VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Medio Oriente

Las perspectivas del proceso de paz

Noam Chomsky
La Jornada

Para hacer sentido de lo que ocurre hoy en Medio Oriente, es pertinente retroceder algunos pasos y contemplar los sucesos desde una perspectiva algo más amplia. Cualquier discusión de lo que se ha llamado el "proceso de paz" debe tener en cuenta el significado operativo de la frase: por definición, "proceso de paz" es todo aquello que el gobierno de Estados Unidos tenga pensado alcanzar. Si uno pesca tan esencial principio, entenderá que Washington mine la paz, mediante esfuerzos tan claramente proclamados, como vía para impulsar un proceso de paz. Ilustremos.
En enero de 1988 la prensa reportó un "viaje de paz" del secretario de Estado George Shultz a Centroamérica. El encabezado decía: "Shultz planea viaje de paz a Latinoamérica". El balazo explicaba el objetivo: "La misión es el último esfuerzo por desactivar la oposición a la ayuda a la contra" nicaragüense. Los funcionarios del gobierno estadunidense abundaban diciendo que la "misión de paz" era "la única manera de salvaguardar" la ayuda a los contras ante "una creciente oposición al interior del Congreso".

El sentido de oportunidad es importante. En agosto de 1987, pese a fuertes objeciones en Estados Unidos, los presidentes centroamericanos habían arribado a un tratado de paz en torno a los amargos conflictos de la región: los Acuerdos de Es-quipulas. Estados Unidos actuó de inmediato para minarlos y para enero lo había conseguido. Había excluido, con mucha efectividad, el único "elemento indispensable" citado en los acuerdos: cancelar el apoyo estadunidense a los contras (y los vuelos de abastecimiento promovidos por la CIA se triplicaron al instante y el terror desplegado por la contra se incrementó).
Washington eliminó también el segundo principio básico de los acuerdos: que toda previsión en torno a derechos humanos se aplicara no sólo a Nicaragua sino a los clientes de Estados Unidos (por mandato del gobierno estadunidense debían aplicarse exclusivamente a Managua). Washington se las arregló para dar término a las misiones internacionales de observación y evaluación, muy vilipendiadas por haber cometido el crimen de describir con veracidad lo que ocurría desde la adopción del plan en agosto.
Para consternación del gobierno del presidente Ronald Reagan, Nicaragua aceptó, pese a todo, la versión de los acuerdos adosada por el poder estadunidense, lo que dejó a Estados Unidos sin argumentos. Esto condujo a la publicitada "misión de paz" de Shultz, emprendida para avanzar "en el proceso de paz", asegurándose de que no hubiera reflujo alguno en su programa de demolición.
En resumidas cuentas, la "misión de paz" era "el último dique" para bloquear la paz y movilizar al Congreso estadunidense en apoyo al "uso ilegal de fuerza" por el que Washington recibiera una recomendación condenatoria en la Corte Mundial.
El recuento del "proceso de paz" en Medio Oriente tiene visos semejantes, pe-ro más extremos. A partir de 1971, Estados Unidos se hallaba virtualmente solo en la arena internacional por impedir todo acuerdo diplomático negociado del conflicto palestino-israelí: el "proceso de paz" es el recuento de sus esfuerzos.
Revisemos brevemente los esenciales.
En noviembre de 1967, por iniciativa estadunidense, el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU) adoptó la resolución 242 en torno al punto "tierra por paz". Según entendimiento explícito de Estados Unidos y otros signatarios, la resolución 242 de la ONU llamaba a un acuerdo pleno de paz basado en las fronteras previas a junio de 1967, con algunos ajustes menores pactados mutuamente, pero sin ofrecer nada más a los palestinos. Cuando el presidente Anwar el Sadat, de Egipto, aceptó la posición oficial estadunidense en febrero de 1971, Washington revisó la resolución 242, para que la retirada de Tel Aviv se entendiera como parcial, según lo determinaran Estados Unidos e Israel. Esa revisión unilateral es lo que hoy se conoce como "tierra por paz", lo que refleja el poder estadunidense en los ámbitos de la doctrina y la ideología.
Un reporte de la Ap sobre la ruptura de las negociaciones en Campo David apunta que la declaración oficial final, "como gesto a Arafat", expresaba que "el único camino a la paz era la adopción de las resoluciones tomadas por el Consejo de Seguridad de la ONU después de las guerras de Medio Oriente de 1967 y 1973. Estos documentos hacían un llamado a Israel a que renunciara al territorio conquistado a los árabes a cambio de fronteras seguras". La resolución de 1967 es la 242, que implicaba la retirada total israelí con algunos ajustes menores y mutuamente pactados; la resolución de 1973 es sólo una adhesión a la resolución 242, sin cambios. Pero el significado de la resolución 242 cambió crucialmente desde febrero de 1971, conformándose a los dictados de Washington.
El fallecido presidente Sadat alertó que el rechazo estadunidense-israelí a la resolución 242 original conduciría a la guerra. Ni Estados Unidos ni Israel lo tomaron en serio, apalancados en argumentos extraordinariamente racistas y triunfalistas, que en Israel asumieron después la forma de amargas denuncias. Egipto se embarcó en la guerra en octubre de 1973.
Fue casi un desastre para Israel, y para el mundo: no eran triviales las perspectivas de un intercambio bélico con armas nuclea-res. La guerra de 1973 dejó claro, incluso a Henry Kissinger, que Egipto no era fruta en la canasta y que no podía menospreciársele así nomás. Washington viró entonces a su estrategia natural de respaldos: excluir a Egipto del conflicto para que Israel, montado en el apoyo estadunidense, procediera a integrar los territorios ocupados y atacara Líbano.
Esto se logró en Campo David en 1978, y hoy se continúa publicitando como el gran momento en el "proceso de paz".
Mientras tanto, Estados Unidos vetó las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU que pugnaban por un arreglo di-plomático que incorporara la resolución 242 e incluyera derechos para los palestinos. Estados Unidos vetó año con año (junto con Israel y una que otra vez con otros estados clientes) resoluciones semejantes de la Asamblea General, y bloqueó todo esfuerzo por alcanzar una solución pacífica al conflicto que proviniera de Europa, los estados árabes o la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).
Este rechazo constante de un acuerdo diplomático es el "proceso de paz". Hace ya tiempo que los datos fueron vetados de los medios de comunicación y en gran medida se han diluido para la academia, pero es fácil descubrirlos.
Después de la Guerra del Golfo, Estados Unidos estaba, por fin, en posición de imponer su postura unilateral de rechazo y así lo hizo, primero en Madrid a fines de-1991 y luego en los acuerdos subsecuentes
Israel-OLP a partir de 1993. Con estas medidas, el "proceso de paz" avanzó hacia arreglos al estilo bantustán que Estados Unidos e Israel han propugnado. Eso está claro para cualquiera que tenga los ojos abiertos y es transparente si nos atenemos a los registros documentales y, sobre todo, a las crónicas en el terreno. Eso nos lleva al periodo actual.
En julio de 2000 y después de varias semanas de deliberación en Campo David, se reportó consistentemente que el principal punto de tropiezo es Jerusalén. El re-cuento final reitera esa conclusión. La ob-servación no es falsa, pero sesga un tanto. Se han propuesto algunas soluciones "crea-tivas" para permitir el asiento de autoridades simbólicas palestinas en Jerusalén, o en Al Quds, como se conoce la ciudad en árabe. Esto incluiría la administración palestina de los barrios árabes ?si es racional, revira Israel?, arreglos para que se respeten los sitios religiosos islámicos y cristianos y una capital palestina en el poblado de Abu Dis, cerca de Jerusalén, a la que podría llamarse "Al Quds" con un poco de prestidigitación. Tal empresa podría haber tenido éxito, y todavía puede tenerlo. Pero surge un problema más espinoso en cuanto uno hace la pregunta básica: ¿Qué es Jerusalén?
Cuando Israel conquistó la franja occidental en junio de 1967 se anexó Jerusalén ?sin mucha cortesía?. Por ejemplo, se reveló recientemente en Israel que el 10 de junio de ese año, cuando se destruyó el barrio árabe Mughrabi, cerca del Muro de las Lamentaciones, fue tal la prisa que un número indeterminado de palestinos quedó enterrado en las ruinas que dejaron los bulldozers.
Muy pronto Israel triplicó las fronteras de la ciudad. Los subsecuentes programas de desarrollo, emprendidos con muy pocas variantes por todos los gobiernos, buscaban expandir los límites del "gran Jerusalén" bastante más allá. Los mapas actuales israelíes muestran con gran claridad la articulación de los planes básicos.

El 28 de junio el diario más importante de Israel, Ha'aretz, publicó un mapa que detalla "el propósito israelí de un asentamiento permanente". Este es virtualmente idéntico al Mapa de Estatus Final, de manufactura gubernamental, presentado un mes antes. El territorio a ser anexado en torno al ya expandido "Jerusalén" se extiende en todas direcciones. Hacia el norte llega más allá de Ramallah, al sur más allá de Belén, los dos poblados palestinos más importantes.
Se dejarían bajo control palestino, pero colindando con territorio israelí, y en el caso de Ramallah el poblado quedaría segmentado del territorio palestino hacia el este. Como todo el territorio palestino, ambos poblados están separados de Jerusalén, el centro de la vida en la franja occidental, por territorio anexado a Israel. Hacia el este, el territorio a ser anexado incluye el pueblo israelí de Ma'ale Adumin, en rápida expansión, y se extiende hasta Vered Jericó, un pequeño asentamiento que bordea el poblado de Jericó. La saliente llega hasta la frontera con Jordania. Toda esta frontera será anexada a Israel junto con la saliente de "Jerusalén" que parte la franja occidental. Otra saliente que habrá de anexarse más al norte impone virtualmente una segunda partición.
La intensiva construcción y los proyectos de asentamientos de los años recientes se diseñaron para "crear hechos" que condujeran a un "asentamiento permanente". Este es el claro compromiso asumido por los go-biernos sucesivos desde el primer "acuerdo de Oslo", que data de septiembre de 1993.
En sentido contrario a muchos comentarios, funcionarios como Yitzhak Rabin, Shimon Peres o Ehud Barak, vistos como palomas, han sido por lo menos tan fieles a este proyecto como el tan repudiado Benjamin Netanyahu, aunque ellos pudieron proseguir con sus fines sin tanta protesta. Aquí cabe también un relato familiar. En febrero de este año la prensa is-raelí reportó que el número de edificios en construcción aumentó un tercio entre 1998, con Netanyahu, y el año en curso, con Barak. Un análisis del corresponsal israelí Nadav Shragai revela que sólo una pequeña fracción de las tierras asignadas a los asentamientos se usa para la agricultura u otros propósitos.
En Ma'ale Adumin, por ejemplo, las tierras asignadas suman 16 veces el área utilizada, y hay proporciones semejantes en otras partes.
Los palestinos han interpuesto demandas ante la Suprema Corte Israelí oponiéndose a la expansión de Ma'ale Adumin, pero han sido rechazadas. En noviembre pasado, al rechazar una de las demandas, un juez de la Suprema Corte explicaba que "algún beneficio surgirá del desarrollo económico y cultural de Ma'ale Adumin para los poblados (palestinos) vecinos", lo que fragmenta efectivamente la franja occidental. Tales proyectos se llevan a cabo gracias a la benevolencia de los contribuyentes estadunidenses, mediante "creativos" mecanismos que hacen invisible el dato de que existe una ayuda oficial de Estados Unidos apartada para tales propósitos.
El resultado propuesto es que un posible Estado palestino consistiría en cuatro cantones de la franja occidental: Uno, Jericó. Dos, el cantón sur que se extiende hasta Abu Dis (el nuevo Jerusalén árabe). Tres, un cantón norte que incluye las ciudades palestinas de Nablus, Jenin y Tulkarem. Cuatro, un cantón central que incluye Ra-mallah. Estos cantones están completamente cercados por territorio que se anexaría Israel. Las áreas de población palestina serían administradas por los palestinos en una adaptación del sistema colonial tradicional, lo que parece ser, a ojos de Israel y Estados Unidos, el único devenir sensato.
Los planes previstos para la franja de Gaza, un quinto cantón, son inciertos: Israel podría renunciar a ésta, o podría mantener la región costera sur y otra saliente que dividiría virtualmente la franja abajo de la ciudad de Gaza.
Estos lineamientos son consistentes con las propuestas enfatizadas desde 1968, cuando Israel adoptó el plan Allon, que nunca se presentó formalmente pero con el que se intentó incorporar a Israel 40 por ciento de la franja occidental. Desde entonces, el ultraderechista general Ariel Sharon, el Partido Laborista y otros han propuesto algunos planes específicos. Son muy semejantes en concepción y lineamientos. El principio básico es que el territorio utilizable al interior de la franja occidental y los recursos cruciales (sobre todo el agua) deben permanecer bajo control israelí, pero que la población deberá ser controlada por un régimen palestino clientelar, que se espera sea corrupto, bárbaro y dócil. Así, los cantones administrados por palestinos podrán proporcionar a la economía israelí mano de obra barata y fácilmente explotable. A largo plazo, la población podría "transferirse" a otra parte, de alguna forma.
Es factible imaginar esquemas "creativos" para imprimirle delicadeza a los puntos relacionados con los sitios de culto religioso y la administración de los barrios palestinos de Jerusalén. Pero los problemas fundamentales están en otras esferas. No queda claro que puedan resolverse con sensatez en el marco de las naciones-Estado impuesto por la conquista y la dominación occidentales en buena parte del mundo, con consecuencias asesinas al interior de la propia Europa por siglos, por no hablar de los efectos que hoy ya la rebasaron.

Este artículo fue publicado originalmente el 19 de octubre de 2000; por su actualidad, se reproduce.