Argentina: La lucha continúa
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EL PASADO ABIERTO EN EL PRESENTE ROSARINO
Carlos del Frade
ARGENPRESS.info
La justicia federal rosarina tiene la oportunidad de reabrir la causa por la
desaparición del militante Daniel Gorosito, secuestrado en tiempos del
general Ramón Genaro Díaz Bessone como comandante del II Cuerpo
de Ejército con sede la ciudad cuna de la bandera y jurisdicción
sobre seis provincias del Litoral. Esa posibilidad puede concretarse en febrero
próximo, a casi diecisiete años que los principales secuestradores
y torturadores de la policía provincial aprovecharon la ley de Obediencia
Debida para seguir en libertad. Dos de ellos, José Rubén Lo Fiego
y Mario Alfredo Marcote, forman parte de ese pasado abierto a orillas del Paraná.
Sus historias están atravesadas por intereses que pasan por las principales
empresas asentadas en la región hasta los favores que dispensaba el arzobispado
local. Una historia típicamente argentina, la crónica de dos torturadores
que quizás deban enfrentarse, por fin, a la memoria, la verdad y la justicia
en democracia.
Lo Fiego
El 10 de diciembre de 1998, el entonces comisario principal José Rubén
Lo Fiego, fue puesto a disponibilidad por la resolución 879 del gobierno
provincial.
Imputado de 68 delitos de lesa humanidad y principal torturador del Servicio
de Informaciones de la Unidad Regional II, entre 1976 y 1979, el 'Ciego' o 'Mengele',
habló en tres ocasiones con este cronista entre setiembre y diciembre
de 1997 en su despacho del área Logística, en el subsuelo de la
Jefatura de Policía, justo en la ochava de Santa Fe y Moreno.
A fines de 1999, luego de conocida la lista del juez español Baltasar
Garzón, Lo Fiego se mostró en el bar de la esquina de su casa.
No está arrepentido de nada y sus diálogos con los periodistas
apuntan a relativizar su siniestra historia personal. Lo que sigue es un resumen
de aquellos encuentros.
-Vamos a ahorrarnos algunas cosas. Se quién es usted.
¿Dónde están los cuerpos de los desaparecidos y qué hicieron
con los chicos nacidos en cautiverio?- fue la pregunta que sintetizó
la primera entrevista.
-No se nada de eso -contestó Lo Fiego en su despacho adornado con el
equipo de Central ganador de la Conmebol de 1995.
-Me gustaría saber quiénes fueron los apoyos políticos
y económicos que los manejaban a ustedes.
-No se consiguió todo a través de la tortura. Acá mucha
gente jugaba al superagente y en todos lados había un terrorista.
Colaboracionismo. Hubo mucho colaboracionismo. Trate de grabar esa palabra en
su memoria. Más allá de lo que usted piensa. Lo peor de todo es
la conspiración de los idiotas -dice en referencia de otros oficiales
de la policía.
Había una presión insoportable de parte del comando. La formación
la obtuve por las mías. Ahora hay una cultura light.
Acepto la tortura, pero no el robo ni la droga -admitió el 9 de diciembre
de 1997, en comparación con otros policías-.
Tampoco soy un matasiete -agregó ese día mientras tomaba mate
haciendo alusión a una palabra que surgió en la literatura nacional
en 'El Matadero', el cuento de Esteban Echeverría en el que denunciaba
las atrocidades de la policía rosista, 'la mazorca'-.
-Acá faltan muchos nombres de militares y policías que actuaron
durante el terrorismo de estado. Feced hablaba de tres mil integrantes de lo
que llamaba la comunidad informativa Rosario.
-Mientras yo hacía lo que hacía, ¿usted cree que alguien me lo
recriminó?. Incluso oficiales de mayor rango, como por ejemplo Ibarra
que ahora está en Informaciones -se refería al entonces comisario
inspector Ramón Telmo 'Rommel' Alcides Ibarra, otro de los exonerados
de la fuerza bajo la administración Obeid - Rosúa -.
Y yo no tuve ni cinco brazos ni cinco piernas. Si uno se descuida lo culpan
hasta de la muerte de Gardel. Me han rechazado todos los testigos. El juez federal
que me tomó declaración fue el mismo al que le presentaba mis
investigaciones -argumenta para relativizar su participación en el infierno
del servicio de informaciones. Aquella mañana Lo Fiego hacía mención
al doctor Jaime Belfer, actual camarista federal de Rosario.
Si me sacan a mi es como sacar una falange. El resto sigue igual. En 1975 llegué
a formar parte del entonces ministro de Gobierno de Santa Fe, Roberto Rosúa
-advertía el 18 de noviembre de aquel año.
-¿Por qué torturaba?.
-Usted tiene que entender cómo se vivía en los años setenta.
No hay por qué individuales. A nuestra manera también nosotros
queríamos salvar el mundo. Pero también a nosotros nos usaron.
Usted dirá que es una visión extremadamente marxista el creer
que estamos supeditados a una historia, pero es así.
Me contó mi hermano que vive en Alemania que un sociólogo alemán
no pudo acceder a documentos del nazismo porque no le conviene a nadie.
Yo no soy Scilingo. Ese es un farabute. Ni tampoco Etchecolatz que en 1987 cantó
como si fuera una calandria. Hay que tener una conducta.
-En esta ciudad fueron torturados y desaparecidos decenas de adolescentes. No
me quiera vender la teoría de los dos demonios.
-Perdí mi novia porque me acusaba de no hacer nada cuando mataron a la
hija de un militar. No pude tener hijos por toda esta historia.
-¿Había internas entre la policía y la clase empresarial rosarina?.
-En un allanamiento que me ordenaron llegué a la casa de un oficial de
policía...Pasaron muchas cosas. Ahora acá se está viviendo
algo semejante a lo que sucedió en la Alemania post nazi. Pero para saber
la verdad histórica hay que irse a principios de los años sesenta.
A Rosario vino el comisario Villar, de la policía Federal, para hablar
sobre los métodos antiterroristas, de militares que copiaron los métodos
de los franceses en Argelia, como el general Rosas o Sánchez Bustamante.
-¿Por qué quiere hacer creer que no hizo todo lo que fue demostrado en
la causa 47.913?.
-En diciembre de 1979 me tocó investigar el robo de los adicionales para
la fuerza. Fue en tesorería. Acá al lado, dentro de la Jefatura.
Tuve problemas dentro de la fuerza porque nunca arreglé ni con el dinero
ni con la droga. Todo empezó cuando me metí con los que robaban
automotores.
Usted se va a reír, pero no quiero volver a ponerme el uniforme de policía.
Antes había otro espíritu en la policía.
Yo peleaba por un sistema neoliberal europeo que prometían los militares.
Voy a llevar mi caso a la justicia por censura a la libertad de prensa. Mi intención
es lavar mi nombre.
Un asesino ideológico
Lo Fiego nació el 9 de mayo de 1949. Cursó sus estudios primarios
y secundarios en el tradicional Colegio Sagrado Corazón. Su padre era
militante de la Unión Cívica Radical Intransigente y él,
en 1966, hizo lo imposible por hablar con Ernesto Sábato cuando vino
a Rosario.
El 31 de enero de 1972 ingresó como suboficial subayudante al Comando
Radioeléctrico. Luego pasó por la comisaría 17°, seguridad
personal y en abril de 1976, ya como oficial auxiliar, comenzó a formar
parte del numerario del Servicio de Informaciones.
Tres de sus ex compañeros del Sagrado Corazón hoy están
desaparecidos: Ernesto Víctor Traverso, Fernando Belizán y Francisco
Iturraspe. 'Era muy católico, muy torturado. Era un inútil con
el cuerpo. Lo volvían loco. Eso si, tenía una memoria increíble',
recordó uno de sus ex compañeros durante los doce años
del Sagrado. También contó que uno de los primos de Lo Fiego que
cayó preso fue sometido a distintas sesiones de picana por el mismísimo
Mengele. 'Seguís siendo el mismo boludo de siempre', le decía
Miguel, el torturado, a su primo, el mayor torturador del Servicio de Informaciones.
Detenido el 31 de agosto de 1984 por secuestro, tortura y desaparición
de personas, fue desprocesado el 22 de junio de 1987 por la ley de obediencia
debida, la 23.521, del alfonsinismo.
Mientras tanto, la democracia santafesina lo ascendió hasta el cargo
de comisario principal.
El Ciego realizó traslados, inhumaciones, fusilamientos y operativos
varios, pero se ufana de no haber cometido robos. También dijo haber
descubierto a los asesinos de Kennedy y ser un experto en delitos económicos.
Durante aquellos años del terrorismo de estado, experimentaba la resistencia
del cuerpo humano a las torturas. Llegó a decirle a Feced que las mujeres
tenían una mayor fortaleza que los varones.
Una sobreviviente del Servicio de Informaciones describió la 'locura
que tenían Lo Fiego y los otros por no poder sacarle nada a la Piky,
el apodo de María Concepción García del Villa Tapia, que
hoy vive en España'. Fue entonces que se le ocurrió la idea.
'Traigan a los chicos', dijo Lo Fiego. Eran los cuatro hijos de María
y los dos de Jaime Dri, el protagonista de 'Recuerdo de la Muerte'.
La chiquita de diez años respondió:
-Yo no vivo en ninguna parte.
-¿Vio comandante?. Es una cuestión de familia -comentó Lo Fiego
a Feced en referencia al linaje subversivo.
Escondido en su casa de Mendoza y Paraguay, Lo Fiego es la síntesis del
reciclaje de la mano dura durante la transición democrática, una
muestra de la impunidad argentina.
La santa protección: Mario 'el cura' Marcote
La doctora Este Andrea Hernández sostuvo el 13 de febrero de 1987 que
'pese la negativa de las imputaciones por parte del señor Marcote, median
graves, precisos y concordantes indicios o datos que se reputan como suficientes
para creerle responsable de los ilícitos que se le atribuyen'. Ordenaba
'convertir la detención que viene sufriendo Mario Marcote en prisión
preventiva rigurosa'.
Marcote había solicitado la baja de la policía el 2 de diciembre
de 1980. Ingresó al Instituto de Servicios Sociales Bancarios ese mismo
día y terminó su trabajo el 2 de marzo de 1984.
Nunca tuvo mayores problemas para conseguir empleo.
Cuando este cronista informó que estaba cumpliendo funciones como celador
casero del Colegio de la Santa Unión de los Sagrados Corazones, dependiente
del arzobispado rosarino, se decidió despedirlo e indemnizarlo. Tres
meses después estaba, en una de las ciudades con mayor índice
de desocupación del país, empleado como portero en el garaje de
la empresa Cirsa, en España y 3 de Febrero de la ciudad de Rosario.
Nació el 1º de diciembre de 1949. Hijo de Raúl Enrique y de Irma
Magdalena Carignano. Perito mercantil y soltero hasta febrero de 1987.
A diferencia de Lo Fiego, Marcote no presenta antecedentes judiciales y policiales
en el legajo personal. Llegó a ser oficial ayudante en el área
Seguridad Personal. A mediados de 1976 ingresó en el 'plantel' del Servicio
de Informaciones.
Producía las fichas de los detenidos. Llevaba el libro de entradas y
salidas. Sus camaradas eran José Lo Fiego, Carlos Ulpiano 'Caramelo'
Altamirano y Nast.
Transportaba muebles y otros enseres, como diría Feced, de los domicilios
usurpados por las fuerzas de tareas. De allí que haya confesado que 'hacía
la cobranza para la mueblería Vignati, ubicada en Mendoza y Gutenberg'.
Trasladaba a los detenidos con rumbo desconocido. También lo hacía
con las mujeres. Varias veces fue a Devoto, Coronda y Trelew. No solamente las
acompañaba sino que también las interrogaba.
En las sesiones de tortura se le observaba con un escapulario.
Durante las declaraciones testimoniales que brindó primero ante la justicia
militar y después frente a los tribunales federales de Rosario, negó
haber presenciado torturas. En diálogo con este cronista sostuvo que
'yo quise humanizar la tortura'.
'Nadie sacaba a los detenidos de allí. Las dependencias se inundaban',
le dijo Marcote a la justicia.
Reconoció que 'el Servicio de Informaciones ha hecho detenciones, yendo
a los domicilios de los detenidos y labrando un acta. Que no sabe donde pueden
estar esas actas que no recuerda haber hecho detenciones o participando en ellas'.
Según él, los detenidos tenían televisión y radio.
Describió su trabajo diciendo que 'éramos Sandoz, Lo Fiego y yo...yo
lo sentaba delante mío (al detenido), yo escribiendo a máquina
y le descubría la vista, lo que yo consideraba que no podía ver
del lugar, se lo tapaba'.
Tenía una relación estrecha con Lo Fiego: 'a raíz del pase
del oficial Lo Fiego a la división Informaciones lo solicita al dicente
para que vaya a trabajar a esa misma división. Al principio respondo
a las órdenes del oficial Seichuk, luego de Guzmán. No recibió
entrenamiento especial...A pedido de la superioridad se averiguaba tal o cual
cosa y se pasaba el informe', declaró el 22 de febrero de 1984.
Sostuvo que existía un personal rotativo en el Servicio de Informaciones,
entre 10 a 15 personas. Indicó que 'Feced solía ir al Servicio
de Informaciones. El vivía en la Jefatura'.
A pesar de haber sido reconocido por varios detenidos como torturado contumaz,
el 22 de junio de 1987 fue desprocesado.
Allí empezaría otra historia.
Marzo de 1995
Nariz aguileña, ojos pequeños, anteojos con patillas de metal,
cabello corto, muy delgado, camisa azul, portafolios marrón y un destornillador
entre los bolígrafos que luce en el bolsillo de la casaca. Mario Alfredo
Marcote parece un tipo normal.
Trabaja como celador en el Colegio de la Santa Unión de los Sagrados
Corazones donde también funciona el Instituto Virgen del Rosario, dependiente
del arzobispado rosarino, en Salta entre Callao y Ovidio Lagos.
Su rutina diaria incluye bajar a tomar servicio entre las 15.30 y las 16. Decenas
de adolescentes lo cruzan en forma cotidiana.
Casi dos décadas atrás Marcote torturaba, violaba y cargaba el
'botín de guerra' de las casas de los secuestrados en su Citroen azul.
Le llamaban 'el cura', por sus permanentes citas bíblicas.
'Yo quise humanizar la tortura', le dijo a este cronista.
Asegura que está escribiendo un libro titulado 'La Corporación'
donde resume su experiencia como integrante de la banda que estaba a cargo de
Agustín Feced en el 'pozo' de la Jefatura de Policía de Rosario.
Tiene miedo de hablar por la suerte que pueden correr sus familiares. Estuvo
detenido en 1984 hasta que lo alcanzó el beneficio de la ley de obediencia
debida.
'Los que me detuvieron eran los mismos con los que yo trabajaba', dijo Marcote
con plena conciencia de haber sido usado.
Está convencido de la existencia de un pacto de silencio en la provincia
de Santa Fe que protege a altos funcionarios actuales de la policía,
a la que califica como 'mucho peor que la de Buenos Aires'. A pesar de la resonancia
del caso del capitán de corbeta Adolfo Scilingo, Marcote no quiso brindar
más detalles sobre su actuación y prefiere, por el momento, consultar
con su abogado.
Aunque su apariencia sea normal, su mirada no lo es. Rodeado de imágenes
del papa Juan Pablo II y de frases evangélicas, Marcote recibió
a este periodista en la sala del asesor jurídico del establecimiento
católico.
El diálogo que sigue es el resultado de dos encuentros mantenidos 'el
Cura'. En varias ocasiones eligió el silencio y el desafío de
mantener fija la mirada. Es un hombre que aparenta tranquilidad. Sus víctimas
sobrevivientes lo califican como 'cínico' y de hábitos sigilosos
'cuando se quedaba en la puerta del cuarto que llamaban la favela, en el sótano
de la Jefatura, escuchando lo que hablábamos entre los presos'.
Dicen que era empleado de 'La Buena Vista' y que luego se sumó a las
bandas que asolaron las calles rosarinas a partir de la dictadura. Algunas de
ellas habían empezado a operar después de la muerte de Perón,
las que conformaban las estructuras de la Triple A.
Le importó muy poco hablar sobre los recuerdos de la muerte.
--Vengo a hablar sobre su actuación durante la dictadura...
--Ustedes no me trataron bien.
--Usted no trató bien a mucha gente.
--Lo que pasa es que se dijeron muchas cosas de mi y no se bien con qué
intereses. No era la verdad. Pero desde que empezó la democracia no la
pasé nada bien. Perdí el trabajo y estuve detenido.
--Usted torturó y violó personas en el pozo de la Jefatura de
Policía.
--Yo ya estuve detenido y pagué las culpas. Desde el 83 la pasé
muy mal. Y yo tengo familia...Perdí mi puesto y después no me
reincorporaron a la fuerza. Además yo era civil. No se por qué
quedé afuera.
--¿Pero no quedó libre de culpa a partir de la ley de obediencia debida?.
--Si, pero a mi no me reincorporaron. Yo me fui de la policía en 1980
y fui detenido en 1984. Pero después cuando volví a quedar en
libertad no me retomaron. La policía de Santa Fe es algo muy especial.
--Otros quedaron, como Lofiego, Moore e Ibarra. Eran los jefes de entonces.
--Si...Pero eso no tiene nada que ver con mi situación...
--¿Se siente usado?.
--A veces pienso eso... Los que me detuvieron eran los mismos con los que yo
había trabajado. Los mismos con que recorría las calles.
--¿Por qué no se anima a hablar de todo y decir su verdad, como lo hizo
Scilingo?.
--Porque la provincia de Buenos Aires es distinta a la provincia de Santa Fe.
Acá las cosas son muy diferentes.
--¿Lo dice por la policía?.
--Si.
--¿Tiene miedo que le hagan algo en caso de llegar a hablar?.
--Si...Tengo familia. Usted no sabe lo que es la policía en la provincia
de Santa Fe. Es una verdadera corporación. Yo estoy escribiendo un libro
sobre todo lo que pasó. Se llama 'La Corporación'.
--¿Acá también hay un pacto de silencio?.
--Si. No le quepa dudas...
--¿Siente arrepentimiento?.
--Si estoy escribiendo un libro es porque a veces me siento muy mal. Pero no
creo que lo publique ni que lo de a conocer. Tendría que hablar primero
con mi abogado. Seguramente se conocerá después que me muera.
Si no tuviera familia a cargo ya hubiera hablado. Tengo mucha necesidad de contar
las cosas que viví, pero ya le dije que tengo una familia que depende
de mi.
--¿Qué sentía cuando torturaba?.
--Yo recibía órdenes...Lo que pasa es que cuando uno está
en una época de represión muy grande como eran esos años,
uno no se puede poner en contra. Entonces hay que meterse para tratar de cambiar
la cosa desde adentro...Eso es lo que hice yo.
--No se qué quiere decir con eso...
--Yo quería corregir algunas cosas...Si usted le pregunta a alguno de
los que estuvieron ahí le van a decir que yo fui el que mejor los trataba.
Gracias a mi muchos salvaron la vida. Usted no sabe lo que era aquello. Yo traté
de humanizar la tortura. Yo no pensaba lo que nos decía Feced antes de
salir durante las noches. El nos decía 'encuentren a un guerrillero,
y si no lo encuentran, invéntenlo, pero tráiganlo'. Creo que hice
las cosas lo mejor que pude.
--¿Está arrepentido de lo que hizo?.
--Le repito. Hice las cosas lo mejor que pude. Quizás me equivoqué
algunas veces.
--¿Usted entró en la casa de Santiago 2815?.
--¿Donde vivía el matrimonio de ciegos?...
--Si.
--No. Ese trabajo lo hizo otro grupo. No lo hizo la policía. Me parece
que fue entre el ejército y la gendarmería, no se, no me acuerdo
bien.
--Había problemas entre las diferentes bandas...
--No se lo que quiere decir...
--Que había competencia entre los que actuaban en el área de Rosario,
entre las bandas que estaban en La Calamita con los de Jefatura, por ejemplo...
--No se nada de eso. No se de qué me habla.
Siguió acomodando sus cosas antes de instalarse en el escritorio que
tiene asignado en el colegio que depende del arzobispado y dijo que 'por ahora
no hay nada', con referencia a una entrevista a fondo. Se quedó pensando
y dejó de hablar con el cronista. Los adolescentes seguían llegando
para dar examen.
La denuncia periodística más el repudio de los padres de los alumnos
de la 'Santa Unión', sumados a la movilización de los organismos
de derechos humanos, produjeron la cesantía de Marcote.
Sin embargo, en 1997, Marcote se ofrecía como vigilante privado y uno
de los promotores de una agencia de seguridad rosarina, 'BA'.
Marcote sigue caminando libremente por las calles de la ciudad.
El sótano de la muerte
Dieciséis años después de la recuperación de la
democracia, el Servicio de Informaciones de la Unidad Regional II, ubicado en
la ochava de San Lorenzo y Dorrego, fue visitado por una comitiva de periodistas
y fotógrafos, en noviembre de 1999.
Entre los años 1976 y 1979 funcionó allí el principal centro
clandestino de detención del terrorismo de estado en la ciudad de Rosario.
Pasaron alrededor de 1.800 personas, de las cuales 350 se encuentra desaparecidas.
Allí se torturaba, violaba, se acopiaba información, se elaboraban
mapas barriales y se escribían, todos los días, informes por triplicado
que partían a la Jefatura de Policía de la provincia y al Comando
del II Cuerpo de Ejército.
La decisión política de descender al infierno del Servicio de
Informaciones fue del ex ministro de Gobierno, Roberto Rosúa.
La planta baja
El mobiliario está blanco y nuevo. La oficina del jefe es prolija y está
sobre calle San Lorenzo. A su lado, otra pieza que, en la actualidad, pasa por
un pequeño lugar de archivo. Allí estaban los torturadores, según
los testimonios y planos que dibujaron los sorbrevivientes y que constan en
los 12 mil folios de la causa 47.913.
En esa planta baja, funciona una sala de espera. Cerca del baño. Allí,
entre sillones negros y mesitas ratones, veinte años atrás, se
encontraba una cama de obstetra en donde se practicaban las sesiones de torturas
varias.
Allí, sobre un armario repintado de gris, hay un papel blanco escrito
en máquina y recortado casi como una tarjeta personal.
'Nosotros los dispuestos, dirigidos por lo desconocido, estamos haciendo lo
imposible por los desagradecidos. Hemos hecho tanto durante tanto tiempo con
tan poco que estamos capacitados hasta para hacer cualquier cosa partiendo de
la nada'.
Es anónimo. Pero connota una afirmación de identidad de los que
pasean por esas piezas. Nadie lo arrancó. Ese papel fue escrito por alguno
de los que convirtieron al servicio de informaciones en el principal centro
clandestino de detención de Rosario. Quizás Lo Fiego, tal vez
Ibarra, Guzmán Alfaro, alguno de ellos. 'Estamos haciendo lo imposible
por los desagradecidos', desafía el texto. Y está allí,
donde se torturaba día y noche, sin parar.
Y antes de llegar a estas salas, las escaleras que conforman un cuadrado a manera
de entrepiso. 'La favela', como le dicen los sobrevivientes. En ese lugar, los
recién arribados eran apretados, golpeados, humillados y se los preparaba
para la máquina. Por allí subía el comandante Feced pateando,
puteando y jurando que ganaría la tercera guerra mundial.
El subsuelo
La escalera al sótano fue deliberadamente ocultada con una madera terciada
que simula el piso. Antes hay armarios, un tambor metálico de Shell y
un viejo atril de la Unidad Regional II. Detrás de ellos, los escalones
que llevan a los restos arqueológicos del infierno.
Hay una distancia considerable para pisar el primer escalón. El olor
a mugre, humedad, se mezcla con la suciedad que cubre el suelo. Allí
hay cables cortados, plásticos varios, algodones y papeles tirados. Un
recurso de hábeas corpus vacío, una planilla que indica el movimiento
de vehículos de Pasa Petroquímica Argentina y restos de organigramas
policiales.
En las paredes hay ganchos de los cuales se encadenaban a los secuestrados y
tabicados. Dos o tres asientos de mármol, un baño angosto y una
escalera que da a la puerta gris sobre calle Dorrego. Desde allí se los
empujaba a los detenidos y venía el primer golpe del que habla la mayoría
de los testimonios: el tropezón y la caída de la escalera. Así
se descendía al infierno.
Huecos rectangulares como cínicos sinónimos de ventanas y la humedad
permanente.
Feced calificó a ese lugar como 'luminoso, cómodo y confortable'
y ningún juez, ni militar ni federal, osó repreguntarle ni tampoco
confrontar los dichos con la verificación visual.
Sobre esos pisos, entre las paredes grosera y rápidamente pintadas con
un celeste agua para tapar las inscripciones de los secuestrados, y debajo de
la vigilancia obsesiva de los policías del Servicio de Informaciones,
muchachos y chicas de quince a veinte años, mujeres y hombres maduros,
resistieron durante varias semanas las sesiones permanentes de picana y las
palizas cotidianas.
Dieciséis años después de recuperada la democracia, recién
ayer, el periodismo pudo bajar a las mazmorras de la Jefatura de Policía.
Un tardío gesto histórico.
Cuestiones pendientes
En el Servicio de Informaciones hay por lo menos una decena de armarios antiguos
cerrados con candados. ¿Qué hay en su interior?. ¿Qué papeles
contienen?.
¿Qué inscripciones hay debajo de la pintura celeste agua que cubren las
paredes del subsuelo?.
Si hasta el año 1989 era posible reconstruir las fichas, horarios de
asistencia médica y lista de detenidos entre los años 1976 y 1979,
¿dónde fue a parar el material original del servicio de informaciones?.
Los libros de guardia de la policía deben contener los datos acerca de
celadores, carceleras y otros integrantes del Servicio de Informaciones. Como
también debe figurar el detalle del destino final de cada uno de los
detenidos.
Este dato que responde al derecho a la verdad y al duelo sigue siendo propiedad
de los desaparecedores pero, al mismo tiempo, configura uno de los elementos
de la burocracia del terrorismo de estado.
En sus declaraciones ante la justicia federal, Feced y Guzmán Alfaro
-jefe del servicio de informaciones- dijeron que había tres copias por
cada día y por detenido. Nunca se comprobó que esa masa documental
haya sido destruida.
Las mujeres embarazadas que fueron secuestradas recibían asistencia médica.
¿Por qué no se cita a declarar a los profesionales que integraron los
planteles policiales entre 1976 y 1983 para responder en torno al destino de
esos bebés?. Hay que recordar que en los tribunales provinciales rosarinos
existen 98 denuncias de chicos NN. Muchos de ellos fueron recuperados y encontrados.
Pero hay decenas de casos sin el menor rastro.
Todas estas son cuestiones pendientes. Políticas y judiciales.
La vida cotidiana en el infierno.
Olga Cabrera Hansen fue secuestrada el 9 de noviembre de 1976, juntamente al
ingeniero Carafa. La llevaron al Servicio de Informaciones.
'De noche salen brigadas a buscar gente y vuelven a la madrugada con personas
a los gritos y comienzan las sesiones de torturas y picanas. Quiero decir que
el que organizaba todo y luego escribía a máquina los informes
era Lo Fiego', recordó la sobreviviente.
En el sótano del Servicio de Informaciones llegó a albergar, en
aquellos días, 60 hombres y 30 mujeres. Decenas de personas con dos cuchetas.
'Escuché una conversación entre ellos que se atribuían
entre 200 y 300 entregas de personas y posterior boleta. Me exigen que cocine.
Me niego', sostuvo Olga.
'Cuando entró María Inés Luchetti de Betanin llegó
con un bebé en brazos envuelto precariamente y con una hemorragia de
posparto, con las piernas llenas de sangre, entre nosotras la auxiliamos y cubrimos
al bebé con nuestras ropas'.
A fines de enero de 1977 llegaron tres hermanas, 'las tres embarazadas, Gladys
Marciani de 5 meses de embarazo, Teresa Marciani de 7 meses de embarazo y María
Luisa Marciani de Gómez de nueve meses de embarazo y una hija de esta
última de 18 años, Gladys Teresa Gómez quien presentaba
heridas en los tobillos donde se le veían los huesos por las ligaduras,
estas eran obreras de los frigoríficos CAP y Swift...'
En febrero de 1977, arribó una comisión de la Cruz Roja. Les preguntaron
si comían frutas.
Tomasa Verdun de Ortiz testificó que cuando se requiere la atención
del médico de guardia 'para la atención de Tomasa Verdún,
el doctor Sylvestre Begnis le da unos óbulos y unas pastillas y le dice
que pretender una atención ginecológica en ese lugar era como
pretender un viaje a la Luna'.