Europa
|
26 de enero de 2004
Ivan Illich: Hacia una sociedad convivencial
Isidro López
Ladinamo
El transporte ha creado un nuevo tipo de hombre: un ser constantemente
ausente de una destinación a la que no puede llegar por sí mismo y a la que
debe llegar ese mismo día.
Según cuenta él mismo, Ivan Illich (Viena 1926-Bremen 2002) descubrió la noción
de autonomía, que marcaría su obra posterior, cuando de niño pasaba una
temporada en el pueblo de su abuelo croata. La acumulación primitiva no había
pasado todavía por encima de aquella comunidad idílica y sus habitantes
disponían de todo aquello que necesitaban recurriendo a las tierras comunales y
a la cooperación. Además, recibían puntualmente todas las noticias que
necesitaban conocer y no les hacía falta ser dueños de un conglomerado de
medios de comunicación para que su punto de vista fuera tenido en cuenta en las
deliberaciones políticas. También cuenta Illich que todo se acabó el día que
llegó el primer megáfono y, con él, las peleas por agarrarlo y hablar más alto
que los demás.
De vuelta de la aldea, se doctora consecutivamente en física, filosofía,
teología e historia en diversas universidades europeas. En 1951 se ordena
sacerdote y se instala en Estados Unidos. A partir de su contacto con la
comunidad puertorriqueña de Nueva York fue interesándose por los temas sociales
y entrando en contacto con diversos movimientos sociales de medio mundo. En
1961 se asentó en Cuernavaca, México, donde fundó el CIDOC (Centro
Intercultural de Documentación). Después de más de dos décadas de críticas a la
actitud de la iglesia católica respecto a los países pobres, la abandona en
1967. A partir de esa fecha Illich publica sus ensayos más importantes: La
sociedad desescolarizada (1971), Energía y equidad (1974), La
convivencialidad (1975) y Némesis médica (1977).
Con una trayectoria tan internacional no es de sorprender que el objeto de la
crítica feroz de Illich fuera el discurso que ha dominado las relaciones
internacionales durante los últimos cincuenta años: la ideología del
desarrollo. A pesar de su nostalgia del comunismo primitivo, Illich no es un
anti-desarrollista al uso. Sus análisis críticos de los tres pilares de la
ideología del desarrollo –la escolarización, el sistema médico-sanitario y la
tecnología– muestran que el capitalismo crea necesidades sociales que tan sólo
se pueden satisfacer desde las mismas instituciones que han originado esas
necesidades iniciales. El control de estas instituciones por parte de las
clases dominantes no puede sino reproducir y ampliar las desigualdades
sociales. Para Illich, romper este circulo vicioso no significa volver al
pasado sino buscar aquel punto de equilibrio en el que una sociedad no se
invente más necesidades que aquellas a las que puede responder sin recurrir a
una clase dominante. A este óptimo Illich lo denomina convivencialidad.
Un buen ejemplo de este tipo de análisis se puede encontrar en su libro Energía
y equidad. En esta recopilación de artículos dedicados al transporte y al
consumo energético, Illich sostiene que a partir de un determinado umbral de
consumo de energía, además de destruirse el medio ambiente, se destruye la
posibilidad de construir una sociedad igualitaria: “sin electrificación no
puede haber socialismo pero, inevitablemente, esta electrificación se
transforma en justificación para la demagogia cuando los vatios per capita
exceden cierta cifra. El socialismo exige para la realización de sus ideales un
cierto nivel en el uso de la energía: no puede venir a pie, ni puede venir en
coche; solamente puede venir a velocidad de bicicleta”.
Por lo demás, como demuestra Illich, no por mucho ir en coche se va más
deprisa. Si se tiene en cuenta todo el tiempo que el americano medio gasta en
el mantenimiento de su coche –en los atascos, buscándolo en el aparcamiento de
un centro comercial, trabajando para pagarlo, etc.– se descubre que está
invirtiendo 1.600 horas para recorrer 7.500 millas, lo que arroja una media de
cinco millas por hora. “En los países que no tienen una industria del
transporte, la gente se las apaña para ir andando donde quieran a esa misma
velocidad. (...) Lo que distingue el tráfico en los países ricos del tráfico en
los países pobres no es una mayor velocidad de desplazamiento para la mayoría
sino más horas de consumo obligatorio de energía”.
Las obras de Ivan Illich en castellano están disponibles en www.ivanillich.org.