2 de agosto del 2002
El África negra ante las trampas del liberalismo
Sanou M'Baye
Le Monde Diplomatique
Traducido para Rebelión por Rocío Anguiano
De todos los sistemas de explotación y de distribución
económica que han existido, la globalización es, sin lugar a dudas,
el que lleva el nombre menos adecuado. De hecho, lo único que tiene de
global es el nombre, ya que se caracteriza por un movimiento masivo de capitales
fundamentalmente dentro del núcleo de los países industrializados.
Esta distribución, desfavorable para el conjunto de los países
en vías de desarrollo, afecta particularmente al África negra.
Desde la crisis de 1997, los mercados emergentes sólo poseen el 7% del
total de valores bursátiles, aunque representan el 45% de la producción
mundial de bienes y servicios (1) y el 85% de la población del planeta.
Los movimientos de capitales en estas regiones han disminuido en un tercio,
mientras que las inversiones directas han caído de 130.000 millones de
dólares en el año 2000 a 108.000 en el 2001. Esta reducción
ha ido acompañada de una concentración de modo que cinco países
(Argentina, Brasil, China –Hong Kong-, México y Corea del Sur) reciben
las dos terceras partes de las inversiones directas.
En semejante contexto, ¿cuál puede ser el futuro de los países
africanos? Estos países no han cumplido ninguno de los requisitos que
se consideran necesarios para la inserción en la economía mundial,
presentando una escasa participación de la industria en la formación
del Producto Nacional Bruto (PNB) así como de los productos manufacturados
en el volumen de exportaciones, la imposibilidad de acceder a los mercados de
capitales y un reducido volumen de las inversiones extranjeras. En África,
el crecimiento industrial ha pasado del 8% en los años sesenta a menos
del 1% en los años noventa. Este hundimiento, debido a pérdidas
de cuotas de mercado en la exportación, es consecuencia del encarecimiento
del coste de los transportes, los seguros y las telecomunicaciones. Estos costes
-los más elevados del mundo- gravan excesivamente la competitividad de
la industria y consumen el 15% de la suma total de exportaciones (5,8% para
el resto de los países en vías de desarrollo). En los países
sin litoral, esos costes pueden alcanzar incluso la cuarta parte de los ingresos
de las exportaciones. De esta manera, la participación de África
en el comercio mundial, que ya en 1990 se reducía a un 3%, en el año
2001 no supera el 1,7%; una participación que se limita, casi en su totalidad,
a productos básicos y materias primas.
Por otro lado, la violación permanente de las reglas del comercio internacional
por parte de los países industrializados, que, a través del Fondo
Monetario Internacional (FMI), del Banco Mundial y de la Organización
Mundial del Comercio (OMC), obligan a los mercados africanos a abrirse a sus
productos industriales y agrícolas subvencionados, ha llevado a la quiebra
a los agricultores y los empresarios agrarios. Así, los pocos países
de África que disponían de un embrión de base industrial,
como Kenia y Zimbabwe, han visto sus logros invalidados por el aluvión
de importaciones baratas.
Por su parte, las posibilidades de financiación son limitadas. En el
África subsahariana, únicamente Sudáfrica, Botswana y Senegal
tienen acceso a los mercados de capitales. El resto de países no dispone
de ese privilegio que les permite endeudarse en los mercados financieros y utilizar
las sumas prestadas como consideren adecuado. El poder exclusivo de conceder
este privilegio conocido con el nombre de rating (2) está en manos
de agencias privadas. Por lo tanto, los países del continente negro no
han tenido más remedio que subarrendar su desarrollo a las instituciones
de Bretton Woods (3) y al Banco Africano de Desarrollo, las únicas fuentes
de financiación que les quedan, al margen de las financiaciones bilaterales.
Los préstamos concedidos por estas instituciones han pasado al lenguaje
coloquial con el nombre de "ayuda".
Ahora bien, de todas las fuentes de financiación disponibles, la "ayuda"
es la menos apropiada para el desarrollo de un país. En efecto, estos
créditos se utilizan para comprar bienes y servicios ofrecidos por los
países prestadores y se destinan a la realización de proyectos
que responden mucho más a los imperativos de exportación de estos
estados que a las necesidades reales de los países prestatarios. Estos
proyectos, lejos de promover el desarrollo, sirven, al contrario, para cubrir
los cupos de pedidos de empresas occidentales y para enriquecer a las elites
de los países beneficiarios. Estos créditos también sirven
para pagar intereses retrasados pudiendo acceder así a nuevos créditos.
Este trato discriminatorio ha dado lugar a un endeudamiento colosal de 335.000
millones de dólares, cuya amortización y cuyas cargas son fuente
de pobreza (4). Los programas de privatización impuestos en el marco
del ajuste estructural, no se han librado del trato insultante que los burócratas
de Washington reservan a África. En efecto, ante la falta de mercados
bursátiles locales (que sólo existen en Sudáfrica, Costa
de Marfil, Nigeria, Kenia, Namibia, en Zimbabwe, Isla Mauricio, Uganda y Tanzania),
las privatizaciones solo han sido, la mayoría de las veces, puras y simples
liquidaciones. Este fue el caso, en particular, de los países de la zona
del franco, donde la devaluación de enero de 1994 redujo al mínimo
el precio de compra de los activos públicos. En el momento álgido
de la fiebre de privatizaciones, entre 1988 y 1994, la cesión de establecimientos
paraestatales al sector privado tan sólo ascendió a 2.400 millones
de dólares, mientras que estas ventas produjeron unos beneficios de 113.000
millones de dólares en el resto de países en vías de desarrollo.
En el África negra las privatizaciones, además de constituir una
verdadera estafa, no han contribuido en absoluto al retorno de los capitales
huidos, al contrario de lo que sucedió en Asia y Latinoamérica.
Sin embargo, en 1991 la fuga de capitales africanos se calculaba en 135.000
millones de dólares (5), es decir, cinco veces la suma total de las inversiones,
once veces las inversiones del sector privado y 120 veces las inversiones extranjeras.
El retorno del 10% de estos capitales habría representado más
del doble de los capitales privados invertidos en el África subsahariana,
dejando al margen Sudáfrica.
El volumen de inversiones extranjeras privadas depende, en principio, de los
márgenes de beneficios que estos inversores, especialmente las multinacionales,
calculan que van a sacar de sus aportaciones. Cabe señalar que en el
África negra las tasas de beneficios más altas llegaron a un 40%
en 1995, convirtiendo la región en el mercado emergente más efectivo
del mundo (6). Sin embargo, el continente negro no ha atraído más
que 1.100 millones de dólares de inversiones extranjeras directas en
el año 2000, frente a los 1.900 millones de dólares de Oriente
Próximo, los 21.000 del Este asiático, los 19.900 de Latinoamérica
y los 76.900 de Europa (7). Además, la escasez de inversiones afecta
a un número limitado de países - especialmente Nigeria, Angola
y Mozambique - y únicamente están destinadas a financiar la explotación
de los recursos naturales (sobre todo el petróleo, el gas y los minerales).
Se perpetúa de esta manera la dependencia de la subregión y su
empobrecimiento debido a la explotación sistemática de sus recursos
sin la contrapartida de inversiones productivas, creación de empleo y
exportaciones de productos manufacturados.
Medidas de protección selectivas
Ante una situación tan dramática e injusta, se impone la necesidad
de revisar las estrategias de desarrollo y de reducción de la deuda.
Un verdadero plan de reconstrucción y de progreso debería apoyarse
sobre la transferencia de tecnología, la creación de infraestructuras,
de instituciones y de un aparato productivo financiado con créditos a
bajo interés, y en el acceso de los productos africanos a los mercados
de los países industrializados. Estas medidas deberían completarse
con disposiciones que autorizasen, durante un periodo transitorio, la posibilidad
de recurrir a medidas selectivas de protección. Esto es lo que se hizo
en Europa para su reconstrucción tras la Segunda Guerra Mundial, gracias
al dinero del plan Marshall y a la protección de su industria y de su
agricultura frente a las exportaciones americanas. China, India, Corea y muchos
otros países han seguido la misma estrategia.
En 1980, la asamblea de jefes de Estado y de Gobierno de la Organización
para la Unidad Africana (OUA) propuso un plan de acción de este tipo
bautizado como "plan de Lagos", elaborado por expertos del continente negro.
Incluso se ha estudiado la viabilidad de un fondo monetario africano (8). Estas
dos iniciativas han sido completamente ignoradas por las instituciones de Bretton
Woods, que más bien se han dedicado a perpetuar y reforzar el aparato
productivo heredado del sistema colonial, que había sido creado para
la expansión del comercio trasatlántico en detrimento de los movimientos
de intercambio interafricanos (9).
El último plan de reactivación económica continental, la
Nueva Alianza para el Desarrollo Económico de África (Nepad),
aprobado en la cumbre de la OUA el 11 de julio de 2001 en Lusaka (Zambia), se
mantiene dentro de los mismos planteamientos (10). En efecto, esta iniciativa
africana define una estrategia económica basada en la financiación
de cuatro sectores prioritarios: las infraestructuras, la agricultura, la educación
y la sanidad. La financiación del plan, en lo esencial, correría
a cargo de la comunidad internacional y las inversiones directas de capital
extranjero (IDE). De este modo, África se suma al neoliberalismo demencial
de la globalización, con las instituciones de Bretton Woods como promotoras,
bajo el control total de las multinacionales y con Michel Camdessus, antiguo
director general del FMI, como coordinador. La adopción de este plan
va en contra del sentido común, puesto que las sociedades africanas no
han cumplido ninguna de las condiciones que se consideran necesarias para la
inserción en la economía mundial.
Incluso Sudáfrica, el único país del continente que dispone
de un aparato productivo competitivo en el mercado mundial, lejos de beneficiarse
de la globalización, es más bien una de sus víctimas. Desde
el fin del apartheid en 1989, Sudáfrica ha visto cómo algunas
de sus principales empresas (Anglo American, Bill¡ton, AngloGold, South African
Breweries, Old Mutual, Dimension Data, Sappi) abandonaban la bolsa de Johannesburgo
-que, sin embargo, figura entre las más sofisticadas del mundo- en beneficio
de las de Londres o Nueva York. Una deserción de este tipo reduce los
ingresos fiscales, genera una fuga masiva de capitales y contribuye al debilitamiento
del rand (el pasado mes de diciembre la moneda nacional había perdido
hasta un 40% de su valor frente al dólar).
Por otro lado, está bien visto hablar de reducción o de anulación
de la deuda, pero esto supone devolver a los negros, de nuevo, al papel de pedigüeños;
y supone también olvidar que, en materia de desarrollo, el contrato firmado
por África con las instituciones internacionales no se ha respetado.
Los informes de postevaluación demuestran que la mayoría de proyectos
financiados por los bancos multilaterales no han logrado sus objetivos (11).
Ahora bien, el préstamo procede de una transacción financiera;
si ésta se revela perjudicial para una de las partes, la parte perjudicada
puede -y debe- recurrir a la cláusula de arbitraje incluida en el acuerdo
de préstamos para exigir reparación.
Puede parecer absurdo pedir a un rehén aún retenido y sin ninguna
esperanza de liberación que lleve a sus carceleros ante la justicia.
Sin embargo, bastaría con que un solo país se atreviera a hacerlo
para crear un precedente. Pero para que un dirigente africano tenga el valor
de hacerlo, ha de pertenecer a ese tipo de personas que consideran el patrimonio
de su país como una fortuna heredada del pasado que debe perpetuar, incluso
mejorar, en beneficio de las generaciones futuras. Desgraciadamente, la mayoría
de ellos hipotecan el futuro de sus países y de sus pueblos a cambio
de dividendos inmediatos. Avivan las divisiones étnicas, manipulan las
Constituciones, recurren al fraude electoral y gobiernan de manera improvisada,
con una total falta de previsión. Las consecuencias, catastróficas,
de esta situación se constatan por la persistencia, e incluso el empeoramiento,
de los problemas que hacen que los africanos sigan siendo los "condenados de
la tierra", casi 40 años después de haber conseguido la independencia
(12).
Notas
(1) La lista de países emergentes incluye países como Argentina,
México, Hong Kong, Brasil, Taiwán, China, Singapur, etc.
(2) Ibrahim Warde, "Ces puissants officines qui notent les Etats" Le Monde
Diplomatique, febrero de 1997.
(3) Los acuerdos de Bretton Woods, aprobados el 22 de julio de 1944 entre los
44 países que componían entonces la ONU, pero que no fueron ratificados
por la URSS, crearon dos instituciones, el FMI y el Banco Mundial.
(4) Véase Colette Braeckman "Bataille pour la terre au Zimbabwe". Le
Monde Diplomatique, abril de 2002 y Eric Toussaint, "Briser la spirale infernale
de la dette". Le Monde Diplomatique, septiembre de 1999.
(5) Cf. "Left out in the cold", Financial Times, 20 de mayo de 1998.
(6) "Reforms catch the eyes", Financial Times, 20 de mayo de 1996.
(7) HSBC's World Economic Watch, 11 de octubre de 2001, informe basado en datos
suministrados por la Oficina de Análisis Económicos de Estados
Unidos.
(8) Véase "Un fond monétaire africain, pour quoi faire?". Le
Monde Diplomatique, agosto de 1986.
(9) Véase 'Souhaitable union des économies africaines". Le
Monde Diplomatique, septiembre de 1995.
(10) La Nepad nació de la fusión de MAP (Millenium African Rennaissance
Programme), de los presidentes Thabo Mbeki (Sudáfrica), Abdelaziz Bouteflika
(Argelia) y Olusegun Obasanjo (Nigeria) y del plan Omega del presidente senegalés
Abdoulaye Wade.
(11) Véase Joseph Stiglitz, "FMI: la preuve par l'Ethiopie", Le Monde
Diplomatique, abril de 2002.
(12) Véase Aminata Traoré, Le viol de l'imaginaire, Actas
Sud-Fayard, París.