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2 de julio del 2002
El Pentágono y la desinformación en Afganistán
John Saxe-Fernández
La Jornada
Estados Unidos se encuentra en estado de guerra. Es un hecho con profundas
implicaciones. La situación es grave si se tiene presente el fundamentalismo
del régimen de Bush, con su radical abandono de los instrumentos multilaterales
y un peligroso desdén por la vigencia del estado de derecho, dentro y
fuera de EU. Esto ocurre junto con una concentración y proyección
unilateral del poderío militar estadunidense, afectando de manera profunda
las relaciones cívico-militares, los equilibrios constitucionalmente
establecidos entre los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, y los derechos
y libertades civiles. Al norte tenemos instalado un régimen de excepción
con la excusa de una guerra contra el terrorismo, en el que se explicitan los
elementos de Estado policiaco, que ya contenía, y se registra una inquietante
usurpación por parte del Ejecutivo, especialmente de su aparato militar
y de inteligencia, de funciones legislativas y judiciales.
Abundan casos de arbitrariedades. Uno de los que más llamaron la atención
fue el establecimiento por parte del Departamento de Defensa de una oficina
encargada de "desinformar" al mundo, como parte de la estrategia de la guerra.
La propuesta llamó la atención pública nacional e internacional
y concitó una natural indignación en EU por la amenaza que representa
este tipo de arbitrariedad estatal de corte orwelliano-totalitario, lo que obligó
al secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, a retirar la iniciativa. Pero lo
que no se difundió suficientemente fue la intención, declarada
por el mismo Rumsfeld, de persistir en lo mismo, pero usando otros canales disponibles
desde la Segunda Guerra Mundial, dentro de la vasta estructura burocrática
del Departamento de Defensa. Una de ellas, la Unidad de Guerra Psicológica
Mundial del Ejército, ha sido ampliamente utilizada, aunque sólo
de manera marginal se ha informado sobre su existencia.
Durante la masacre perpetrada contra la población afgana -James Petras
acierta al rechazar el término "guerra de Afganistán" para referirse
a una contienda en la que de un lado se registran seis bajas y más de
10 mil en el otro- esa unidad, según el Departamento de Defensa, fue
vital. Especialmente, como informa Tom Vernon (Radio World, abril de 2002),
el aparato militar estadunidense actuó por medio del ala de operaciones
especiales 193, parte del comando de operaciones especiales de la fuerza aérea
de EU, encargada en esa ocasión de "la difusión de mensajes de
propaganda a la población local afgana y a los soldados talibanes".
La Unidad de Guerra Psicológica cuenta con equipos de la más alta
tecnología que puede ofrecer la electrónica y la aeronáutica,
lo que le permite recibir y transmitir en todos los canales de difusión
internacional. Vernon nos informa que además de transmitir material para
programas, "se pueden perturbar transmisiones locales para persuadir a los oyentes
de que sintonicen las frecuencias de propaganda" y nos recuerda que aunque los
orígenes de estas unidades se remontan a 1942, su misión actual
de desinformación u "operaciones psicológicas" (PSYOP) comenzó
en 1968 y permaneció como actividad clasificada "secreta" hasta 1989.
Estas unidades, especialmente la que funciona bajo el número 193, han
llevado a cabo operaciones secretas en Vietnam, Corea del Sur, Puerto Rico,
Arabia Saudita, Egipto, Kuwait y durante el brutal ataque aéreo contra
los barrios populares de Panamá en 1989.
La descripción que nos ofrece sobre los equipos utilizados indica una
fuerte erogación a favor de grandes empresas, entre las que sobresalen
Hewlett-Packard, Rockwell, Delta Electronics, Lockheed Martin Aeronautics, Ramko,
Otari, Panasonic, etcétera. En esta esfera de relaciones bélico-industriales,
la simbiosis del Estado con la corporación -eje central del fenómeno
imperialista- es fundamental y genera un dinamismo propio, centrado en un índice
de ganancias que sobrepasa en mucho lo que es usual en las transacciones que
prevalecen en la economía civil. Los sobrecostos pueden oscilar de 500
hasta 6 mil por ciento. Así se canalizan "subsidios" masivos, en este
caso a la industria electrónica y aeronáutica. Qué duda
cabe que EU es el campeón en guerra psicológica, pero el principal
problema con que se enfrentan técnicos y estrategas en Afganistán
es ¿cómo perturbar transmisiones locales y persuadir a los oyentes a
escuchar toda esa bien maquinada propaganda cuando son escasos los afganos que
cuentan con un radio, ya sin hablar del televisor?
Toda esta alta tecnología usada contra la población afgana contrasta
con su miseria y atraso. Sin embargo, el Departamento de Defensa y su clientela
industrial cuentan con solución para todo, especialmente si representa
un buen negocio. Este pequeño "detalle" recibe una solución del
Pentágono, descrita por Vernon de la siguiente manera: "Uno de los problemas
que ocasiona transmitir a un área como Afganistán es que pocas
personas tienen radios. Pero el gobierno de EU decidió arrojar con paracaídas
receptores a cuerda".