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26 de mayo del 2002
La
tormenta que provoca Bush
Robert Fisk
La Jornada
Conque ahora Osama Bin Laden es Adolfo Hitler. Y Saddam Hussein es
Hitler. Y George W. Bush combate a los nazis. Hacía tiempo, desde que Menajem
Beguin contaba a Ronald Reagan su fantasía de que atacaba a Hitler en Berlín
-mientras en la realidad su ejército israelí asediaba Beirut y asesinaba a
miles de palestinos, y "Hitler" era el patético Yasser Arafat- que
no escuchábamos semejantes estupideces. Pero el hecho de que los europeos
las oyeran el jueves en el Bundestag -la mayoría en respetuoso silencio- resultaba
extraordinario.
Me recuerda al columnista israelí que, cansado de la machacona invocación
a la Segunda Guerra Mundial para justificar todavía más brutalidades israelíes,
comenzó un artículo con las palabras: "Señor primer ministro: Hitler
está muerto". ¿Debemos vivir por siempre con políticos diminutos que
juegan a ser Winston Churchill (Margaret Thatcher, por supuesto, y Tony Blair)
o Franklin Delano Roosevelt? Hussein "es un dictador que lanzó gases
a su propio pueblo", nos recordó Bush por milésima vez, omitiendo como
siempre mencionar que los kurdos a los que lanzó gases en forma tan cruel
combatían del lado de Irán y que en ese tiempo Estados Unidos estaba en favor
de Saddam.
El asunto, sin embargo, tiene un ángulo mucho más serio. Bush espera acorralar
al presidente ruso, Vladimir Putin, en una nueva política de amenaza a Irán.
Quiere que Rusia se encargue del ángulo norte del "eje del mal",
esa frase infantiloide que todavía usa para arengar a las masas. En realidad,
la retórica de Bush se parece cada vez más a esos deschavetados videotapes
de Bin Laden. Y todavía trata de mentir sobre los motivos de los crímenes
contra la humanidad del 11 de septiembre. Una vez más, en el Bundestag, insistió
en que los enemigos de Occidente odian "la justicia y la democracia",
pese a que la mayoría de los enemigos musulmanes de Estrados Unidos no saben
qué es democracia.
En su propio territorio, el gobierno de Bush se afana en aterrorizar a los
estadunidenses. Habrá ataques nucleares, bombas ocultas en edificios de departamentos,
en el puente Brooklyn, hombres con cinturones explosivos -nótese con cuánto
cuidado la guerra despiadada de los palestinos contra la colonización israelí
en la franja occidental se liga a la aún más extraña "guerra al terrorismo"
de Washington- y nuevos ataques suicidas con aviones. Si se leen las palabras
que han pronunciado en los tres últimos días Bush, el vicepresidente Dick
Cheney y la ridícula Condoleezza Rice, consejera de seguridad nacional, encontraremos
que han lanzado más amenazas contra Estados Unidos que el propio Bin Laden.
Pero volvamos al punto. La creciente evidencia de que las políticas de Israel
son las políticas estadunidenses en Medio Oriente -o al revés, más bien dicho-
se manifiesta con toda veracidad en declaraciones provenientes del Congreso
y en la televisión estadunidense. En primer lugar tenemos al presidente del
Comité de Relaciones Exteriores del Senado declarando que el Hezbollah -la
guerrilla libanesa que echó de Líbano al desmoralizado ejército israelí en
2000- planea atacar a Estados Unidos. Después una cadena de la televisión
estadunidense "revela" que Hezbollah, Hamas y Al Qaeda, la organización
de Bin Laden, tuvieron una reunión secreta en Líbano para preparar atentados
en Estados Unidos.
Los periodistas estadunidenses insisten en atribuir su información a "fuentes",
pero en realidad no hubo ninguna fuente de semejantes tonterías, que ahora
son repetidas ad nauseam en los medios de ese país. Examinemos también la
iniciativa de "ley de responsabilidad siria" que fue presentada
en el Senado estadunidense por amigos de Israel el 18 de abril. En ella se
incluye la falacia, sostenida por el ministro israelí del Exterior, Shimon
Peres, de que la Guardia Revolucionaria iraní "opera libremente"
en la frontera sur de Líbano. Desde hace 18 años no hay guardias revolucionarios
iraníes en Líbano, ya no digamos en el sur del país. ¿Qué se pretende al repetir
esta mentira?
Irán esta bajo amenaza. Líbano está bajo amenaza. Siria está bajo amenaza
-su estatus de "terrorismo" ha sido elevado por el Departamento
de Estado-, al igual que Irak. En cambio Ariel Sharon, el primer ministro
israelí al que una investigación realizada en su propio país encontró personalmente
responsable de la matanza de mil 700 palestinos en Sabra y Chatila, en 1982,
es, en palabras de Bush, un "hombre de paz". ¿Cuánto tiempo más
puede durar esto? Un largo rato, me temo.
En todo Medio Oriente es palpable el sentimiento antiestadunidense. Los editoriales
de los diarios árabes ni siquiera se acercan a expresar la opinión pública.
En Damasco, Majida Tabbaa se ha vuelto famosa como la dama que el 7 de abril
echó al cónsul estadunidense Roberto Powers del restaurante que posee su marido
en el centro de la ciudad. "Me acerqué y le dije: 'Señor Roberto, dígale
a su George W. Bush que ninguno de ustedes es bienvenido aquí'", relató.
En todo el mundo árabe ha cobrado auge el boicot de productos estadunidenses.
¿Cuánto tiempo más puede durar esto? Washington elogia al presidente paquistaní
Pervez Musharraf por su apoyo a la "guerra al terror", pero nada
dice de que organice un "referéndum" dictatorial para permanecer
en el poder. Los enemigos de Estados Unidos, recordémoslo, odian a ese país
por su "democracia". ¿Acaso el celo democrático alcanzará al general
Musharraf?
Ni pensarlo. Mi corazonada es que la importancia de Pakistán en la famosa
"guerra al terror" -o "guerra por la civilización", como,
debemos recordarlo, se llamaba originalmente- pesa más. Si Pakistán e India
entran en guerra, apostaría a que Washington respaldará al antidemocrático
Pakistán y no a la democrática India.
En las ex repúblicas soviéticas de población musulmana, Estados Unidos construye
bases aéreas para ayudar a continuar la "guerra al terror" contra
cualesquier grupos islámicos que se atrevan a desafiar a los dictadores locales.
Por favor no creamos que es un asunto de petróleo. Ni por un momento se nos
ocurra pensar que estas tierras ricas en petróleo y gas tengan alguna importancia
para el gobierno de Bush, que funciona con petróleo. Tampoco los oleoductos
que se proyecta tender del norte de Afganistán a la costa paquistaní, pero
que sólo serán viables si la quisquillosa loya jirga afgana elige un gobierno
que haga concesiones a Unocal, la empresa de extraño nombre cuyo ex director
sólo por mera casualidad es uno de los principales "consejeros"
de Bush en Afganistán.
Hagamos ahora una pausa para pensar. Abdelrahman al Rashed escribe en el diario
internacional árabe Asharq al Awsat que si antes del 11 de septiembre cualquier
persona hubiera dicho que los árabes preparaban una vasta conjura para asesinar
miles de estadunidenses en su propio país, nadie le habría creído. "Hubiéramos
asegurado que era un intento de incitar al pueblo estadunidense contra árabes
y musulmanes", señala. Y tiene razón.
Sin embargo, fueron árabes los que cometieron los crímenes contra la humanidad
del 11 de septiembre. Y muchos árabes tienen gran temor de que todavía falta
el encore de la misma organización. Entre tanto, Bush insiste en hacer exactamente
lo que sus enemigos desean: provocar a los musulmanes y a los árabes, satanizar
sus países y ensalzar a sus enemigos, bombardear y matar de hambre a Irán,
dar apoyo a Israel sin cuestionar sus acciones y respaldar y mantener a los
dictadores de Medio Oriente.
En estos días despierto cada mañana frente al Mediterráneo, en Beirut, con
un fuerte presentimiento. Sobreviene una tormenta y nosotros seguimos plácidamente
sin darnos cuenta de su llegada; de hecho, la estamos provocando.
Traducción: Jorge Anaya
© The Independent