Argentina: La lucha continúa
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BRECHA
Los lugartenientes del presidente Batlle, algunos tenientes del ex presidente
Julio María Sanguinetti y ciertos blancos de tropa leales a la coalición reelaboran
la interpretación de que todo es parte de una estrategia de Kirchner para interferir
en los asuntos internos uruguayos y para instalarse definitivamente en el proceso
electoral, incidiendo a favor de la candidatura de Tabaré Vázquez como futuro
presidente de los uruguayos. Esta óptica hace una especie de juego de caleidoscopio:
Vázquez es izquierdista, el gobierno argentino también; Kirchner y sus principales
colaboradores (el canciller Rafael Bielsa, el secretario de Derechos Humanos
Luis Eduardo Duhalde, el jefe de gabinete Rodolfo Mattarollo), porque son izquierdistas,
están empeñados en escarbar en la cuestión de los derechos humanos; algunos
de estos funcionarios estuvieron vinculados a las organizaciones guerrilleras
argentinas, por lo que es de suyo que "persigan" a los militares acusados
de delitos de lesa humanidad; y, para reproducir las conclusiones extremas del
diputado colorado Ruben Díaz, puesto que alguno de esos funcionarios fue montonero,
entonces es asesino.
Hay otra interpretación: los pueblos no están necesariamente condenados a tener
gobernantes serviles, pueden surgir coyunturas donde un mandatario se niegue
a pagar la deuda externa generada por "los irresponsables y atorrantes
que gobernaron acá y los atorrantes de afuera". Pueden surgir gobernantes
con fundamento ético y responsabilidad histórica para quienes la investigación
de los delitos de lesa humanidad y el castigo de los culpables sean una necesidad,
una obligación para impedir tales aberraciones en el futuro y para construir
la memoria histórica que facilite un futuro sin convulsiones de identidad. En
esa óptica, Kirchner es un gobernante empeñado en buscar la justicia para una
ciudadana de su país que fue víctima de los más aberrantes delitos: ser secuestrada,
torturada, desaparecida y asesinada a los solos efectos de robarle el hijo que
había engendrado. ¿Es necesario buscar otras justificaciones? Las formas de
saldar estas tareas históricas pueden estar condicionadas por los estilos personales,
pero en ese plano también puede resultar refrescante que un político se aparte
de las hipócritas y melifluas reglas de juego cortesanas.
LA TRAMPA. Para los gobernantes que en función de compromisos secretos e inconfesables
son capaces de hipotecar todo en la defensa de la impunidad, la actitud de Kirchner
es inadmisible, irritante, pero a la vez imposible de ser cuestionada en un
debate franco. Así las cosas, el gobierno de Batlle se prepara para los nuevos
enfrentamientos que surgirán en el futuro inmediato en materia de derechos humanos,
una vez que tomó conciencia de que el episodio del asesinato de María Claudia
García de Gelman era apenas un aspecto puntual de una concepción argentina sobre
las desapariciones, los asesinatos y la práctica de la represión trasnacionalizada.
Al parecer nadie llegó a tiempo aquella tarde en que Batlle retornaba de la
Cumbre de las Américas para advertirle que si abría la boca era posible que
otra vez metiera la pata. Todo estaba montado para que Batlle diera rienda suelta
a su incontinencia verbal: el gobierno argentino había impulsado una querella
criminal por el caso María Claudia, que incluía el pedido de interrogatorio,
por exhorto, al presidente uruguayo, una iniciativa sobre la que no podía dejar
de decir algo.
Batlle hizo exactamente lo que se esperaba que hiciera, lo que ya había hecho
anteriormente: reprochó al gobierno argentino el preocuparse por María Claudia
y "no hacer nada por más de 80 desaparecidos uruguayos en Argentina".
Además de un contrasentido inicial -es el gobierno uruguayo el que no tiene
interés en saber qué pasó, porque de lo contrario hubiera reclamado una acción
decidida de parte de los gobiernos argentinos-, el reproche es injusto porque
si algo se ha avanzado en el conocimiento de la suerte de los exiliados uruguayos
desaparecidos en Argentina es por la actitud de algunos jueces, militantes de
derechos humanos, periodistas y políticos argentinos, incluso por las filtraciones
de algunos represores argentinos molestos por llevar sobre sus espaldas cadáveres
ajenos.
LA MALA CONCIENCIA. El gobierno argentino no estaba dispuesto a soportar otro
reproche, después del desaire de Batlle, que prometió ubicar los restos de María
Claudia y tras cartón aplicó la ley de caducidad a la investigación. Menos de
24 horas después del reproche de Batlle, el gobierno argentino informaba que
impulsaría otra querella criminal, ésta destinada a descubrir quiénes fueron
los asesinos de Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, quién dio la orden
y por qué fueron asesinados el 20 de mayo de 1976 en Buenos Aires. Traducido
a lenguaje de barrio, la respuesta argentina implica: "Ah, ¿querés información?
Bueno, vamos a empezar por donde más te aprieta, por aquello que de ninguna
manera querés llegar a saber".
Toda la mala conciencia de la dictadura y de sus cortesanos civiles está compendiada
en los asesinatos de los dos legisladores. Los hacedores de impunidad no pueden
siquiera justificar esos crímenes en la presunta condición de "subversivos"
de las víctimas. El actual ministro de Defensa, Yamandú Fau (a quien Búsqueda
de ayer, jueves, le atribuye haber planteado en el Consejo de Ministros su "inquietud",
al parecer compartida por algunos mandos castrenses, por el "empuje de
revisionismo"), sabe muy bien, porque era presidente, en representación
del Frente Amplio, de la comisión parlamentaria investigadora de los asesinatos
de Michelini y Gutiérrez Ruiz, por qué se clausuraron las investigaciones y
qué clase de contratiempos interpuso el entonces presidente y hoy líder de su
sector político, Sanguinetti. La única manera de impedir que los legisladores
confirmaran que Zelmar y el "Toba" fueron asesinados para fortalecer
a una fracción del Ejército en la puja de poder interno y para abortar los sondeos
de otra fracción proclive a una salida de transición era negar la información
que pudiera haber en Defensa e Interior. Así lo hizo Sanguinetti. Pero para
evitar que los legisladores siguieran hurgando, se implantó una maniobra de
"filtración del secreto" que justificó la clausura de las actuaciones.
El fantasma retorna casi 30 años después: lo que aquí no se quiso dar a conocer
puede haber sobrevivido en los archivos argentinos de la cancillería y de la
Secretaría de Información del Estado (SIDE), y ésa es la información que la
Secretaría de Derechos Humanos del gobierno argentino incluiría en la querella
criminal que se presentará a comienzos de febrero.
¿CAMBIO DE RUMBO? Los estrategas del Foro Batllista se tiran de los pelos ante
las consecuencias de los excesos verbales de nuestro presidente. Aquello que
Sanguinetti quiso mantener en secreto hasta el día de hoy puede que finalmente
explote en Buenos Aires, detonado por los "reproches" de Batlle. Quizás
por eso, adelantando varios casilleros, el miércoles 21 el senador forista Ruben
Correa Fleitas formuló impactantes declaraciones en AM Libre, durante una incisiva
entrevista del periodista Ruben Acevedo; lo que no se sabe es si esas declaraciones
expresan el punto de vista actual del Foro Batllista o el personal del senador;
es sintomático que no hubiera ninguna reacción pública.
Correa Fleitas afirmó, por lo menos en cuatro ocasiones en su conversación con
Acevedo, que los asesinatos de Michelini y Gutiérrez Ruiz "no están comprendidos
en la ley de caducidad" y que corresponde a las autoridades argentinas
investigarlos. Dijo más: dijo expresamente que "hubo voluntad política"
para excluir esos casos del alcance de la ley, y que por lo tanto esos asesinatos
"pueden ser investigados y castigados" por la justicia uruguaya, aunque
en principio ello corresponde, dijo, a la justicia argentina. Preguntado si
él integraría una nueva comisión parlamentaria para proseguir la investigación
abortada, dijo que "haré lo que mande mi partido".
Cosas veredes, Sancho: un artículo de la ley de caducidad decía que los asesinatos
de Michelini y Gutiérrez Ruiz quedaban expresamente excluidos de los alcances
de esa ley. El artículo luego fue eliminado de la versión final porque, como
fundamentó el entonces senador Luis Alberto Lacalle, era innecesario: cómo alguien
iba a suponer que algún militar uruguayo dio la orden y otros la cumplieron.
Pero Lacalle no dijo nada cuando Sanguinetti ordenó archivar las actuaciones
judiciales del caso; los antecedentes habían sido enviados a la justicia una
vez que los diputados resolvieron desarticular la comisión investigadora y el
juez debió preguntarle al presidente qué hacer.
Sanguinetti nunca fundamentó por qué consideró que los asesinatos de Michelini
y Gutiérrez Ruiz habían sido acciones dictadas por los mandos militares, tal
como requiere la ley para el perdón. Pero sí es evidente que su convicción expresada
en su primera presidencia se da de patadas con la convicción de última hora
de su senador Correa Fleitas. Bueno sería saber si el líder del Foro Batllista
coincide en que aquellos asesinatos no están amparados por la impunidad. Si
así fuera, estaría indicando que los secretos que pueden salir a luz en Buenos
Aires con la querella obligan a poner las barbas en remojo.