7 de agosto del 2002
Bombas electorales contra Irak
Alberto Piris
Estrella Digital
Mientras la artillería mediática de EEUU viene apuntando
a Bagdad desde hace algunos meses, y cuando ya solo se discute sobre cómo,
en su momento, se llevará a cabo la inevitable operación militar
que derribe a Sadam Husein, no estaría de más recordar un comentario
de Colin Powell durante su estancia en Roma, a finales del pasado mes de mayo,
para reunirse con el presidente Putin.
Al ser preguntado sobre ciertas discrepancias entre EEUU y Europa en varios
aspectos de la política internacional, el secretario de Estado norteamericano
vino a decir que su principal tarea, en esa y otras visitas, era la de persuadir
a los aliados de EEUU de que la política adoptada por Washington en cada
momento era la más adecuada. Y añadía: "Pero, si no lo
conseguimos, seguiremos pensando que nuestra política es la mejor y la
llevaremos a la práctica, esperando que los europeos, por lo menos, tengan
una idea anticipada de cómo vamos a actuar". Dicho de otro modo: haremos
lo que nos venga en gana en cada momento y lo más a que pueden aspirar
ustedes, nuestros aliados trasatlánticos, es a conocer por adelantado
algunas de nuestras intenciones, para que no les tomen por sorpresa.
Así pues, no debe extrañar que el presidente Bush desdeñe
la oferta de diálogo que representa la carta que el 1 de agosto recibió
Kofi Annan del Ministro de Asuntos Exteriores iraquí. Y eso, a pesar
de la oposición de varios países europeos y, lo que es más
importante, la negativa de Arabia Saudí y las reticencias de otros países
de la zona a cooperar en cualquier acción militar contra Bagdad. La reanudación
de las inspecciones de la ONU en Irak suprimiría en el acto el principal
motivo en el que Bush ha venido apoyando la ofensiva militar contra ese país:
el temor a que en él se fabriquen armas de destrucción masiva.
Falto de razones más sólidas, el presidente norteamericano acaba
de proferir otra de sus antológicas frases: "Es mi deber, para asegurar
el futuro de la civilización, no permitir que los peores dirigentes del
mundo nos chantajeen con las peores armas del mundo". Deber que no está
inclinado a cumplir aceptando una reanudación de las inspecciones, como
parecería lo más lógico, sino mediante la simple fuerza
bruta, una vez más.
Son de agradecer, no obstante, al subsecretario de Estado norteamericano sus
recientes declaraciones a la BBC, en el sentido de que la invitación
cursada por Bagdad al jefe de los inspectores de la ONU para iniciar conversaciones
técnicas en relación con la reanudación de su misión
"no modifica en nada la exigencia estadounidense de un cambio de régimen".
ĦAsí las cosas quedan más claras! Porque lo que en realidad desea
EEUU no es inspeccionar la existencia de unas improbables armas de destrucción
masiva de un país en profunda decadencia científica, técnica
e industrial, sino proceder a un cambio de régimen que satisfaga a los
intereses de EEUU. Entre éstos, ocupando un lugar destacado, se encuentra
la venganza del clan Bush contra Sadam Husein, cuya sola permanencia en el poder
en Bagdad es vista como una ofensa por los asesores del actual presidente que,
como el vicepresidente Cheney, sirvieron ya a las órdenes de su padre.
Es preciso concluir, por el honor de la dinastía, la incompleta "Tormenta
del desierto", que no pudo dar al traste con el poder del sátrapa iraquí
y borrar esta mancha de una vez por todas.
Al quedar de manifiesto que el objetivo principal es imponer un cambio de régimen,
el terreno que pisan los gobernantes norteamericanos aparece mucho más
sólido, pues es una tarea que han venido realizando durante muchos decenios,
repetidamente y con gran eficacia, en numerosos países de Latinoamérica.
Que ahora cambie el escenario de la acción y se traslade a Oriente Medio
no supone una gran innovación en las ideas, aunque sí, quizá,
en los procedimientos a utilizar, dando más relevancia a la acción
militar que a la oculta actividad de la CIA.
Un analista estadounidense, conocedor de los vericuetos de la Casa Blanca, comentaba
hace unos días: "Creo que habrá algún buen bombardeo de
Irak antes de las elecciones de noviembre, pero el ataque definitivo no se producirá
antes de fin de año". Lo que pone de relieve otro factor importante:
el electoral. No hay razones de estrategia internacional y ni siquiera se trata
de defender "la civilización", como cándidamente afirma Bush.
Un presidente que resultó elegido de modo confuso, y presumiblemente
tramposo, busca, sobre todo, un éxito electoral claro para su partido
en noviembre próximo. A ello se pliega, como suele ser habitual, la política
exterior de EEUU.
Las bombas que volverán a llover sobre Mesopotamia, como tantas que ya
antes lo hicieron allí y en otras partes del mundo, además de
los consabidos efectos militares y las presumibles bajas "colaterales", tendrán
como principal misión reforzar los siempre anhelados éxitos electorales
del actual inquilino de la Casa Blanca.