Argentina: La lucha continúa
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El energúmeno
Una reflexión sobre el primer ensayo mediático antichavista en la Argentina
Por Gabriel Fernández
"En la Argentina sólo hay derechos humanos para los delincuentes"
Juan Carlos Blumberg,
acto en Plaza Congreso.
Jueves 1 de abril de 2004
"Kirchner se enfrenta a problemas que pueden alterar el humor social.
La marcha por la inseguridad bonaerense significó un golpe. (...)
La inseguridad asuela Buenos aires.
Pero también empieza a golpear en la Casa Rosada".
Eduardo Van der Kooy.
Panorama Político.
Diario Clarín, domingo 4 de abril de 2004.
Hubiera estado bien: miles de personas exigiendo una reforma que evite la participación de jueces y policías en secuestros y delitos varios; clamando por el cese de los manejos inhumanos del Servicio Penitenciario Federal; forzando una rediscusión acerca de la influencia de la crisis en la inseguridad; poniendo en cuestión la cobertura mediática de sucesos dolorosos. Hubiera estado bien: pero no fue así.
En el primer experimento antichavista argentino, los grandes medios de comunicación, los sectores más conservadores de nuestra sociedad y el asombroso señor Juan Carlos Blumberg –padre coraje, al decir de la cada vez más gorila y funcional revista Veintitrés ¡en su portada!--, lograron articular un rechazo a la política de derechos humanos oficial y armar la reminiscencia del clima previo a los golpes de 1955 y 1976.
Lo que no pudieron el ex presidente Carlos Menem y el ex candidato presidencial Ricardo López Murphy lo lograron el Grupo Clarín –la transmisión de Todo Noticias fue un bochorno de la manipulación informativa--, Radio Diez, Radio Continental, Radio Rivadavia, el diario La Nación, el diario Ambito Financiero y los demás medios favorecedores habituales de cuanto intento por promover la tortura y la discriminación se desplieguen en nuestro país. Como ya es habitual, los medios del Estado estuvieron ausentes del debate.
Sin embargo, el conjunto de la opinión popular sigue pensando, tras el acto golpista del jueves pasado, que la acción oficial sobre el tema derechos humanos es correcta, que la lucha contra la corrupción policial y judicial es necesaria y que la política económica debe orientarse hacia la anulación de los problemas de fondo que impiden el desarrollo del mercado interno. Esas son las encuestas reales, más allá de preguntas imbéciles tales como "¿usted que haría si le matan a su esposo?".
Juan Carlos Blumberg es, indudablemente, un energúmeno. Siento culpa por tener que cuestionarlo y vergüenza ajena al observarlo. El padre coraje de la publicación antiperonista olvidó sus lágrimas primigenias y se lanzó con ductilidad a informar al mundo sobre el nuevo programa de la derecha mediática. Dijo de todo, menos lo único que debía decir: que a su hijo lo mató la bonaerense. A 10 días del asesinato de Axel, admitió las sugerencias de los criminales para bajar los decibeles y terminó descargando la ira de las capas medias contra los presos comunes.
Dijo infamias: que los presos deben estudiar y trabajar, cuando la exigencia de los detenidos no es otra que esa. Hace más de 20 años que los mismos reclaman por su derecho al estudio y al trabajo útil, y reciben como respuesta de los mismos convocantes al acto del jueves pasado que "lo único que falta es que gastemos dinero en esa gentuza". Y reveló su ética: pidió la imputabilidad de los menores, a la usanza del Bernardo Neustadt que nos condujo a esto. Entre otras cosas, al asesinato de Axel en manos de la bonaerense.
Jamás contrastamos con los arranques vengativos de las víctimas del delito. Nada puede decírsele a un hombre que requiere pena de muerte para quienes asesinaron uno de sus afectos. El demandante puede estar equivocado, pero su indignación es auténtica y su dolor merece respeto. Esto es otra cosa. El jueves en Congreso hubo una puesta en escena, un discurso ideológico, un ocultamiento de los verdaderos responsables de la tragedia, una convocatoria a transgredir la democracia con argumentos democráticos.
Las cámaras no mostraron el alejamiento de importantes sectores de
manifestantes que habían concurrido dispuestos a exponer lo señalado al comienzo de este artículo. Seleccionaron los testimonios para no dar cuenta del hondo racismo de quienes se sintieron plenamente identificados con la actividad "por la paz". Concretaron satisfactoriamente su ensayo para la traslación a la Argentina de la vergüenza venezolana. Y no dijeron, claro está, porqué Ernestina Herrera de Noble está tan fastidiada por la gestión gubernamental en el área de los derechos humanos.
¿Porqué habrían de hacerlo, si eso no tiene nada que ver?
Piénselo, lector.