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Los planes detrás del plan
Por Claudio Uriarte
El presunto plan de paz saudita para Medio Oriente terminó de mostrar
su inexistencia ayer. De un lado, quedó claro que una de sus exigencias
era el derecho de los refugiados palestinos a volver a Israel, que implicaba
la inverosímil conversión del Estado judío en un Estado
árabe. Del otro, la cumbre de la Liga Arabe donde fue presentado se autodestruyó
en el curso de unas horas a partir de la negativa del Líbano a permitir
la transmisión de la teleconferencia de Yasser Arafat. Anteayer era el
primer ministro israelí Ariel Sharon quien impedía que Arafat
viajara a Beirut a refrendar la iniciativa saudita; ayer fue el presidente libanés
Emile Lahoud el que impidió que la refrendara por televisión.
Detrás del bloqueo se encuentra Siria, un país que tiene al Líbano
bajo virtual intervención militar, y que trabajó celosamente en
pos de un endurecimiento del lenguaje del "plan de paz saudita". De
esto se deduce lo mismo que ya se sabe desde el acuerdo de paz egipcio-israelí
de Camp David en 1978: que las negociaciones bilaterales de Israel con los países
árabes pueden tener éxito, pero las multilaterales jamás
lo lograrán, porque las diferencias dentro del mosaico árabe,
así como su correlativa superstición por los desenlaces "unánimes",
siempre vuelcan el resultado a favor del miembro más intransigente. En
otras palabras, no hay paz ni la habrá en las líneas del "plan
saudita", que sólo prometía una ambigua "normalización"
con Israel a cambio de una vuelta de Israel –que de todos modos jamás
se va a producir– a sus endebles líneas fronterizas de 1967. Un kamikaze
palestino rubricó sangrientamente este desenlace causando 20 muertos
y más de 100 heridos en Netanya.
Pero el desenlace no puede atribuirse exclusivamente a los Estados de línea
dura, que tan cruelmente habrían frustrado los esfuerzos de la virginal
paloma de paz saudita. Porque Arabia Saudita es un Estado fundamentalista islámico
en primer lugar, y su príncipe regente no pudo tener la inocencia de
ignorar que Siria y Líbano endurecerían su oferta de "paz"
hasta volverla inaceptable para cualquier gobierno israelí. Sus verdaderos
propósitos al lanzar la oferta fueron dos: 1) recomponer relaciones con
Estados Unidos después de los atentados del 11 de septiembre, donde el
jefe intelectual, la mayoría de los operadores prácticos y presuntamente
una parte de sus financistas fueron sauditas; y 2) desviar el impulso que se
estaba construyendo desde el Pentágono estadounidense a favor de una
invasión a Irak. Arabia Saudita ha triunfado en estos dos propósitos
aunque –o más bien precisamente– gracias a que su plan se hundió:
fue un puro ejercicio de relaciones públicas diseñado precisamente
para ser rechazado, no al revés.
Lo que queda girando en el vacío es nuevamente la política de
Estados Unidos, que jugó su capital político a favor de papeles
sin ningún valor, y que persiste en una mediación en Medio Oriente
en pos de un acuerdo de cese del fuego que los palestinos de las más
distintas tendencias coinciden en rechazar. Detrás de esta política
está la connivencia de la administración Bush con los grandes
intereses petroleros; pero su consecuencia práctica será alentar
la misma multiplicación de atentados que se propone evitar, y el previsible
resultado último será la consolidación en las encuestas
de Benjamin Netanyahu, el rival de línea dura de Ariel Sharon.