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Argentina: La lucha continúa

El acto de la ESMA cambió el sentido de la acción de gobierno y desató la advertencia de los grandes medios, voceros del establishment

La advertencia

Teodoro Boot

"¿Qué motiva que haya "un antes y un después" del "caso Blumberg"? En lo que atañe al gobierno nacional, nada. A no ser que lo veamos como un episodio de un suceso mayor, de un conflicto precipitado por la decisión presidencial de conmemorar el aniversario del golpe de estado en los terrenos de la ex Esma".

Por más que las encuestas indiquen que la imagen presidencial sigue siendo inusualmente alta, bastó una nutrida manifestación reclamando mayor seguridad callejera para que la mayoría de los medios comenzaran a jugar con la idea que la revista Noticias tituló: "El fin de la luna de miel".
A primera vista, la relación entre una cosa y la otra resulta ilógica: excepto en la Ciudad de Buenos Aires, aeropuertos, costas y rutas nacionales, la seguridad es competencia de las respectivas provincias y de sus policías; en ningún caso del gobierno nacional y, muchísimo menos, del propio Presidente. Sin embargo, no faltó el "comunicador" que, contradiciendo la estadística y a contrapelo de su proverbial apego a las encuestas, calculara que en tanto éstas se llevan a cabo sobre un promedio de 1500 personas, las supuestas 150 mil que se habrían concentrado frente al Congreso eran un dato de la realidad mucho más contundente.
No vale la pena discutir razonamientos de orates, pero en tren de demostrar el absurdo por el absurdo podría decirse que 150 mil es apenas el 0.4% del total de habitantes del país, un porcentaje inferior al obtenido por el ex mayor Gustavo Breide Obeid en las últimas elecciones presidenciales, lo que demostraría que su jefe, el ex coronel Seineldín, sería mucho más representativo de la voluntad popular que el heterogéneo conglomerado que reclamó frente al Congreso contra el crimen.
Obviamente, no haremos tal cosa, conscientes de que la concentración convocada por el señor Blumberg y promovida por las televisoras privadas revela un sentimiento de inseguridad pública originado en el irresponsable tratamiento de las noticias de esos mismos medios, el incremento de algunos delitos violentos, el más que dudoso accionar policial, el errático comportamiento de los jueces, la corrupción del servicio penitenciario, la inanidad de las autoridades provinciales y los improvisados y sucesivos parches al sistema penal.
Así y todo, no habría razón para que el reclamo, disparado por un asesinato de la víctima de un secuestro cometido en la provincia de Buenos Aires, caso en el que intervinieron policías, fiscales y jueces provinciales, debería afectar la imagen y la autoridad presidencial. Pero se insiste en ello y la idea ronda todos los "análisis" de los últimos días. También, dicho sea de paso, se insiste, con la entusiasta y estelar participación de la bancada mayoritaria –mayoritariamente integrada por diputados bonaerenses–, en un nuevo remiendo al código penal, siendo que éste carece de la menor relación con aquel delito y menos aún si fuera posible con su trágico desenlace.
¿Qué motiva que haya "un antes y un después" del "caso Blumberg"? En lo que atañe al gobierno nacional, nada. A no ser que lo veamos como un episodio de un suceso mayor, de un conflicto precipitado por la decisión presidencial de conmemorar el aniversario del golpe de estado en los terrenos de la ex Escuela de Mecánica de la Armada.
El acontecimiento no debería provocar ninguna clase de conflicto: hablamos del aniversario de un hecho que, aparentemente, merece el unánime repudio público, ocurrido ¡28 años atrás!, cuando la mitad de los argentinos aún no había nacido o gastaba pañales. Parece ser también unánime la condena al asesinato, la tortura y la impunidad, lacras que persisten entre nosotros y de las que la ESMA fue un emblema.
Suena extraño que una nutrida manifestación contra el asesinato y la impunidad pueda haberse convertido en un episodio de las resistencias provocadas por un acto contra el asesinato y la impunidad, pero no lo es tanto apenas observamos que sus protagonistas y exégetas son los mismos que condenaron al Presidente por hacer caso omiso del "borrón y cuenta nueva" con que se había querido saldar ese episodio de nuestro pasado, y cuya primer reacción –además de los sermones de ex estenógrafos a sueldo de la dictadura reciclados en teóricos de la democracia– tuvo lugar en el transcurso del congreso justicialista de Parque Norte.
Fue a partir de entonces que el moderado pero firme Presidente se transformó en un nostálgico irresponsable, los aumentos estacionales de precios en una escalada inflacionaria, la crisis energética originada en las privatizaciones menemistas en consecuencia de la obcecación presidencial y Eduardo Duhalde, el vituperado "caudillo del más corrupto de los sistemas políticos" en la Gran Esperanza Blanca del diario La Nación.
Ningún acontecimiento puede explicar esta sorprendente mutación de los medios de comunicación y gran parte del justicialismo. Respecto a la administración duhaldista, la actual puede jactarse sólo de haber iniciado una reforma judicial y encaminar la negociación de la deuda externa en un rumbo, que si resulta discutible, tiene el mérito de, al menos, ser un rumbo y no una rendición incondicional. Nada explica ese súbito cambio de humor, no de la sociedad, al menos por ahora, pero sí del sistema político e institucional. Nada, excepto el acto en la Esma.
¿Qué tuvo de extraordinario? Una única cosa: implicó un cambio en el sentido común, motivo más que suficiente para alarmar a los beneficiarios políticos y económicos del largo proceso de destrucción nacional que no terminamos de dejar atrás, del "sentido común" de la dictadura que en el espíritu público empezó a acabarse recién en diciembre del 2001, pero que de ningún modo acabó.
Los grandes medios de comunicación y la mayoría de las estructuras políticas e institucionales buscan desesperadamente resucitarlo –le van en ello sus privilegios– hoy, mediante el "caso Blumberg" y el "endurecimiento" del código penal, episodios fugaces y pronto olvidados de una campaña cuyo propósito es la domesticación presidencial.
Para hacer el trabajo sucio, los muertos vivos se levantan de sus sepulcros, muestran balas en el recinto de diputados, "asesoran" a un hombre destrozado por la muerte de su hijo y no tienen ningún prurito en alimentarse del cadáver. Es su pasatiempo predilecto.
Todo sea para que el presidente no vuelva a dar ninguna sorpresa. Que se dedique a hacer lo que han hecho todos: jugar a la política, sacarse fotos y actuar de estrella invitada en los programas cómicos. En caso contrario, tendrá que vérselas con los medios de comunicación. La advertencia ha sido hecha.