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AMOS OZ, NOVELISTA, CUENTISTA Y ENSAYISTA ISRAELI
Sobre la justicia Candidato al Nobel, sutil explorador de las relaciones de
familia, ensayista lúcido e incómodo, Oz es una de las voces más
respetadas de Medio Oriente. Aunque se niega a hablar como un político
del conflicto árabe-israelí, esa guerra planea sobre su obra y
sobre este diálogo.
Por Andrew Graham-Yooll
–En las regiones de conflicto siempre se les requiere a los escritores que opinen
sobre una variedad de aspectos de la política. Esto sucedió en
América latina y también en los Balcanes. ¿Por qué a los
escritores y no a los químicos o biólogos?
–A eso le diría, en primer lugar, ¿por qué no consultar a los
químicos, biólogos, chóferes de taxi y técnicos
de aire acondicionado, por la relevancia e influencia de cada gremio en nuestras
vidas? Cada uno tiene diferente forma de sabiduría. Por lo tanto, el
comentario sería, ¿y por qué no los escritores también?
Pero a esto agrego, los hombres y mujeres que hacen uso de las palabras como
profesión, esa gente que se levanta a la mañana y de inmediato
comienza a lamentar el mal uso de los adjetivos, la puntuación y los
giros, esa gente tiene el oído puesto en ciertas distorsiones del lenguaje.
Y yo creo que todos los horrores del mundo siempre han comenzado por la distorsión
del lenguaje. Pienso que en cualquier lugar donde hay gente a la que se les
denomina parásitos, o individuos inútiles, como fueron llamados
algunos en tiempos de los nazis o del estalinismo, es solamente una cuestión
de tiempo antes que esos parásitos o insectos sean enviados al exterminio.
Por lo tanto quizás los escritores tengan el oído afinado como
para detectar a tiempo los síndromes de degeneración. Es por eso
que los escritores están equipados para servir como un detector de humo
o como alarmas contra incendio del idioma.
–En su último libro, El mismo mar...
–Bueno, ése no es el último, hay otro que está por aparecer
en Jerusalén. El título es Una historia de amor y oscuridad.
–Bien, pero en el que yo conozco como su último, El mismo mar, usted
dice, o por lo menos transmite la idea, que la escritura es un acto político.
Pero también parece expresar cierta tristeza de que sea así, como
si deseara la privacidad que se le niega a un escritor conocido. ¿No hay una
contradicción ahí? ¿O le parece que los dos sentidos se acomodan?
–Yo digo que la escritura es una acción meta política, no política,
pero metapolítica. Porque muchas veces es política sólo
en el sentido más amplio de la palabra, muy amplio. Casi toda la escritura
que admiro como lector es metapolítica más que política.
Yo no escribo manifiestos. Cuando los escribo los incorporo a mis ensayos y
artículos, para decirle al gobierno que se vaya al Infierno. Nunca siguen
mi consejo, por alguna razón. Pero ahí les digo que se vayan al
diablo. Pero no escribo una novela o un cuento para decirle al gobierno que
se vaya al Infierno o para decirle a la gente cómo votar. Yo escribo
sobre cosas muy privadas. Si tengo que decir en una palabra sobre que escribo,
diría que "familias". Y si me dan dos palabras, de "familias
infelices". No sé si esto tiene ecos de lo privado, o público
o político. No se si entiendo la diferencia. Ni siquiera sé si
la diferencia es útil para el caso.
–Sus relatos parecen situados en el o en un desierto... ¿Es esto un producto
de su propio medio ambiente, o del ambiente que utiliza como sensación
de ser (como en los relatos de la campiña de Ivan Turgenev, por ejemplo)?
Se me ocurre que esto sucede en la novela Un descanso verdadero, donde, si leo
bien, usted usa el fondo de la novela rusa, con el elemento político
implícito, en el contexto de un horizonte desierto...
–La idea de una comparación de desierto y planicie como en Turgenev es
interesante. Mis novelas se sitúan en Jerusalén y Tel Aviv, en
un kibbutz imaginario, en desiertos y diferentes lugares de Israel. Creo que
la comparación con Turgenev es válida en cierto aspecto: en el
paisaje como estado de humor y en que soy escritor de exteriores. Mis novelas
transcurren casi siempre fuera de la casa. Quizás en el desierto, en
la calle o cerca del océano, pero siempre en lugares fuera de las casas.
–Bueno, entonces ¿cuánto del medio ambiente de la novela rusa se transfiere
a, o se incorpora en la literatura de Israel en la actualidad?
–Contesto en cuanto a mí, pero puede ser extensible. Reconozco que hay
muchos genes rusos en mi escritura. Mis dos padres vinieron a Israel de Rusia
y de Ucrania, por lo tanto aunque no hablo ruso supongo que la genética
rusa penetra mi creatividad. Y eso debe ser válido para otros aquí.
–No me considero muy conocedor de la literatura de los escritores palestinos.
Tuve en Emile Habibi (1922-96) un escritor amigo que admiré y de quien
aprendí mucho, pero al morir el en Nazareth me desconecté. Digo
esto como disculpa de mi ignorancia. He estado leyendo ensayos de Edward Said
(1935), varios ensayos en el London Review of Books acerca del futuro de Palestina.
Lo que me interesa de eso es si hay contactos, puentes, entre los literatos
israelíes y palestinos en el medio de la crisis.
–A todos nos entristeció la muerte de Habibi, fue un gran hombre, en
una época el único miembro palestino y comunista de la Knesset,
el Parlamento israelí. No sé cuáles son los ensayos de
Said a que se refiere, porque ha escrito mucho sobre el tema. Pero más
allá de ese hombre, de lo que piensa Said, yo intento construir puentes
personales y políticos, y no siempre son lazos literarios, porque estamos
hablando de dos tradiciones muy diferentes, dos religiones con historias diferentes,
y dos historias muy distintas. Esto no es una situación de dos etnias
que viven en el mismo país, estamos viviendo más bien un conflicto
internacional entre dos estados vecinos. Pero los puentes se construyen a nivel
personal y político todo el tiempo. Estoy en contacto inmediato y constante
con escritores palestinos que escriben en árabe...
–Debe ser difícil en estos tiempos, ¿o se puede mantener abierta la puerta?
–Mire, no es tanto cuestión de abrir puertas porque no es fácil
pasar por ellas. Es difícil viajar a algunos puntos de Palestina en este
momento. Pero hablamos por teléfono, al fin y al cabo compartimos el
mismo sistema telefónico. Arat, donde yo vivo, y Gaza tienen el mismo
código de área. Por lo tanto, hablamos, con mucha frecuencia.
–¿Qué forma toma el acto de creación literaria en un conflicto
que se intensifica? ¿Su propia producción y estilo, cambian bajo influencia
de los hechos? Interesa saber qué efecto tienen los grandes cambios sobre
la vida cotidiana, y cómo alterna los pequeños hechos de cada
día...
–Yo nací dentro de este conflicto, por lo tanto soy parte de él.
No puedo decir cómo me afectan los cambios porque nunca he conocido una
forma de vida en mi país que no sea la de crisis y conflicto. En este
sentido, mi producción puede tener algo en común con ciertos escritores
de la tradición latinoamericana. Vivimos en la crisis perpetua, bajo
la amenaza continua de la catástrofe, siempre en las sombras interminables.
Hay que considerar que esto puede ser simplemente una intensificación
de la versión de la condición humana en general. Por lo tanto
no tengo nada con qué comparar. No puedo decir cómo sería
escribir al estilo de un novelista de Islandia que puede crear en una paz asegurada
y lejos de todos los conflictos de envergadura. He alcanzado un equilibrio difícil
conmigo mismo. Cada vez que siento que estoy cien por ciento de acuerdo con
lo que pienso, no escribo un cuento, redacto un artículo furioso diciendo
al gobierno que lo parta un rayo. Pero cuando escucho en mi más de una
voz, cuando alcanzo una medida de desacuerdo con mi mismo, cuando mi estado
de ánimo no es el de un signo de exclamación pero más bien
de una presentación gradual, ahí sé que quizás esté
embarazado de un cuento o una novela que tengo que parir. En mi escritorio tengo
dos lapiceras, son dos biromes baratas que tengo que cambiar cada diez días
aproximadamente, pero tengo dos. Una lapicera es para los artículos políticos
desorbitados, indignados, la otra es para escribir un cuento. Son mañas,
pero me ayudansiempre a recordar que las dos cosas no son el mismo negocio y
no deben ser mezcladas. Es un equilibrio doloroso por que es permanente. De
todas maneras, con cada lapicera me condeno a mi mismo. Me siento culpable en
el uso de la lapicera política porque ahí está el creador
de cierto nivel emitiendo manifiestos con signos de exclamación. Y luego
me siento culpable cuando uso la otra lapicera porque hay gente que se está
matando y yo me hallo distante escribiendo sobre la ambivalencia de una relación
amor odio entre una abuela y una nuera. De ambas formas hay sensación
de culpa por lo que no se hace. Hay que recordar que la culpa es una invención
original de los judíos en Jerusalén. Luego, la sensación
de culpa fue distribuida con éxito por todo el globo por los cristianos.
Ellos la comercializaron bajo licencia. Pero como judío no me siento
muy satisfecho con que la Culpa fuera un invento de los judíos. Bueno,
ya hemos tratado la invención de la Culpa, ahora a ver si podemos disfrutar
del resto de la tarde.
–El escritor israelí David Grossman representa una corriente de opinión
que apoya claramente a la democracia en la política de Israel. Usted,
por otra parte, ha escrito que no representa a nadie más que a sí
mismo y que se siente, simplemente, pro Paz. Pero la paz y la democracia tienen
que ser objetivos coincidentes.
–Yo sólo me represento a mí mismo en días de suerte, pero
aun así es difícil aquí. Todavía soy parte del Movimiento
por la Paz, pero no me siento representante de un grupo. Grossman y yo nos sentimos
muy cerca, pero hay veces que discutimos en torno de ciertas perspectivas, si
bien en los temas generales estamos cerca. Compartimos las mismas convicciones
políticas básicas. Por lo tanto, si usted nos estima a los dos,
como dice, va a tener un problema cuando discutimos.
–Edward Said ha descripto a Yasser Arafat como un dirigente superado, un hombre
que le ha fallado a su pueblo. Por otra parte, el primer ministro Ariel Sharon
es visto por Said como perteneciente al pasado violento de la formación
de un Estado. ¿Dónde coloca usted a Said en el contexto de dos naciones?
–No leí esa expresión de Said, pero también la escribí
yo hace un par de años. Para mí Arafat y Sharon son dos personajes
de igual persuasión. Ambos son fanáticos. Cada uno a su manera
son hombres guerreros, no son políticos de la paz. Su parecido les debió
haber producido una composición química, pero pensándolo
bien no veo química posible entre dos tipos negativos. Es una mezcla
química como para provocar una reacción en cadena.
–Usted ha dicho que hay una cierta inevitabilidad en la creación de dos
Estados. ¿Cómo cree que tomarán forma y aventuraría usted
un calendario?
–Creo que el país va a tener que ser dividido a lo largo de una demarcación
basada a grandes rasgos en la realidad demográfica de dos Estados vecinos.
Esto se puede llamar en términos de la construcción como un PH.
Una unidad con dos familias. Aun cuando los dos vecinos no estén contentos,
será para bien que dejen de matarse y morir por las líneas que
se podrían trazar, y que puedan convivir en la misma propiedad compartida.
Esto no tiene nada que ver con una repentina luna de miel entre el judío
israelí y el árabe palestino. Esto representa la búsqueda
de una forma de supervivencia, como dejar de matar y de morir. Aquí no
se trata de un final feliz. La felicidad pertenece a otra opera. Aquí
estamos hablando de supervivencia, no de si vamos a estar contentos con el resultado.
–La publicación Times Literary Supplement, de Londres, escribió
el año pasado que usted es candidato al Premio Nobel de Literatura. Ese
es un premio político. ¿Se considera como candidato al premio?
–El artículo lo leí, pero no tengo idea. Si alguna vez recibo
ese premio, estaré muy contento, pero no voy a morirme por no tenerlo,
o ser un hombre infeliz si no me lo dan.
–Usted es profesor en una universidad en el desierto...
–Sí, y no es tan pequeña como uno se imagina al describirla así.
Tiene cerca de 20.000 estudiantes, y con cierta rapidez se está convirtiendo
en una de las grandes universidades de Israel. Es la Universidad Ben Gurión
en Bersheva, con extensiones en algunas zonas del desierto. Escribo cuando no
enseño, y enseño cuando no escribo. Ocupo un cargo de medio tiempo
en una cátedra de dedicación plena, que puede ser entendido como
una descripción oximorónica. En la práctica significa que
sólo enseño en el segundo semestre de cada año. Viajo únicamente
cuando un editor aplica presiones irresistibles para que salga a promocionar
alguna novela en una edición en traducción extranjera. Es una
lucha de siempre. Yo prefiero quedarme en Israel donde tengo bastante que hacer.
Prefiero permanecer en mi escritorio o meterme en el escenario político.
Mi nuevo libro se publicará en Jerusalén. Cada uno de mis libros
se publica primero en hebreo en Israel. Soy un escritor en idioma hebreo, no
soy un escritor internacional. Con el tiempo mis libros viajan a otros idiomas,
pero por lo general tardan un par de años. Todos mis libros comienza
su vida aquí en Israel y luego llegan al francés, alemán,
castellano o a los Estados Unidos. Mi próxima novela en castellano será
El mismo mar, que se editará en España. Pero mejor va a ser no
confundir a los lectores en Buenos Aires. Hay un nuevo libro en castellano,
en la imprenta, que es una traducción. Y hay un nuevo libro que es nuevo,
pero que no es el que está en castellano, que se edita en hebreo en Jerusalén.
Oiga, qué bueno volver a conversar. Cuídese, cuidémonos.