Sudáfrica: Las grandes empresas impusieron la agenda
La cumbre que no se pudo salvar a sí misma
Naomi Klein Masiosare ¿Alguien creía que la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sustentable podía salvar al mundo? La pregunta era, más bien, si la cumbre podría salvarse a sí misma. Y no pudo. Las grandes empresas lograron evitar acuerdos que tiendan a regularlas y los resultados fueron un fiasco para las naciones pobres. Un desenlace congruente con los escenarios que Johannesburgo ofreció en estos días: "En los restaurantes gourmet del ultra–rico suburbio Sandton, los delegados literalmente se cenan su consternación por los pobres. Mientras, los pobres son escondidos, atacados y enviados a prisión como resultado de lo que se ha convertido en el acto icono de resistencia en un mundo insostenible: rehusarse a desaparecer" JOHANNESBURGO, SUDAFRICA. Cuando Río de Janeiro fue anfitrión de la primera Cumbre de la Tierra en 1992, había tanta buena voluntad en torno al evento que lo apodaron, sin ironía, la Cumbre para Salvar al Mundo. Ahora, en Johannesburgo, nadie afirmó que la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sustentable pudiera salvar al mundo. La pregunta era, más bien, si la cumbre se podía salvar a sí misma.
El asunto que prevalece es lo que los burócratas de la ONU llaman "implementación" y el resto de nosotros llama "hacer algo". Mucha de la culpa de la "brecha en la implementación" se coloca a los pies de Estados Unidos. Fue George W. Bush quien abandonó el Protocolo de Kyoto, que contiene las únicas regulaciones ambientales significativas que emergieron de la conferencia de Río. Fue Bush quien decidió no venir a Johannesburgo, y señaló que los asuntos que se estaban discutiendo aquí –desde saneamiento básico a energía limpia– son prioridades menores para su administración. Y fue la delegación estadunidense la que estuvo bloqueando con mayor beligerancia todas las propuestas que involucraban ya fuese directamente regular a las empresas multinacionales o dedicar significativos nuevos fondos al desarrollo sostenible.
Pero arremeter contra Bush es demasiado sencillo: la cumbre no sólo falló por algo que estuviese sucediendo en Johannesburgo. Falló porque todo el proceso estaba entrampado desde el principio. Las condiciones de Coca-Cola
Cuando el empresario y diplomático canadiense Maurice Strong fue nombrado para presidir la cumbre en Río hace 10 años, se imaginaba una masiva reunión que atrajera a la mesa a todos los jugadores con intereses en el tema, es decir, no sólo a los gobiernos, sino también a las organizaciones no gubernamentales (ambientalistas, grupos indígenas, grupos de cabildeo), así como a las empresas multinacionales.
La visión de Strong permitió más participación de la sociedad civil que ninguna otra conferencia de la ONU antes, al mismo tiempo que recaudó montos sin precedente de fondos empresariales para la cumbre (ayudó el hecho de que la Coca-Cola donó su equipo de mercadotecnia y Swatch produjo una edición limitada del reloj de la Cumbre de la Tierra). Pero el patrocinio tenía un precio. Las empresas llegaron a Río con claras condiciones: adoptarían prácticas ecológicas sostenibles pero sólo voluntariamente –a través de códigos sin compromisos y sociedades de "mejores prácticas" con ONG y gobiernos–. En otras palabras, cuando el sector negocios llegó a la mesa en Río, la regulación directa de los negocios fue desechada.
En Johannesburgo, estas "sociedades" han pasado a la auto-parodia, con el centro de conferencias repleto de mostradores de "autos limpios" de BMW y anuncios espectaculares de diamantes De Beers con el lema "El Agua es para Siempre". El principal patrocinador de la cumbre es Eskom, la compañía energética nacional sudafricana que pronto será privatizada. Según un reciente estudio, la actual restructuración de Eskom ha propiciado que 40 mil hogares pierdan el acceso a la electricidad cada mes.
Y esto lleva al corazón del debate real sobre la cumbre. De las demandas a la acción directa
El Consejo Mundial de Negocios por el Desarrollo Sustentable, un grupo empresarial de cabildeo fundado en Río, insiste en que la vía hacia la sustentabilidad es la misma fórmula de goteo–hacia–abajo ya impuesta por la Organización Mundial del Comercio y el Fondo Monetario Internacional: los países pobres deben mostrarse hospitalarios hacia la inversión extranjera, normalmente a través de privatizar sus servicios básicos, del agua y la electricidad a los servicios de salud. Así como en Río, estas empresas empujan hacia las "sociedades" voluntarias en vez de hacia las regulaciones de "mandato y control".
Pero estos argumentos suenan diferentes hoy a hace una década. Después de Enron, es difícil creer que se pueda confiar en que las compañías lleven en orden sus libros de contabilidad, ya no se diga salvar al mundo. Y a diferencia de hace una década, el modelo económico de desarrollo laissez-faire es militantemente rechazado por los movimientos populares alrededor del mundo, especialmente en América Latina, pero también aquí en Sudáfrica.
Esta vez, muchos de los actores del desarrollo sostenible no estaban en la mesa oficial, sino en las calles u organizando conferencias contra la cumbre para planear muy distintas rutas al desarrollo: cancelación de la deuda, poner fin a la privatización del agua y la electricidad, reparaciones a los abusos del apartheid, vivienda accesible, reforma agraria. La más ambiciosa fue la Semana de los Sin Tierra, un evento paralelo donde se argumentaba que las promesas no cumplidas de llevar a cabo una sustancial reforma agraria –en Sudáfrica y en el mundo en desarrollo postcolonial– han sido la mayor barrera al desarrollo sostenible global.
Lo esencial de estos movimientos es que ya no están dispuestos a simplemente hablar sobre sus demandas –las están llevando a cabo–. En los pasados dos años, Sudáfrica ha experimentado un resurgimiento de la acción directa, con grupos como la Comisión de la Crisis de la Electricidad de Soweto, el Movimiento de los Sin Tierra, el Foro de Ciudadanos Preocupados de Durban y la Campaña contra los Desalojos de Cape Town, organizándose para la defensa del derecho a la vivienda, para reclamar la tierra improductiva y para reconectar el agua y la electricidad cortados en los municipios. La "nueva imagen" de Sudáfrica
El gobierno sudafricano parece haber decidido que si nada surge de ella, la cumbre es, al menos, una oportunidad para "cambiar las concepciones erróneas sobre la seguridad en Sudáfrica [y] atraer la atención de los turistas extranjeros y los inversionistas", en las palabras del policía provincial comisionado Perumal Naidoo.
Lo que esto significa, en la práctica, es que mientras letreros en la calle invitaban a los delegados a "sentir el pulso" de "la Sensacional Ciudad", Sandton, el suburbio ultra rico donde tuvo lugar la conferencia se transformó en una zona militar, con todo y aviones espías de control remoto que patrullaban los cielos. Todas las protestas estuvieron restringidas a un "corral de lucha" de 1.8 kilómetros, como muchos lo llamaron, y aún ahí, sólo se hacían las marchas autorizadas por la policía.
Los vendedores ambulantes y los mendigos fueron barridos de las calles, los residentes de los campamentos de invasores fueron desalojados (muchos fueron trasladados a sitios menos visibles, lejos de las calles más transitadas). Moss Moya, un residente del municipio que se enfrenta a un desalojo del que ha sido su hogar durante 18 años, tiene poca esperanza en que la cumbre ayude a los pobres de Sudáfrica. "Si nos van a ayudar", dice, "necesitan vernos". Pero cuando Moya y sus vecinos realizaron una manifestación para resistir los intentos de reubicación atrás de un conjunto de árboles, la policía tomó medidas represivas y Moya, un ex simpatizante del Congreso Nacional Africano, recibió un disparo en la boca con una bala de goma, la cual le desprendió seis dientes. Cuando fue a levantar una queja ante la policía, lo metieron a la cárcel. Moya y unos mil residentes más del municipio decidieron llevar su lucha al centro de Johannesburgo, y realizaron una manifestación pacífica fuera de las oficinas del mandatario de Gauteng, la provincia en la cual está localizada Johannesburgo. Justo bajo un letrero que anuncia "El Pueblo de Gauteng le da la Bienvenida a los Delegados del WSSD a la Provincia", 77 manifestantes fueron arrestados, incluyendo a todos los líderes del Movimiento de Los Sin Tierra.
El 24 de agosto, la policía incluso atacó una "marcha por la libertad de expresión", que a la luz de centenares de velas se llevó a cabo para protestar contra los arrestos masivos. La marcha organizada espontáneamente se dirigía a la prisión en el centro, pero antes de que los mil activistas locales e internacionales hubiesen caminado una cuadra, la policía antidisturbios los rodeó e hizo una barricada en la calle. Sin aviso, granadas paralizantes fueron lanzadas contra los manifestantes, hiriendo a tres.
El lunes pasado, durante una manifestación a favor de Palestina que tuvo lugar en la calle, afuera del recinto donde Shimon Peres, el ministro israelí del Exterior, daba un discurso, soldados dispararon balas de goma y cañones de agua, hiriendo a varios manifestantes.
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La Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sustentable no va a salvar al mundo; simplemente ofrece un espejo exagerado de él. En los restaurantes gourmet del super rico Sandton, los delegados literalmente se cenan su consternación por los pobres. Mientras, tras las rejas, los pobres son escondidos, atacados y enviados a prisión como resultado de lo que se ha convertido en el acto icono de resistencia en un mundo insostenible: rehusarse a desaparecer. (Traducción: Tania Molina Ramírez)
El libro más reciente de Naomi Klein es Fences and Windows: Dispatches From the Front Lines of the Globalization Debate (HarperCollins), en proceso de traducción al español. Una versión de este artículo fue publicada en The Nation.