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7 de julio del 2002
Del síndrome "Nimby" al efecto "Yimby"
Rafael León Rodríguez
La reacción que se produce entre determinados ciudadanos que se
organizan para enfrentarse a los riesgos que supone la instalación en
su entorno inmediato de ciertas actividades o instalaciones que son percibidas
como peligrosas fue denominada, hace ya algunos años, con las siglas
NIMBY, del inglés not in my back yard, que se traduce al español
como no en mi patio trasero o no en mi jardín.
El efecto o síndrome NIMBY contiene en si mismo connotaciones negativas,
que resultan más evidentes si utilizamos el termino SPAN, versión
castellanizada de las siglas inglesas y que significan sí, pero aquí
no. Es decir, el efecto NIMBY o SPAN, como se prefiera, responde en teoría
a planteamientos no exentos de insolidaridad, ya que la oposición de
los ciudadanos no se produce ante la verdadera esencia del problema, sino por
que este les afecta directamente. Esta supuesta insolidaridad es, además,
una de las principales críticas que se hacen a estos grupos ciudadanos
con el objetivo de desprestigiarlos y acabar instalando la actividad o instalación
pretendida. No obstante, esta suele ser una crítica falaz ya que, por
lo general, la oposición de estos grupos ciudadanos suele ser más
global de lo que parece. Lo que ocurre es que siendo conscientes muchas veces
de los efectos negativos de actividades e instalaciones inherentes al actual
modelo de crecimiento insostenible, los ciudadanos no nos movilizamos hasta
que no nos vemos afectados directamente. Ahí radica la verdadera insolidaridad.
En cualquier caso, el efecto NIMBY merece una valoración más positiva
que negativa, siempre que lleve implícita una crítica global a
los actuales modelos de producción y consumo. Un argumento muy utilizado
contra la "nimbyzación" es que los ciudadanos "afectados" se oponen a
instalaciones y actividades que son necesarias, no importándoles que
se ubiquen lejos de su entorno. No obstante estas instalaciones, la mayoría
de las veces sólo son necesarias en función de la organización
presente del sistema de producción y consumo, basadas en un beneficio
económico rápido y tremendamente polarizado. Ahí debemos
dirigir la acción local, no sólo a la oposición a proyectos
que directamente nos afectan de modo negativo, sino también al planteamiento
de alternativas y a poner en evidencia su innecesariedad en un mundo realmente
sostenible. Hay que, partiendo de la idea de que otro mundo es posible,
universalizar el concepto de not in mi back yard mediante su metamorfosis
hacia una concepción global consistente en not in a sustentable world
(no en un mundo sostenible). Porque realmente las cosas se pueden hacer
de otro modo; unos cuantos (los que hoy más tienen) se dejarán
y se deben dejar muchas cosas en el camino, pero ganaremos todos.
Pero en el camino hacia ese otro mundo posible ya ha surgido un serio obstáculo
en la forma de una mutación perversa del síndrome NIMBY: un efecto
que los ingleses bien podrían denominar YIMBY (yes in my back yard
o sí en mi patio trasero) o que yo modestamente bautizaré
paganamente como NPAS (no pero aquí sí). No se sabe bien
si su causa es un retrovirus o una bacteria o simplemente tienen un origen no
somático. Lo que sí parece claro es que los primeros afectados
pertenecen a la clase política y empresarial y que poco a poco va adquiriendo
caracteres de epidemia en el mundo que aberrantemente denominados desarrollado,
cuando en realidad lo que hace es crecer inconteniblemente de manera similar
a como lo hace un tumor maligno.
Los síntomas de este nuevo síndrome o enfermedad son muy simples
y evidentes: Hay una conciencia clara de la existencia de muchos, variados e
interrelacionados problemas socio-ambientales graves, se conoce su origen y
se sabe que es lo que hay que dejar de hacer para comenzar a darles solución,
eso sí con la excepción de mi patio trasero. Sí en mi patio
trasero. No, pero aquí sí.
El discurso vacío del desarrollo sostenible ha calado hondo. Ningún
político o empresario que se precie deja de pronunciar ese término
al menos una vez al día. Ninguno deja de denunciar los graves problemas
ecológicos que nos afectan global o localmente.
El discurso políticamente correcto debe, por ejemplo, mostrar una grave
preocupación ante el cambio climático y debe enfatizar la necesidad
de dejar de quemar combustibles fósiles para reducir la emisión
de CO2. Pero ese mismo discurso políticamente correcto debe plantear
que en mí Estado, mí Comunidad Autónoma, mí provincia
es preciso instalar muchas centrales de ciclo combinado, ya que de ello depende
la creación de puestos de trabajo, la elevación del nivel de vida
y hasta casi la felicidad… y, por supuesto una cosecha de votos cuyo mejor fertilizante
es la demagogia y la falacia.
Es preciso racionalizar el sistema de transporte potenciando los sistemas más
eficientes ecológica y socialmente, como el ferrocarril, y reduciendo
las necesidades de transporte con políticas urbanísticas y de
ordenación territorial radicalmente diferentes a las que hasta el momento
se han estado ejecutando. Pero si cerca de mi pueblo me quieren construir una
autopista, la apoyaré hasta la muerte. Poco importa que agrave el problema
del cambio climático, poco que contribuya a agotar un recurso no renovable
y básico como es el suelo, poco que destruya ecosistemas únicos,
poco, incluso, que no sea necesaria… al fin y al cabo la mayoría de las
necesidades de nuestro mundo civilizado ha sido creadas artificialmente.
Lo que importa es que mis conciudadanos no me vean como alguien que va contra
un síntoma tan evidente de progreso como es una autopista, además
!que difícil resultaría explicarles lo contrarioˇ Es preferible
difundir lo que consideramos una mentira, siempre que nos reporte votos fáciles,
que tratar de explicar lo que pensamos que es complicadamente cierto, aún
a riesgo de equivocarnos.
Es preciso preservar el poco litoral más o menos bien conservado que
nos queda. Pero en mí pueblo es necesario levantar todas las urbanizaciones
posibles. De ello depende el futuro (el futuro beneficio económico a
corto plazo de las grandes cadenas turísticas).
Es preciso… pero.
Los síntomas del YIMBY o NPAS son claros pero, al igual que aun no se
ha podido determinar su origen, tampoco se ha encontrado una terapia adecuada,
y poco a poco se van contaminando muchos de los que aun presumiendo de alternativos,
lo único que pueden acabar consiguiendo es una alternancia políticamente
correcta y social y ecológicamente devastadora.
Lo único claro es que los afectados por el YIMBY están imposibilitados
para pregonar otro mundo posible. Las reacciones secundarias son imprevisibles.