Argentina: La lucha continúa
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Entrevista al escritor José Saramago que participará en el III Congreso de la Lengua en Argentina
"Si la democracia no dispone de ningún instrumento para controlar los abusos del poder económico, es falsa porque el poder económico hace lo que quiere"
Silvina Friera
Página 12
Hay tíos y hermanos no sanguíneos, parentescos que surgen de las entrañas de la literatura, una identificación y fraternidad que se origina en el campo de las ideas, aunque no sean necesariamente coincidentes. El escritor portugués José Saramago cumple hoy 82 lúcidos años y los celebra con esa gran familia de lectores argentinos que se reunirá a las 19 en la sala María Guerrero del Teatro Cervantes (Libertad 815), para escuchar al autor de la novela Ensayo sobre la lucidez (Alfaguara) en el marco de una entrevista pública a cargo de los periodistas Silvia Hopenhayn y Nelson Castro. Pero además de los compromisos editoriales, el Premio Nobel de Literatura se presentará en el III Congreso Internacional de la Lengua Española, que comenzará mañana en Rosario, para rendirle homenaje a Ernesto Sabato, a quien considera un hermano (ver aparte). "Mi trabajo literario se desenvuelve en otro espacio lingüístico. Mis libros se publican en España y, como vivo en Lanzarote, no he tenido más remedio que hablar el castellano, aunque hace muchísimos años que mi curiosidad por la literatura española me acompaña", dice Saramago en la entrevista con Página/12. "Los expertos, los lingüistas y los filólogos seguramente tendrán mucho que decir y que hacer. Pero yo soy el que entra y sale discretamente, porque no pertenezco a la tribu del español y mi presencia aquí tiene sólo que ver con la amistad que me une a Sabato y el gusto que me da participar en su homenaje."
–Sin embargo, aunque usted diga que está fuera de la tribu del español, su obra está casi completamente traducida al castellano. ¿Por qué piensa que hay una resonancia especial de sus libros en el mundo hispanohablante que, tal vez, no ocurra en otros idiomas?
–Eso es cierto. Aunque estoy traducido como a cincuenta idiomas, por una razón un poco misteriosa, en España y en la América hispánica mis libros tienen una resonancia diferente. No soy localista, es decir, mi literatura no se hace con el color local, no soy costumbrista y, por lo tanto, vengo de otra cultura y otro idioma y trato de preocupaciones que son mías, del tiempo en el que estoy viviendo. Y sin embargo, a pesar de todo esto, he logrado lo que en ningún momento de mi vida hubiera imaginado: que en esta parte del mundo, adonde he venido tarde, en pocos años, lo que escribo ha interesado y sigue interesando. Soy el primero en estar muy agradecido porque no sólo existe el interés por lo que escribo sino que hay algo más que podemos llamar afecto personal. Entre mis lectores y yo hay una relación más profunda que tiene que ver con las personas. La gente me quiere por lo que escribo y quizás un poco por lo que soy.
–¿Habría, además, alguna afinidad entre la cultura portuguesa y la española que explique este vínculo?
–No, no puedo decir que sea así, si bien es cierto que en España me estiman como si fuera uno de ellos, aunque empieza a darse una relación más estrecha entre la literatura portuguesa y la española. Hace unos cuantos años, encontrar en una librería en Lisboa una obra de un autor español traducida era casi un milagro, salvo algún clásico. Ahora, los más importantes escritores españoles están traducidos al portugués. Pero no hay una comunicación fluida y a mí me gustaría que eso ocurriera. El interés que existe respecto de mi literatura está por encima del hecho de que sea de un país vecino. En los últimos años, desde el ‘93, mi vida se divide entre Lanzarote, Lisboa y Madrid. En Portugal, hay quien se queja de que yo debería estar viviendo permanentemente allí, pero me siento muy bien cuando estoy en cualquiera de esas ciudades.
–El lema del congreso es la identidad lingüística y la globalización. ¿Cuáles son para usted las herramientas que tienen el español o el portugués para enfrentar la preponderancia globalizadora de la lengua inglesa? Al menos, en este sentido, tienen preocupaciones comunes...
–Sí, aunque a veces no nos entendamos muy bien (risas). Pero cada país tiene su propia capacidad de resistencia frente al proceso globalizador. En el caso de España, me parece que hay una preocupación más fuerte en la defensa de la lengua española porque tiene una política estructural del idioma más coherente que Portugal. No vale la pena luchar contra lo inevitable de la globalización, como es el caso de los textos científicos. Los descubrimientos son publicados en las grandes revistas científicas irremediablemente en inglés. Si hubiera una buena política de traducción, y creo que eso está ocurriendo con los escritores, se podría llegar a otros mercados.
–¿Su novela Ensayo sobre la lucidez es una especie de tratado filosófico-político sobre las contradicciones del sistema democrático?
–No hago la apología del voto en blanco sino que digo que es democrático. Pero los políticos tienen miedo al voto en blanco, aunque viven muy a gusto con la abstención. Es curioso cómo todo apunta a esta evidencia: los políticos prefieren la abstención al voto en blanco, porque para la abstención se encontrarán todas las justificaciones más conocidas. ¿Qué quiere decir votar en blanco? El ciudadano que salió de su casa para votar no renuncia a sus obligaciones electorales, pero dice que lo que hay no le gusta. Esto se podría publicar en un artículo de un periódico o en un ensayo, pero he decido hacerlo en una novela: la lucidez de una gran parte de una ciudad que un poquito cansada decide manifestar su insatisfacción: no sale a la calle a hacer una revolución, ni dispara un tiro, sencillamente vota en blanco. En el caso de la novela, el poder entendió que su única respuesta era la represión.
–¿Por qué a los políticos les resulta más amenazante el voto en blanco que la abstención?
–Una abstención alta significa que los ciudadanos no tienen interés y eso es más peligroso para el sistema. En las últimas elecciones para el parlamento europeo, la abstención llegó al cuarenta por ciento y en algunos casos al cincuenta, pero nadie se ha preocupado por esto. El problema es que el sistema democrático contiene algo que si mañana se utiliza de una forma masiva, el sistema no va a tener otro remedio que preguntarse hacia dónde se dirige. La novela se presentó en Lisboa y un político muy conocido me ha dicho que el quince por ciento de votos en blanco sería el descalabro de la democracia. Yo le pregunté, ¿cuarenta por ciento de abstención no implica el descalabro de la democracia? La democracia no se discute, es como si fuera una virgen que está ahí, intocable, y a la que todos le rezan "Santademocracia", "Santademocracia", en lugar de examinar si efectivamente vivimos, en un sentido pleno, amplio y rico, en democracia. Si la democracia no dispone de ningún instrumento para controlar los abusos del poder económico, es falsa porque el poder económico hace lo que quiere. ¿Dónde está la democracia en EE.UU.? Contaron los votos, Bush ganó las elecciones, pero eso no es suficiente. Aunque Bush mintió como nunca en ninguna época, el pueblo norteamericano igual lo votó.
–En la coyuntura internacional actual, ¿qué posibilidades tienen las democracias de controlar el poder económico?
–No sé si hay posibilidades, probablemente no. Nosotros en el fondo vivimos en un espejismo. Pero si planteamos la cuestión del poder y de la democratización del funcionamiento de la sociedad, debemos enfrentar estas dudas. No pretendo destruir la democracia sino darle un sentido real, y a la vez repensar el tema de los derechos humanos porque sin democracia no hay derechos humanos, pero sin derechos humanos tampoco hay democracia. Ahora dígame, ¿cómo están los derechos humanos en el mundo? Pésimo. No tengo la culpa de que ésta sea una visión negativa o pesimista. Yo no soy pesimista, el mundo es pésimo y no puedo cerrar los ojos ante el espectáculo que nos ofrece todos los días.