona no podía imaginar que le quedaban menos de cinco años de vida: en ese momento, apenas tiene 40 años y es uno de los hombres más poderosos de Europa. Himmler llega a Barcelona el día 23 de octubre de 1940, en un avión especial. Ocho días antes, Lluís Companys, el presidente de la Generalitat, había sido ejecutado en el castillo de Monjuïch de la capital catalana, después de haber sido apresado por la Gestapo, entregado al gobierno fascista de España, y sometido a un juicio sin garantías que lo condenó a muerte. Sólo en el interior de los hogares humildes y en los medios clandestinos que soportan la ferocidad franquista hay un recuerdo para el dirigente republicano asesinado. Pero esos recuerdos no salen a la superficie, y toda la ciudad está engalanada para recibir a Himmler. La Jefatura del Movimiento organiza, en el recinto del Pueblo Español de Montjuïch, cantos y bailes regionales para el Reichsführer: decenas y decenas de muchachas bailan con sus largas y amplias faldas, o esperaban sentadas en el suelo, en honor de Himmler. Son todas de la Sección Femenina. El mismo 23 de octubre, Franco se entrevista con Hitler en Hendaya. Ambos dictadores pasan el resto del día en reuniones y cabildeos, puesto que han llegado a la estación de ferrocarril alrededor de las tres y media de la tarde. Primero, ha llegado Hitler, después, Franco. Cenan en el coche-salón habilitado en el tren de Hitler, y hablan de la guerra. Después, se marchan. Mientras tanto, en el aeropuerto del Prat, por la mañana, las banderas unidas de España y Alemania, banderas victoriosas, la de la svástica y la rojigualda, se ven por todas partes. Cuando llega el dirigente nazi, aparece la marcialidad de las tropas que le esperan. La comitiva que acompaña al Reichsführer se dirige después, en caravana, hacia Barcelona. En el Prat del Llobregat, en el pueblo, han levantado un arco de laurel para darle la bienvenida. Desde allí, todos van hasta el Pueblo Español, para contemplar el espectáculo de los bailes regionales, preparados con primor por la Sección Femenina de Falange. Después, Himmler se va al hotel Ritz, en el centro urbano. Toda la ciudad está llena de banderas nazis y rojigualdas, como nunca se había visto. Frente al hotel Ritz, hay congregada una multitud que espera al jefe de las SS. Es tanto el entusiasmo que despierta Himmler que, tras entrar en el hotel, el dirigente nazi tendrá que salir a saludar desde un balcón, acompañado por el general Orgaz, capitán general de Cataluña. El jefe de la Gestapo saborea su triunfo: sabe que es la ciudad donde gobernaba el dirigente republicano que habían fusilado unos días atrás, y se siente recompensado por los gritos de quienes se agolpan ante el hotel Ritz para aclamarlo y para honrar al Reich alemán. Los alemanes comen en el Ritz, con los jerarcas del régimen fascista español, y a las tres y media de la tarde, justo a la hora en que Hitler y Franco llegan a Hendaya, salen todos hacia el monasterio de Montserrat: "En el cielo hay un castillo y su nombre es Montsalvat." El general Karl Wolf y Günter d’Alquen, el periodista nazi que dirigía Das Schwarze Korps, órgano de las SS, así como otros oficiales, forman parte del séquito de Himmler. También le acompañan las autoridades fascistas españolas: el alcalde de Barcelona, Miquel Mateu Plà, miembros de Falange y destacados militares, entre ellos el mismo Luis Orgaz (un militar vasco de plena confianza de Franco, al que había ayudado a pasar las tropas sublevadas desde África hasta la península, en julio de 1936, y que era, desde 1939, el capitán general de Catalunya, cargo que abandonará en 1941 para pasar a ser el Alto Comisario de Marruecos, hasta 1945) que había salido con él al balcón del hotel Ritz para corresponder a las aclamaciones. Himmler sube al funicular y visita el interior del monasterio. Le gusta Montserrat. Habla con los monjes. Se detiene a admirar la peculiar topografía de la montaña. La mitología nazi, tan del gusto de Himmler, encuentra en Montserrat uno de los lugares para viajar al fin de la noche. Tras la visita a la montaña sagrada, todos vuelven a Barcelona. Himmler va a la residencia del cónsul general de Alemania, y, a las ocho de la tarde, de nuevo se encuentra en el hotel Ritz. Por la noche, se dirige hacia la cena que han organizado en el salón de crónicas del Ayuntamiento. En la plaza de Sant Jaume, el numeroso público congregado aplaude, y Himmler piensa, sin duda, que los barceloneses le tributan un merecido reconocimiento: ha visto la profusión de banderas nazis por las calles y el entusiasmo de quienes le aclaman. Mientras, la población se muere de hambre: en otras plazas de la ciudad, pobres campesinos venden algarrobas, a escondidas, no para las bestias sino para el consumo humano, y los vencidos procuran conseguir un poco de pan de estraperlo, en el mercado negro, mientras los niños mendigan un trozo de pan. En la plaza de Sant Jaume, se rinden honores por parte de la Guardia Urbana, y el alcalde, Miquel Mateu, rodeado de notables, de burgueses que están cobrando el botín de la victoria, y de militares franquistas, ofrece la cena. El banquete es amenizado con un quinteto de música, suave, agradable. Después de la cena, Himmler y su cortejo nazi van a ver la "checa" de la calle Vallmajor, y el jefe de las SS y los jerarcas fascistas españoles se confiesan asombrados por la crueldad de los republicanos españoles y de los comunistas. En marzo de 1942, algo más de un año después de esa visita a Barcelona, se inicia la matanza sistemática en campos como Treblinka y Sobibor, mientras Himmler da instrucciones a sus subordinados para que el plan de eliminación esté culminado en diciembre de ese mismo año, preocupado porque la eficaz maquinaria nazi no pueda hacerlo, dado el volumen de personas a las que había que hacer desaparecer. El día 24 de octubre de 1940, Himmler, un tranquilo turista alemán, retorna a Berlín, en un avión militar. Todavía va pensando en los versos de la ópera wagneriana: "En el cielo hay un castillo y su nombre es Montsalvat." Barcelona, la ciudad que el año anterior había visto el éxodo de las banderas rojas y republicanas, de las enseñas de las cuatro barras y de las rojinegras anarquistas, permanece llena de banderas nazis, que empezarán a ser retiradas, con desgana, al día siguiente.