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10 de julio del 2002
Israel: Una profunda crisis ideológica
Irit Katriel
Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Un nuevo concepto de democracia emerge de la escuela sionista: si el el gobierno
no está de acuerdo con el pueblo, puede elegir uno nuevo. Es particularmente
aterrador cuando escritores identificados con la izquierda aceptan presunciones
fascistas como algo natural.
Hace cerca de un año tomé un tren a Tel Aviv. Como
es el sitio creado por los sionistas, donde los judíos pueden sentirse
seguros, tomé un taxi desde la estación. Uno no se sube a un bus
en Israel si puede evitarlo. La radio estaba encendida, y el conductor, queriendo
comenzar una conversación, reaccionó ante lo que decía.
Repitió lo que él y el resto de nosotros escuchamos a lo largo
del día de parte de políticos, de personas que llaman a la emisora,
de 'analistas': Este Sharon no sabe cómo combatir. Debiera ir a Beit
Jala y destruir y aplastar... "si quieres hacer una guerra, hazla bien".
Cuando terminó le dije "Pienso que los problemas que hay también
pueden ser resueltos sin guerras".
"Sí," dijo, pensativo. "Es cierto".
Creo que este intercambio ilustra mucho de lo que se refleja y percibe como
"opinión pública" en Israel. Es tal vez difícil de comprender
si se vive en un país donde se intimida menos la opinión, donde
se exige menos uniformidad de pensamiento, donde mostrarse duro no es lo principal.
Las actitudes humanistas, en la Esparta israelí, merecen, en el mejor
caso, una sonrisa; en el peor son condenadas como 'blandengues' o 'fantasiosas'.
En la extrema derecha, son denunciadas como traición. Tratar de vivir
una vida normal es una "debilidad izquierdista".
Como todas las sociedades occidentales, la israelí está estrictamente
dividida en dos públicos: los que crean la opinión y los espectadores.
Los primeros son los políticos, los hombres del ejército, los
académicos, periodistas, y 'analistas'. Los segundos sufren una profunda
crisis económica. Los jóvenes, los que pueden, emigran en grandes
cantidades a dondequiera que encuentren un trabajo, puedan mantener su cara
humana y tal vez ganarse la vida.
En las semanas pasadas, los creadores de opinión estuvieron discutiendo
obsesivamente sobre lo que en Israel se llama "el problema demográfico".
Es decir, la cantidad de palestinos en el país. La discusión no
se refleja en los medios extranjeros, así que la explicaré brevemente.
La suposición es que Israel, el estado judío, puede tolerar una
minoría pequeña y obediente. Obediencia se define como la "lealtad
al estado" en NewSpeak. En inglés debiera ser llamada "aceptación
de un estatus de tercera clase".
En el pasado, se suponía que los ciudadanos palestinos de Israel (un
quinto de la población) constituían una minoría pequeña
y obediente que podía ser ignorada, con pocas excepciones de las que
se ocupaban silenciosamente la policía y el servicio secreto. La izquierda
sionista, por lo tanto, limitaba su ideología demográfica a los
territorios ocupados: abogando por una retirada para "librarse" de tres millones
de no- judíos. La izquierda no-sionista marginada pide lo mismo, pero
por una razón diferente:
porque tres millones de seres humanos son privados de todo por la ocupación.
Ésta ha sido la base para una alianza táctica entre los oponentes
sionistas y no-sionistas de la ocupación.
La derecha sionista, que incluye tanto a Partido Laborista como al Likud, está
actuando desde hace 35 años a través del programa de asentamientos,
para incorporar a Israel los territorios ocupados, embotellando a los palestinos
en enclaves más y más pequeños, esperando que comprendan
que su única opción es evaporarse de una u otra manera.
Todo esto no impide que los creadores de opinión se vean como partidarios
de la democracia. En un clima de corrupción intelectual, puede percibirse
como democrático el que se discuta cómo cambiar la población
cuando ésta no le conviene al régimen.
En la actualidad, la discusión demográfica también incluye
a ciudadanos palestinos de Israel. Los demógrafos (encabezados por el
profesor Arnon Sofer de la Universidad Haifa) están prediciendo que al
llegar el año 2020 el porcentaje de judíos en Israel propiamente
tal (excluyendo a Cisjordania y a Gaza) descenderá a un 64 por ciento.
Frente a esta realidad, artículos de opinión en los periódicos
sugieren diversas "soluciones": por un lado, cómo aumentar la cantidad
de judíos –desde encontrar más judíos que quieran inmigrar
a Israel (por ejemplo desde la Argentina sumida en la crisis), a convertir a
trabajadores migrantes rumanos al judaísmo y otorgarles la ciudadanía.
Por otro lado, cómo reducir el número de palestinos o hacerlos
invisibles –con varias ideas que van desde reservas a la limpieza étnica.
La única solución real, la democracia en un estado de-sionistizado,
se menciona sólo raramente en los medios convencionales y es rechazada
de inmediato.
La izquierda sionista ha guardado en su mayoría silencio sobre esta tendencia
creciente en el debate público. Condena la "solución" de la limpieza
étnica cubierta por una guerra regional o un ataque de EE.UU. contra
Irak, que es crecientemente defendida por la derecha (incluyendo a ministros
del gobierno.) Pero no ha llevado más lejos la discusión.
El taxista en Tel Aviv, que sabía que era posible resolver los problemas
de Israel y Palestina sin guerras, pero no sabía que se le permite decirlo,
escucha esta discusión en la radio. Yo no sé qué piensa
que se debiera hacer respecto al "problema demográfico", pero estoy seguro
que no se le ofrece, como un punto de vista legítimo, la opinión
de que la composición demográfica actual y futura de Israel no
constituye un problema, sino un hecho; que si la población no corresponde
al régimen, hay que cambiar el régimen, no la población.
La razón por la que estoy tan seguro, es porque leí el último
escrito de opinión de Uri Avnery ("Una vaca enloquecida", 6 de julio),
que marca la extrema izquierda dentro del espectro sionista. En un intento de
explicar resultados aparentemente conflictivos de encuestas de la opinión
pública, escribe: "lo que une a casi todos los judíos israelíes
es el deseo de vivir en un estado en el que haya sólo judíos...
Algunos lo llaman 'racista'... Pero esta actitud está arraigada en el
hecho de que por miles de años los judíos han vivido como una
comunidad religiosa-étnica dispersada por todo el mundo y que a menudo
sufrieron crueles persecuciones (especialmente en el mundo cristiano). Han desarrollado
una mentalidad de gueto. Quieren vivir entre ellos, separados de otros, rodeados
por una alta valla... Para la mayoría de los israelíes, la situación
ideal sería un estado sin un solo ciudadano no-judío." Esto no
impide que Avnery concluya que "la mayoría está dispuesta a pagar
el precio de la paz".
Imaginen cuál sería la reacción si un cristiano escribiera
que los judíos siempre han querido vivir en un gueto –que es lo que les
gusta.
Cualquiera que esté familiarizado con los escritos de Avnery no se sorprenderá
de que parta de la base de que el público israelí piensa en los
mismos términos como los presentadores de los talkshows de la televisión:
no se preocupan por perder sus puestos de trabajo, sino por la composición
demográfica del país. Que preferirían morirse de hambre
en un gueto judío a vivir una vida normal en un país democrático.
Es normal para Avnery, que generalmente le crea al gobierno cuando nos dice
algo que queremos oír. Pero es increíble que, en el contexto actual,
Avnery acepte la presunción de que la actitud que él atribuye
a la mayoría de los israelíes sea legítima, no racista,
y que de ninguna manera esté en contradicción con la paz.
Avnery ha invertido mucho en la lucha por una retirada israelí de los
territorios ocupados. Sólo en una cultura política extremadamente
regresiva, una persona como él puede dejar de ver la diferencia entre
un (supuesto) deseo de vivir en una comunidad judía cerrada y un deseo
de lograr un estado étnicamente puro "sin un solo ciudadano no-judío".
Es un reflejo de la naturaleza del discurso general de nuestros días
en Israel, que una persona con sus credenciales a favor de la paz acepte que
los palestinos constituyen "un problema demográfico" para la mayoría
de los israelíes y no sólo para los ideólogos del status
quo.
En una época en la que un franco fascismo está en el poder en
Israel, la izquierda sionista parece mal preparada para dar las respuestas más
básicas que se hacen necesarias. Vivimos tiempos peligrosos en Asia Occidental.
7 de julio de 2002
Irit Katriel es un activista israelí, que vive en Alemania