Argentina: La lucha continúa
|
18 de april del 2004
Argentina: La marcha Blumberg y la situación política
Polarización y fin de la "luna de miel"
Facundo Aguirre
La multitudinaria movilización convocada por Juan Carlos Blumberg es un elemento más que simboliza el fin de la "luna de miel" entre Kirchner y la "opinión pública", definición mediática que engloba a las clases medias. La marcha indica un inicio de polarización de estos sectores.
Por otra parte, la victoria de los trabajadores del subte, la huelga docente y petrolera en Santa Cruz, la lucha de los hospitales en Capital y Rosario y la de los choferes de Transporte del Oeste, la de los telefónicos, parecen señalar un emerger de luchas de los trabajadores ocupados por sus reivindicaciones, enfrentadas en su gran mayoría a la burocracia sindical que permanece en la tregua. Estas luchas se dan en medio del aumento del costo de vida. Esto agrega otro elemento al cambio del humor colectivo con respecto al gobierno, el cual ya tiene abiertos distintos frentes de tormenta -crisis energética, inseguridad, interna del PJ, negociaciones con el FMI- que comienzan a complicarle el panorama.
Las clases medias, homogeneizadas desde que asumió Kirchner bajo la apariencia de "opinión publica" favorable al gobierno, se empiezan a polarizar, mostrando su falta de cohesión interna característica. Dos acontecimientos simbolizan la ubicación de la pequeño burguesía y su falta de independencia con respecto la burguesía y su estado:
la marcha Blumberg y el acto en la ESMA.
En la movilización del 1º de abril, ganó la calle la clase media alta de Capital y el conurbano, junto a un sector minoritario de familiares y víctimas del gatillo fácil. La marcha dio voz a un movimiento que exige seguridad, combinado con un llamado a limpiar las instituciones y terminar con la corrupción policial.
Con esa marcha se perfila un discurso de centroderecha reaccionario que se postula como hegemónico, basándose en el "sentido común" de la población que naturaliza al estado y sus fuerzas represivas como guardianes del orden. La marcha cuestiona por derecha el "garantismo" del que hizo gala Kirchner.
El acto en la ESMA es la otra cara, "progresista", de las clases medias, y es el sustento más importante del gobierno1. También sectores de la clase obrera expresan una simpatía similar. Esto tiene que ver, en parte, con el discurso de "renovación" de las instituciones políticas y el tono "nacional y popular". En realidad el gobierno practica la duplicidad, habla de "causa nacional" y se entrega a Merryll Lynch, pagando además 3500 millones de dólares al FMI2. Da por tierra con la teoría de los dos demonios y judicializa la protesta piquetera. Habla de renovación política y se apoya en el PJ. De esta forma el kirchnerismo desmoviliza a los sectores sociales más progresivos y a los movimientos de lucha -a los que aísla- presentándose como garantía de autoridad y de buenos negocios para la burguesía "nacional" y el imperialismo.
Kirchner, el PJ y los frentes de tormenta
El caso Blumberg desató cimbronazos políticos y echó sal sobre las heridas de la interna peronista. Felipe Solá tuvo que despedir un ministro y se juega su futuro político. El nombramiento de Arslanian resultó de un acuerdo de compromiso entre Kirchner, Duhalde y el mismo Solá. De conjunto presenciamos un giro a la derecha del régimen político y el gobierno, que en su afán por no perder apoyo ni poder, cede a la presión votando las leyes de Ruckauf y Casanovas, representantes de la mafia político-policial, pero queriendo marcar un límite a los sectores duros de los caciques duhaldistas. Para eso se recuesta en su acuerdo con Duhalde, en papel de "estadista", que se dedica a salvarle la ropa al gobierno.
A Kirchner se le suman los frentes de tormenta. Hasta ahora la recuperación económica fue clave, pero la crisis energética y el aumento del costo de vida, mellan las ilusiones de las masas en una recuperación "que beneficie a todos". Además la interna peronista hace más inestable el poder del gobierno. En esta situación hay un incipiente reanimamiento de luchas salariales y reivindicativas de los trabajadores ocupados. Este marco complica las negociaciones con el Fondo y los bonistas y su intento de evitar la lucha de clases.
Lucha de clases y hegemonía de la clase obrera
La persistencia de la crisis orgánica -crisis del conjunto de las relaciones políticas, sociales y de fuerza sobre las que se sostiene la hegemonía burguesa- se expresa en la irresolución de los dramas estructurales causados por el dominio del capital y el imperialismo; la imposibilidad del estado de controlar a sus mafias policiales y de convencer a las FF.AA de una autocrítica seria frente al genocidio, de las instituciones del régimen de contar con el consenso de la población; junto a la continuidad de la crisis de representación política. Esta es la base de la inestabilidad de las clases medias y sus giros dramáticos. Muestra también la crisis de dirección y subjetiva de la clase obrera que no pudo imponer su hegemonía sobre las masas populares y una salida revolucionaria a los problemas de la sociedad. Así la burguesía recuperó la iniciativa, dando pasos en recomponer el poder político y su dominación, profundizando la pobreza y la fragmentación social de los '90.
Visto desde este ángulo, las voces de la burguesía contra la "inseguridad" son pura hipocresía. La raíz del delito está en la rapacidad capitalista, que aumenta la explotación sobre el trabajo y condena al hambre y a la desocupación a millones, mientras los empresarios y las clases medias altas ostentan obscenamente su riqueza. A esto se suma la corrupción/descomposición de las fuerzas policiales y de la casta política, que transformó al estado en un aparato clientelar. La supervivencia de la burguesía y su estado es la principal causa de inseguridad para la mayoría obrera y popular.
La incipiente actividad obrera puede estar marcando una salida al quietismo que, con la excepción de los movimientos piqueteros y las fábricas recuperadas, llevó a la ausencia en la vida política nacional -durante el 2002 y 2003- de los 8 millones de asalariados, en particular, de los principales batallones de la industria y los servicios. La lucha por el aumento generalizado de salarios, por el reparto de las horas de trabajo para terminar con el desempleo y por romper con el imperialismo y el FMI, afectando sus intereses y los de la burguesía "nacional" pueden comenzar a dar una respuesta para acabar con la pobreza. Para esto es tarea de primer orden rodear de apoyo a toda lucha para que triunfe, como se logró en la gran huelga del subte. Sólo partiendo de acrecentar su actividad autónoma, la clase obrera puede generar condiciones para ser una alternativa, que levantando un programa independiente y anticapitalista, de respuesta a los graves problemas estructurales de la nación y el pueblo pobre. Orientada en esta perspectiva, la clase obrera tendría la fuerza social y la capacidad de dirección política para reconstituir la unidad de todas las clases explotadas, que termine con los crímenes que provoca la misma sociedad burguesa, pero también -tomando las palabras del dirigente obrero Bartolomeo Vanzetti- con los crímenes que el capital santifica: la explotación y la opresión del hombre por el hombre.
Notas
1 Es de destacar que el 24 de marzo se expresó un sector más a la izquierda en la marcha a Plaza de Mayo que a pesar de las insuficiencias del programa convocante mostró juntos a los movimientos piqueteros, los partidos de izquierda y una pequeña franja de clase media opositora al gobierno.
2 Incluso algunos analistas sostienen que el 3% de superávit destinado al FMI es igual al 4,5% que paga el gobierno de Lula, del que alguna vez Kirchner dijo que le recordaba a Menem. "Tenemos (...) un superávit fiscal primario del 4,25 % del PBI, igual al de Brasil. Pero lo repartimos distinto. Nosotros el 0,25 se lo damos a las empresas beneficiadas por la pesificación asimétrica y el 1 % a las cajas de las AFJP y solamente el 3 % lo ponemos en la Contabilidad 'para pagar'". Carlos Leyba, Vidas perpendiculares, en Revista Debate Nº 53, 19-03-04.
La crisis orgánica y las clases medias
El estado de ánimo de las clases medias es un termómetro de la crisis orgánica. La pequeño burguesía fue desde 1983 la base del consenso legitimante de la democracia burguesa. En 1999 a partir del triunfo de la Alianza, la clase media impuso la "agenda mediática" de la política burguesa.
Las clases medias no tienen unidad, los sectores altos acompañan en general a la burguesía mientras que los sectores bajos tienden -cuando hay reverdecer de la lucha de clases- a la unidad con los trabajadores. Por eso no pueden ni podrán dar respuesta a la crisis nacional.
Con el cacerolazo en diciembre del 2001, las clases medias se sumaron de conjunto al movimiento que derribó a De la Rúa. Junto a la Alianza estallaban la UCR y el Frepaso como sus representaciones políticas y los proyectos neoliberales que contaban con el apoyo de los sectores medios altos.
Durante la primavera política de las asambleas populares la pequeño burguesía también se dividió y su sector más de izquierda jugó un rol activo en el movimiento social. Sin embargo, el que se vayan todos careció de fuerza y poder para imponer sus objetivos más radicales. En ese entonces, los ahorristas estafados se movilizaban contra los bancos mientras los asambleístas señalaban como salida la nacionalización de la banca. Pero ninguna de estas dos franjas pudo sostener consecuentemente su ataque al capital financiero.
El izquierdismo de un sector de las clases medias convivió por un tiempo con el enojo de su sector más acomodado. Con la recuperación económica y la devolución de los ahorros se volvieron a dividir. Un sector volvió a su individualismo característico y el otro fue incapaz de encaminarse de manera autónoma, terminando por desmovilizarse. Esta es una de las causas por lo cual la alianza obrera y popular no avanzó más contra el capital y su estado. Pero la causa fundamental residió en la ausencia masiva de la clase obrera ocupada, que por su ubicación en la producción y su poder social hubiera podido dar una dirección alternativa al movimiento.
La clase obrera pagó el precio de su crisis de dirección. En el 2000/2001 los paros generales contra la Alianza y los grandes levantamientos como el de Mosconi, mostraron potencialmente su fuerza social. Esas luchas deslegitimaron a De la Rúa, pero la burocracia sindical impidió que los trabajadores pudieran pesar decisivamente.
Fueron estos mismos dirigentes, ayudados por el terror al desempleo, los que evitaron que la clase obrera intervenga masivamente en la rebelión popular de diciembre de 2001.
Este factor explica cómo el peronismo, a pesar de salir muy golpeado por el que se vayan todos pudo mantener su control sobre los trabajadores merced a su inmovilismo, lo que reforzó la política clientelar de contención (dos millones de planes Jefas y Jefes acordados con el FMI). La consagración de Kirchner, y con éste de una fracción pequeñoburguesa "progresista" del peronismo -comisionista de las petroleras- resultó la respuesta burguesa, que arrebató algunas de las banderas de diciembre, para encaminar la crisis. El coronamiento, desde entonces, de la "opinión publica" como fuerza semi-plebiscitaria y legitimante fue la forma de suplir la ilegitimidad de las instituciones burguesas.