Argentina: La lucha continúa
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Horacio Gonzalez, Sociologo
"El acto de la ESMA le plantea un dilema crucial a Kirchner"
"En este momento, el Gobierno debería tener un gran texto", asegura González,
que cree que Kirchner ocupó el lugar creado por una "sociedad asqueada" pero,
después de un "punto límite" como fue el acto de la ESMA, debe "reponer la
fuerza de un llamado si quiere hacer algo perdurable".
José Natanson
Página 12
"Kirchner debe reponer la fuerza de un llamado si quiere hacer una tarea
perdurable. En este sentido, quizás el acto de la ESMA le plantee un dilema
crucial. La conciencia presidencial se debate. Percibe lo que hizo como muy
importante, pero al mismo tiempo tiene que aceptar que es un dirigente surgido
de la fragua habitual de la política argentina. El Presidente está demudado. Y
la sociedad argentina no está demudada sino muda", explica Horacio González,
sociólogo, profesor de la UBA, de la Universidad Nacional de Rosario y de La
Plata.
–¿Coincide con la idea de que terminó el período de gracia del Gobierno?
–Este gobierno tuvo un don inesperado, de esos que muy raramente entrega la
sociedad. Esta era y es una sociedad asqueada. El asqueo genera conductas de
rebelión, pero también entrega dones, y a Kirchner se le entregó uno: la ilusión
de que había un espacio vacante para originar una corriente de ideas novedosas
que supiese convivir con los restos maltrechos del país. Kirchner protagonizó
bien este papel, con un estilo oratorio sacado de las viejas estampas de la
política. Un político en las calles de barro, extendiéndoles la mano a las
abuelitas jubiladas. Kirchner se dirigía a una sociedad quebrada pidiendo
acompañamiento e imaginando al mismo tiempo que pronunciaba palabras de
estímulo. Eso, sin embargo, nunca superó cierto horizonte de abstracción, porque
nunca se definía enteramente cuáles eran las razones históricas de la quiebra de
la sociedad argentina. Los discursos de Kirchner fueron casi diarios, en palcos
provisorios, en tribunas bamboleantes. Pero eso, que era simpático, no definía
exactamente las fuerzas históricas reales del momento. Kirchner dice: "Tomaremos
las medidas que habremos de tomar", en tono enfático, proclamativo.
–¿Le parece una apelación excesivamente abstracta?
–Bueno, habla de "tomar las medidas que hay que tomar", de "las corporaciones",
"los obstáculos".
–Pero define enemigos: las privatizadas, los bancos.
–El empleo de los plurales favorece al nombrar a una entidad histórica
específica y al mismo tiempo dejarla en un tono genérico. Pero yo no le quiero
criticar eso, porque dice más de los que otros han dicho. No le pido que ponga
nombre y apellido, un ejercicio de denuncia. Estoy pidiendo conceptos
histórico-políticos. El tono proclamativo, de convocatoria, era un llamado.
Kirchner hizo durante un año un llamado a la reconstrucción de una justicia
profunda en el país, con sus aspectos económicos, políticos, diplomáticos, de
infraestructura. Oscuramente intuyó que tenía que hacer ese llamado y lo hizo
con una simpática dilapidación de signos. Eso nos interesó a todos. Los signos
eran la forma de ese llamado, y el aspecto de su figura, no desesperado pero sí
urgido, con un rasgo de humor barrial. Las tribunas que levantaba en los caminos
polvorientos eran escenas antiguas en el modo moderno de difundirlas, en la
televisión. Finalmente se encontró con que no tenía una interpretación adecuada
de los signos que él mismo producía. Y estamos en un momento en que esto debe
ser revisto. Debe reponer la fuerza de un llamado si quiere hacer una tarea
perdurable. Por eso cuando pienso en este primer año lo pienso como un intento
de concurrir al lugar en el que la sociedad argentina le prestaba un don,
haciendo un llamado. En este sentido, quizás el acto de la ESMA le plantee un
dilema crucial.
–¿En qué sentido?
–Es un dilema crucial que no hay que abandonar. Kirchner realizó allí un acto
desmesurado. Fue el signo de todos sus signos. Un acto solitario en el que
esbozó la idea de perdón en nombre del Estado argentino. Fue una demostración
más de que las formas de la teología política no están dormidas sino presentes
en los momentos de quiebre de la sociedad. Por otro lado, con el perdón Kirchner
puso a la sociedad y al Estado en manos de un concepto extraordinario. Fue el
momento máximo de potencialidad de ese llamado. Yo estuve allí, y me dio la
impresión de que él no había percibido hasta qué punto ponía a la historia
política ante el deber casi inmediato de decir qué se hacía con ese edificio.
Por eso tengo la impresión de que quedó convencido de las críticas que se le
hacían por haber omitido al resto de la clase política. Y ahora lo más
inadecuado que podría pasar es que el tema no se siga tratando con lo máximo de
las ambiciones culturales. Fue un momento extraordinario, en el que la Argentina
tradicional, que es una Argentina profunda, percibió que se llegaba a un límite.
El Presidente pudo haber contemplado su propia obra con cierto espanto. No lo
dijo, y hay que agradecerle que no lo haya dicho, pero esbozó sigilosamente una
especie de susto cuando miró hacia atrás.
–¿Un susto prudente o un susto que debería ignorar para seguir adelante?
–La conciencia presidencial se debate. Percibe lo que hizo como muy importante,
pero al mismo tiempo tiene que aceptar que es un dirigente surgido de la fragua
habitual de la política argentina. Mira hacia atrás, rememora su propia historia
y responde con los atributos del político que discurseó en La Plata, que fue
intendente y gobernador: un político normal de la Argentina progresista. Y sin
embargo lo que hizo excedía el casillero de los políticos progresistas. El
Presidente está, aunque no se lo perciba, demudado. Ha hecho algo y se está
preguntando si es lo que debió hacer. Y la sociedad argentina no está demudada
sino muda respecto de ese acto, que se está leyendo en la conciencia pública. Y
en medio de eso aparece otra figura que se parece mucho a Kirchner.
–¿Blumberg?
–Sí.
–¿Por qué se parece?
–Bueno, las diferencias son evidentes. Blumberg no surge de la política sino de
un drama personal insondable, que no tiene explicación, del vacío que se produce
ante la muerte injustificable de un hijo. Pero surge de una manera inesperada, y
en eso sí se parece a Kirchner. Kirchner se mira en el espejo de Blumberg y
Blumberg en el de Kirchner. Ninguno habla mal del otro. Y la Argentina se debate
en ese juego de espejos. El país intuye, con una intuición oscura, que hay
diferencias que, de expresarse, pueden producir una hondonada irreparable.
–¿Cómo?
–En el sentido de que el Gobierno deba rehacer todo lo que había pensado en
términos del llamado. Kirchner tiene que formular más claramente la idea de que
el país busca justicia sobre su pasado, pero no busca la estructura de su
reiteración. Eso también debe ser motivo de nuevos llamados, de interpretaciones
más lúcidas de lo que ocurrió en la plaza de Blumberg. El Gobierno se ha sentido
tocado por un fenómeno por el que sentía un oscuro dejo de envidia, porque
resulta que ahora el llamado lo hace otro y ese llamado tiene un tinte de
reposición de todos los temas del orden. El Gobierno, demudado, está aceptando
las propuestas de orden.
–¿Blumberg fuerza al Gobierno a girar al orden?
–Blumberg habla en la plaza pública y sorprende al Gobierno y a la izquierda.
Origina dos movimientos miméticos. Uno, el de un sector de la izquierda, que
también brota de las entrelíneas de la televisión, el sector que representa a la
población más castigada. Y pide un lugar en esa plaza pública, asombrado ante un
fiscal individual y un coro que actúa, que no es un coro griego sino el Coro
Kennedy. Es un momento anglosajón de la política argentina. Blumberg congrega
sobre la base de una individualidad muy específica, muy recortada, muy visible.
Nunca en la Argentina hubo alguien tan seguro de un tipo de dicción, de
expresión, de su elaboración casi de pastor metodista de un problema colectivo.
La sociedad argentina desde hace muchos años busca un lenguaje reivindicativo y
de justicia. Y de repente aparece el lenguaje de Blumberg, que representa la
pedagogía en su estilo más sumario y al mismo tiempo está sellado con un drama
personal. Y justo en este momento aparecen en el Gobierno los temas vinculados
con las cañerías.
–¿Eso es malo?
–Es un momento de desilusión. Este es un gobierno que no tiene un proyecto
cultural fácilmente identificable. Hay llamados a intelectuales, pero no
problemas vinculados a la crisis mundial, a la crisis de las ideas, al debate
sobre la subsistencia del planeta, la relación entre el arte y la política. Sin
embargo, Kirchner tuvo la aceptación de un universo cultural a través de una
especie de pastoral en el que la palabra perdón estuvo en el corazón. Era el
desgarramiento de la razón en la historia que originaba cierto entusiasmo. No
era para pensar cañerías.
–Pero las cañerías son parte esencial de un gobierno, que no puede sostenerse a
pura emisión de signos. Necesita administración.
–Pensar las cañerías es pensar cómo un país atiende a sus hijos, desde el punto
de vista económico, de las estructuras, procedimientos y redes de servicios. Da
la impresión de que el Gobierno pensó por un momento que podía postergar estas
cuestiones.
–Pero Kirchner cultivó un perfil de administrador eficiente.
–Sí, pero sus temas no fueron administrativos. Fueron descolgar los retratos,
sacar del Ejército a treinta generales. Eran temas del orden de una refundación.
El impulso reparador estaba escrito en una ortografía empeñosa, de licenciado en
transformación social, que venía con su diploma nuevo. Las cuestiones de las
cañería son metáforas de la política. Y la voz presidencial remite al petróleo y
al gas, temas en los que el Gobierno no se ha lucido. Por eso, este intento de
una empresa estatal de petróleo, que por ahora es un balbuceo, es importante. Es
probar por el lado de las cañerías, por el lado de los cimientos reales de la
Nación. En general, yo critiqué en el plano internacional, en el plano de la
relación con los organismos internacionales, que Kirchner se moviera con mucha
astucia, y que frente a cuestiones como la ESMA se utilizara un llamado a la
redención de otro tipo, más categórico. En ese sentido creo que al Gobierno le
falta un gran texto. El Gobierno no quería tener textos. Y un gobierno en este
momento debe tener textos, grandes literaturas, tiene que tener un interés en
tenerlos. Alguien podría decir: ¿quién es este tipo, un pobre doctor de
universidad destruida, para decir esto? Es verdad, quizás yo no sea nadie, pero
hay algo que soy: soy parecido al Gobierno.