Argentina: La lucha continúa
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12 de april del 2004
La teoría del caos permanente
Rodolfo Olivera
Vuelvo como la burra al trigo, a ganarme el desprecio de muchos interesados en mantener vivo el olor a podredumbre a cualquier precio. Pero no puedo evitar mi indignación (¿justa?) cuando percibo que todo lo que ocurre en derredor, grande o pequeño, sin distinción ni jerarquías, sin memoria y sin futuro, es presentado a la comunidad como un riesgo terminal. Buena parte de la prensa, temo percibirlo, ha perdido el equilibrio.
Y como la gente siente, piensa y actúa en función de lo que le pasa, pero también y en gran medida de lo que cree que le pasa, en definitiva el resultado es la crisis generalizada en las mentes ciudadanas que se ponen el casco por cualquier cosa, que ven acotadas sus esperanzas, que se deprimen ante la primera dificultad, que olvidan de donde venimos, que se terminan preocupando más hacia donde "van", que hacia donde "vamos".
El caso Blumberg me provocó varias cosas al mismo tiempo; sorpresa por la inesperada convocatoria de un hombre que se había mantenido bastante al margen mientras duró la ¿ investigación? que terminó en tragedia; perfil bajo, hablar sereno, propuestas cautas pero concretas; la antítesis del energúmeno de Nito Artaza, otro que quiso capitalizar descontentos populares y que (por lógica) terminó en un fiasco.
También me sacudió la marcha; silenciosa, casi espontánea, sin pancartas, pesada e impactante como los encapuchados sevillanos del Viernes Santo, políticamente fuerte como la del pueblo vasco cuando la ETA asesinó al concejal asturiano y salió a la calle sólo portando cada uno una mano de cartulina con la frase ¡Basta ya!. Uno y otro, el padre dolido pero digno, la sociedad movilizada seriamente, me conmovieron y -más allá de las dolorosas razones-, debo decir que me "agradaron" (se entiende en qué sentido).
Pero después -o durante- vino la prensa. Pocos, muy pocos supieron manejarse con equilibrio.
Desde Radio 10 (Buenos Aires) y la gente de Haddad reclamando poco menos que sacar los tanques a la calle, hasta los patéticos de siempre procurando sacar lágrimas hasta de las piedras con discursos y argumentos más dignos de un culebrón venezolano que de un caso grave en muchos sentidos (aunque no el primero, ni el único, y quizá tampoco el último).
En el medio de esos dos extremos periodísticos, muchos -incluso locales, con los que me he cruzado al aire-, que enseguida le vieron la vuelta a la lógica perversa que ha signado la historia argentina por varias décadas: la movilización era contra el Presidente, Kirchner debía poner las barbas en remojo, se había terminado el idilio, la gente estaba de nuevo en la calle. La Teoría del Caos Permanente: las instituciones democráticas volvían a estar en riesgo.
A ver. Tengo muchas cosas por las que puedo defender la gestión actual, y (últimamente) varias por las que criticarla con dureza. Pero no es posible perder la perspectiva, no es posible vivir torturando a una sociedad que ya lo está de por sí, a causa de tanto descontrol administrativo, político y económico vivido y (tal vez) por vivir. No se le puede sumar a la gente el miedo a la pérdida constante, al riesgo permanente que cae sobre la democracia, a la inseguridad estructural, a una imagen que se multiplica interna y externamente, con todo lo dañoso que ello significa. Nunca estuvo en juego la figura presidencial (el mismo Blumberg lo dijo); la gente no salió a la calle como aquel trágico diciembre del 2001. Salió a protestar, sí, a mostrar su cansancio, la necesidad imperiosa de hacer algo, de terminar con el acoso de los delincuentes y el ojo distraído de los jueces. Pero no a voltear un gobierno, no a girar ciento ochenta grados, no a volver a la incertidumbre y el caos.
La seguridad es tema prioritario, pero no es de ahora. "Ahora" habrá que decidirse a resolverlo, llegando al fondo por muy peligroso que sea. Digo, ¿es la seguridad en lo único que puedo aplicar este razonamiento? Entiendo que no: también la deuda es tema prioritario, y también es tiempo de ponerle un moño más digno que la correa de perro que lucimos últimamente. También la limpieza de las instituciones es cuestión central, para terminar con el descrédito que en nada favorece a la marcha de la administración pública. También blanquear las internas partidarias, para que cada uno sepa que cuando vota a alguien, es ese alguien y su pensamiento, y no otro inverso que va por detrás, como nos ocurrió tantas veces con peronismos movimientistas y radicalismos abarcativos. ¿Acaso no nos damos cuenta de dónde venimos? Venimos de tipos como los Juárez a los que nadie les puso el dedo encima: ni los compañeros (Menem, Duhalde), ni los correligionarios (Alfonsín, De La Rúa). Hoy están presos. Venimos de pagar el quince por ciento de interés anual en dólares, convencidos de que hacíamos negocio:
con el Cavallo peronista, con el Cavallo radical, con el Cavallo liberal, con López Murphy, con Machinea, con Remes Lenicov. Hoy tenemos el aval brasileño al camino emprendido, y ciertas señales del exterior que muestran cambios profundos en la percepción del problema (la misma Anne Krüger reconoció que las inversiones públicas no deberían ser consideradas "gasto").
Venimos de votar un peronista que cantaba combatiendo al capital pero le abría las puertas como nunca en la historia, de manera descontrolada y con consecuencias previsibles. Venimos de una Alianza de centro izquierda que iba a cambiarlo todo -incluso la corrupción- y terminó no cambiando nada; es más, repitió el esquema ad náuseam, le mintió a todo el mundo, y negoció con la misma gente y de la peor forma. Votamos populismo y terminamos en neoliberalismo; votamos centro izquierda y terminamos en lo mismo. Hoy, al menos, cada uno sabe adónde está parado y quién es quién. Venimos del siniestro récord de cuatro años de recesión interrumpida, con deterioro progresivo del Producto Bruto; hoy se percibe la incipiente reactivación, y el PBI recuperó buena parte de su caída.
¡Claro que falta! Mucho por cierto. El PBI subió, pero todavía estamos por debajo de los índices de una década atrás; con el Fondo se negocia pero con los acreedores privados todavía no hay acuerdo; los números macro están mejor, pero falta que se vuelquen concretamente a la sociedad. Y la seguridad sigue siendo asignatura pendiente (que no se resuelve con más plata, como pretende el -cada día más- incomprensible gobernador de la provincia de Buenos Aires).
Pero insisto en lo anterior: ¿nos olvidamos de un pasado tan reciente?, ¿pretendíamos acaso que todo se resolviera como por arte de magia?.
Vuelvo aquí a ciertos sectores de la prensa: Sí, evidentemente era lo que esperaban; porque si no es así, entonces son muy torpes o muy perversos, afectos a la Teoría del Caos Permanente, a potenciar al máximo los problemas pendientes (muchos) al punto de sugerir abiertamente que el Poder Ejecutivo está nuevamente en peligro de sucumbir.
Poder Ejecutivo que, dicho sea de paso y a mi criterio innecesariamente, se está peleando con todo el mundo. Porque si bien es cierto que había que dar un giro copernicano en varias cosas, también es una verdad vieja como el mundo que "lo mejor, es enemigo de lo bueno". Casi le diría que es lo que diferencia el pensamiento platónico (el ideal) del aristotélico (lo posible), para que vea cuán vieja es su raíz. El presidente abrió frentes por todos lados, y aún cuando fuera necesario hacerlo más temprano que tarde, no estoy seguro de que la simultaneidad fuera políticamente conveniente.
Pero de ahí a no reconocer que se ha avanzado sobre terrenos antes inexplorados, hay un tranco. Sin necesidad de adherir ciento por ciento, lo blanco es blanco y lo verde es verde por encima de cualquier ideología. Si perdemos el equilibrio para separar lo bueno de lo malo, para identificar los avances de lo que sigue estancado, si todo está mal (lo mismo que si todo estuviera bien), si en cualquier caso le decimos a la sociedad que las instituciones están en peligro, habrá que pensar en un diván de psicoanalista para algunos comunicadores sociales.
Porque el pesimismo continuo es una patología. Y la manipulación es perversa.
Blumberg es un fantástico toque de atención, que lamentablemente no se produjo mucho antes.
Fue una muestra también de cohesión social pacífica pero firme, sin palos, sin piedras, sin pañuelos en la cara. Y fue también, una vez más, la explicación de por qué algunos periodistas, amantes del Caos Permanente, están más capacitados para hablar de Soldán y Rímolo que para hacer análisis político. Un compromiso público que exige leer algo más que Patoruzú. www.noticiasyprotagonistas.com